Una de las ventajas más interesantes que sin duda ofrece Internet y con ella la edición de blogs, páginas web, redes sociales, etc. etc., etc., es como poco, la de conceder a todos aquellos que la utilizan, la posibilidad de editar de forma inmediata, continua y casi infinita, cualquier tipo de producción que haya salido de sus cerebros. El resultado de todo ello es un producto que a diferencia de lo que venía ocurriendo en el pasado, nunca, jamás y bajo ningun pretexto, dejará de crecer, cambiar y adaptarse a las circunstancias en las cuales por fuerza deba desarrollarse, hecho que nos hace pensar a su vez en la mismísima vida y existencia de las cosas que -para que nos entendamos- esta vez sí son cien por cien "reales".

Este blog de lo que trata por tanto es de aprovechar esos "vericuetos" virtuales, y a partir de ahí equiparar la literatura (en otro lugar pasará lo mismo con la música) a un estado muy próximo a la existencia. A un estado en el cual "como en la vida misma", las cosas puede que un día sean fantásticas y al siguiente no valgan absolutamente nada, pero lo que no pasará nunca es que continuen siendo perezosamente iguales a como lo habían sido siempre. Porque, ¿alguien ha tenido alguna vez el placer de conocer a alguna persona que estuviese totalmente finalizada? O más aún: ¿alguien puede precisar el día y la hora en que tal o cual sentimiento se extinguió para siempre?



sábado, 3 de diciembre de 2011

Podría ser yo

Y Crísipo leyó en voz alta «No pueden penetrar dentro de ti. Si puedes sentir que tiene valor continuar siendo humanos, incluso cuando no conduce a ningún resultado, entonces los has derrotado».

Una vez Crísipo hubo acabado de leer aquel breve fragmento cerró el libro y se quedó en silencio. Fuera y satisfecho de ver que no era el único. Que a pesar de todo no estaba solo en el mundo tal y como había llegado a creer en infinidad de ocasiones.

Allí, sentado sobre una silla desconchada a causa de la humedad y las frías noches de invierno. A causa de la soledad, el olvido, el viento y el salitre de un mar que de haber tenido ojos hubiesen sido negros como dos grandes bolsas de basura.

Sobre un manto de piedras grises, verdes, azules y rojas. Encima del jardín del cottage en el que vivía.

En Irlanda...

Justo frente al mar y cobijado por las verdes montañas que se alzaban como fondos submarinos en un mar que ya no era mar sino cielo...

Muy cerca de la convulsa y patética ciudad de Dublín donde hacía veinticuatros años había nacido...

Allá por el año de Nuestro Señor de 1983...

miércoles, 2 de noviembre de 2011

I’m still here: el año perdido de Joaquin Phoenix.


En una de las primeras escenas del film, el narrador y protagonista de la película viene a decir algo así como que le encantan “esos raros momentos puros que separan el corte de la acción”. Esos momentos “de absoluta miseria” tal y como él mismo los califica, que se oponen a lo que él considera la más pura e inmaculada realidad. Pero, ¿cómo hay que tomarse algo así cuando el tipo que lo dice es ni más ni menos que el dos veces nominado a los premios Oscar Joaquin Phoenix? ¿O cómo deben ser interpretadas esas palabras cuando quien las pronuncia forma parte de la mayor fábrica de ficción del mundo, y no sólo eso, sino que además escoge como escenario para pronunciarlas un documental en el cual precisamente, de lo que se está hablando es del intento de ese mismo actor –filmado con todo detalle por supuesto- por escapar de la ficción? ¿Por recuperar -por y para siempre es lo que se nos dice continuamente- esos raros momentos que separan el corte de la acción?

Lo primero que a uno le viene a la cabeza cuando se interroga sobre tales cuestiones es que lo que se le está pidiendo es ni más ni menos que una simple reflexión sobre la ya clásica dificultad para distinguir entre realidad y ficción. Para diferenciar entre aquello que “verdaderamente es”, de aquello que ha sido “preparado para llegar a ser”. Ahora bien, cuando uno medita con mayor detenimiento sobre la relación existente entre realidad y ficción y en cómo a lo largo de los tiempos esa misma relación ha sido interpretada por unos y otros, una de las primeras conclusiones a las que se llega es que tales dificultades parecen corresponder más bien a otros tiempos en los cuales precisamente porque tal confusión era todavía el centro del debate, resultaba absolutamente necesaria su correcta “metaforización”: Platón y su mito de la Caverna, Orson Welles y su memorable programa de radio “La Guerra de los mundos”, William Karel y su “Dark side of the Moon”, etc, etc, etc.

Sin embargo hoy en día (y me refiero a la más rigurosa actualidad) las cosas han cambiado sustancialmente, y si bien es cierto que esa dialéctica entre “lo que es cierto y lo que es falso” sigue deparando tan buenos intercambios de golpes como siempre, también lo es que los parámetros a partir de los cuales se rige se han visto ligeramente modificados en los últimos años por la irrupción en nuestras vidas de imágenes y contenidos multimedia de todo tipo y condición. Dicho con otras palabras: ¿qué sentido podría tener a día de hoy, en pleno siglo XXI y cuando incluso los telediarios del mediodía contienen mayor tensión narrativa que la mayoría de las películas bélicas del pasado (y si no se lo creen, prueben ustedes de seguir por ejemplo el desarrollo argumental del conflicto libio), preguntarse por la yuxtaposición entre ficción y realidad? ¿Por la confusión, inversión, perversión, o como demonios quieran ustedes definir esa relación, entre dos conceptos que muy probablemente sean ya a estas alturas sencillamente indistinguibles al menos desde el punto de vista del observador? ¿Para reírse de todo? ¿Para mostrar lo absurdo e inútil de toda la problemática? ¿Para demostrar que lo interesante de toda la cuestión no es tanto la de determinar qué es ficción y qué no sino demostrar simplemente que todo, hasta cierto punto, fue siempre tan real o tan ficticio como cada uno lo quiso ver?

El problema señoras y señores va sin embargo más allá. Porque en un mundo donde a diferencia de los falsos documentales no hay nadie que al final del show nos aclare que lo que hemos visto era en realidad un burdo simulacro, un pedazo de realidad expresamente manipulada para que experimentásemos tal o cual sensación, ¿quién nos ayudará a distinguir entre una cosa y la otra? ¿Quién, en definitiva, nos dirá de que lado de la pantalla nos encontramos?

La problemática se reduce a una simple e incluso cómica elección: ser protagonista o ser espectador. Esa y no ninguna otra, es la verdadera cuestión.

lunes, 3 de octubre de 2011

“¡Hasta la vista, baby! Un ensayo sobre los tecnopensamientos” de Jordi Vallverdú

Ha sido necesario que el hombre comenzara de una vez por todas a comportarse como un verdadero Dios creador incapaz de permanecer demasiado tiempo con las manos quietas, para que finalmente se diera cuenta de cuán difícil y problemático es eso de estar vivo y producir pensamientos por simples o banales que estos puedan llegar a ser. El descubrimiento, por tanto, sólo era una cuestión de tiempo. Sólo a partir del momento en que el hombre se vio en la tesitura de tener que crear máquinas independientes de nosotros y por consiguiente responsables de sus propios actos, pudo comprender como muchos de los problemas que hasta ese momento él ya había renunciado a resolver por considerarlos simples laberintos ideológicos, puros acertijos intelectuales, podían tener por el contrario una explicación mecánica o como mínimo no-metafísica. Una explicación, para que nos vayamos situando, tan sencilla como la que pueda proporcionar el hecho de cambiar una bujía o perforar un cilindro. Pero de ser efectivamente así, ¿cuál podría ser el futuro de la Filosofía como disciplina que hasta la llegada de ese momento había sido la responsable directa de intentar resolver todos los misterios para los cuales la ciencia no había sido capaz de encontrar solución alguna? ¿O cómo podría afectar la creación de máquinas cada vez más inteligentes y autónomas a la ya de por sí difícil relación que durante siglos habían mantenido los seres humanos por un lado y las máquinas por el otro? Pero todavía un poco más porque si en efecto damos por válido -sin duda una de las tesis centrales del libro- que eso que hasta ahora hemos estado denominando inteligencia, o mente, o pensamientos, o incluso porque no, la propia vida, resulta que no tienen porque permanecer adscritos a un soporte físico determinado que los sostenga y los haga posibles, ¿cómo denominaremos –por poner un ejemplo cualquiera- el producto de las operaciones computacionales de un Tamagotchi un momento justo antes de dejar de estar operativo? ¿Serán pensamientos? ¿Serán “tamagotchi-pensamientos”? ¿No serán ni pensamientos ni no-pensamientos? ¿No serán nada absolutamente? “¡Hasta la vista, baby! Un ensayo sobre los tecnopensamientos” trata –a pesar de un título que no acaba de engullir muy bien la gran cantidad de ideas fabulosas que contiene - de responder a algunas de estas cuestiones además de otras muchas, pero sobre todo, de lo que trata es de provocar en el lector esa especie de enfermedad que sólo puede curarse (atención: parcialmente!!!) con más reflexión: ¿debe el ser humano reconocer definitivamente puesto que la implantación de máquinas inteligentes así lo demuestra que la idea de la racionalidad humana no era en realidad más que un mito como lo había sido anteriormente el hecho de creer que éramos el centro del universo, o el ser más importante de la Naturaleza, o la base misma de un orden paternal supranatural absoluto? ¿O debemos cambiar de una vez por todas nuestra manera de relacionarnos con las máquinas al mismo tiempo que aceptamos que nos son y nos han sido útiles, y que por lo tanto, de nuestro modo de relacionarnos con ellas, dependerá en buena medida el éxito o el fracaso de nuestras futuras empresas? O más aún: ¿es equiparable de algún modo el hecho de que el ser humano supere definitivamente el complejo de inferioridad que le acecha al observar el comportamiento infalible de las máquinas con otros procesos históricos ya superados en los cuales también hubo una resistencia notable a dar un paso adelante por miedo a las consecuencias? Más allá de las respuestas que cada uno de nosotros pueda ofrecer en lo concerniente a todas estas cuestiones, una idea sin embargo parece brillar con relativa insistencia cuando uno dirige su mirada hacia el horizonte: nunca antes en la historia de la humanidad el hombre había dispuesto de un espejo tan real y a la vez tan preciso como el que ofrece la creación de máquinas inteligentes, y de ahí quizá la necesidad casi impostergable, de redefinir y recontextualizar algunos de los conceptos más básicos a partir de los cuales hemos descrito tradicionalmente nuestra relación con el mundo. La necesidad de reconstruir, milímetro a milímetro y segundo a segundo como si dijésemos, ese momento crucial a la vez que irrepetible en el cual dimos nuestro primer y más excitante paso sobre la Tierra.

domingo, 4 de septiembre de 2011

El crimen perfecto (IV)

Giselle Sabartés finalmente lo había conseguido. De alguna forma y por extraño que pueda parecer había logrado escabullirse como una anguila especialmente escurridiza del pronóstico que tanto la terrible máquina como el doctor Steinberg daban ya por un hecho inaplazable, y tal cantidad de éxito no podía producir en el estado de ánimo de Giselle otra cosa que no fuera una satisfacción análoga a la que debe sentir un preso cuando consigue escaparse de una cárcel en la que ha estado encerrado un tiempo excesivo. Bien es cierto que la tranquilidad de Giselle con respecto al futuro no era completa del todo (pues hacer semejante afirmación sería poco menos que mentir) pero si en cambio partimos de la base de que todo el mundo tarde o temprano deberá morir, es decir, si aceptamos la muerte como un acontecimiento indisociable de nuestra propia existencia como lo fue en su día el hecho mismo de nacer, pues entonces también comprenderemos perfectamente que la situación de Giselle no era por aquel entonces ni mejor ni peor que la de cualquier otro ser humano que estuviese vivo, y que es, no lo olvidemos, la única condición indispensable para morir después. Desde luego también es muy cierto que su situación y si la comparamos con la de cualquier otra persona “viva”, no podría ser jamás comparada con la de una persona que para que nos entendamos ha sido “condenada a muerte” y que por el motivo que sea, ha conseguido superar tal condena de forma momentánea. Pero lo que sí podemos hacer por el contrario y de una forma perfectamente lícita además, es situarlas al menos en un mismo contexto físico, fisiológico, etc., etc., lo cual sería lo mismo que afirmar que al menos en un plano estrictamente biológico, tanto las personas de un grupo como las del otro poseen exactamente las mismas probabilidades de salir adelante. Ahora bien, otra cosa muy distinta sería plantear siquiera similitudes o analogías en un plano puramente psicológico, pues como muy bien sabemos, allí donde unos no creerían ver nada más que una radiografía como tantas otras vistas hasta ese momento, o un coche que se aproxima a toda velocidad en nuestra dirección por una carretera desierta, los otros en cambio sólo creerían ver lo que es la primera noticia de una enfermedad mortal e incurable de la que tenemos constancia, o si volvemos al ejemplo del preso fugado, un coche de la policía que sin que sepamos muy bien cómo, a dado con nuestro paradero y de ahí esa misma velocidad. Es decir, que mientras que los miembros del primer grupo se moverían por la vida sin más preocupación que la de nacer primero, vivir después, y finalmente morir del modo menos doloroso posible y sin que hasta llegado ese momento hubiesen tenido nunca una conciencia muy clara de lo que significa la muerte en toda su dimensión, los del segundo grupo en cambio, no sólo no pueden vivir con esa misma tranquilidad, sino que más bien sucede todo lo contrario: como saben perfectamente que la muerte se cierne sobre sus cabezas día sí día también, el efecto producido sobre sus mentes es el de que la vida es percibida entonces como algo insoportable, como un camino pedregoso e intransitable, o por poner un ejemplo un poco más gráfico que el anterior, como si llevaran a todas horas una bomba integrada en la cabeza que jamás saben cuándo puede explotar y cuándo no.

De este segundo grupo es bien conocido el caso de todas aquellas personas que por el motivo que sea han sido amenazadas de muerte, y que a nosotros, por sus múltiples puntos de conexión, nos pueden ser muy útiles para aclarar algunos de los puntos más complejos y escabrosos del asunto que ahora nos ocupa. Por ejemplo, lo más común en estas personas a las que nos referimos, suele ser el hecho de que por muchas que sean las medidas de seguridad tomadas en pos de su protección, jamás llegan a estar tranquilas del todo. Es decir, pueden contratar decenas de guardaespaldas con la intención de que nadie se les acerque a menos de un kilómetro a la redonda, pueden revisar los bajos de su coche tantas veces como les venga en gana, pueden poner cámaras de seguridad allí donde lo crean oportuno, o como también suele suceder muy a menudo últimamente, incluso pueden conectarse mediante una de esas pulseras electrónicas con la comisaría más cercana si así lo consideran necesario, pero como decíamos, lo cierto es que hagan lo que hagan jamás se sentirán tranquilos del todo pues el miedo, ese mismo miedo que nunca los deja descansar y los hace siempre mirar atrás, o a los lados, o a cualquier otro lugar del cual ellos presientan que puede proceder el peligro, además de provenir del exterior, lo cierto es que también proviene de su interior, de lo más profundo de su alma, hecho que vendría a ser corroborado por la cantidad de traumas que aún prevalecen en dichas personas incluso mucho tiempo después de la desaparición de la amenaza en sí. De lo que se desprende a su vez, que del miedo que procede de nuestro interior no hay ni guardaespaldas ni sistema de seguridad en el mundo que sea capaz de protegernos con mayor efectividad de lo que lo haría una simple aspirina.

La explicación para este hecho es que ese miedo del que hablamos se resiste a abandonar a su “anfitrión” al menos gratuitamente, debido al tiempo que ya ha pasado junto a él, y de ahí que puedan pasar años enteros antes de que el portador de ese “huésped” en particular, recupere su tranquilidad y empiece a sentirse por fin libre y verdaderamente despreocupado. Desde luego también hay que tener muy presente el grado de miedo “absorbido” si de verdad queremos llegar a una valoración más o menos precisa de la situación real del sujeto en cuestión, es indudable que a menor exposición del sujeto a ese terror del que hablamos, menor será también el tiempo que tenga que transcurrir antes de que recupere la normalidad tan deseada y viceversa. Es decir, a mayor exposición a esa misma amenaza, más tiempo se necesitará para recobrar la tranquilidad absoluta y si es que de verdad llega a recuperarse algún día.

Otro fenómeno derivado de este primer fenómeno y que no puede dejar de llamarnos la atención, es el hecho de observar como una vez el miedo se ha quedado sin objeto, sin un fundamento justificado y real el cual no lo olvidemos, era en principio el único motivo por el cual existía; ejemplifico: la persona que nos amenazaba de muerte ha sido hallada cadáver en un descampado y su identidad no deja lugar a dudas, o el grupo terrorista que nos enviaba balas a casa ha dejado por fin las armas y ahora se dedica a recolectar girasoles y después a repartirlo entre los pobres de la ciudad, pues bien, muy por el contrario de lo que se supone que debería hacer, lo que hace ahora es alojarse en nuestro interior de una forma más o menos estable, y a partir de ahí (y es este al fenómeno al que yo me refería anteriormente) comenzar a poner las bases de una especie de decepción crónica, fenómeno éste que sólo puede ser explicado por ciertas tendencias y predisposiciones autodestructivas muy comunes en los seres humanos.

El resultado de todo ello es que “el ex amenazado” ha sustituido un miedo exterior y real por un miedo interior e injustificado, y a partir de ahí todo recto y hacia abajo por una carretera que puede tener final o puede que no, pues tal cuestión dependerá en gran medida de la capacidad de cada individuo para restablecerse y recuperar la normalidad perdida. Ahora bien, ¿cómo se sale de este aparente y desagradable círculo vicioso en el que el sujeto parece haber caído sin apenas darse cuenta? ¿O cómo hacerlo al menos para que esa bajada de la que hablamos y si es que hay que bajarla forzosamente pues así parece confirmarlo la experiencia, en cambio ni sea demasiado larga ni tampoco demasiado pronunciada? Pues bien, la respuesta parece hallarse exactamente en el mismo lugar del cual nació: como el sujeto se ha quedado sin su fuente de preocupación “favorita” sustituyéndola después por una preocupación más nueva, interna, pero sobre todo de mucho más difícil solución que la anterior, cabe suponer que si le encontrásemos un sustituto ¡el que sea! lo lógico sería pensar que así habremos solucionado al menos momentáneamente el problema, pues al encontrar el sujeto un nuevo motivo de preocupación que se oponga a su tranquilidad, también es muy lícito pensar que esta vez actuará del mismo modo, y así sucesivamente hasta que ya viejo y cansado, vaya un buen día y se muera.

Pero tal hipótesis tiene un gran punto débil, y es que tal hipótesis no es ni mucho menos aplicable en todos los casos, pues, ¿qué sucedería por ejemplo si alguien no encontrase un nuevo motivo de preocupación, o simplemente si no quisiera encontrar tal motivo de preocupación y por el contrario prefiriese dejar las cosas tal y como están? ¿O qué pasaría en el supuesto de que el sujeto en cuestión y de forma inconsciente se sintiese más a gusto dentro de su ya famoso “síndrome de abstinencia” que fuera de él? ¿Existiría entonces algún otro medio alternativo que le permitiese salvarse? ¿Que le permitiese levantar por fin la cabeza y mirar al mundo sin más miedo que el estrictamente necesario? ¿Pero y qué pasaría si tampoco quisiera tomar ningún medio alternativo, si como consecuencia de la gran cantidad de energías gastadas ya entre un proceso y otro hubiese quedado tan extenuado que apenas pudiera levantar un brazo sin sentirse agotado? ¿Tendría semejante problema solución?

Llegados a este punto el camino se divide en dos. Por un lado nos encontraríamos con un primer grupo de melancólicos crónicos y fáciles de comprender debido a su horizontalidad que al no hacerse demasiadas preguntas sobre cuáles podrían ser las causas de su enfermedad, podrían continuar sin excesivos problemas por unas vidas relativamente apacibles hasta el día en que o bien un milagro o bien la muerte los sacase de ellas, y un segundo grupo de naturaleza mucho más radical, vertical, incongruente y por lo tanto compleja (y es este segundo grupo el que nos interesa de una forma muy especial por hallarse Giselle entre ellos) que estaría formado por un amplio abanico de melancólicos episódicos y salvajes del más alto a nivel, y que iría desde una especie de terrorismo emocional sumamente agresivo y antisocial, a una especie de también terrorismo puro y duro (pues sino no jamás hubiesen formado parte de dicho grupo) pero que a diferencia del subgrupo anterior, estaría dotado de ciertas tendencias conservadoras, factor éste que no haría otra cosa que otorgarles mayores posibilidades de curación si los comparamos con sus violentos compañeros, y todo ello debido a la aplicación en su método de una inteligencia basada en la experiencia, así como de una relativa tibieza y planificación de todos y cada uno de sus actos. Ahora bien, ¿pero y qué queremos decir cuando hablamos de melancólicos radicales, hostiles, incongruentes y complejos? ¿Y cuándo hablamos de melancólicos episódicos y salvajes al más alto nivel? ¿Y cuándo hablamos de la división de este ya subgrupo en dos facciones claramente diferenciadas, una más moderada y otra más radical?

Antes de nada sería altamente beneficioso aclarar que si hemos aludido al término melancólico para englobar y definir a todos aquellos individuos que consciente o inconscientemente habían sido incapaces de superar “la pérdida” de su amenaza (ya fuese porque no habían encontrado los medios para sustituirla o bien porque “no” habían querido o no habían podido hacerlo) ha sido principalmente, porque de entre todas las patologías derivadas de la pérdida de un “algo”, lo que sea, sin duda nos parece la melancolía la más apropiada para tal fin precisamente por estar constituida en gran medida por elementos inconscientes (elementos estos que por ejemplo la diferencian claramente de la aflicción sin ir más lejos) y de ahí que la pérdida de ese “algo” llegue a pasar inadvertida incluso para ese mismo sujeto, el cual no lo olvidemos, es la víctima de tal proceso de destrucción interna y masiva.

Aclarado este punto, debe quedar muy claro que el siguiente paso que hemos dado ha sido el de separar y clasificar a todos esos melancólicos aparentemente dispersos en dos grandes facciones claramente diferenciadas (casi opuestas diría yo) siendo la base de una de estas más moderada y la característica principal de la cual sería el hecho de que el afectado permanece inactivo ante unos síntomas que apenas distingue y de ahí que acaben por desembocar en una depresión de largo recorrido de la que no se llega a tener jamás la menor constancia, y una segunda facción (y es a esta facción a la que èrtenece Giselle) mucho más violenta y compleja que la anterior, que por el contrario sí habría acabado por desarrollar una especie de resistencia que en función de su importancia y tamaño, finalmente los habría integrado primero y repartido después en la siguiente clasificación que hemos llevado a cabo: subgrupo número uno; aquellos que por su naturaleza menos agresiva buscan una solución más o menos inteligente a un problema del cual aunque no entienden el origen en cambio sí empiezan a vislumbrar sus terribles consecuencias, y subgrupo número dos; aquellos otros que muy por el contrario y debido especialmente a su intransigencia, se niegan a buscar una terapia eficaz que pueda sacarlos de una vez por todas de la situación tan penosa en la que ellos mismos ya empiezan a intuir que se hallan.

En cuanto a cuáles son los síntomas de este último grupo habría que decir que mientras que la facción “dócil” parece buscar ya vías de escape más o menos seguras para una enfermedad de la cual empiezan por fin a tomar conciencia, esto es, rebajan sus pretensiones iniciales, intentan de forma decidida adaptarse al mundo que los rodea y al cual saben en definitiva que tarde o temprano deberán someterse, los miembros del segundo subgrupo en cambio (y a partir de ahora nos centramos exclusivamente en este segundo subgrupo por ser Giselle miembro inequívoco de él con lo cual habríamos dado un paso más en la clasificación que estamos llevando a cabo) parecen seguir obstinándose en profundizar más y más por los recovecos siempre imprevisibles del largo camino que emprendieran desde que quedara su amenaza sin motivo, llevándoles tal situación a unos niveles tan elevados de desajuste emocional, que difícilmente llegan estos caminos a ser reversibles por muy fuerte que sea emocionalmente la persona que los transita.

El sujeto que sufre este tipo de patología entra entonces en una terrible espiral de incalculables consecuencias, y que hace oscilar al enfermo desde la más absoluta oscuridad hasta la más cegadora de las claridades de tal modo que parece que sólo en los extremos parece sentirse cómodo. Alternando desde el polo positivo al polo negativo de una misma pila que en su totalidad no es otra cosa que su propia patología, y todo ello sin que el enfermo llegue a comprender ni el porqué de su comportamiento, ni menos aún porqué caminos secundarios ha llegado hasta semejantes delirios. Por ejemplo, es muy común en tales personas que al haber dejado atrás el motivo de aquello que tanto les había preocupado sólo un tiempo atrás (en el caso de Giselle la amenaza de una muerte más que segura recordémoslo) lo que hacen una vez llegados a este punto, es percibir la vida como un regalo del cual hay que disfrutar lo máximo posible, pasando a actuar en consecuencia con una despreocupación ante la vida impensable desde luego para una persona dotada de un aparato psíquico y emocional normal. Mientras que si por el contrario nos vamos al extremo opuesto, esto es, si nos vamos al polo negativo de esa mima pila de la que hablábamos antes, pues entonces nos encontramos con que el enfermo puede llegar a tal grado de dolor, de percepción de soledad, que desde luego tal situación es igualmente impensable en una persona que no sufra dichos trastornos mentales. A partir de ese momento lo que sucede es que el enfermo baja un punto más en su terrible escala de degradación continua, pasando a formar parte de una especie de juego de contrastes mediante el cual sólo se consigue la felicidad o la tristeza cuando la compara con su contrario, y así sucesivamente hasta que tal proceso es frenado o bien por alguna fuente que tiene su origen en el exterior, o bien cuando es detenido bruscamente por alguna fuerza que surge de un interior cada vez más convulso y excitado.

Pero si bien es cierto que el enfermo se mueve continuamente de un extremo a otro pues únicamente así parece hallar una satisfacción momentánea, también lo es que dicha transacción «felicidad-depresión» no se lleva a cabo de forma inmediata, sino que más bien se podría decir que exige un mínimo de tiempo para llegar a producirse, transcurso de tiempo éste durante el cual el “viajero” tiene la posibilidad de contemplar el paisaje de tierra quemada que ha ido dejando a su paso. Es precisamente entonces y cuando el enfermo recupera parte de su sentido de la realidad tanto tiempo perdido, cuando que al contemplar su vida y en lo que ésta se ha convertido, no puede evitar sentir un pánico que se desborda como un trueno y para el cual no parece existir remedio posible a excepción de volver a los siempre confortables extremos. A partir de aquí la situación se agrava considerablemente, siendo el motivo principal de este empeoramiento, que el enfermo cada vez es más consciente de que dichos procesos transacción son sumamente dolorosos, intenta realizar por todos los medios dichas transacciones en el mínimo de tiempo posible creyendo erróneamente que con ello minimiza los efectos. La siguiente vuelta de tuerca a la que se ven arrojados tales enfermos, es aun más grave si cabe que la anterior, y consiste en evitar tales movimientos, pues sin duda, el enfermo a comprendido que tales desplazamientos no le causan ningún bien -todo lo contrario- y de ahí que simplemente llegue un momento en que prefiera instalarse definitivamente en uno de los dos extremos y quedarse en él para siempre a la espera de alguna idea mejor.

Tal cuestión a su vez nos lleva a la inevitable pregunta de ¿pero en qué lado preferirá instalarse el enfermo? ¿Será en el lado de la felicidad? ¿o por el contrario en el lado de la depresión continua, en el siempre excitante lado de los desajustes nerviosos? Pues bien, la respuesta en este caso es tan sencilla que casi nos sentimos decepcionados al formularla: es totalmente indiferente el lugar que escoja el enfermo para instalarse definitivamente pues al haber quedado anulado el juego de contrastes que hacía posible o bien una felicidad rotunda o bien una depresión también rotunda, todo acaba convirtiéndose en una misma cosa. Es decir, en una especie de tierra de tonos grises y holografía plana en la cual el sujeto deambula como un zombi, y dentro del cual, si bien es imposible que nada haga reír ni nada haga llorar hasta la extenuación tal y como sucedía cuando todavía existían ambos extremos, también lo es que hay que reconocerle a dicho estado “neutral” la capacidad de conceder la siempre agradable sensación de un falso pero a fin de cuentas efectivo bienestar.

Llegados a este punto la cosa se complica aún más. Pues por un lado cabe la posibilidad de que tal situación acabe por degenerar en un automatismo social en el cual el enfermo se refugia para formar parte de un todo que a su vez le impida tomar demasiada consciencia de sí mismo (con lo cual se equipararía al grupo ya mencionado al principio de esta misma clasificación de melancólicos estériles y dóciles sólo que algo más viejo y tras un recorrido mucho más largo y penoso), mientras que por el otro lado y es este el lado auténticamente peligroso de la misma moneda pues se trataría de una batalla perdida de antemano, por derivar en una especie de sociopatía que el enfermo considerará además plenamente justificada.

En cuanto al tema de los autómatas sociales poco más querríamos añadir, a excepción del hecho que Giselle no llegó nunca a formar parte de ellos, de lo cual se deduce que efectivamente tomó la dirección contraria, la del aislamiento, tema éste que por su gran profundidad y múltiples conexiones intentaremos abordar al menos por la parte que a Giselle le toca.

Hasta ahora hemos dicho que el individuo finalmente se decanta por un aislamiento casi total que únicamente se ve alterado de vez en cuando y sólo en el caso de que sea estrictamente necesario, cosa que por lo general, sólo ocurre cuando se ve obligado a cumplir algunas de sus necesidades más básicas. También hemos dicho que tal necesidad de aislamiento, procede del dolor que le causa al sujeto todo aquello cuanto hay en el mundo exterior y en especial de todas aquellas situaciones que le recuerdan su estado. Pero de lo que no hemos hablado en cambio, es de por qué dicho enfermo parece ser incapaz de formar parte de ese “todo” el cual a pesar de sus múltiples deficiencias, es indudable que posee ciertas propiedades terapéuticas que muy bien podrían ayudarle a resolver su ya dichoso problema. Llegados a este punto nos encontramos pues con que quizás la explicación más plausible para esta inadaptación social, es la de que el sujeto y debido al mismo proceso de reducción de ideas al que lo llevado su enfermedad, ha llegado a tal conocimiento de sí mismo, a tal comprensión de sus dificultades, que ahora y cuando traslada esos mismos conocimientos a la señora que le vende el pan, o al amigo o amiga que viene a preguntarnos qué tal estamos, lo cierto del caso es que no puede evitar sentir otra cosa que no sea una decepción del tamaño de la isla de Manhatan, decepción que por añadidura, sólo puede ser contra atacada con el único instrumento que tiene a mano: un mayor aislamiento si cabe. En este caso sin embargo viene a producirse un hecho muy peculiar que sin duda nos llama poderosamente la atención, y es que el sujeto no sólo se hace cargo de su propia decepción ya de por sí inmensa, sino que además también se hace cargo de la decepción de los demás (se trataría pues de una especie de decepción universal si se quiere, es decir, el enfermo absorbe todas esas decepciones circundantes para después almacenarlas en su interior y echarse finalmente una soga bien resistente al cuello) con lo cual su enfermedad acaba por agravarse hasta unos límites ya inconcebibles. Otro dato que quisiéramos subrayar en lo referente a toda esta cuestión es la certeza de comprobar como una vez tras otra el enfermo aplica a todos los demás sus propios síntomas, y con ello las propias conclusiones a las que él ha llegado (se trata aquí sin duda de un error de apreciación del enfermo pues dicha apreciación parte de una premisa categóricamente falsa) con lo cual no es extraño que le parezca inaudito que tales personas no hagan nada para evitar su actual situación. Pero de lo que no se da cuenta por el contrario el enfermo es de que todas esas personas a las que él juzga y además condena, no perciben el mundo del mismo modo que lo hace él, sino que en la mayoría de los casos ni siquiera llegan a percibirlo de ningún modo. La suma de todas estas circunstancias, todas gravísimas, da como resultado que la franja ya de por sí gigante que separaba a nuestro náufrago con respecto al resto del mundo cada vez se vaya haciendo mayor, y tanto es así, que finalmente el afectado acaba por desistir decantándose por crear un mundo a su imagen y semejanza.

Entraríamos por tanto en la fase pura y dura del aislamiento absoluto. Hemos recorrido un largo camino hasta llegar aquí, y durante todo este trayecto no ha sido otra nuestra intención que irnos “despojando” del resto de melancólicos junto a los cuales habíamos iniciado esta clasificación, para una vez conseguido este primer objetivo, acompañar a Giselle de la mano por su tumultuoso y particular descenso hacia los infiernos. Sin duda atrás han debido quedar muchos otros que como Giselle sufrieron las consecuencias de una amenaza fuera esta del grado que fuera, pero que afortunadamente para ellos, y a diferencia de nuestra protagonista, sí es evidente que intuyeron unas consecuencias que la verdad, parece bastante sospechoso que una mujer de las características de Giselle no supiese esquivar al menos en parte. Tal hecho nos lleva por tanto a la suposición de que debe existir alguna diferencia entre Giselle y el resto de esos melancólicos que nos ha pasado hasta ahora inadvertida, y que debido a una importancia seguramente decisiva, ha sido la causante de que Giselle no haya sabido o no haya querido buscar nunca una vía de escape para su problema.

Es más, si contemplamos de forma objetiva la trayectoria seguida por Giselle durante todo este tiempo, podremos observar sin demasiada dificultad, como en ningún momento a buscado una salida eficaz a su estado depresivo, sino que más bien, ha hecho siempre todo lo contrario. Desde luego aquí habrá quien pueda objetar que como no sabemos que destino siguieron todos aquellos que en algún momento estuvieron o participaron de la misma situación que Giselle, es también imposible saber si en realidad no fueron estos otros quienes tomaron la dirección equivocada y no así Giselle. Pero si por el contrario partimos de la base de que al menos todos ellos sí se esforzaron por buscar una alternativa aunque después ésta resultase inefectiva, es decir, si aceptamos que todos ellos conservaron siempre cierto instinto de supervivencia aunque todo ello acabase desembocando en un inmenso error, pues entonces también caeremos en la cuenta de que por lo menos no fue porque no lo intentaran.

Giselle por el contrario no hace nada salvo trazar una vertical desde un punto A a un punto B como si de las coordenadas de un accidente mortal se trataran, y haciendo siempre caso omiso a las órdenes dictadas por un "sentido común" que en realidad no desea otra cosa que su propio bienestar. En lo referente a este punto también hemos podido observar que tal comportamiento debe obedecer por fuerza a cierta conducta de origen masoquista, ya que le resulta imposible infringírsela al mundo que la rodea y maltrata sin piedad. Pero sin embargo continuaría sin respuesta la cuestión de si efectivamente interviene en este proceso alguna otra causa más que se nos haya pasado hasta ahora inadvertida. En efecto, la única cosa que se nos ocurre es la posibilidad de que debido a la naturaleza imprecisa y sumamente intensa de su amenaza (recordemos que fue una máquina quien le auguró un futuro de lo más negro) en realidad Giselle jamás ha llegado a desprenderse por completo de ella, es decir, todavía espera de algún modo ser ejecutada, hipótesis ésta que vendría a avalar en un porcentaje muy elevado el por qué de su forma de actuar, o para ser más precisos, el por qué de su forma de no hacer absolutamente nada.

Tal hipótesis nos lleva a inclinarnos pues hacia la idea de que Giselle no intenta salvarse porque en lo más profundo de su ser, todavía cree que va a morir más temprano que tarde. Como también debe ser esa la explicación de que no tome medida alguna para protegerse pues en cierto modo, continúa considerando que aunque la máquina si bien es cierto que ha errado de forma incomprensible a la hora de precisar el momento exacto de su muerte, en cambio no ha debido equivocarse en absoluto a la hora de valorar los posibles daños generales. Es decir, Giselle a pesar de todo, se ve a sí misma como una muerta viviente, y de ahí que no haga nada por curarse pues como muy bien sabemos todos nada puede morir dos veces. En cuanto al por qué de esta aparente sumisión con respecto a un destino que a ella se le antoja como inevitable (aunque en realidad luego aparente actuar de forma totalmente opuesta, un ejemplo sería el abandono de su vida conyugal, o su posterior fuga hacia las montañas, o incluso su intento a la desesperada de reducir los riesgos a la mínima expresión) quizás habría que buscar las causas en su propia educación, que no lo olvidemos, es de origen católico con todo lo que ello supone. Ya en la primera entrevista que Giselle mantuvo con el doctor Steinberg pudimos observar con suma claridad, la rigidez de tales tendencias religiosas a pesar de que ella misma no duda en aceptar lo insostenible de tales argumentos. Asimismo, no sólo se trataría de la religión y sus posibles connotaciones negativas (el tema de su infidelidad, el aborto, etc.) sino que además habría que sumarle otro factor igualmente importante y de gran influencia sobre nuestra cultura; la creencia todavía hoy muy extendida de una especie de geometría u orden cósmico según el cual todo lo que empieza acaba, etc.

Pero si bien parece más o menos probado que hemos dado con algunas de las claves más importantes que explicarían el comportamiento de Giselle a la hora de enfrentarse a su destino (imprecisión e intensidad de su amenaza, un carácter incomprensiblemente estático de sus tendencias religiosas, la tendencia a creer en una especie de carácter circular y/o simétrico de los hechos) por el contrario no han quedado en absoluto claros los múltiples efectos derivados de ese mismo comportamiento ¿Hacia dónde la conduce tal encrucijada pues? ¿O cuáles son las aplicaciones que dicho comportamiento tienen en el mundo real, en su vida diaria y al margen de especulaciones y teorías de todo tipo?

Sobre esta cuestión habíamos dicho que Giselle llega hasta este punto como consecuencia de una política de “no acción” que acaba por degenerar a su vez en una fractura con respecto al mundo que la rodea, y de ahí que haya llegado un momento en el que se encuentre ya totalmente perdida en ese mismo mundo al que ya ni comprende ni quiere comprender. Además, fue ella misma quien cerró personalmente todas las puertas por donde creía que podía llegar el peligro en cualquiera de sus infinitas formas, así que ahora tampoco es extraño que no se atreva a dar marcha atrás y recorrer ese mismo camino pero en esta ocasión en la dirección opuesta.

A Giselle en particular tal situación acaba por resultarle irrespirable pues apenas se relaciona con nadie, y cuando lo hace, resulta que ha pasado tanto tiempo imbuida en sus propios pensamientos que ahora y cuando alguien le habla de tal o cual tema, no puede evitar sentir una sensación parecida a la de haberse dejado el televisor encendido. Otro de los problemas que le conlleva a Giselle el pasar demasiado tiempo a solas, es el de haber adquirido una infinidad de manías y excentricidades de todo tipo, que ahora difícilmente puede aplicar fuera de su casa sin que previamente la tachen de loca, con lo cual y para evitar daños mayores, Giselle se ve asimismo forzada a reprimirlas al menos cuando se encuentra en algún lugar público con la consiguiente frustración y enfado que ello le supone. Pero no acaba ahí la cosa, pues luego está el tema de la unilateralidad, de los “totalitarismos”, pues al haber tomado Giselle todas y cada una de sus decisiones sin consultarlas con nadie, lo que pasa es que todo cuanto hace y todo cuanto dice parece ser algo así como la víctima inocente de una dictadura sólo comparable a uno de esos regímenes estalinistas en los cuales nadie podía levantar la voz sin esperar ser fusilado después por ello.

Así llegamos a su segundo invierno en soledad. Los días cambian de color y ahora es un gris nauseabundo el que lo cubre todo. Además, en la calle hace un frío tremendo que provoca que la gente permanezca placidamente en sus casas durante días y semanas al calor del fuego y las familias. A Giselle en cambio le cuesta horrores levantarse, le cuesta horrores dormirse. Le cuesta horrores incluso concentrarse. Comenzaría aquí la temible fase de las intoxicaciones. Los barbitúricos le permiten al menos de una forma transitoria salir adelante hasta que finalmente acaban por convertirse en un problema en sí mismos. De ahí a la siguiente y última fase: paso número uno marcarse un día concreto; fecha, hora, incluso un minuto determinado para evitar con ello posibles postergaciones, y paso numero dos, dirigirse al cuarto de baño, y cometer, tal y como se conoce en algunos círculos policiales, "el crimen perfecto".

domingo, 7 de agosto de 2011

El crimen perfecto (III)

El pueblo de Darkaar es un pequeño lugar enclavado en las montañas del sur del país al que difícilmente se llega por casualidad. Todo lo contrario. Para llegar hasta él hay que tomar previamente una cantidad insoportable de carreteras secundarias, caminos intransitables, etc, etc, y de ahí que sea tan difícil dejarse ver por alguna de sus tres callejuelas. Cuatro, si se cuenta como calle el viejo sendero que conduce a la casa del viejo Manuel. Además, por si todo esto no fuera ya de por sí suficiente motivo de renuncia para cualquiera que tenga pensado dirigirse a Darkaar, también es obligatorio superar con éxito innumerables cruces decisivos (todos ellos muy confusos e incluso la mayoría de ellos sin señalizar) cosa que no hace sino que sembrar aún más de dudas el dichoso recorrido. Resumiendo: si uno coge su coche desde cualquier punto del país -eso da igual- y una vez ya puesto en marcha se deja llevar por lo misterioso del camino, pues bien, quizá el último lugar del mundo al que llegaría sería al maldito y casi imaginario pueblo de Darkaar, de lo que se desprende a su vez, que llegar hasta Darkaar es más difícil que ganar a la lotería de navidad.

Y sin embargo eran sólo las siete de la tarde cuando Giselle puso sus pies sobre él. Cinco horas de viaje y ¡zas!. Ya lo había conseguido ¿Un milagro? En absoluto. De niña había pasado largas temporadas allí.

¿Pero y qué hay del destino? ¿Qué pasa con él nos podríamos llegar a preguntar? ¿Cómo escapa uno de lo que se supone que haga lo que haga le va a suceder? ¿Dicen que dos más dos son cuatro no? Entonces, ¿cómo hacerlo para que el resultado y aunque sólo sea por una vez resulte diferente, es decir, sea por decir algo cinco o seis, da igual? ¿Es suficiente con desaparecer por una temporada y esconderse en un pueblo para dejarlo a un lado y comenzar a escribir otro nuevo, más acorde con lo que nosotros esperamos de Él? Y aún más ¿Podría ser posible entonces que fuese así de fácil manipular las cosas y huir de esa especie de determinismo perfecto, esto es, de todo aquello que se espera nos vaya a suceder? ¿Y de ser así, qué pasaba entonces con la máquina? ¿No habría vaticinado también ella todos y cada uno de esos movimientos posteriores al diagnóstico, a la huída en la que ahora se había abocado Giselle y que desde luego también habría previsto la dichosa máquina? ¿Tan estúpida iba a ser? ¡No, desde luego que no! Pero en cualquier caso Giselle no pensaba quedarse cruzada de brazos a la espera de acontecimientos. Todo lo contrario. Si alguien estaba dispuesto a dar un primer paso en pos del enemigo, esa era precisamente Giselle.

En efecto. Tan pronto como Giselle pone sus pies sobre Darkaar diseña un plan el primer punto del cual es el de darse a conocer a fin de evitar las siempre molestas preguntas. Lo consigue. Para ello utiliza como medio tanto su indudable belleza, como su simpatía, así como el prestigio del cual ha gozado siempre su familia y en especial el de su abuelo materno (hombre que gracias a su generosidad e inteligencia evitó muchísimas muertes en la gran guerra y en particular cuando el enemigo entró en plan aspirador en la provincia) para a partir de ahí irlos aleccionando uno a uno a fin de evitar que su presencia en un pueblo tan pequeño se convierta en un acontecimiento social. Lo vuelve a conseguir. En este caso sin embargo el camino escogido no ha sido el de utilizar sus virtudes y posición social para crearse una opinión favorable que después pueda utilizar en función de sus intereses, sino que en esta ocasión se ha decantado por la elaboración de una red de mentiras las cuales le deberían permitir justificar su actual situación:

- Mentira nº 1: Se ha divorciado de su marido como consecuencia de los malos tratos a los que éste la sometía y la seguiría sometiendo de conocer su paradero.
- Mentira nº 2: Busca tranquilidad y aislamiento absoluto hasta que por fin recupere la normalidad tanto tiempo perdida.
- Mentira nº 3: Su objetivo es escribir una pequeña novela histórica sobre la influencia de su familia en la comarca y viceversa.

Sea como sea Giselle se sale una vez más con la suya. La explicación para este nuevo éxito es que la gente del pueblo, en su mayoría ancianos, siente una gran compasión por su nueva y bellísima hija adoptiva, hecho al que habría que añadir la deuda histórica que el pueblo cree tener contraída con la familia de Giselle. La amenaza exterior por tanto se disuelve. Según el plan diseñado por Giselle ahora y una vez interrumpidas las comunicaciones exteriores, se trataría de afianzar su seguridad a “nivel interno”, y eso es precisamente lo que hace. Afianzar su seguridad a “nivel interno”. Punto número dos: averiguar por todos los medios posibles qué habitantes del pueblo son potencialmente peligrosos y cuáles no. A este respecto Giselle indaga. Pregunta. Espía, etc, etc, etc.

Una vez asegurada su seguridad a nivel local Giselle concentra todas sus energías en intentar evitar cualquier tipo de accidente. Partiendo de tales premisas Giselle vende su flamante todo terreno. De hecho el trabajo en el campo los convierte en herramientas muy útiles para cualquier tipo de tarea y de ello se aprovecha Giselle para sacar un buen dinero por él. Se compra a fin de protegerse, un cachorro de pastor alemán. Deja de fumar. Comienza a comprar comida de la mejor calidad e incluso se construye un pequeño huertecito en la parte posterior de la casa en el que planta algunas hortalizas tales como tomates, pimientos, cebollas, patatas, etc., etc., así como algunos árboles frutales que si todo va bien, para la primavera siguiente ya estarán dando sus saludables frutos. Del mismo modo Giselle construye también un pequeño corral en el cual poco a poco irá introduciendo algunos animales de granja tales como gallinas, conejos, palomas, etc., etc. Todas las tardes sin excepción Giselle corre de cuarenta a cuarenta y cinco minutos con frenética intensidad.

sábado, 2 de julio de 2011

El crimen perfecto (II)

La primera vez que Giselle Sabartés tuvo acceso a su futuro en un despacho contiguo a una de las muchas salas de espera del moderno e inanimado hospital en el que desde hacía varios meses -tres para ser exactos- la habían tratado con desigual fortuna (a veces mejor y otras veces peor, claro) la pobre mujer, muy decepcionada sin duda al ver los resultados de sus muchas e interminables pruebas médicas (catastróficos por otra parte), tuvo la angustiosa sensación de que su mundo, todo cuanto ella poseía y había conseguido siempre a base de mucho esfuerzo, era algo sucio y horrendo. Así que aquella misma noche su marido al verla llegar a casa y dejar todos sus trastos sobre el sofá, pensó instantáneamente: «A ésta hoy la ha atropellado un tren» y en cierto modo, así era. Es decir, aunque ella no le explicase el contenido de su preocupación ni aquella ni ninguna otra noche. O aunque ella no se lo dijese insisto, nunca, y en cambio, sí le explicase toda una sarta de mentiras que nada o casi nada tenían que ver con lo que de verdad le preocupaba.

Pero el enfado y pesimismo de Giselle Sabartés hacia todo y hacia todos tenía un motivo. Una razón de ser bastante lógica e incluso justificada si lo miramos desde su particular punto de vista. Es decir, que no era casual que su actual mundo, no el mundo de ayer ni el de antes de ayer, sino el de hoy, el de aquel preciso instante, la golpeara con una crueldad difícilmente soportable. «Siento decepcionarla» le había dicho el Doctor Steinberg aquella misma mañana tan pronto había recogido los resultados «pero nos ha sido totalmente imposible extraer algún resultado concreto ni hacer predicción alguna sobre su futuro, porque sencillamente, no hay nada que anticipar sobre su futuro». A lo que después había añadido con una fingida emotividad: «Sra. Giselle créame cuando le digo que lamento advertirla de que no tiene usted futuro alguno. De que no le queda más tiempo que el que tiene ahora mismo. Resumiendo, morirá usted en breve. Dos o tres días a lo sumo. Y que conste que asumo hasta la última consecuencia del terrible anuncio que le estoy haciendo, pero en ningún caso, repito, en ningún caso, vivirá usted más de una semana. Como mucho diez días. Esa es nuestra predicción». A lo cual Giselle había respondido sumamente consternada como es de suponer: «¿Me está usted tomando el pelo Doctor Steinberg? ¿Se trata todo esto de una broma de mal gusto que han ideado usted y sus compinches con la única intención de hacerme pasar un mal día, o por el contrario se trata de mi marido y su maquiavélica forma de vengarse de mí por todo lo que le he hecho, por lo del amante y el niño perdido? ¿Pero cómo, habla usted en serio? ¿De verdad que voy a morir? ¿Eso es lo que me está diciendo doctor? ¿Es eso lo que ha dicho la máquina? ¿Pero dónde? ¿Cuándo exactamente? ¿De qué manera? ¿Será de forma accidental o será de forma natural? ¡Tiene que ser por fuerza accidental! ¡O un asesinato! ¡Estoy segura! ¡Sí eso, un homicidio lo explicaría todo, es decir, que tiene su lógica ahora que lo pienso! ¡Pero que diablos estoy diciendo! ¿Pero asesinarme a mí por qué? ¿Quién sería capaz de hacerme a mí algo así? ¡Yo no le molesto a nadie en este mundo doctor! ¡Yo no le he hecho daño a nadie en toda mi vida! ¿Comprende? ¿O sí? ¿Tampoco eso me lo puede decir? ¿Me está diciendo pues que seré la víctima desafortunada de un atraco, o de un accidente de coche, o de una enfermedad repentina que me fulminará instantáneamente? ¿Y qué hay de las pruebas médicas? ¿Para qué sirven entonces? ¿Qué ha sido de ellas? ¡Doctor no me mire con esa cara de memo y ayúdeme por favor! ¡Tengo que conseguir deshacer todo este entuerto de un modo u otro! ¡Soy muy joven! ¡Tengo una familia, marido, padres y hermanos, amigos, muchos amigos, cientos de ellos, también compañeros de trabajo a los que aprecio y quiero, y ellos a mí, no me cabe la menor duda. Además, yo deseo tener hijos algún día, formar mi propia familia! ¿Entiende? ¡De modo que es imposible que vaya a morir en un plazo tan corto de tiempo! ¡Maldita sea, soy relativamente rica! ¡Por tanto tiene que haber un error! ¡Alguien, sin duda, se tiene que estar equivocando! ¡No sé, usted mismo, o alguno de sus ayudantes que seguro que están de prácticas, o el mismísimo ordenador central como usted se empeña en llamarlo! ¡Tampoco es tan descabellado maldita sea! ¡Pero espere un momento, ya lo comprendo! ¡Así que dígame! ¿cuánto quiere doctor? ¿Cuánto dinero más hace falta para saltarse todas las reglas existentes y conseguir lo que realmente quiero; vivir, sobrevivir al menos por un tiempo más aunque no sea mucho y sea sufriendo? ¡Manipule lo que sea necesario! ¡Hunda el destino de todos aquellos que haga falta para salvarme a mí la vida! ¡Otros lo han hecho antes y no ha pasado nada! ¡Es más, nunca pasa nada! ¡Los poderosos hacen y deshacen a diario y no pasa nunca nada! ¡Yo trabajo en un banco, se lo aseguro, lo sé muy bien, es más, los veo a diario entrar y salir de la oficina del director con maletines llenos de pesadillas! ¿Así que, por qué iba a pasar algo ahora? ¿Por qué no iba a poder usted ayudarme tal y como yo deseo? ¡Necesito mantenerme viva por más tiempo doctor! ¿O es que no lo entiende? ¡TENGO TANTAS COSAS QUE HACER!¡Cueste lo que cueste!». A lo que el Doctor Steinberg le había respondido en un tono reposado y tranquilo, tan dulzón como espeluznante debió resultarle sin duda a Giselle: «Es inútil que me haga esa clase de preguntas Sra. Giselle pues la verdad del caso es que no puedo hacer nada en absoluto. Es más, por mucho dinero que usted ponga sobre la mesa, todo sería inútil. Pues el dinero, créame, nada tiene que ver con todo esto. Así que lo siento de veras pero yo no tengo las respuestas a esas preguntas que usted me hace. Ni yo, ni nadie. Además, desde un punto de vista puramente técnico tiene usted que comprender que es imposible que yo haga lo que me pide pues todo está demasiado próximo como para siquiera poder intentarlo. Es decir, como para siquiera darle una pista de dónde o cómo, va a tener lugar el lamentable incidente del cual usted (aquí de hecho todos estamos completamente convencidos de ello), va a ser la víctima. De modo que lo siento de veras pero para RESTAURAR su futuro ya es demasiado tarde. Es más, ese futuro del que tanto hablamos ya nos envuelve tanto a usted, como a mí, como a todos ¿Pero es que de verdad no se da cuenta Sra. Giselle? Su marido, su familia, sus amigos y compañeros de trabajo, toda esa gente a la que usted a mencionado anteriormente, se encuentran ya a estas alturas bajo el influjo de ese futuro del cual hablamos. Atrapados en él. Aplastados por él. El futuro está para que lo entienda, por todas partes ¿Comprende? En esta mesa, en esta silla, en este bolígrafo incluso hay montones de futuro aunque usted lógicamente no lo pueda ver. Así que mi único consejo Sra. Giselle, y si es que realmente quiere aceptarlo, es que intente evitar en la medida de lo posible cualquier situación que la pueda poner directa o indirectamente en una hipotética situación de riesgo. Quién sabe, quizá así consiga salvar la vida».

Aquella noche Giselle no pudo dormir. La razón al parecer es que las palabras del Doctor Steinberg parecían haberse quedado incrustadas en su mente como una mancha de alquitrán, y quizá de ahí que hiciese lo que hiciese por evitarlo el resultado siempre fuese el mismo, es decir, que las palabras del Doctor Steinberg no sólo no habían desaparecido de su mente tal y como ella se había propuesto con absoluta firmeza, sino que incluso parecía que habían echado raíces, después habían florecido, y finalmente estaban ya listas y preparadas para dar sus caprichosos y diabólicos frutos.

A la mañana siguiente Giselle no fue a trabajar. De hecho ni siquiera hizo la típica llamada que se suele hacer en tales casos para dar explicaciones a su jefe sobre los motivos de su ausencia, y es que tan pronto como su marido hubo salido de casa para ir a trabajar (él salía por lo general unos minutos antes que ella), Giselle comenzó a preparar el equipaje convencida de que no regresaría a casa por lo menos en un mes.

miércoles, 1 de junio de 2011

El crimen perfecto (I)

I

Giselle Sabartés. Treinta y cuatro años. Metro setenta y ocho centímetros de altura. Ojos verdes. Pelo largo. Rizado. Brillante. Hasta la cintura. Guapa. Muy guapa. No hace falta decir que se trata de una mujer imponente. Coeficiente intelectual: ciento cincuenta y dos. Todo un portento. Se sacó la carrera de derecho con matrícula de honor y su tesis doctoral es un ejemplo para las nuevas generaciones. Actual estado civil: casada. Anterior estado civil: soltera. Futuro estado civil: divorciada. Situación laboral: empleada de banca. Setenta mil euros anuales. He introducido el examen preliminar en el ordenador. Doctor, créame, la chica promete.

Señor Müller déjese de romances y dígale a esa jovencita que pase de inmediato por favor.

- ¡Hola Sra. Giselle Sabartés!
- ¡Hola doctor... Steinberg, llámeme Giselle, con eso creo que será más que suficiente!
- ¡Bien Giselle, perdone que vaya tan directamente al grano pero si no me han informado mal, creo que ya le han explicado ahí fuera como funciona todo esto! ¿Me equivoco?
- ¡Más o menos!
- ¿Qué quiere decir con más o menos! ¿Le han explicado como funciona esto o no?
- ¡Sí, sí, me lo han explicado!
- ¡Bueno, de todas formas yo se lo explicaré de nuevo por si acaso le ha quedado alguna duda al respecto. Ahora bien, en cualquier caso no hace falta decir que si a pesar de mis explicaciones continua usted teniendo alguna pregunta en lo concerniente a todo el tratamiento, cualquier detalle por pequeño que sea, no dude en decírmelo! ¿De acuerdo? ¡Es preferible repetir las cosas mil veces que quedarse con una sola duda!
- ¡De acuerdo!
- ¡Esto que ve a mi derecha es la famosa máquina. Conocido también como futurógrafo. El “predictor” como nosotros acostumbramos a llamarlo por aquí a veces en clave de humor y otras en cambio, no tanto. Bien, este “futurógrafo” está conectado a su vez a un ordenador central que por supuesto no esta aquí debido a su complejidad y tamaño, pero desde el cual y gracias a toda una sofisticada red informática que lleva ya varios años en funcionamiento con increíble eficacia y fiabilidad, se controlan, cotejan y clasifican de forma simultánea, otros muchos futuros aunque eso sí pues tampoco es mi intención engañarla, no de una forma perfecta. Es decir, que aunque como le decía sí es completamente cierto que disponemos de todos los datos de las personas actualmente en circulación en el planeta Tierra, ya me entiende, de todas las personas vivas a fecha de hoy, incluso de las que permanecen desaparecidas por el motivo que sea; día de nacimiento, datos bancarios si es que los tienen y así sucesivamente, de lo que no disponemos en cambio es de sus datos psicológicos, de sus sueños, de sus intenciones ni planes de futuro al margen de lo que nosotros podamos más o menos predecir con los medios que como ya le he explicado, tenemos a nuestro alcance. Lo que trato de decir con todo esto Sra. Giselle es que el cálculo que nosotros vamos a entregarle una vez hayamos finalizado todo el proceso, será sumamente exacto siempre y cuando ninguna de estas personas digámosles "no controladas", tengan pensado voluntaria o involuntariamente participar de su vida. En definitiva y por si no me he explicado suficientemente, lo que trato de decir es que sólo, y repito, sólo en el caso de que una de estas personas "no catalogadas" entre en contacto con usted, el pronóstico será erróneo ¿Me explico?
- ¡Sí, creo haberle entendido perfectamente Doctor Steinberg. Pero una cosa doctor!
- ¡Dispare!
- ¿Qué porcentaje de personas en el mundo no están psicológicamente "inventariadas", un 10, un 20, un 30 por ciento?
- ¡Muy bien Sra. Giselle. No me esperaba menos de usted. Pero sinceramente, y que sepa que no es la primera persona a la que le digo esto, no debería usted preocuparse en exceso por dicha cuestión. Y la explicación es muy sencilla. Se lo mostraré. La mayoría de esas personas "no inventariadas" como usted muy bien las ha calificado, forman parte de lo que últimamente se ha venido en llamar el no-mundo, y con pocas posibilidades por tanto de entrar en su vida. Es más, tales personas son por decirlo de alguna manera y lamentablemente desde luego, gente en su mayoría de pocos recursos, y en consecuencia, de múltiples limitaciones geográficas como usted muy bien podrá comprender. Así que para ellos, para toda esta gente y con un margen de error muy pequeño como le decía, se podría decir que es casi una quimera llegar a conocerla a usted. Es más, ni siquiera coincidir en el mismo hemisferio parece algo probable hoy por hoy. Además, como también supongo que ya la han informado antes de entrar, una vez usted conozca "su diagnóstico", pues bien, si aún así no queda satisfecha del todo, no sé; tiene miedo de que su futuro pueda variar en una dirección u otra, etc., etc., pues a lo que iba, que continuará usted teniendo la posibilidad de pasar tantas revisiones como lo considere necesario por un precio bastante módico. En definitiva, que podrá usted estar al tanto de la evolución de su futuro minuto a minuto. Segundo a segundo. ¿Alguna otra duda?
- Pues sí, que sigue usted sin decirme el tanto por ciento de esas personas “no inventariadas”.
- ¡Je, je! Muy bien. Pues verá, el porcentaje del que hablamos es de un sesenta y cinco por ciento. ¿le supone eso un problema?
- En absoluto. Tan sólo quería saber a qué me enfrento.
- Pues bien. Ahora sí le explicaré la segunda parte. La parte para la cual usted ha venido hoy aquí ¿De acuerdo?
- ¡Muy bien!
- ¡El procedimiento es muy sencillo, ya verá. Yo ahora le haré una serie de preguntas y usted me responde. Así de simple. Aunque eso sí, de la forma más honesta posible por favor pues de lo contrario, el resultado no tendría validez alguna ¿Queda claro? Dicho esto, y como ya debe usted también saber es después y gracias a un complicado proceso psico-informático muy avanzado, cuando el ordenador realiza una evaluación de las preguntas y respuestas teniendo siempre muy en cuenta el examen exhaustivo que se le hizo hace tan sólo algunos días, lo recordará; hábitos, familia, situación económica, estado actual de salud, antecedentes clínicos, genéticos, bancarios, familiares y psicológicos, etc., etc., y finalmente y basándonos en todo ello, la máquina extrae una predicción extremadamente aproximada de lo que le va a suceder en un futuro relativamente inmediato, añadiendo para acabar, una infinidad de factores históricos, sociológicos, culturales, políticos, meteorológicos, científicos, nuestra inmensa base de datos de otros futuros paralelos, y bla, bla, bla. En realidad no son más que matemáticas Sra. Giselle. Para que nos entendamos, la máquina sólo tiene que primero identificar su línea, deshojarla como si de una rosa en medio de un gran jardín se tratara, y después, seguirla por la pantalla hasta el día de su muerte que como bien sabrá, es un extra que queda a su libre elección. Por cierto, a este respecto quizá debería saber que a diferencia de usted es un servicio que la mayoría de clientes exigen ¿Lo ha entendido?
- ¡Sí, creo que sí!
- ¡Bien. Pues entonces comenzaremos si no tiene inconveniente!
- ¿Cómo se llama?
- ¡Giselle Sabartés!
- ¿Cuántos años tiene Sra. Giselle?
- ¡Treinta y cuatro. En noviembre cumpliré treinta y cinco si no me muero antes! ¡Ja, ja!
- ¡Hmmm! ¿Número de identificación personal?
- ¡625.652.625.hlk!
- ¿Quiere usted a su marido?
- ¿Cómo?
- ¿Qué si quiere usted a su marido?
- ¡Por supuesto, de lo contrario no estaría con él!
- ¿Está usted completamente segura de eso que dice Sra. Giselle?
- ¿De qué?
- ¡De eso que acaba de decir de que si no lo quisiera no estaría con él!
- ¡Pues no la verdad, es más, de hecho yo misma me hago esa pregunta muchas veces!
- ¿Y bien, cuál es la respuesta?
- ¡Que no lo sé, que sí, que supongo que lo quiero, pero quiero decir, no sé hasta que punto ni de qué modo!
- ¿Lo ha engañado alguna vez?
- ¡Sí!
- ¿Con quién y cuándo fue la última vez?
- ¡Hace casualmente poco más de un mes. Con un tipo del que estuve realmente enamorada!
- ¿Todavía lo está?
- ¡Sí!
- ¿Entonces por qué habla en pasado?
- ¡No lo sé. Era únicamente una forma de hablar!
- ¡Y él, quiero decir, ese tipo, su amante! ¿Está enamorado de usted?
- ¡Supongo que sí, aunque para ser totalmente franca tampoco lo sé con seguridad. Él viene y va, simplemente. A veces me dice que me quiere y otras veces parece más bien todo lo contrario. La verdad es que no hay quien lo entienda. Ya sabe, es escultor y ya se puede imaginar cómo es ese tipo de gente. Su cerebro parece un panel eléctrico quemado. Además, pasa muchas temporadas en el extranjero y vaya usted a saber qué es lo que hace por esos mundos de Dios!
- Y bien ¿Cómo se llama?
- ¿Quién?
- ¡Ese tipo, su amante, el escultor!
- ¿Es necesario?
- ¡Desde luego!
- ¡Francisco Franco!
- Bien, ahora si me lo permite cambiaremos de tema ¿Se masturba usted con regularidad Sra. Giselle?
- ¡Sí, bueno, lo normal supongo. Unas dos o tres veces por semana!
- ¿Y en quién piensa cuando lo hace?
- ¡Por lo general en hombres que tan sólo me atraen físicamente. En gente a la que no quiero. Ya me entiende, alguien del trabajo, el carnicero, el vecino, la señora de la limpieza, gente así!
- ¿Tiene usted problemas para alcanzar el orgasmo Giselle?
- ¡En realidad no he tenido un orgasmo en toda mi vida doctor!
- ¿Sabe usted con seguridad si puede tener hijos Sra. Giselle, quiero decir, se ha hecho alguna prueba de fertilidad?
- ¡Sí, tuve un aborto hace casualmente un mes poco más o menos, por eso lo sé!
- ¿El padre supongo que sería su marido?
- ¡La verdad es que lo desconozco!
- ¿Y si se puede saber, por qué no tuvo usted ese hijo Sra. Giselle?
- ¡Porque no estaba segura. Pensé que no era el momento. Que no estaba preparada para emprender un proyecto de tanta responsabilidad!
- ¿Se lo dijo usted a su marido?
- ¡No!
- ¿Y a su amante?
- ¡Tampoco!
- ¿Por qué?
- ¡Por miedo a la respuesta supongo! ¡No me gustan los cambios, es decir, que de momento prefiero dejarlo todo tal y como está!
- ¿Sra. Giselle por cierto, le gustan a usted las mujeres, es decir, hace un momento ha mencionado que de vez en cuando se masturba pensando en la mujer de la limpieza, de modo que de alguna forma y por remota que pueda ser dicha opción, la excita a usted la idea de acostarse con otras mujeres, o con mujeres y con hombres al mismo tiempo? ¿animales?
- ¡Sí desde luego, es más alguna vez que otra he fantaseado con ello y la verdad, no descarto la posibilidad de llevarlo a cabo algún día! ¡con las personas me refiero!
- ¿Le gusta que la sodomicen Sra. Giselle?
- ¡Sí, y quiere saber una cosa: me encanta, aunque dicho sea de paso, con mi marido nunca lo he probado, sólo lo he hecho “así” con el escultor!
- ¿Y eso?
- ¡Pues no sé, supongo que porque a él le da pudor pedírmelo y a mí pedirle que me lo pida! ¡Ya sabe, el “amor”!
- En cuanto a la lista de personas que nos facilitó y con las cuales ha mantenido relaciones sexuales en algún momento de su vida ¿es exacta al cien por cien?
- Sí, sí, la estuve revisando al llegar a casa y creo no haber olvidado a nadie.
- Cambiando de tema una vez más ¿Se siente usted acomplejada por algún motivo Sra. Sabartés?
- ¡Sí, por mi altura. En mi adolescencia lo pase muy mal por culpa de eso. Mis amigas solían hacerme bromas sobre el tema con frecuencia. Yo quería ser como el resto. Es más, no entendía porqué tenía que ser precisamente yo la única diferente. Me llamaban jirafa y cosas por el estilo. Decían que andaba como un pato. Si incluso llegué a odiar a mi padre por ser él de quien había heredado semejante defecto!
- ¿Todavía lo está? ¡Acomplejada por su altura quiero decir?
- ¡Sí en cierto modo sí. Aunque en menor medida que cuando era una cría claro. Ahora es diferente. Todo se ha igualado, así que lo llevo bastante mejor. Además, hoy en día está incluso está bien visto ser alta, así que mire usted por donde, resulta que mi antiguo defecto ahora resulta que es una virtud!
- ¿Qué soñaba ser cuando era una niña Sra. Giselle? ¿Qué quería ser de mayor?
- ¡Seguramente le parecerá una estupidez doctor, pero recuerdo que deseaba ser actriz con todas mis fuerzas. Pisar la alfombra roja. Ir a Cannes. Salir en las revistas del corazón, viajar y hablar en mil lenguas diferentes. Casarme con un hombre que fuese bien guapo y que me quisiera mucho, y formar una familia. Un niño y una niña para ser precisos. La parejita como se suele decir. No sé Doctor Steinberg. Lo que todo el mundo desea supongo. Ser feliz y vivir más o menos en paz!
- ¿Cree usted en Dios Sra. Giselle?
- ¡Sí!
- Por tanto ¿Cree usted que hay otra vida después de esta, un cielo y un infierno?
- ¡Sí, desde luego. Pues no se me ocurre ninguna otra explicación para que exista todo esto. Usted. Yo. El universo. El carnicero. Esa máquina. La sodomización. El ordenador central. La mujer de la limpieza. Los escultores con cerebros totalmente quemados. En fin, todo cuanto uno pueda pensar!
- ¿Y qué me dice entonces de la ciencia? ¿No cree que al ritmo que avanza todo vaya a ser capaz de encontrar una respuesta para todo esto? Al fin y al cabo usted esta confiando en ella para predecir su futuro, y le recuerdo que esto es ilegal, que la Iglesia por ejemplo, ni lo admite ni lo acepta, y lo que es más, que la colgarían de un palo bien alto si se enterasen de que está usted aquí conmigo!
- ¡Sí pero no es lo mismo doctor Steinberg, porque aunque sí es cierto que el “predictor” es capaz de leer el futuro como si se tratara de una simple revista del corazón, también lo es que se han dado casos en los que se ha equivocado y eso es algo que todo el mundo sabe. En mi opinión hay cosas que la ciencia no puede explicar ni podrá explicar nunca. Bueno. Al menos eso es lo que yo creo. Ahora bien, si lo que usted intenta hacerme ver Doctor es que hay múltiples contradicciones en mi razonamiento no se esfuerce. Seguiré creyendo en Dios y no en un destino informático por mucho que usted me haga ver lo absurdo de mi razonamiento!
- ¿Y eso?
- ¡Pues supongo que porque me fastidia sobremanera pensar que mi vida ya está totalmente decidida. Lo típico. Ya sabe. Que no importa nada lo que yo haga o deje de hacer ya que todo está decidido de antemano. En cuanto a lo de Dios se refiere, pues supongo que porque me lo han inculcado desde que era una niña y ahora ya es algo que soy incapaz de cambiar, aunque quisiera, que tampoco es el caso!
- Entonces ¿Por qué ha venido aquí Sra. Giselle? ¡Hable claro por favor!
- ¡Para saber qué es lo que no tengo que hacer. Ya sabe. Para llegado el caso, cambiar las cosas justo antes de que sucedan!
- ¿Por tanto sí que cree en el destino, pero un destino variable, modificable? ¿Estoy en lo cierto?
- ¡Sí. Eso se ajusta más a la idea que yo tengo de todo esto. Por ejemplo, no dudo para nada en la capacidad de esa máquina para predecir el futuro tal y como va ahora mi vida, para seguir la línea como usted decía hasta el mismísimo día de mi muerte. Pero también creo sinceramente que si consigo reconducir esa línea, la trayectoria que hasta ahora lleva, pues entonces también mi futuro podría ser “reconducido”! ¿Me equivoco?
- ¡No. En absoluto. No se equivoca. Es más, esa es precisamente la explicación de esos fallos que usted mencionaba hace sólo un momento. Por tanto y en esencia, es impreciso hablar de fallos. El futuro no es algo estático sino que varía a cada segundo. Es más, a cada milésima de segundo está sufriendo pequeñas modificaciones que a la larga pueden resultar inmensas! ¡Pero Sra. Sabartés, me consta que usted es una persona inteligente, culta, capacitada sin duda para hacer una predicción digamos "casera" en cuanto a lo que su vida le pueda deparar en un futuro no demasiado lejano, así que, dejando a un lado las posibles sorpresas, los imprevistos, no sé; un coche que se le viene encima porque un borracho se ha saltado un Stop, o incluso el descubrimiento de la inmortalidad, qué es lo que ve? Es decir ¿cómo ve usted su futuro estando las cosas tal y como están ahora mismo? ¿Un segundo antes de que entrase en esta habitación?
- ¿Sinceramente?
- ¡Por favor!
- ¡No sé doctor. Quizá es una visión un tanto simplista del mundo y de todo cuanto hay en él, pero lo que yo veo, así, a grandes trazos, es una vida tranquila. Sin sobresaltos. Plana y lisa como un anuncio de televisión. Veo niños. Vacaciones en la costa, e incluso algún crucero alrededor del mundo si la cosa no va del todo mal. En el siguiente capítulo lo que veo es a los niños más grandes y a mí más vieja y más gorda. Y en el tercer y último capítulo, a mis nietos correteando a mi alrededor y a mi marido quedándose calvo y diciendo una tontería tras otra! ¡No sé, lo típico!
- ¡No sé como lo ve usted Sra. Giselle, pero a mí no me parece un futuro tan terrible la verdad!
- ¡A mí sí doctor, y por favor, no me haga más preguntas!

domingo, 1 de mayo de 2011

De poder decir uno la verdad


Y entonces y como si alguien hubiese subrayado con un rotulador tóxico únicamente aquellas palabras, se escuchó claramente decir...

«¡Ni aun dejando de follar con tu marido yo dejaría de follar con las demás! ¿O es que no lo entiendes? ¡No te quiero! ¡Y ahora te voy a decir algo más y a ver si te entra en la cabeza de una maldita vez! ¡No te he querido nunca! ¿Te ha quedado claro maldita zorra del demonio? ¡Nunca! - le gritó Amalec a la desconsolada Tiriana que lo miraba con una mezcla de irrealidad y estupefacción. Atónita, aterrorizada y como en estado de semimuerte: ¡Olvídate de mí! – sentenció finalmente Amalec descuartizándola ahora ya con la mirada y odiándose con cada palabra que decía un poquito más. Para después, como un loco cabizbajo y mentiroso, montarse en aquel viejo tren metálico que aguardaba en el andén y desaparecer para siempre. Deslizándose como una serpiente huyendo de un lugar no llamado Edén. Vagón a vagón. Ventana a ventana. Escama a escama. O como si ambos personajes no fueran más que una pequeña parte de dos libros totalmente distintos. Independientes. Asimétricos. Algo así como un par de historias insignificantes que por sí mismas no valen nada pero que juntas valen menos aún. Escritas por un demente tuerto, viejo, calvo y feo. Por un bromista cejijunto que jugaba a ser un Dios que todo lo había vivido.

sábado, 2 de abril de 2011

"Carolux Rex" de Ramón J. Sender


Parece ser que todo país en un momento u otro de su trayectoria histórica acaba por adentrarse en el terreno casi siempre deslizante de las situaciones absurdo-surrealistas, y es precisamente a uno de esos momentos de la historia de España al cual Ramón J. Sender, con una mezcla de sorna y preocupación, dirige sus “rayos catódicos” en su obra Carolux Rex. Pero la naturaleza de los hechos que Ramón J. Sender nos muestra en la mencionada novela -tampoco nos traumeticemos- no es ni mucho menos exclusiva de nuestro país, y si no, ahí están los libros de historia para demostrarlo tantas veces como sea necesario. Es decir: ¿en qué concurso de televisión no se ha mencionado alguna vez aquel célebre episodio de la historia de Grecia en el cual Jerjes, el más soberbio de todos los reyes persas, ordenó azotar al mar con unas cadenas por haber impedido su victoria sobre los atenienses en la mítica batalla naval de Salamina? ¿o qué estudiante de historia antigua no conoce aquella famosa anécdota de la historia de Roma según la cual Nerón, casi con toda probabilidad el más caprichoso de todos los emperadores romanos, quiso que su caballo fuese proclamado cónsul como si aquello fuese una práctica política de lo más habitual?. Los ejemplos, en fin, son muchos y variados, y sin embargo, la verdad es que no por ello dejan de causarnos cierta sensación de irrealidad y confusión. Pues bien, en el caso particular del Carlos II que Ramón J. Sender nos presenta en su obra Carolux Rex, sucede, salvando las diferencias, algo parecido, de tal modo que el lector acaba convirtiéndose en algo así como una especie de testigo incómodo que no acaba de comprender, no ya que un personaje de las características de Carlos II llegase a ser el rey de la corona hispánica con todo lo que ello suponía (pues al fin y al cabo la historia es la que es y por lo tanto nada podemos hacer ya por cambiarla), sino que la verdadera dificultad radica más bien en el hecho de tratar de comprender cómo pudo llegarse a una situación semejante. Es decir, qué tipo de circunstancias tuvieron que darse previamente, para que una serie de acontecimientos tan excesivos, se colaran a través de los ojos de sus coetáneos como algo simplemente normal e incluso en cierto modo inevitable. Las principales causas son según el propio Ramón J. Sender varias, si bien todas ellas podrían agruparse en dos: en primer lugar una parálisis económica de proporciones bíblicas que obstruía como un coágulo todo el sistema financiero de corona hispánica (recordemos si no las dificultades de la propia reina para disponer de algo de dinero en efectivo), y en segundo lugar la extraña relación “instrumental” que mantenían Iglesia y Estado, y que como muy bien se puede apreciar a lo largo de toda la novela, no se sabe muy bien dónde comienza y dónde acaba. Es decir, quién, en definitiva, controla a quién. El resultado de combinar ambos factores resulta en cualquier caso inevitable: un estado de depresión y asfixia nacional crónico del cual el propio rey era únicamente la cabeza más visible y esperpéntica.

Pero además de este diagnóstico que como ya hemos indicado anticipa de forma muy visible el inminente colapso tanto de las instituciones políticas como de la sociedad “española” en su conjunto, Ramón J. Sender también nos introduce paralelamente en otras problemáticas de la época que sin llegar a ser tan decisivas, sin duda resultan igualmente fundamentales para avanzar secuencialmente en la comprensión global del problema. Es más, es precisamente mediante la suma de todas estas problemáticas llamémoslas “subsidiarias”, como se accede a la esencia misma del problema y no al revés. De esta naturaleza serían por ejemplo las constantes intrigas en la corte como consecuencia de las dificultades de los propios reyes para proporcionar un heredero que diese estabilidad al reino. Como también de esta naturaleza serían los múltiples abusos que comete la Iglesia especialmente en nombre de la Inquisición, y que tan gráficamente podemos observar a través de algunos de los pasajes -en mi opinión- más impactantes y surrealistas de toda la obra: la escena de la momia de un supuesto santo en la cama del moribundo Felipe IV, el harén que se construye el segundo inquisidor de Barcelona y que está formado -atención al dato- por más de cincuenta jovencitas de las cuales dispone como si fuesen electrodomésticos. O incluso el exorcismo al que es sometido el propio monarca ya hacia el final de la novela como si de hecho estuviese siendo tratado de un vulgar resfriado, no son más que algunos de los ejemplos más representativos que podemos encontrar en este sentido. Pero eso no es todo porque la lista es, en fin, mucho más amplia: la ejecución de un caballo en una horca “lógicamente” hecha a medida por haberse atrevido a lanzar a la reina al suelo, la cremación pública de los huesos de dos momias (sí, en efecto, de dos momias) por sus pecados cometidos en vida, los intentos del propio rey por intervenir en asuntos económicos con el consiguiente aumento de la inflación, la expulsión de todos los diplomáticos extranjeros de la corte por una simple cuestión de celos, etc, etc, etc.

Ahora bien, presentándonos un panorama tan saturado de escenas grotescas y esperpénticas ¿qué pretende exactamente el autor de la novela? ¿de qué, en definitiva, intenta prevenirnos y si es que efectivamente intenta prevenirnos de algo? ¿o es que por el contrario podría llegarse a la conclusión de que únicamente se trata de un simple ejercicio literario? ¿de una forma como otra cualquiera de entretenerse a falta de un pasatiempo mejor? ¿tan aburrido iba a ser el exilio? posiblemente sí, y sin embargo y aunque desde luego debamos reconocer que con ello estaríamos entrando en el terreno de la especulación, resulta bastante difícil creer que un hombre de las convicciones y compromiso político de Ramón J. Sender, escribiese un libro de tales características simplemente porque sí, por el simple hecho de entretenerse y nada más. Por el contrario y especialmente teniendo en cuenta el momento y lugar desde donde se escribe el libro (principios de los años sesenta desde el por aquel entonces exuberante y políticamente convulso exilio norteamericano) podemos atrevernos incluso a lanzar la hipótesis de que podría haber existido por lo menos en la mente del autor, algún tipo de conexión entre la España esperpéntica de la corte de Carlos II, y la España no menos esperpéntica que estaba dejando a su paso una dictadura que ya llevaba instaurada más de veinte años cuando Ramón J. Sender se decidió por fin a escribir el libro en cuestión. Pero cuidado porqué más allá de los puntos en común (más o menos justificados) que puedan establecerse entre uno y otro “régimen”: naturaleza poderosamente confesional del Estado, aislamiento social, político y económico con respecto a sus vecinos europeos, lo grotesco e incomprensible de sus respectivos líderes, etc, etc, etc, parece estar la intención del autor de subrayar con un rotulador bien potente, en primer lugar la dificultad que supone para cualquier homo sapiens detectar su contexto político y social a tiempo real, es decir, justo en el mismo momento en que ya ha comenzado a aplastarlo, y en segundo lugar y quizás se trataría aquí de una simple consecuencia del fenómeno anterior, la incapacidad de evitar que ciertos procesos ya no históricos sino simplemente humanos, se repitan una y otra vez como un viejo disco rayado.

domingo, 6 de marzo de 2011

La fiesta de cumpleaños

Es indudable que los acontecimientos parecen querer dirigirme hacia la locura más absoluta. Hacia la formación de una mancha de aceite de apariencia humana, que después se irá extendiendo sin dejar vacío ni uno solo de los orificios, entrantes o recovecos, de una vida que una vez puesta frente al espejo, no reflejará más que un inmenso agujero negro. Además, las cifras, como siempre, no dejan lugar a la duda. A mis ya casi cincuenta años de edad apenas poseo lo que ahora mismo llevo puesto, y que mejor prueba que esa para demostrar que he fracasado por completo. Que a pesar de mis prometedores proyectos de futuro, mi vida en realidad se reduce a una simple sucesión de derrotas para las cuales no puedo culpar a nadie salvo a mi mismo. Y es que el cuaderno sobre el cual escribo estas pocas líneas y al que tantos sacrificios he dedicado, jamás podrá teñirse con letras de oro.

El mundo para mí es como un enemigo perfecto. Jamás se equivoca. Ni una sola vez da un paso en balde.

Pero lo cierto es que tampoco en mi vida extra-literaria he conseguido logro alguno. Destacando de entre toda mi lista de desilusiones, mis más de diez intentos frustrados de suicidio, y que no vienen sino a confirmar mi ineptitud y cobardía, pues incluso a la hora de desaparecer no veo más que inconvenientes. Así que ¿no sería únicamente la idea de una vida posterior, de una rendija por la que poder espiar, lo que hace de la idea de la muerte algo mínimamente soportable? Y aún más, ¿no podría ser eso aunque visto al revés una solución? Quiero decir: ¿Qué se supone que debería hacer para desaparecer, morir, extinguirme tal y como al parecer es mi intención, pero al mismo tiempo pudiendo observar desde un pedestal, desde una tribuna segura y confortable, los efectos que esa misma muerte producirá en todos aquellos sobre los que (es algo evidente) pretendo dejar una impresión, una marca, la huella indeleble de un recuerdo incómodo? Es decir ¿cómo hacerlo para mantenerme vivo y muerto al mismo tiempo y de una forma incluso tonificante y divertida?

A este respecto la única solución que se me ocurre sería la de simular mi propia muerte, mi propio suicidio, a fin de observar después las huellas de mi vida, aunque eso sí, todo ello perfectamente vivo y desde luego capacitado para poder disfrutarlo sin pasar necesariamente por el mal trago de una muerte dolorosa y ciega. Tan negra y estrecha, tan honda, sorda y alargada, que ni aún caminando durante miles de años uno conseguiría tocar una de sus miles de entradas pero ninguna salida.

No en vano está demostrado que no existe un solo autor en este mundo al que no se le derritan la punta de los dedos al contemplar la posibilidad de su futuro éxito. En cómo su obra pasará de mano en mano y será leída y soñada hasta el infinito. Es más, el simple hecho de imaginárselo, de anticiparlo aunque sólo sea en una pequeña parte que difícilmente se corresponderá después con la realidad, es ya de por sí un motivo de excitación continua para la mente siempre agitada de todo artista-escritor-creador. Y es que sólo así tienen explicación todos esos libros-suicidio. Todas esas vidas-incendio, pues de lo contrario ¿cómo podría ser posible algo así?.

Partiendo de tales premisas por tanto, no es extraño que mi propósito y una vez examinado con detalle el problema, sea el de hacer todo lo contrario a lo que a mi modo de ver las cosas, no ha sido más que un inmenso error por parte de mis colegas y compañeros. Así pues, se trataría más bien de actuar del mismo modo que uno de esos soldados que en el momento álgido de la batalla, corren como topos a esconderse debajo de sus compañeros ya muertos, a fin de protegerse de una muerte que ellos consideran inservible y segura, y es que únicamente la muerte, aunque sea fingida, nos hace libres.

Ahora bien, parece igualmente obvio que tal propósito exige de una planificación previa, y es que no me imagino yo como podría emprenderse un proyecto de semejante envergadura sin haber realizado previamente, un estudio pormenorizado de cada una de las circunstancias que lo componen así como de los múltiples efectos que estas mismas circunstancias podrían causar una vez estuviesen puestas en marcha. La cosa debe ser, por tanto, sencilla. Tal y como aconsejan los preceptos de la literatura contemporánea cada cosa debe caer por su propio peso (nada de empujones!!!!) y de tal modo además que cada paso, cada movimiento dirigido en una u otra dirección, una vez superado se muestre como inevitable, como perfectamente sintonizado con respecto a la trayectoria que ya traían todos los movimientos anteriores y sin los cuales jamás se habría llegado hasta el punto en el que ahora -es un decir- nos encontramos. Resumiendo, a los ojos del más sagaz rastreador-investigador, el “producto” una vez finalizado, tiene que mostrarse tan coherente y lógico, tan estúpido y sencillo, tan evidente a pesar de que a nadie se le había ocurrido antes, que imaginárselo de otro modo sería poco menos que convertirlo en un poema de ciencia-ficción. Las preguntas derivadas por tanto deberán ser varias: ¿De dónde saco yo una obra no publicada pero que sin embargo sí sea lo suficientemente buena como para asegurarme el acceso directo al futuro inamovible de los escritores-mágico-eternos? ¿Escribiéndola? No, desde luego que no. Yo no soy lo suficientemente bueno para conseguir algo así, pero en cambio sí creo ser lo suficientemente bueno como para conseguir que otro lo consiga por mí. Ahora bien, de escoger efectivamente dicha línea de acción debería encontrar previamente a un escritor novel (o varios) que hubiesen acabado su obra, que no la hubiesen publicado por el motivo que fuese, y lo esencial, lo más importante de todo sin duda, que fuese lo suficientemente generosa como para que ya con ella bajo el brazo, me viese en disposición de intenetar el asedio final. Aquello por lo que tantas barbaridades habría cometido sin duda. Sin embargo tal plan conlleva una nueva cadena de interrogantes porque, ¿desde dónde podría tener yo acceso a todos esos escritores noveles, con talento, pero especialmente, que no encuentren salida para su obra? ¿O qué hacer con ese mismo escritor en el supuesto de que efectivamente lo encontrara y también supuestamente, cumpliese todos y cada uno de los requisitos por los cuales ha sido seleccionado? ¿Deshacerme de él evitando con ello sus más que seguras reclamaciones? ¿O financiarlo de algún modo satisfactorio para ambos para que de ese modo pudiese seguir con su labor, aunque eso sí, renunciando a todo tipo de reconocimientos posteriores?

Mi abuelo siempre me decía que la verdad más amplia es siempre la mejor.

Así a voz de pronto, el mejor lugar que se me ocurre para poder tener acceso al mayor número de obras posibles sería el de trabajar en una editorial. Por tanto el primer paso y de seguir con el mencionado plan adelante, sería el de encontrar un trabajo de cierta responsabilidad en alguna editorial (aquí debería utilizar las pocas influencias que aún me quedan) y no sólo eso, sino que además dicha editorial tendría que estar especialmente involucrada en el hallazgo de jóvenes talentos independientemente del valor “de mercado” de sus obras. A este respecto quizás lo más conveniente sería mantener un contacto directo y periódico con alguien especialmente escogido por mí y acreedor de mi más absoluta confianza (un viejo amigo quizás), y que una vez puesto al tanto de mis intenciones, cumpliría después en riguroso silencio con las órdenes que yo previamente le habría dado: encontrar a alguien potencialmente bueno, no concederle premio alguno pues sino estaríamos completamente perdidos, e inmediatamente después hacérmelo saber para que yo y una vez informado de todos los detalles, pudiese tomar las medidas oportunas.

Desde luego creo que no es necesario mencionar que dicho plan no iría únicamente encaminado a un único autor con todos los riesgos que una decisión así supone, sino que más bien la idea sería la de crear, la de establecer digamos, como una especie de entramado cuyo objetivo final sería el de separar el grano de la paja. En cuanto al tema de simular un nuevo suicidio se refiere, la verdad es que no creo que vaya a suponerme un gran esfuerzo superar un nuevo intento, y de ahí que siguiendo por esta misma vía, no crea necesario añadir nada más.

Ahora bien, si de verdad pretendo sacar adelante un proyecto de semejantes características, tampoco debería olvidar que nadie en su sano juicio se pone a escribir, y menos aún, algo que valga realmente la pena leer. De hecho si prestamos un mínimo de atención a algunos de los autores que mayor huella han dejado a lo largo de la historia de la literatura universal, podremos comprobar sin demasiada dificultad, como muy pocos de ellos llevaron lo que se suele decir una existencia confortable. Es más, la mayoría de ellos por no decir casi todos, poseen una biografía aún más alucinante que las propias obras que los vieron nacer a ojos de sus conciudadanos. A Dostoievski estuvieron a punto de crucificarlo por borracho, ludópata y traidor, así como que a la madre de Cervantes probablemente le hubiese dado un patatús bien grande si el día que su hijo sacó la cabeza de entre sus piernas, le hubiesen anticipado los caminos no siempre transitables por los cuales aquel pobre niñito de nariz ya seguramente respingona, tendría que transitar a lo largo de tantos años del mismo modo que el más estúpido de los hombres. Los ejemplos son, en definitiva, infinitos, y no sólo infinitos, sino que también son lo suficientemente variados como para poder extraer una conclusión sin temblar en lo más mínimo: si de verdad pretendo encontrar a alguien con verdadera potencia, alguien que de verdad tenga algo original que contar, no deberé buscar exclusivamente en las editoriales más conocidas de la ciudad, sino que lo más adecuado sería buscarlo en algún agujero infecto. En alguna lista del paro o algo peor. Fuera de todas las estadísticas que publica puntualmente el estado para tales asuntos.

Desde luego que con esto no pretendo decir que una persona moderada y cultivada, un profesor de universidad que haya estudiado en Oxford por decir algo, no pueda escribir algo realmente digno del más selecto de los lectores. Todo lo contrario. Quien mejor que un profesor de universidad educado en el extranjero para escribir grandes obras; dispone de tiempo, de dinero, de perspectiva, de una tranquilidad por lo menos aparente, de los conocimientos necesarios así como de los medios para emprender cualquier tarea que se proponga, y así sucesivamente. Pero si por el contrario partimos de la base de que a mi tales escritores no me interesan lo más mínimo debido precisamente a esa "facilidad" con la que abordan cualquier empresa, pues entonces caeremos también en la cuenta de que los autores que realmente me interesan son aquellos que debido a lo insostenible de sus vidas, a lo incierto e inestable de sus futuros, se tuvieron que aferrar a las páginas de un libro como el que se aferra a un flotador en medio de un naufragio. Por tanto y paralelamente al plan expuesto con anterioridad (al tema de la editorial me refiero) sería de hecho muy aconsejable no descartar la posibilidad de que los autores más adecuados para el objetivo que hoy, aquí, en este preciso instante, me he impuesto, no tengan ni el coraje ni la confianza suficiente como para presentarse a concurso alguno, o no hablemos ya de pedir cita en una editorial para que un filólogo que en sus ratos libres no sabe ni qué hacer, le infle la cabeza con que si sus estructuras gramaticales no son correctas, o con otras cuestiones igualmente siniestras que nuestro “náufrago” jamás podría comprender por mucho empeño que pusiese en ello. De hecho el escritor que yo ando buscando, es aquel escritor que ante todo no se considera escritor, y en consecuencia ni se ciñe a unas formas estilísticas determinadas, ni menos aún a unos contenidos establecidos a los que rendirles cuentas, precisamente porque visto al revés, visto en definitiva como se debería ver, todo cuanto le rodea y que no es otra cosa que el material del cual se nutre como un mosquito, es ya de por sí susceptible de tener una forma y un contenido determinado. El autor que me interesa debe ser por tanto un hombre alejado, aislado, cuanto más mejor, de las ideas imperantes de su entorno. Manera de entender la vida esta que no hace otra cosa que arrinconarlo como a una escoba, pues como es lógico suponer, no hay hombre en este planeta por muy fuerte que sea, que pueda salir invicto de una batalla global contra el mundo del cual aunque no le guste, forma una parte muy activa. De hecho al hombre del que hablamos lo más probable es que le falten algunos dientes o tenga algún antecedente clínico o policial. En las conversaciones con sus amigos y si es que de verdad todavía conserva alguno, casi siempre permanecerá callado y únicamente intervendrá cuando él lo considere estrictamente necesario, pues intuirá que de no hacerlo, de continuar ausente, ese mismo grupo de amigos que todavía lo aceptan lo tacharían de extraño si de verdad expresase lo que realmente siente. Igualmente ese hombre del que hablamos pocas veces será visto en actos públicos (desde luego uno de sus peores enemigos) ya que como no puede ser de otro modo, estos le causarán unas depresiones dignas de ser estudiadas por el mejor psicólogo del mundo. Nuestro hombre es y debe ser por consiguiente un marginado, un aristócrata, un vagabundo, un ser vapuleado a pesar de su resistencia por una vida que no se anda con tonterías pues bastante trabajo tiene ya con todos aquellos que en un claro contraste, sí parecen realmente interesados en sus lecciones y consejos. Ahora bien, ¿cómo encontrar a un tipo así? ¿O dónde hallar a un hombre tan sumamente escurridizo y que si algo intenta con todas sus fuerzas es llamar la atención pero en absoluto silencio, es nadar siempre a contracorriente pero no porque él lo considere una norma lo cual sería una estupidez, sino porque los gigantes contra los que él se ha levantado en armas tienen la forma de unos dogmas que él quisiera ver destruidos? Aquí de lo que estamos hablando es, señoras y señores, de un soldado inmerso en una lucha infinita. En una guerra que nunca puede acabar porque aceptar su fin, la paz definitiva, sería el sinónimo perfecto de estar muerto. De lo que aquí estamos hablando es de un ser tan increíblemente ingenuo que no comprende que ni aun removiendo las aguas mil veces conseguirá ver jamás el fondo.

Desde luego no deberíamos pasar por alto que en realidad dicho comportamiento obedezca únicamente a una situación determinada y por tanto transitoria, y que una vez superado ese mismo problema que ha sido el causante de conducir a nuestro pasajero a una situación tan extrema, el sujeto en cuestión pase a reintegrarse en el grupo que tantas veces criticó pues a fin de cuentas era lo que realmente deseaba. Pero lo que el lector todavía no sabe es que a mí tampoco me interesan este tipo de personajes, y no porque tenga nada en contra de tales individuos (todo lo contrario, me parece una decisión muy sabia la de actuar con moderación evitando con ello futuros problemas) sino porque lo que yo busco nada tiene que ver con este tipo de personas. Es decir que, no me interesan en absoluto las personas que saben verle las orejas al lobo, sino que más bien sucede todo lo contrario, los personajes que realmente me interesan, son aquellos que aún viéndole las orejas al lobo, se lanzan contra él con más empeño y obstinación si cabe.

Por desgracia tal clase de hombres no abundan precisamente, y es que desde luego no parece una política de vida muy recomendable, la de ir al revés del mundo para que una vez agotadas sus fuerzas, todo vuelva a quedarse exactamente como estaba en un principio. Sin embargo la utilidad de tales individuos parece incuestionable, y es que si bien su aportación a la historia del hombre en cualquiera de los campos en que éste actúa parece más bien transparente, su ausencia por el contrario sí sería bastante destacable. Desde luego que también es muy cierto que a dichos personajes y si tuviésemos la posibilidad de mantener una conversación en confianza con ellos, nos dirían que a ellos personalmente tales cambios los traen sin cuidado, que ellos, en definitiva, no hacen lo que hacen empujados por una labor “humanitaria” ni mucho menos, sino que simplemente lo hacen porque no saben hacer otra cosa, porque no les “sale” nada diferente. Sin embargo que ellos no lo hagan con una intención determinada y encaminada a la mejora de la especie humana, no quiere decir que nosotros, todos aquellos que nos encontramos al otro lado de la frontera que separa la moderación del exceso, la mediocridad de la genialidad, la luz de la oscuridad, no podamos sacar alguna pequeña recompensa por ello. Tales individuos fueron no obstante los causantes de que hoy en día se escriba de una forma muy diferente a como por ejemplo lo hacía Aristóteles, o que hoy en día unos muchachos llamados Beastie Boys, hagan una música que muy probablemente habría bailado como un loco el mismísimo Mozart de haber tenido la posibilidad de escucharlos. De hecho sino fuera por tales personas el mundo seguiría exactamente igual que hace dos mil años, y algo así señores, un mundo como el que tales condicionantes nos prefigura, sería de todo menos una fiesta de cumpleaños.