Una de las ventajas más interesantes que sin duda ofrece Internet y con ella la edición de blogs, páginas web, redes sociales, etc. etc., etc., es como poco, la de conceder a todos aquellos que la utilizan, la posibilidad de editar de forma inmediata, continua y casi infinita, cualquier tipo de producción que haya salido de sus cerebros. El resultado de todo ello es un producto que a diferencia de lo que venía ocurriendo en el pasado, nunca, jamás y bajo ningun pretexto, dejará de crecer, cambiar y adaptarse a las circunstancias en las cuales por fuerza deba desarrollarse, hecho que nos hace pensar a su vez en la mismísima vida y existencia de las cosas que -para que nos entendamos- esta vez sí son cien por cien "reales".

Este blog de lo que trata por tanto es de aprovechar esos "vericuetos" virtuales, y a partir de ahí equiparar la literatura (en otro lugar pasará lo mismo con la música) a un estado muy próximo a la existencia. A un estado en el cual "como en la vida misma", las cosas puede que un día sean fantásticas y al siguiente no valgan absolutamente nada, pero lo que no pasará nunca es que continuen siendo perezosamente iguales a como lo habían sido siempre. Porque, ¿alguien ha tenido alguna vez el placer de conocer a alguna persona que estuviese totalmente finalizada? O más aún: ¿alguien puede precisar el día y la hora en que tal o cual sentimiento se extinguió para siempre?



domingo, 2 de diciembre de 2012

Ensayo y error

Hoy mi padre se está retrasando mucho más de lo que en él es habitual. Miro el reloj y para mi desgracia son ya casi las siete y media de la tarde. Así que lo hago es salir de la habitación en la que me encuentro y dirigirme hacia la ventana del comedor mientras pienso: «Como se retrase mucho más todo mi plan se va a ir al garete». Ya en el comedor me veo a mi mismo descorriendo las cortinas y buscando a mi padre entre un montón de cosas que hay abajo en la calle: coches de diferentes formas, tamaños y colores aparcados por todas partes, niños también de todas las formas, tamaños y colores que corretean por el parque levantando a su paso un montón de polvo, una señora con un cesto de la compra en la mano que se da perfecta cuenta de mi presencia en la ventana y levanta la vista tropezándose así con la mía. Pero lo que se dice de mi padre, ni rastro. Cierro las cortinas y como dando un paso hacía atrás, vuelvo a pensar en la señora del cesto en la mano, así que me digo: «Ojala esa mujer no haya llegado a la terrible conclusión de que la estaba observando a ella» pero tal pensamiento a su vez no consigue evitar de ningún modo que me sienta algo culpable, sino que sucede más bien todo lo contrario. Es decir, quizá por el solo hecho de haberlo pensado y por tanto haberlo hecho en cierto modo posible, me siento ahora mucho más culpable que nunca. Entonces mi madre desde la cocina parece que quiere decirme algo que en principio no entiendo. Me acerco. Me la encuentro peligrosamente subida en un taburete sosteniendo con una mano lo que parece ser una brocha, mientras que con la otra, con su mano izquierda se entiende, sostiene con una precaria seguridad el bote del cual deduzco que va cogiendo la pintura que va necesitando para continuar así con su labor. Su objetivo, al parecer, es hacer desaparecer unas extrañas manchas marrones que han aparecido en el techo como fantasmas, aunque también podría ser vuelvo a pensar a continuación, que quizás tales manchas ya estaban ahí y que he sido yo quien tan poco observador como siempre, no había reparado en su presencia a pesar de haber entrado y salido de la cocina más de cien veces ese mismo día. Sea como fuere lo que sí parece incuestionable es que mi madre lleva un pañuelo azul a forma de protector que le cubre la cabeza, pero no así el suelo el cual está todo cubierto de “lamparones” tal y como ella suele denominar cualquier tipo de mancha que haya en el suelo. Yo para más información tengo quince años, y lo que mi madre quería decirme lo repite ahora con una extraña insistencia: «Te he dicho que no te preocupes, que sabe que lo estas esperando, y que llegará tan pronto como le sea posible». Sin embargo y no contento con la respuesta que mi madre me ofrece, vuelvo sobre mis propios pasos y de una forma tan perfectamente inversa además, que para cuando quiero darme cuenta ya estoy descorriendo las cortinas de nuevo. Nada, mi padre sigue sin aparecer así que en esta ocasión me veo obligado a decirme: «Bueno, siéntate en el sofá y tranquilízate un poco. Llegará cuando menos te lo esperes». Obedezco. Estoy sentado en el sofá y por un momento y sin que lo pueda remediar, me viene a la cabeza la terrible idea de que mi padre va a llegar tarde por algo, por ejemplo, porque los han obligado a quedarse a echar hormigón o algo así. Tal hecho provoca a su vez que al menos momentáneamente me venga abajo de un modo irremediable; mis miembros se destensan y se tensan a la vez sin que parezcan seguir lógica alguna. Intento en vano separar mis pensamientos positivos de otros que no lo son tanto. Observo el vuelo esquizofrénico de una mosca que no parece que tenga muy claro cuál es el siguiente objetivo a seguir. Afortunadamente para mí sin embargo, ahora las cortinas están cerradas, y nadie, salvo mi madre, puede ver lo triste y confuso que estoy. Me recupero. El motivo de mi mejora es que he escuchado el ruido de un coche que se aproxima: «Quizá ahora sí que sea él» me digo de repente y dando un salto en dirección a la ventana, pero cuando aún sin haber tenido tiempo de asomarme y comprobarlo por mi mismo, comprendo que dicho coche va a demasiada velocidad como para detenerse justo delante de mi casa, entonces también comprendo que ya ni siquiera tiene sentido mirar a través de la ventana y exponerme con ello a que alguien me pueda volver a ver. Además, yo creo saber reconocer perfectamente el sonido que produce el motor del coche del amigo y compañero de mi padre, y ahora que lo pienso, este no tiene nada que ver pues se trata sin duda de un coche más moderno y por tanto menos ruidoso. En fin, decido volver a mi habitación algo penumbroso y de tal forma además, que me veo incapacitado para hacer cualquier otra cosa que no sea tumbarme sobre la cama boca arriba, cerrar los ojos como el que apaga la luz, e inmediatamente después empezar a imaginar. El procedimiento escogido esta vez es el de poner mis pensamientos en la boca de otras personas que ni siquiera conozco, o que ni mucho menos se donde se encuentran porque simplemente no parecen estar en ningún sitio en concreto (no tienen cara!!!), pero de las cuales y por el motivo que sea, en cambio sí poseo la capacidad de escuchar todo cuanto dicen sobre mí: «¿Has visto que chico más guapo?» pregunta alguien con voz de chica «No, no, no es guapo» responde a su vez otra chica que no tiene cara o que sí la tiene pero que por el motivo que sea yo soy incapaz de distinguir «Es sólo que parece que tenga algo especial, un “algo” que no se puede ver a simple vista y menos aún explicar con palabras». Abro los ojos. Cojo un trozo de papel que arranco de una libreta que encuentro sobre la mesita de noche y un bolígrafo en el cual se puede leer en unas letras azules y rojas: «F.C. Barcelona, Campeón de Liga 90 - 91» y con ellos empiezo a redactar una lista de cosas que no debo olvidar de ningún modo: tres pares de tejanos, calzoncillos, calcetines, bambas, zapatos, bañador, un libro de viajeros del tiempo aunque todavía no me gusta leer, etc, etc. Pero es precisamente entonces cuando me interrumpe un sonido seco parecido al que produce la puerta al cerrarse, así que dejo todo cuanto estoy haciendo e intento averiguar qué es lo que está ocurriendo. En efecto, alguien ha entrado en casa y de tal modo además, que creo distinguir la voz de un hombre y una mujer que discuten a media voz sobre algo, posiblemente sobre mí, pues de entre todas las cosas que dicen creo reconocer primero la palabra “el niño”, y después y en un tono un tanto condescendiente, la frase: «Bueno, no te preocupes, ya sabes como es». Salgo de mi habitación y me dirijo hacia la cocina ¿Quién será? Me pregunto mientras camino a grandes pasos. ¿Alguno de mis hermanos, mi tío, mi padre, mi primo? La respuesta, sin embargo, no tarda en llegar: es mi hermano el mayor que viene a recoger algo acompañado por un amigo, y que mira tú que casualidad, antes de pasar a su habitación se ha detenido a hablar con mi madre un momento, conversación que a su vez, les ha llevado a hablar de “mi plan” y del estado de nervios en el cual según ellos me encuentro. A mí personalmente lo que me molesta de todo este asunto no es que hablen de mi plan hasta ese momento calificado como secreto, sino que lo hagan delante de una persona que podría sacar conclusiones erróneas sobre mi forma de ser. Es decir, que saque una conclusión acertada de cómo soy en realidad; hipersensible, vulnerable, débil, de carácter asmático, increíblemente egoísta, etc. El resultado de todo ello es que tan pronto entro en la cocina todos me miran a la vez; el amigo de mi hermano por ejemplo, se llama L, me da un pequeño golpe en la espalda como diciéndome «Tranquilo chaval, que no pasa nada», mientras que mi hermano en cambio me mira y sonríe, y aunque tampoco me dice nada en concreto que me permita averiguar cuál es su verdadera opinión sobre el asunto que nos ocupa, lo cierto es que sí parece insinuar con cada uno de sus gestos: «Haz lo que quieras, pero que sepas que estás cometiendo un grave error». Mi madre por su parte tampoco dice nada y se limita a continuar con su labor en cuanto todos empezamos a salir de la cocina.

En cuanto a mí y una vez hecha una primera estimación de mi estado de ánimo, caigo en la cuenta de que me siento más triste y apenado que antes, y además, que empiezo también a contemplar la posibilidad de que efectivamente así sea, y por tanto y tal y como asegura mi hermano, esté cometiendo un error irreversible. Sin embargo tal pensamiento viene a enlazarse entonces con otro mucho mayor y que acaba por adquirir la forma de algo similar a un flotador: «Desde luego, cabe la posibilidad de que me esté equivocando y que una vez haya puesto mi plan en práctica, acabe por darme cuenta de que efectivamente me he equivocado, que todos ellos estaban en lo cierto cuando decían lo que decían, hecho que vendría a demostrar mi falta de experiencia y sensatez, o quizás y ya en un plano más general, incluso un exceso de egoísmo ya que estoy tomando una decisión que atañe a todos de forma unilateral. Pero ¿Y qué diría “él” de todo esto? O ¿Alguien se ha parado a pensar en cuál sería su opinión si por un momento el pobrecillo tuviese la capacidad de hablar, de explicarnos con detalle qué es lo que realmente opina sobre todo el asunto? No, desde luego que no me justifico al final, pero en cambio yo sí que lo he hecho. Aún más: he pasado largas horas a su lado y he visto sus ojos de modo que se lo que significan esas pequeñas miradas negras. Como también sé lo que significan tal cantidad de movimientos por segundo: que se muere de pena por encontrarse en la situación en la que se encuentra, y que su única ambición en esta vida es la de ser libre, comenzar una nueva vida, y olvidar cuanto antes esa lamentable fase de su existencia. Pero no, continúo diciéndome. Todos ellos no sólo no han contemplado esa posibilidad, sino que ni siquiera la consideran como una posibilidad propiamente dicha. Lo que sí han hecho en cambio es establecer una serie de argumentos los cuales aseguran cimentar sobre la experiencia, sobre una especie de conocimiento adquirido del cual a pesar de mis preguntas no saben precisar su origen, que justifiquen (y además lo hacen todos a la par, algo así como si hubiesen participado todos en una reunión secreta en la cual habrían marcado después una serie de pautas a seguir) y no sólo justifiquen, sino que también tapien el acceso a cualquier otra opinión diferente de la suya (la mía sin ir más lejos) con lo cual lo que acaban consiguiendo es primero que yo me sienta inevitablemente culpable por lo que quiero hacer ya que nadie me apoya con respecto a la decisión que he decidido tomar, y en segundo lugar, que ellos y pase lo que pase después, siempre se puedan escudar tras la famosa y terrible frase de: «Te lo advertimos pero no nos quisiste escuchar» Conclusión: los cobardes y egoístas son ellos y no yo, y no sólo eso, sino que además les voy a demostrar que tengo razón, que mi amplitud de miras es mucho mayor que la suya, y desde luego que mi decisión es mucho más democrática, justa, y en definitiva más beneficiosa para todos (y cuando digo todos quiero decir todos) que la suya. Pero es después y como si cada uno de mis pensamientos viniese entonces a aplastar al anterior, cuando pienso que de la misma manera que yo creo que siguiendo todo recto por mi “camino” jamás nos encontraríamos con una sola contradicción, ellos a su manera también deben haber pensado lo mismo aunque desde el otro lado, del lado opuesto, de lo que se deduciría a su vez que o bien hay dos caminos paralelos que conducen a una misma verdad, o más bien y es esta última opción es por la cual yo me decanto a falta de otra mejor, que ninguno de los dos caminos conduce de una forma directa a la verdad. Dejo de pensar. Lo que sí hago por el contrario es volver a mi habitación, de tal modo que empiezo a poner mis cosas en orden y a agruparlas bajo el criterio de “lo que simplemente son”: los calzoncillos con los calzoncillos, los pantalones con los pantalones, los calcetines con los calcetines, etc., etc. Pero es sólo cuando he acabado con dicha tarea organizativa cuando me doy cuenta de que me siento mucho mejor, infinitamente más tranquilo, así que esta vez la pregunta derivada de mi acción es la siguiente: ¿Pero por qué? ¿Por qué el hecho de poner unas simples prendas de vestir en orden me hace sentir mucho mejor? Las asociaciones de ideas empiezan entonces a dejarse ver a la velocidad del rayo: tengo el pelo rizado y sin embargo cuando me peino, hago todo lo posible por alisarlo, por acabar con todo ese “desorden”. Siguiente pregunta: ¿Surge por tanto todo ese deseo de alineación, de organización, de un simple motivo estético, es decir, del hecho de que yo considere que estoy más guapo con el pelo liso que con el pelo rizado? No, no sé por qué pero algo en mi interior me dice no es así pues de ser esa la explicación que lo circunvalara todo actuaría siempre del mismo modo cosa que ni mucho menos hago, hecho que me lleva a su vez a tropezarme casi sin querer con la solución: puesto que no siempre actúo del mismo modo ni mucho menos aplico tal carácter “estético” a todos los ámbitos de mi vida sino que más bien sucede casi todo lo contrario, es decir, más bien me considero una persona sumamente desorganizada, caótica y desaliñada, cabe suponer que precisamente por eso es por lo que lo hago, esto es, por la necesidad de empezar a cuadricular mis sentimientos, definir mis emociones, y en última instancia, por clasificar, estetizar y controlar todo aquello que pasa tanto dentro como fuera de mi cabeza. En definitiva, por compensar. Pero es justo en ese momento cuando me veo obligado a abandonar mis cavilaciones pues desde el otro lado de la puerta oigo llegar perfectamente claras y como envueltas en papel de celofán, las palabras de mi padre que esta vez sí de una forma inequívoca dicen: «Al niño dejadlo en paz, si él quiere hacerlo que lo haga y no se hable más». Así que salgo de la habitación y me dirijo a toda prisa hacia él con tanta emoción, con tanta determinación, que cuando por fin me hallo frente a él, resulta que me veo casi obligado a disimular mi auténtico estado de ánimo (pues considero que es excesivo) y hundirlo en mis profundidades: «¿Qué?» me dice apoyando su mano de gigante sobre mis hombros de enano «¿Vamos?». Sí, le respondo. A lo que después añado y esperando desde luego que me responda que no: «Mira papá que si estás muy cansado lo hago yo solo eh».

Uno junto al otro nos dirigimos hacia el balcón. Lo observamos. “Él” nos mira a nosotros y por un momento yo me siento igual de feliz, es decir, de una felicidad parecida, a la que creo yo que debió sentir Dios cuando creó al hombre y después lo echó a correr. Mi padre en cambio a quien mira no es a “él” sino a mí, y por un momento que por supuesto soy incapaz de retener para después revisar y analizar con más calma, me pasa por la cabeza la idea de que él, mi padre, el bueno de mi padre, el amable, bueno, fuerte y comprensivo de mi padre, sin duda debe sentir algo parecido a lo que siento yo pero a otro nivel imposible todavía para mí de precisar ni menos aún de definir con palabras, pero que sea por el motivo que sea, estoy seguro de que le causa algún tipo de satisfacción análoga a la mía pues de sus ojos emana un brillo y calidez que de ningún modo pueden significar desaprobación o prohibición, sino que más bien parece que quieran decir: «Pobre hijito mío, ni te imaginas cuan difícil e inhóspito es ese mundo que te espera ahí fuera».

Lo hemos cubierto ya. Para ello hemos utilizado una funda de color verde que mi madre nos ha proporcionado sin que apenas nos hayamos dado cuenta, y ahora lo sostengo fuertemente con mi mano izquierda de tal manera, que incluso evito respirar demasiado fuerte no vaya a ser que se asuste. Acto seguido hemos descendido hasta la calle, y por tanto emprendemos ahora sí el camino hacia lugar que de mutuo acuerdo hemos escogido por parecernos el más adecuado para nuestro propósito. Todo va bien hasta que un hombre, un conocido de mi padre, se cruza en nuestro camino y lo fastidia todo: «¿Qué M, a darle un paseo?» a lo que mi padre responde: «¡No, no, que va, lo que vamos a hacer es soltarlo. Al niño se le ha metido en la cabeza que lo dejemos ir y ya sabes como son los niños para estas cosas!» a lo que el hombre, hombre al que por otra parte yo fulminaría de un ataque al corazón si tuviera la más mínima posibilidad de hacerlo, responde: «Pero que dices hombre, si eso es la alegría del barrio». Nos despedimos. El hombre por fin se queda atrás como una pesadilla mientras que nosotros por nuestra parte proseguimos por nuestro camino aunque la verdad es que yo comienzo a sentirme cada vez peor. Los motivos en este caso son diversos: en primer lugar porque mi padre me ha defraudado terriblemente pues yo sinceramente creía que el hecho de acompañarme e incluso defenderme ante el “resto”, se debía fundamentalmente al hecho de que estaba totalmente deacuerdo conmigo en cuanto a mi forma de dirigir toda la operación, pero ahora sin embargo he podido comprobar que no es así, que él es de la misma opinión que “todos”, y lo que ha sido aún peor, el hecho de caer en la cuenta de que el único sentimiento que lo ha movido a hacer lo que hace es de la compasión, compasión por cierto, que tiene formas muy diferentes de medir, y que a mí por otra parte ha acabado casi por hundirme del todo. Es decir, mi pena en este preciso instante, jamás se podría medir. En segundo lugar si me encuentro tan mal conmigo mismo yo lo achaco a mi forma de ser, forma de ser de la cual la principal característica es la de una súper moralidad capaz de acabar con la paciencia de cualquiera incluyéndome a mí, y que yo desde dentro, no puedo evitar percibir como un defecto a corregir, como un error de fabricación del cual además culpo a mis padres pues han sido ellos quienes me han “fabricado”, y por tanto transmitido semejante “enfermedad”. Sea como sea continuamos por nuestro camino. De hecho a estas alturas yo ya he olvidado casi por completo el terrible disgusto que me ha causado mi padre al “traicionarme”, y ahora sólo espero que no nos crucemos con nadie más. De momento, así es. A todo esto seguimos adelante pero es justo entonces cuando comienzo a pensar en como debe sentirse “él”, en qué cosas deben pasarle por la cabeza de tener la posibilidad de hacerlo, y no sólo eso, sino que además también empiezo a pensar en como me gustaría que así fuese, y que tuviese por tanto la conciencia suficiente como para darse cuenta de su situación, también de la mía, y por ende, de agradecérmelo después con un pequeño y simple gesto de complicidad. Estamos ascendiendo. El barrio y la gente que en él vive ya han desaparecido por completo y ahora el suelo que piso se transforma una vez ha quedado atrás; hay huellas donde antes no las había, piedras que no son piedras que se desintegran al poner sobre ellas mis pies, algunas flores que sí son flores que se arrugan como pedazos de papel. Vuelvo. Mi padre está contándome algo referente a un hombre que no parece caerle lo que se dice del todo bien, y si lo he deducido ha sido justamente por el tono de voz que utiliza, por su mirada, y también por un par de frases que se han quedado grabadas en mi mente mientras pensaba en mis propias cosas: «Como lo vuelva a ver», «saltar», «robar». Le digo que sí, que a mí también me lo parece y como para darle más credibilidad a toda mi historia, le digo que yo también lo he visto hacer “algunas cosas extrañas”. Pero llegado a este punto me detengo. Sé por experiencia que no es difícil sacarlo de sus casillas, y que una vez sale es muy difícil hacerlo volver a entrar. Pero sin embargo continuo y le empiezo a relatar (inventándome algunas cosas por supuesto) una historia de la cual yo mismo fui testigo. Le digo: «El otro día, cuando volvía de recoger los huevos, lo vi mirando a lado y lado como si tuviese miedo de que alguien lo viera. Estaba justo delante de la puerta del “Palo”, justo delante, y llevaba en la mano una bolsa blanca de plástico que como al final resulta que no me vio, escondió a toda prisa debajo de unos matorrales». Mi padre se enfurece aún más. Yo inmediatamente después empiezo a arrepentirme al ver el efecto que ha producido mi historia en parte falsa en parte cierta en su estado de ánimo, y de ahí que lo intente enmendar en la medida de lo posible, así que esta vez le digo: «Bueno quizás no estaba haciendo nada papá, de hecho solamente estaba escondiendo una bolsa de plástico debajo de unos matorrales, nada más». Mi padre me sonríe amablemente, me dice que soy un “granuja”, y no contento con tan singular descripción sobre mi carácter, también me dice que tengo una mirada de “pillo” como él jamás había visto. Me siento orgulloso. Sin embargo para mí lo más importante ahora mismo es que nos hemos reconciliado, siendo la mejor prueba de ello que yo ahora ya me siento mucho mejor como también él parece sentirse mucho mejor. Además, al hecho siempre bien recibido de una reconciliación padre-hijo viene a sumarse el hecho de que también nos estamos acercando cada vez más al punto que habíamos acordado, así que probablemente como consecuencia de mi flamante bienestar, es cuando me veo en disposición de preguntarme ¿Pero de verdad es posible que finalmente lo vaya a conseguir? Sí lo es, me respondo. A lo que añado después la siguiente conclusión de carácter teórico-general: cuando uno de verdad quiere algo y lucha por ello al final acaba consiguiéndolo siempre. Pero llegado a este punto sin embargo me vuelvo a detener. La explicación que se me ocurre así a voz de pronto es que por experiencia sé que anticipar las cosas no suele traer nada bueno, así que por el solo hecho de haberlo anticipado, caigo presa de un miedo intolerable y para el cual mi única defensa es cerrar bien fuerte los ojos. No es la primera vez. Por ejemplo, cada vez que pienso que alguno de mis padres o de mis hermanos van a morir de repente a causa de un accidente de tráfico o alguna otra desgracia parecida, actúo del mismo modo, es decir, cerrando los ojos con todas mis fuerzas e intentando hacer desaparecer todas esas imágenes en las que me veo a mi mismo recibiendo el pésame por parte de unos desconocidos, o incluso intentando silenciar todas esas conversaciones en las que alguien siempre dice y sin que piensen que yo los puedo escuchar: «¡Pobre chico, y que va a ser ahora de él!». Abro los ojos. Afortunadamente para mí todo sigue tal y como yo lo había dejado, y tanto es así, que no puedo evitar sentir una alegría y satisfacción inmensas. Ya pasó me digo: «Ves» no tenías porque temer. Me tranquilizo. Además, en poco más de veinte metros habremos alcanzado el penúltimo recodo que nos separa de nuestro destino final, y tal hecho me tranquiliza todavía más. Mi paz ahora es absoluta y total. Hace viento, las copas de los árboles giran y bailan sobre una música que soy incapaz de escuchar. Un avión sobrevuela la ciudad posiblemente a más de diez mil metros de altitud.

El mundo se desdobla. Por un lado oigo los pasos de mi padre, su respiración fuerte y entrecortada. Y por el otro los coches que salen y entran de la ciudad como pequeños glóbulos rojos al entrar y salir del corazón. “Lo” miro de reojo. Mi alma está callada pero no así mi corazón ¿Y qué será ahora de “él”? Me pregunto ¿Conseguirá por fin ser feliz? ¿Estoy de verdad haciendo algo bueno por “él” o por el contrario sólo estoy pensando en mí y en mi propia felicidad, cumpliendo gracias a él mis propios deseos? Imposible de saber. Continuamos andando y entonces es mi padre al que parece asaltarlo una terrible preocupación. Lo sé porque me dice lo siguiente: «Deberíamos darnos prisa, son casi las ocho de la tarde y dentro de poco oscurecerá». El mundo entero se hunde bajo mis pies. Es más, ya no queda ni rastro de la tranquilidad que me embargaba sólo hace un momento y en lugar de ello, lo que veo es a mi pobre amigo literalmente perdido. Buscando, como en términos humanos se suele decir, un lugar en el que dejarse caer. Asimismo pienso en el frío, en la lluvia, en la soledad, en esa misma soledad que a veces incluso a mi mismo me hace sentirme tan pobre. Como también contemplo la posibilidad de que quizás ni siquiera sabe volar lo suficiente como para levantar su pequeño cuerpo del suelo un solo centímetro. Del mismo modo pienso en la comida, en qué beberá, o en si sus “amigos” le ayudaran de algún modo o en si por el contrario no querrán saber nada de él. Pero no, me detengo, pues entonces me vienen a la cabeza todas las simulaciones que ya hemos hecho y que no hacen sino que confirmar que no me equivoco en absoluto. Que más de una vez y más de dos lo he soltado por el comedor de casa, y que tales pruebas no dejan lugar a la duda. Es todo un experto. Además, nació en libertad y sus primeros meses de vida transcurrieron igualmente en libertad. Conoce por tanto el idioma, así como que a fin de cuentas este lugar no debe ser muy diferente del lugar en el que probablemente nació. Es más, incluso puede que aquellos dos que pasaron antes volando a ras de suelo sean su hermano mayor y su padre, o su madre y una de sus hermanas, o incluso un primo lejano y un futuro amor. Pero es entonces precisamente cuando mi padre me interrumpe de nuevo diciéndome que hemos llegado ya.

Finalmente ha llegado el momento crucial. He apoyado la jaula en el suelo y ahora empiezo a abrir la cremallera de la funda que lo cubre de tal modo que en cuanto llevo apenas un centímetro abierto, él ya me está mirando como recordándome que no me puedo echar atrás. Yo también lo miro a él, y lo que es más, aprieto la mirada con todas mis fuerzas como pretendiendo decirle en un lenguaje que a mí me parece que sólo entendemos él y yo que: «No te preocupes, no he olvidado cual es mi misión y ahora mismo te lo voy a demostrar sacándote de ahí» pero lo cierto es que ya ha llegado el momento que tanto había deseado y sin embargo nada es como se supone que tenía que ser. Lo que sí sé en cambio es que la situación en la que me encuentro me recuerda inevitablemente a uno de esos entierros a los que he asistido últimamente, y en los cuales jamás sé como me debo comportar. Es decir, si debo mostrarme serio y afligido tal y como al parecer exige la situación, o en si por el contrario debo mostrarme tal y como me siento en realidad. Total, que me hallo en una de esas situaciones en las que haga lo que haga me parece estar obrando mal. Me recupero. De algún modo supongo que me he convencido de que tales dudas son inevitables, y no sólo eso, sino que además también he debido convencerme de que incluso son la mejor prueba de que estoy obrando bien, de que voy por el buen camino, y de ahí quizá que ahora consiga sacar fuerzas de donde hacen un momento sólo veía dudas y debilidad. La jaula está totalmente descubierta. Una especie de furia se desata entonces en su interior, de tal modo que empieza a revolotear con tanta fviolencia que comienzan a saltar plumas de colores por todas partes. Se detiene. Yo temo ante todo por su integridad física pero no así mi padre que a un metro de distancia me ordena que abra la puerta inmediatamente. Obedezco. La puerta ya está abierta. “Él” por su parte se pasa de palo a palo sin que parezca comprender qué es lo que está pasando, y menos aún, cuál es el motivo por el cual se le ha llevado hasta allí. Pero no. Ahora por fin ha dado un paso un tanto indeciso hacia adelante, y tanto es así que incluso parece que en cualquier momento se vaya a producir el milagro. Efectivamente. Está tan cerca de la puerta que incluso su cabeza sobrepasa los límites de la jaula.

Mira hacia un lado y después hacia el otro. Hacia arriba y después hacia abajo. Finalmente se oye un sonido similar al que produce un niño cuando en vano intenta silbar, y acto seguido lo veo ya posado en lo alto de una rama acicalándose las plumas como si nada hubiese pasado. En cuanto a mí todo cuanto soy capaz de percibir es una voz que asciende desde mi interior hasta mi boca, y de la cual sólo comprendo su significado una vez ya ha salido de mi: “Lo he conseguido”.

El camino de regreso a casa es sin lugar a dudas mucho menos célebre de lo que yo me había imaginado. Es decir, mi imaginación había albergado toda una serie de esperanzas que ahora ni mucho menos veo cumplidas, así que como no puede ser de otra forma, ahora me vuelvo a sentir algo triste e incluso sino fuera porque me cuesta horrores reconocerlo, decepcionado. Ahora bien, a la pregunta de cuáles creo yo que eran esas esperanzas que al parecer tanto deseaba y que ahora veo incumplidas casi en su totalidad, viene a sumarse otra decepción aún mayor y más dolorosa que la primera si cabe, y que estriba en el hecho de que soy incapaz de darle un nombre, un título, un sentido, una finalidad concreta y determinada a esa esperanza, lo cual viene a ser lo mismo que admitir que no sé qué demonios estaba esperando al hacer lo que hecho. Sí, desde luego es indudable me digo, que he liberado a un animal por decirlo de algún modo “injustamente encarcelado”, y eso me hace sentir infinitamente mejor. Correcto. Como también es cierto que he conseguido superar toda una serie de obstáculos que se me habían cruzado en el camino con la única intención de hacerme dar marcha atrás y obligarme a volver por donde tanto esfuerzo me había costado llegar. Correcto también. Pero y entonces ¿Por qué no me siento bien? ¿O por qué si creo haber actuado tan correctamente sin embargo no lo puedo disfrutar como a mí me gustaría? La mente humana se me antoja ahora como una habitación oscura en la que no existen ni puertas ni ventanas. Sin embargo, es mi padre quien acude en mi auxilio: «No sufras más pues los jilgueros son los pájaros más espabilados que existen, y aún más, ten por seguro que mañana a estas horas estará cantando en la copa de un árbol con la barriga bien llena y una jilguerita bien guapa a su lado». Una sonrisa acude entonces a mi cara ¿Pero y por qué? me pregunto, es decir ¿A qué responde tal cantidad de felicidad cuando hace tan solo un momento era posiblemente el niño más infeliz del mundo? Pues a la sencilla razón de que ha sido mi propio padre quien ha sabido encontrar mejor que nadie la respuesta a un padecimiento que yo creía insondable, y del cual yo mismo jamás hubiese encontrado su origen, su génesis, o por decirlo con otras palabras, la fuente de la que emanaba como un león para después llegar con toda su furia hasta mí.

Estamos descendiendo. Alguien parece haber añadido unas gotas de color rojo y negro sobre el lienzo en el cual destaca un cielo perfectamente enmarcado y tranquilo, y tanto es así, que incluso todas las cosas que hay aquí en el suelo; los árboles, la tierra, los edificios e incluso nosotros mismos y con ellos nuestros pensamientos, me dan a mí la impresión de que se asimilan a esos pequeños espejos inexactos de los cuales resulta imposible extraer un reflejo claro y nítido de todo cuanto hay frente a ellos. Es decir, aquí abajo donde yo estoy, todo es mucho más confuso e impreciso que ahí arriba donde dos líneas lo resumen todo. Por ejemplo, aquí en el suelo, en la superficie, donde acaba un cuerpo empieza otro, y donde acaba éste empieza otro a su vez. Además, todo se mueve y actúa por sí mismo, todo se deteriora y luego muere, todo vuelve a nacer y a morir de tal forma que parece que nunca haya ocurrido nada, que nada se mueva ni actúe por sí mismo, en definitiva, que siempre seamos los mismos aunque en diferentes épocas y lugares. Dejo de pensar. Mi padre empieza ahora a hacerme una lista hablada de lugares que visitaremos en cuanto lleguemos al “pueblo” (mañana nos vamos de vacaciones) así como de la gente a la que seguramente conoceré una vez hayamos llegado allí; “el chato”, “la muda”, “el nene”, “la tía Torvisca”, etc, etc, pero nada, ningún efecto, pues a mí en primer lugar me resulta imposible concebir la idea de que mañana a estas horas podamos estar en un lugar que no sea este, y en segundo lugar y lo que me parece aún más inverosímil, que de verdad vaya a conocer a todas esas personas de nombres imposibles, casi de mutantes, a los cuales por otro lado soy incapaz de adjudicarles un rostro, una mirada, una forma de andar, hablar y vestir, o lo que viene a ser casi lo mismo, una existencia que les permita sentir las mismas cosas que siento yo pero en otro lugar, hacerse las mismas preguntas que me hago yo pero en otro lugar, o incluso y yendo ya un poco más allá, de ser capaces de hallar las respuestas a esas mismas preguntas que yo me hago sin parar.

Ahora estamos a la altura del árbol en el que se ahorcó el padre G…, miro la gruesa rama de la cual como el péndulo de un reloj estropeado colgaba su cuerpo, y por un momento, sólo por un momento, me parece a mí como si todavía tuviese que estar ahí cubierto con una manta gris y dejando al descubierto aquellos zapatos roídos que tantas veces había visto yo por todas partes. Me viene la imagen de un espantapájaros. La aparto como el que espanta una mosca y someto a mi pensamiento a la siguiente regla de tres: si cuando miro esa rama me parece ahora y desde la actualidad que de ella y sólo hace un tiempo colgaba el cuerpo destornillado de aquel hombre que yo había visto decirme «Hola, que tal», pues bien ¿No cabría suponer también que sobre esta misma tierra que piso ahora, o bajo aquel montículo que se levanta un poco más allá, se esconda un tesoro, o incluso el cuerpo semidescompuesto de un dinosaurio que pereció de sed? Sí desde luego me respondo. Todo cuanto hay en este mundo ya estaba ahí antes de que tú lo vieras, y por tanto, no es descabellado afirmar que todas las cosas poseen como una especie de memoria individual que las une y las desune en función del tiempo que cada una de ellas va estar aquí. Por ejemplo, cuando yo y todos los que como yo presenciamos aquel terrible episodio de ver al padre de un amigo colgado de la rama de un árbol hayamos muerto y con nosotros nuestros recuerdos, pues bien, entonces y cuando alguien de aquí a cincuenta años pase por este mismo lugar y vea esa misma rama, la cuestión es que sólo verá una rama y nada más que una rama, de la misma forma que yo ahora cuando miro este suelo o aquel montículo del que hablaba antes, únicamente recurriendo a mi imaginación estoy en disposición de ver algo más. Pero entonces y llegado a este punto desde el otro extremo de mi pensamiento acude a mí una nueva idea que debido a su naturaleza y composición ya nace siendo víctima de sí misma: pero que extraño me digo. Es indudable que ahora y cuando por el motivo que sea someto a mis pensamientos a un análisis cualquiera que sea su profundidad y precisión, acabo siempre por llegar a una conclusión que aun habiendo al parecer estado siempre ahí esperando a que yo la recogiera, yo no había visto precisamente (creo) por formar una parte inalienable de mí. Es decir, como yo vivo dentro de mi propio ser, como yo vivo en el interior de mis propias emociones y sensaciones, es lógico pensar por tanto que por eso mismo es por lo que soy incapaz de detectarlas a tiempo real. Tal hecho me recuerda a su vez esos incómodos ejercicios matemáticos que hacemos en el colegio y mediante los cuales acabamos llegando siempre (previa aplicación de una lógica aplastante) a su comprensión, o lo que es lo mismo, a arrinconarlos de tal modo que ya no les queda ni una sola escapatoria posible. Así que ¿Dónde reside la diferencia? me digo ¿O por qué y cuándo se trata de un simple ejercicio matemático sí soy capaz de llegar a comprenderlo todo y en cambio cuando se trata de mí y de lo que yo siento jamás consigo atar ni un solo cabo? ¿Es porque me muevo, porque todo se mueve? ¿Porque el mundo en definitiva no deja de girar? Posiblemente.

Volvemos atrás. La razón en este caso es que mi padre no encuentra las llaves de casa, aunque por el contrario sí cree saber el lugar donde pueden estar. La explicación para este hecho en principio incomprensible es que mientras caminaba cree haber escuchado un sonido similar al que produce el metal al golpear el suelo, y de ahí que esté sino totalmente convencido de su ubicación, sí más o menos seguro. Efectivamente. Al sacar las manos de los bolsillos para encenderse un cigarro había sacado las llaves que después caerían al suelo produciendo el sonido que había creído escuchar, y de ahí Seguimos adelante. Además, en poco menos de cuarenta metros estaremos pisando asfalto, y desde ese punto hasta nuestra casa habrá unos ochocientos metros como máximo. Tomo conciencia de mi excitación. Acto seguido caigo también en la cuenta de que tal estado de excitación responde al hecho de que ya en mi cabeza empieza a formarse algo parecido a lo que yo entiendo que debe ser un plan de actuación casi inmediato, y de ahí que me vea en disposición de adelantar algunos de sus puntos más esenciales. Uno: acabar de preparar el equipaje. Dos: decirle a mi madre que me haga un bocadillo bien grande de jamón, queso y tomate. Tres: despedirme de mis amigos a los que lo más probable es que no vuelva a ver por lo menos en el transcurso de un mes. El plan ahora ya está aquí. Puedo observar incluso todas y cada una de las fases que deberé ir superando sucesivamente si realmente quiero llegar a cumplirlo, y no sólo eso, sino que además y seguramente debido a algún extraño proceso psíquico que desconozco, cada uno de esos “pasos a dar” viene acompañado por una multitud de imágenes que pasan por mi cabeza en formato de negativos y a gran velocidad. Es decir, ya no están. En cualquier caso yo soy incapaz de recordarlos aunque quisiera, aunque no por ello he olvidado su contenido. Me explico. Yo ahora lo que veo es lo que realmente veo: un coche de color blanco que pasa por nuestro lado y del cual únicamente me llama la atención el hecho de que tiene un piloto fundido, una luz que se enciende y después se apaga en una habitación cercana y sin que yo entienda el por qué, etc, etc, pero de mi plan, es decir, de cada uno de esos actos que iré ejecutando como un asesino en serie en cuanto tenga la oportunidad, por el contrario sólo me queda un “tarareo”, algo así como el eco de una canción que he escuchado en algún sitio que ahora mismo soy incapaz de precisar.

Mi padre se ha detenido y está manteniendo una conversación con un señor al cual ambos conocemos perfectamente bien (es un vecino), y aunque por supuesto desconozco el motivo de dicha conversación pues me hallo a demasiada distancia como para escuchar con claridad todo cuanto dicen, lo que sí puedo hacer en cambio es extraer algunas conclusiones más menos acertadas de sus gestos y sus caras: «El pájaro ha vuelto». Mi padre me lo confirma. Ambos echamos poco menos que a correr y ahora mismo no pensamos en otra cosa que no sea en llegar cuanto antes, averiguar qué demonios está pasando, pero especialmente, en capturarlo antes de que caiga en manos “enemigas” lo cual para mí sería casi sinónimo de morir. La información del vecino era exacta. La prueba es que mi madre está en el balcón visiblemente emocionada y señalando un punto muy determinado en el espacio. La excitación es total. Ahora corremos hacía allá aunque no por ello dejamos de escuchar la voz de mi madre que fuerte y clara nos dice: «Ha estado aquí pero como no estaba la jaula». Mi padre me dice que no me preocupe, que en un sitio u otro acabaremos por darle caza ya que según él, el pájaro va a hacer todo lo posible por dejarse coger. Lo vemos. Está revoloteando alrededor de una jaula a unos veinte metros de altura, y su inquilino, otro pájaro que es exactamente de la misma especie que él, emite una serie de sonidos que parecen extraídos de otra dimensión. Se pasa a otro balcón. Nosotros lo acompañamos con la mirada desde la calle pero lo cierto es que es imposible que podamos llegar hasta él, pues además de estar a una gran altura, no para de moverse con frenética ansiedad. Desciende. Ahora incluso puedo verle los ojos e incluso sentir el miedo que sin duda debe sentir él. Desciende aún más. Ahora ya está en un segundo piso y de seguir la lógica que efectivamente parece seguir, irá a parar directamente a algún lugar desde el cual podamos acceder hasta él. En efecto. Se ha posado al parecer muy fatigado en lo alto de la reja de una ventana de un primer piso, de tal modo que sólo con trepar y alargar mi brazo podría darle alcance sin demasiada dificultad. No me lo pienso. Me he encaramado en lo más alto de la reja y sólo unos cincuenta centímetros me separan de él. Me mira. Yo lo miro a él. Mi padre desde abajo me dice que ahora o nunca y yo vuelvo a obedecer. Unas pocas plumas de colores trazan espirales en dirección al suelo. El pobre animalillo, quien lo iba a decir, se ha dejado coger.

martes, 6 de noviembre de 2012

El misterio del hombre imposible


I

- ¡Perdone joven, es este el lugar al que llaman Bahía Blanca? – preguntó el Capitán Amorie tan pronto como puso sus pies sobre la tierra. Ya viejo y cansado. Como su nave espacial. Aquel viejo montón de chatarra al que únicamente él se atrevía a llamar Medea y que a través de galaxias y más galaxias, lo había transportado hasta aquel recóndito lugar perdido en los confines del universo. Remoto e imposible. Inexistente.
- ¡No señor, Bahía Blanca está varias constelaciones más allá, al oeste! ¡Justo en la misma dirección de la cual usted procede! – respondió Thibaulth al tiempo que señalaba con el dedo lo que parecía ser un punto determinado en el negro cielo cosido a estrellazos. Inmenso y cercano. Tridimensional.

II

- ¿Perdone buen hombre, me podría usted indicar qué lugar es éste? – volvió a preguntar el Capitán Amorie pero en esta ocasión en otro planeta, en otra galaxia, algunos años más tarde. ¿No se llamará Bahía Blanca por casualidad?
- ¡No! ¡Siento decepcionarle “monsieur” pero este lugar se llama Kleinsee! ¡Más al este está Kabwe y al oeste New Marrakech. Al norte y el sur como usted perfectamente habrá podido comprobar cuando sobrevolaba la zona, tan sólo hay mar y nada más que mar. Además, yo nunca antes he oído hablar de ese lugar que usted ha mencionado “monsieur”! ¡Perdone mi indiscreción! ¿Pero está usted seguro de que está por aquí? – preguntó el hombrecillo mientras se quitaba su sombrero y lo dejaba sobre una extraña mesa pintada de azul.
- ¡No, ya no estoy seguro de nada! – respondió el Capitán Amorie algo irritado ante la visible estupidez de aquel tipo - ¡Lo único que sé es que tengo que llegar a Bahía Blanca cuanto antes! ¡Además, pero quién me mandaría a mí preguntar!

III

- ¡De la nave del Capitán Amorie a Bahía Blanca! ¿Alguien me recibe por favor? ¡Repito! ¡De la nave del Capitán Amorie a Bahía Blanca! ¿Alguien me recibe por el amor de Dios? ¡Apenas me queda tiempo! ¿Me oyen? ¡Sufro una avería en el motor de estribor y parece grave! ¡Dios mío, el motor se está incendiando!
- ¡Aquí Bahía Blanca, aquí Bahía Blanca, le recibimos Capitán Amorie, le recibimos alto y claro! ¡Por favor, infórmenos de su situación actual y le enviaremos a alguien de inmediato!
- ¡Booommm, crashhhhhhhhhhh!
- ¡Aquí Bahía Blanca intentando establecer contacto con el Capitán Amorie! ¡Fffffffffffff! ¡Aquí Bahía Blanca intentando establecer contacto con el Capitán Amorie! ¡Fffffffffffff!!! ¡Aquí Bahía Blanca! ¡Fffffffffffff!.

Unos minutos después...

- ¡General Milou, esto es todo cuanto hemos encontrado entre los restos del aparato!
- ¿De qué se trata teniente Lámek?
- ¡De algunos pedazos de ropa vieja y algunos utensilios de navegación del siglo veintiuno o quizá del veintidós. En cualquier caso son muy antiguos. También todo esto: creo que se trata de su cuaderno de a bordo o algo parecido! ¡Señor, en cuanto a los cuerpos de los posibles tripulantes ni rastro! ¡Y bueno, ya se que no es asunto mío pero al hojearlo, ya sabe, cuando hemos comenzado a recogerlo del suelo para ver de qué se trataba, nos ha parecido ver que a no ser que las fechas estén manipuladas, ese hombre llevaba más de quinientos años escribiéndolo! ¿Perdone mi indiscreción señor, pero puede ser algo así posible?
- ¡Teniente Lámek no haga más preguntas estúpidas y retírese por favor. Es una orden!

IV

Varias horas más tarde. En el despacho presidencial:

- ¿Qué es eso que he oído General Milou acerca de un accidente espacial producido ayer al atardecer en la Órbita Exterior 06? ¡Sí, ya sabe, algo referente a un tal Capitán Amorie o algo parecido! ¡Dígame! ¿Por qué no se me ha informado de inmediato? ¿Es que no sabe usted que mis opositores me podrían freír por algo así?
- ¡Lo siento Presidente Remianenko pero consideramos que no era lo suficientemente importante como para importunarle! ¡Discúlpenos, pero es que accidentes como el del tal Capitán Amorie ocurren casi a diario Señor! ¡Además, ya sé que suena a excusa, pero es que si tuviésemos que informarle de todos los accidentes que tienen lugar en esa órbita, acabaría usted con la cabeza llena de trozos de metal y pedazos de plástico! ¡Ahora bien, si me lo permite Señor, le voy a explicar algo referente al tal Capitán Amorie, el único tripulante de la nave como ya debe usted saber, y que sin duda creo que le va a interesar no por su interés geopolítico ni dada de eso, sino más bien por el componente llamémosle novelesco que envuelve toda la historia! ¡Por cierto, soy un mal educado, desea usted más café Presidente Remianenko?
- ¡Desde luego General Milou debo reconocer que además de ser un estratega formidable es usted un gran embaucador. Sí ádelante, póngame un café bien cargado y cuénteme esa historia. Quién sabe, si realmente es tan novelesca como usted dice, quizá esta noche incluso puede que se la cuente a mis nietos! ¡Últimamente, la verdad es que ya nunca sé que contarles!

V

- ¡Sr. Presidente, leo textualmente si no tiene inconveniente!: «Una mañana de abril del año de nuestro señor de 1725 abandoné la ciudad de Cayenne para quién me lo iba a decir, ya no volver nunca más. Tras de mí una vida feliz y sencilla, los cadáveres todavía recientes de mi mujer y mis dos hijas, mientras que por delante y para siempre una única obsesión; el mensaje que mi esposa me había dejado escrito con sangre en la pared justo antes de morir: Bahía Blanca.»
- ¿1725 dice? ¡Dios mío! ¡Si de eso hace casi seiscientos años General Milou! ¡Así que lo que andaba buscando el tal Amorie era venganza, precisamente aquí, entre nosotros, a los asesinos de su familia?
- ¡No se precipite en sacar conclusiones Presidente Remianenko. Y por favor, piense detenidamente lo que acaba de decir. Imagínese, en el supuesto de que eso que usted ha dicho pudiese ser cierto estaríamos hablando de un tipo que se habría pasado casi seiscientos años viajando primero por el planeta Tierra, y luego y tan pronto como la técnica lo hubiese hecho posible, por todos los rincones del espacio a la caza de los presuntos asesinos de su familia, hecho que a su vez nos llevaría a plantearnos la siguiente pregunta: ¿Pero entonces de verdad sería posible que esa gente, los presuntos asesinos estuviesen todavía vivos, seiscientos años después de cometer dicho crimen? Y algo más absurdo aún ¿Cómo él mismo y en el supuesto de que así fuera había sido capaz de mantenerse con vida durante tanto tiempo? ¡Recordemos que Amorie era un humano! ¡Un simple humanoide hasta que no se demuestre lo contrario! Y otra cosa todavía más inverosímil si cabe: ¿pero por qué después de sobrevivir durante tanto tiempo y fuese cual fuese la forma en que lo hubiese conseguido, muere precisamente justo antes de alcanzar su objetivo? ¿Es de locos no le parece? ¡Es más, podría haber estado aquí tomándose un café con nosotros tranquilamente de haberse mantenido con vida sólo media hora más!
- ¡Sí desde luego tiene usted toda la razón del mundo. Toda esta historia se me antoja como muy complicada, demasiado. Pero siga, siga, le escucho con atención!
- ¡Bien, antes de continuar debería usted saber Sr. Presidente que aunque sí parece que efectivamente el diario está completo, al menos de momento y a la espera de que el lector finalice su trabajo, toda la información continúa desordenada!
- ¡Muy bien! ¡Pero prosiga por favor! ¡Porque eso que está leyendo es una copia no es cierto General Milou?
- ¡Sí, sí, una copia, aunque totalmente desordenada como le decía! ¡Pero a lo que íbamos...no sé, quizá podríamos continuar por aquí, página 675 por ejemplo, por las fechas parece el principio!
- ¡Sí, sí, por favor!
- «La noche del 26 de agosto de 1742 fue la peor de todas. Las tropas españolas al mando del por aquel entonces famoso General Ibaseta llevaban ya varias noches peinando toda la costa con sus imponentes galeones en busca de los contrabandistas que tanto daño estaban causando a su mercado colonial, así que cuando se toparon con nosotros lo cierto es que fue como si trajeran el infierno consigo. Los siguientes siete años los pasaría yo en presidio. En el penal de la “Moral” desde donde escribo estas pocas líneas». O no sé, esto otro, página 62.268, fíjese que curioso Presidente Remianenko: «Hoy ha sido un día maravilloso, uno de esos días que no se olvidan fácilmente y de ahí que crea necesario anotarlo en mi cuaderno. Pues bien, esta tarde, justo después de abandonar el comedor de oficiales del Hornet, el Teniente General Gules se me ha acercado y me ha dicho con una sonrisa en la cara; el B-25 es tuyo. Mañana realizarás tu primer vuelo de prueba sobre el archipiélago y si consigues volver de una sola pieza, el lunes realizarás tu primera misión oficial sobre el continente. Enhorabuena»
- ¡Impresionante General!
- ¡Sí desde luego pero no sé Sr. Presidente, no le encuentro la lógica por ningún sitio a todo este asunto! ¡Confíe en mi intuición. Nada de todo esto tiene ni pies ni cabeza! ¡Ningún sentido en absoluto!.

VI

El misterio del Capitán Amorie así como el contenido de su enigmático diario quedó sin resolver. Y si bien es cierto que en los años inmediatamente posteriores a su aparición algunos investigadores llevaron a cabo algunos progresos especialmente prometedores acerca de cuáles podrían haber sido las causas del siniestro, también lo es que con la caída y consiguiente pérdida de poder de los hombres que ordenaron aquellas mismas investigaciones (como por ejemplo la del ya difunto Presidente Remianenko, o la del no menos conocido General Milou el cual todavía permanecía encerrado en una prisión militar como consecuencia de un intento frustrado de golpe de estado) todo acabó formando parte del olvido. Sin dinero para investigar (era previsible) todo permaneció archivado como un trasto viejo que ya nadie necesita. O al menos, así fue hasta que la joven Saray, una treintañera tenaz como un reloj y responsable del archivo estatal por méritos propios, volvió a destapar todo el asunto.

- ¿Srta. Saray?
- ¡Sí, adelante! ¿Quién eres?
- ¡Soy Aarón, el joven becario al cual usted encargó por medio de la Sra. Charlene, mi profesora de enlace con la asociación, que me hiciera cargo de recuperar toda la información relativa al Capitán Amorie y su famoso diario!
- ¡Sí, sí, disculpa, siéntate! ¿Pero dime Aarón, has conseguido algo?
- ¡Bueno, la verdad es que no Srta. Saray, es decir, que al menos de momento y aunque sí he hecho algunos progresos, lo cierto es que no he conseguido recopilar toda la información referente al caso tal y como usted me ordenó, pues como muy bien debe saber, la información es muy amplia y los estudios realizados a posteriori son igualmente extensos! ¡En fin!
- ¡Bueno, bueno, no sé preocupe demasiado, pues se trata más que nada, y quiero pensar que ya se lo han advertido, de unificar lo máximo posible toda la información que existe. Así que sería después en todo caso, y quiero dejar esto muy claro porque no quiero malos entendidos, cuando partiendo de la base de que finalmente sí lo consiguiésemos en unos parámetros más o menos aceptables, pues entonces sí montaríamos, esa es la idea, una gran exposición que giraría entorno al mito de Amorie y su famoso diario, una parte fundamental de nuestra historia como ya sabrás! ¡El dinero se puede conseguir, ahora bien, el motivo para gastar ese dinero eso todavía está por ver! ¿Entiendes ahora por dónde va la cosa?
- ¡Sí Srta. Saray. Perfectamente!
- ¡Por favor Aarón, no soy tan mayor, llámame Saray simplemente, con eso bastará por el momento! ¡Y ahora por favor déjame esos papeles sobre la mesa y más tarde, en cuanto me sea posible, les echaré un vistazo! ¡Muchas gracias y ya puedes retirarte!

Esa misma noche Saray y especialmente fatigada debido a una larga jornada en la que había tenido que lidiar, entre otras muchas cosas, con los peces más gordos del ministerio de educación, en cuanto llegó a casa y se encontró sola como siempre, se desplomó sobre el sofá como un muñequito de plomo en un tablero vacío y allí se quedó. Fue al despertar unos minutos mas tarde, cuando comenzó a hojear los papeles que el joven y dispuesto Aarón le había entregado unas horas antes.

Pero aquí ¡ATENCIÓN! el autor de esta historia se detiene y medita las siguientes cuestiones:

«¿Pero cómo tengo que hacerlo para que una historia que no tiene ni pies ni cabeza en un principio, acabe por tener sentido, un sentido concreto y preciso sin esperar que esta vez mi ingenio -o mi falta de ingenio- el que lo solucione todo? ¿O cómo hacerlo para atar los cabos de una historia que surgió sin premeditación alguna, una historia que surgió al azar y sin más motivo que el ver, como un espectador cualquiera lo haría frente a una obra hasta ese momento desconocida, qué es lo que va a pasar a continuación? ¿O cómo hacerlo para desvincular todo lo ya escrito de la ciencia ficción más inverosímil, pero a la vez, creando una historia que sí bien es innegable que parte de una serie de acontecimientos ficticios (una historia como la del Capitán Amorie resulta hoy por hoy es impensable) por el contrario, sus principios, sus cimientos, las bases sobre las cuales se apoya y despliega, den pie de ahora en adelante a sucesos creíbles, o si se prefiere, posibles sin la necesidad de artilugios mágicos ni fuegos artificiales?

Una vez ya nos hemos planteado la problemática que envuelve el inicio del cuento que ahora nos ocupa, no es difícil imaginar que la salida más rápida y directa para responder a todas estas preguntas, pasa por intentar solucionar el problema del mejor modo posible. Pero cuidado, no como si de la más pura fantasía se tratase, sino más bien como si lo que explico consistiese y sólo a partir de ahora, en un ejercicio de “desficción”, de convertir una historia inventada en una historia “real”. Resumiendo: que aunque sí es cierto que se trata de componer un cuento de ciencia ficción, porque negarlo, de divertirme y darme un paseo por un lugar que no he visto nunca antes, al mismo tiempo también tiene que tratarse por fuerza (y es esta la norma que a partir de ahora me impongo) de que esa misma ficción no sea ficticia del todo. Es decir, que de ningún modo sea gratuita en todos los casos. Por ejemplo, aunque parezca absurdo, así a voz de pronto, que un tipo viva seiscientos años, o que escriba un diario de nueve millones de páginas como el que presuntamente escribe Amorie, y que además, por si fuera poco, muera justo cuando va a conseguir lo que realmente quería, no debe importar demasiado, pues tal serie de acontecimientos no tiene porque impedir que esa misma historia imposible, irreal, y por añadidura ficticia, pueda continuar y desarrollarse de ahora en adelante por cauces totalmente legítimos.

Partiendo de esta base, tampoco es extraño que nos veamos obligados a superar los siguientes obstáculos:

Punto nº 1. Solucionar el tema de Amorie. En este caso en particular, nos topamos con las siguientes dificultades:

1. ¿Cómo un tipo normal y corriente como Amorie se las ingenia para vivir durante seiscientos años?
2. ¿Y por qué está empecinado en llegar a Bahía Blanca, qué busca allí exactamente el famoso Capitán Amorie?
3. ¿Por qué después de seiscientos años vivo, en los que seguramente el capitán ha tenido que superar infinidad de dificultades, de peligros, de inconvenientes de todo tipo (no cabe duda viendo la clase de hombre que es) ahora y justo antes de conseguir su objetivo, va y se muere en un accidente espacial, así, sin más?
4. ¿Qué escribe en su diario Amorie y por qué motivo?
5. ¿Por qué no aparece su cuerpo?
6. ¿Por qué su mujer escribe Bahía Blanca justo antes de morir?

Bien, si el lector en este caso tuviera la posibilidad de responder a estas preguntas o bien comentar las diferentes opciones derivadas de tales preguntas conmigo, estoy convencido de que me respondería salvo raras excepciones (quizás las mejores) algo muy parecido a esto:

1. Un tipo normal y corriente no puede vivir seiscientos años de ningún modo.
2. Es imposible que nadie pueda ir a Bahía Blanca porque al menos de momento, Bahía Blanca, sólo existe en la costa oriental argentina a orillas del Atlántico. Por tanto, es un hecho, Bahía Blanca sólo existe dentro y no fuera del planeta Tierra.
3. De la misma manera que en la respuesta anterior, es totalmente imposible que algo así pueda suceder, porque previamente, ya de por sí es imposible que alguien se encuentre ante semejante panorama. La premisa original no es posible, luego, las derivadas de ésta, tampoco lo pueden ser de ningún modo.
4. Exactamente lo mismo. Igual. Pues nadie con la esperanza de vida actual, unos ochenta años década arriba década abajo, puede disponer del tiempo necesario como para escribir un diario de tales dimensiones. En cuanto al “¿por qué?” que más da si como ya hemos dicho antes es imposible que Amorie estuviese en la disposición de escribir un diario de esas características.
5. Volvemos a estar en las mismas. El cuerpo de Amorie no puede aparecer en ningún sitio porque es imposible que haya podido llegar hasta allí.
6. Las respuestas derivadas a esta pregunta en particular podrían ser varias, por ejemplo, quizá fuera por el deseo de ser vengada, o por considerar Bahía Blanca como el lugar al que debe dirigirse su marido sea cual sea el motivo para ello, etc. Pero en ningún caso podemos afirmar nada con un mínimo de fiabilidad porque al menos todavía, no disponemos de los datos necesarios como para elaborar una hipótesis medianamente aceptable. Es decir, todo y sin excepción, serían meras conjeturas.

Bien. Sin duda parece que el resultado de la ecuación es NO. Aunque por otro lado también podría ser SÍ. Me explico:

1. Es cierto. Pues ningún ser humano puede vivir más que un tiempo limitado en este mundo. Es un hecho probado una y otra vez, y por consiguiente, a este respecto no hay nada más que añadir. En consecuencia, tenemos que partir de la base de que Amorie en ningún caso pudo vivir el tiempo que se nos dice (seiscientos años) que vivió. Tal respuesta a su vez nos conduce a nuevas y misteriosas incógnitas. De acuerdo, supongamos que damos por válido que Amorie de ningún modo vivió seiscientos años. Aceptemos por tanto que el hombre en el caso de haber existido de verdad, que no lo sabemos, nació tal año en tal lugar, y unos años después, sesenta o setenta, incluso ochenta o cien, da igual, murió. Así de simple. Pero ahora bien, nosotros no podemos conformarnos con esta respuesta y esperar un desenlace feliz con los brazos cruzados. Es más, tal y como sucede en la vida real tenemos que empezar a pensar en cómo vamos a salir de aquí, y por supuesto, todo ello dejando al margen cualquier tipo de conjetura fantasiosa. Aún más, estamos, o mejor dicho, estoy obligado porque vosotros y para vuestra suerte no lo estáis en absoluto, a reconstruir la escena del crimen como si del mismísimo Sherlok Holmes se tratara, para después en todo caso, encontrar una solución que al menos, ese es el objetivo final, sea posible.
Solución: Si partimos de la premisa (por el bien de esta historia) de que Amorie existió ciertamente, por la misma regla de tres tenemos que dar por válido el hecho de que su historia, lo de su familia por ejemplo, o lo del mensaje de Bahía Blanca de su mujer, o lo de su huida y viajes incluso, etc, etc, al menos durante el tiempo en el que él pudo vivir, pueda ser cierta. O por lo menos, tan cierta como la historia de cualquier otro hombre que venga y nos cuente una historia similar. Bien, eso nos lleva a pensar que sí, que puede que a Amorie le pasara todo lo que dice que le pasó, pero lo que no podemos hacer en ningún caso, es dar como cierto todo lo que asegura que le pasó después de que él, veinte años arriba, veinte años abajo, muriera. Lo de sus viajes a través del tiempo y el espacio y todo eso, pues es, como hemos dicho ya, una opción descartada por ser imposible de antemano. Por tanto supongamos que es cierto que a Amorie sí le pasa todo lo que dice que le pasa y que después y por el motivo que sea, comienza a escribir ese famoso diario del cual nosotros ahora intentamos sacar algo en claro. Lo escribe durante treinta años, cuarenta, cincuenta, ochenta, los que sea, y finalmente, probablemente viejo y enfermo, el pobre hombre va y se muere dejando su proyecto inacabado. Eso resolvería la ecuación número uno: Amorie de ningún modo pudo hacerlo todo él solo. Entonces ¿Quién le toma el relevo y con qué fin? ¿O cómo consigue ése diario escrito a lo largo de los siglos por unos y otros, cruzar el espacio y llegar después a esa otra Bahía Blanca de la que hablábamos antes? En cuanto a la primera pregunta lo desconocemos absolutamente todo, ahora bien, si tenemos ya frente a nosotros la siguiente pregunta, la de cómo consiguió llegar ese diario después hasta los confines del universo, pues entonces nos encontramos ante otra pared aún mayor que la anterior. Sin embargo es al evitarla cuando nos damos cuenta de que la hipótesis de que un tal Amorie nace en tal año, en tal lugar, comienza a escribir luego su largo diario, le lega posteriormente su trabajo a otro hombre, y éste a otro a su vez, y así sucesivamente hasta que uno de ellos está en disposición de comenzar a viajar a través del espacio y finalmente llegar así a Bahía Blanca “II”, es un callejón sin salida y de ahí que nos veamos obligados a volver atrás y pasar a la conclusión número dos: Amorie no escribe absolutamente nada porque sencillamente, Amorie no existe más allá de las páginas de ese diario. De ser efectivamente cierta esta hipótesis, nos encontraríamos con que Amorie es y debe ser por tanto, un producto de la imaginación de alguien (aparte de la mía) y ese alguien, quién sea, vive ya en Bahía Blanca pues de lo contrario jamás podría haber llegado el diario hasta allí. Es después y cuando muere ese alguien, el primero y emprendedor de todo, cuando otro alguien diferente continua su labor, y así, una y otra vez hasta llegar a los nueve millones de páginas y a lo del accidente presuntamente, me parece a mí al menos, provocado. De la misma manera también es lógico suponer que el motivo o las razones que les lleva a emprender tal proyecto a todos esos hombres, es de raíz importante (dinero, ideales, religión, amor, etc.) pues de lo contrario no se explica semejante esfuerzo por parte de tanta gente, y desde luego, con tanta persistencia, dedicación e incluso puede que dinero, como la que de ser cierto todo esto, tal proyecto implicaría. Además por supuesto de la ocultación y falsificación de la historia desde el mismo inicio que no indica otra cosa sino que premeditación. Resumiendo: desde el primer al último hombre que toma parte en el proyecto espera algo a cambio, y ese algo, ya sea de naturaleza abstracta o sólida como un billón de monedas de oro, debe valer la pena pues de lo contrario nada tendría sentido. En cuanto al hecho de ir más allá en lo que a las posibles suposiciones se refiere, al menos de momento, sin duda sería ir demasiado lejos.
2. La respuesta número dos es igualmente cierta. Ahora bien, nosotros debemos despejar la incógnita, y para hacerlo, también hemos dicho que partiríamos de la base de que Saray existe, de que el diario está ahí, y de que tanto el diario como la joven Saray, se encuentran en Bahía Blanca “II” con el problema que ya conocemos. Solución: La información de la que disponemos es la que es, y por lo tanto, hay que sobreponerse cuanto antes y actuar pues de lo contrario estaríamos perdidos.
3. Con este problema sucede exactamente lo mismo que en el caso anterior. Sí, es cierto que nada de eso podría haber sucedido de haber aplicado desde el principio las mismas leyes que nos obstinamos en aplicar ahora, pero como ya he dicho varias veces, aquí se trata de salir adelante con los datos de los que disponemos por absurdo que pueda resultar. En consecuencia, debemos aceptar que ese accidente tiene lugar, que en el interior de la nave sí encuentran un diario de varios millones de páginas escritos al parecer por una tal Amorie, así como que no aparece el cuerpo de ningún tripulante entre los restos del aparato. En cuanto a los problemas que se desprenden de las preguntas cuatro, cinco y seis, creo que no es necesario continuar dando más explicaciones al respecto. Para abreviar, tan solo diré que son una replica bastante exacta de las respuestas anteriores.
Solución final para el problema de Amorie: El auténtico Amorie es y debe ser un tipo que vivió (con respecto a la época en que vive Saray, claro) algunos siglos antes. De igual forma y por un motivo equis, ese mismo hombre al que para no confundirnos llamaremos Amorie, comienza a escribir una especie de diario inventado en el cual toma como fuente de inspiración e hilo argumental a un ser humano y sus peripecias, y por extensión, los problemas, realidades, ambientes y contradicciones propios del planeta en el que ha situado a ese mismo ser humano; La Tierra. Este factor de ninguna manera puede ser considerado como una casualidad o un hecho aislado y sin importancia. Con respecto a este punto, añadir que quizá, debe existir algún tipo de relación o vínculo del tipo que sea entre lo que pretende ese diario y lo que nos muestra. De la misma manera que este primer hombre que toma la decisión de emprender tan faraónico proyecto, desde luego debe poseer también la facilidad suficiente para escribir sin problema alguno cualquier tipo de texto, pues sino, imaginaos que locura de no ser así. Además claro del tiempo necesario para escribir lo que sea que escribe, o para investigar y agrupar la información necesaria sobre La Tierra y sus acontecimientos históricos, sociales, políticos, etc, en los que después irá integrando al personaje. Otra de las características igualmente sino probada, sí bastante probable, es que la situación económica de Amorie es y debe ser desde luego bastante holgada, pues sino ¿cómo iba a poder hacer nada de lo que hace? Así pues el buen hombre cabe suponer que vive al margen de las preocupaciones cotidianas, y tal hecho, parece bastante evidente sino un hecho consumado del todo. El primer autor del diario de Amorie debe ser por tanto un hombre perfectamente situado en la escala social sea cual sea su fuente de ingresos. También decir que quizá el auténtico Amorie, o bien es inteligente, o bien se aburre, aunque yo personalmente me inclino más a pensar que además de estar sumamente aburrido, es mínimamente inteligente, pues sino, no se explica tanta constancia y trabajo durante tanto tiempo. Amorie además pretende algo, y no escatima esfuerzos a la hora de conseguirlo. Ahora bien, Amorie tiene un plan, y ese plan, como él, tiene que ser además ambicioso, persuasivo, pues está claro que consigue convencer a alguien para que prosiga su trabajo en el momento en el que la muerte irrumpa en su vida, y no sólo eso, sino que también lo convence de que este segundo a su vez, debe convencer a un tercero, éste a un cuarto, y así sucesivamente hasta llegar a Saray. Pero ¿Cuál es ese plan del que hablamos? ¿Qué pretenden al montar semejante tinglado? Mi opinión a este respecto es que tales respuestas deberían seguir su propio curso natural y desconocido, pues además de Amorie, en esta historia no olvidemos que también intervienen otras muchas personas que serán las que no en vano, darán sin duda una forma y sentido concreto a toda la historia. Es decir, personas estas que con toda probabilidad y si de verdad nos decidimos a caminar de su lado, serán las que nos irán desvelando la solución final si es que realmente existe una solución para nuestro problema.

VII

Así que ahora sí, podemos proseguir de la mano de nuestra buena amiga Saray exactamente en el mismo lugar donde la habíamos dejado … esperando».

A la mañana siguiente Saray se despertó mucho más temprano de lo que en ella era habitual, y tras tomar un café bien cargado y una ducha más rápida de lo que uno tarda siquiera en imaginársela, emprendió el camino a la estación montada sobre los zapatos relucientes, negros y de tacón, que le había regalado su hermana pequeña por su cumpleaños. En la céntrica estación Leron Saray se apeó del tren, y tras bajar y subir varias escaleras mecánicas, accedió por fin a la superficie, inspiró el olor a humo, detritos y hormigón que la ciudad desprendía como un gigantesco cubo de basura, y después continuó caminando durante diez largos minutos sin pensar absolutamente en nada. Al cruzar la puerta de su despacho eran ya casi las diez, y en el peor de los casos quiso pensar ella, tenía todo el día por delante para sentirse bien. Y es que a Saray le encantaba aquella agradable sensación matinal tres cuartas partes mentira una cuarta parte verdad, de renovación, de restauración, y que no en vano siempre acudía en su búsqueda de la misma forma, esto es, mediante la errónea y estúpida idea que consiste en pensar que con la luz del día y el olvido de la noche anterior, todo se borra para siempre del lugar a donde van a parar los sueños incumplidos, y por tanto, uno vuelve a tener una nueva oportunidad de ser feliz.

- ¡Buenos días Saray! – va y le dice Elisa entrando en su despacho como una flecha toda vestida de azul.
- ¡Buenos días Elisa! ¿Todo bien?
- ¡Sí, sí, muchas gracias, todo bien! – responde Elisa con una sonrisa muy agradable. Para después, continuar hablando y diciendo cosas como - ¡Simplemente decirte que Aarón ha llamado hace tan sólo un rato diciendo que se encontraba realmente mal y que hoy no vendría a trabajar. Que me asegurase de decírtelo personalmente, pero que en cualquier caso prometía estar mañana aquí a las ocho en punto! ¡Luego está lo de estos papeles. Creo que tienen algo que ver con esa exposición que estas preparando, no sé, échales un vistazo en cuanto te sea posible, parece importante! – Entonces Elisa desaparece mientras Saray por su parte se lanza sobre los papeles en cuestión con una desesperación frenética. Un sello impreso sobre el dorso identifica el sobre como procedente del Ministerio de Cultura. Es piensa ella y con razón además, la respuesta que durante tantos días ha estado esperando.
La carta dice así:

«A la directora del Archivo Nacional la Srta. Saray.

Estimada Srta. Saray, en respuesta a la petición formulada por usted misma en referencia a la posibilidad de un traspaso masivo de archivos relacionados con el sumario Amorie, lamentamos tener que informarla que al menos por el momento, dicho traspaso es imposible por no estar la mayoría de esos mismos documentos desclasificados. En cualquier caso y para más información, no dude en ponerse en contacto con la persona que le remitimos a continuación.

Sr. Nemrod. Responsable del Área de Comunicación del Ministerio de Cultura.

P.D. Sentimos enormemente las molestias que esta negativa le pueda causar, tanto a usted, como al organismo que de forma ejemplar representa.

Aprovechando para saludarla, el subsecretario segundo del Ministerio de Cultura»

La primera impresión tras leer aquella carta fue para Saray y ante todo de incredulidad. Algo así como cuando alguien te gasta una de esas bromas de mal gusto que hacen de todo menos reír, o lo que vendría a ser lo mismo, que únicamente hacen reír al estúpido que las ha ideado. Y es que más de una vez y más de dos, ella personalmente había tenido que tratar con el Ministerio de Cultura por muy diferentes asuntos, y jamás, o al menos que ella recordara, había tenido ningún tipo de problema con ellos. Todo lo contrario. Ambos departamentos mantenían desde hacía muchísimos años una inmejorable relación de trabajo, destacando de su larga lista de proyectos comunes algunas importantes exposiciones sobre arte así como sobre otras materias culturales. Pero por el contrario ahora le decían que no, estaba muy claro, que tal traspaso de documentos no era posible por estar esos mismos documentos bajo llave. Pero ¿Y qué sentido tenía que una historia como la de Amorie estuviese bajo llave todavía hoy? ¿O por qué tanto misterio si Amorie ya no suponía un problema para nadie? ¿O por qué yo no sabía nada de que una serie de documentos permaneciesen todavía hoy clasificados? ¿Por qué nadie me lo había advertido antes?

Tan pronto como recuperó el control Saray cogió su abrigo y salió de su despacho a toda velocidad inmersa en sus propios pensamientos y con una cara que denotaba concentración, pero sin duda, también un disgusto tremendo. Su boca permanecía excesivamente cerrada, sus facciones, relajadas y suaves por lo general, se habían tensado como la cuerdas de una guitarra, y de ahí que diese la impresión de que de un momento a otro, algo se pudiese partir en su interior haciéndolo saltar todo en mil pedazos. Ya en el ascensor Saray se topó con Liev, su segundo de abordo, y éste le preguntó que tal le iba todo. Ella simplemente, aunque algo seria pues sin duda debía resultarle imposible disimular tanta agitación como la que sentía, se limitó a responderle la verdad, que se dirigía al ministerio de Cultura en busca de una explicación porque le estaban tocando las narices pero de esta vez de verdad. Cuando Liev le preguntó a Saray a qué clase de explicación se refería y qué clase de tocamiento de narices era ése, ella simplemente le respondió: «¡Sobre la negativa de cultura a entregarnos unos documentos relacionados con Amorie! ¿Te lo puedes creer? ¡Ahora dicen que todavía hoy están clasificados!

Tras aquella breve charla ambos compañeros se dijeron adiós, y después, cada uno a su manera, cogió su respectivo camino perdiéndose así de vista. Saray por su parte tomó el camino que la conducía hacia la calle primero y después hacía el ministerio de Cultura, mientras que Liev y cambiando sus planes radicalmente, en dirección a Elisa para que ésta le diese una explicación algo más extensa de qué era exactamente lo que estaba sucediendo allí.

- ¡Esta mañana ha llegado una carta del Ministerio de Cultura, la ha leído, y tan pronto como ha acabado, ha salido pitando sin decir ni mu! ¡Eso es todo cuanto sé Sr. Liev!
- ¡Bien, bien, muchas gracias Elisa, muy agradecido. Eso es todo cuanto necesitaba saber!

El despacho de Nemrod era un lugar de lo más curioso y evocador. Pero no porque el propio Nemrod hubiese planificado su decoración previamente y después la hubiese llevado a cabo tal y como suele suceder en la mayoría de los casos, sino más bien porque incapaz de conseguirlo, toda la estancia había acabado por adquirir un aspecto de indefinición, de cierta ambigüedad estética, al cual difícilmente podría haberse llegado por otra vía que no fuese aquella. En aquel despacho lo humano y lo artificial se mezclaban pero sin tocarse siquiera, algo así como si formasen parte de dos planos o dimensiones radicalmente opuestas. Delante lo artificial, lo ministerial, lo mundano, y detrás y como a través de un cristal sucio, lo humano, lo infinito, lo constantemente imprevisible. El resultado de todo ello era una especie de yuxtaposición de dos realidades originalmente distintas pero que, quizás por un simple capricho cósmico, habían decidido mostrarse como una sola.

Nemrod al observar la atención con la que Saray miraba sus cosas, parecía un Dios al que hubiesen sorprendido robando.

- ¿En qué puedo ayudarla Sra. Saray? – dijo bruscamente.

Saray lo mira a los ojos y sonríe, sin querer.

- ¡Srta. por favor, todavía no me he casado!
- ¿Cómo?
- ¡Que soy mujer soltera, ya me entiende, por lo de Srta., ya sabe!

Saray se acomoda. Nemrod observa atónito la perfección de las piernas de la joven mientras dice:

- ¡Discúlpeme, no había entendido! ¡Je, je!
- ¡Mire Sr. Nemrod, voy a ir directamente al grano si no tiene inconveniente, además, comprendo perfectamente que usted debe tener mucho trabajo, y que yo, de alguna forma, le estoy molestando con todo este asunto. Pero es que yo venía por el tema de los archivos del Capitán Amorie. Bien, supongo que ya sabe que llevamos mucho tiempo trabajando en este asunto, y que si no habíamos pedido esos archivos antes, ha sido sencillamente porque contábamos con que no habría ningún problema!
- ¡Entiendo!
- ¡Además, supongo que se imagina las dificultades que hemos tenido que atravesar para llegar hasta donde ahora estamos, así que, como se podrá imaginar, muchas puertas antes que ésta se han cerrado primero y se han tenido que abrir después!
- ¡Sí, sí, la comprendo perfectamente Srta. Saray, y entiendo el esfuerzo que ha tenido que hacer su departamento para llegar hasta aquí, pero créame, en este caso es diferente. No hay nada que yo pueda hacer!
- ¡Perdone mi tozudez Sr. Nemrod, pero es que no lo entiendo! ¡De verdad! ¿Cómo puede ser? ¿Cómo es posible que esos papeles sigan todavía hoy clasificados? ¿Qué sentido tiene algo así?
- ¡No lo sé, de verdad que no, aunque yo personalmente me inclino a pensar que probablemente no tenga ningún sentido en absoluto. Es más, la mayoría de las cosas no tienen ningún sentido. Es decir ¿Tiene sentido que yo cobre lo que cobro por hacer lo que hago, es decir, nada? Déjeme responderle; no, no lo tiene. ¿O tiene sentido que mi coche se estropeara por primera vez justo tres horas antes de irme de vacaciones? Pues no, tampoco lo tiene. Yo lo único que sí sé con total seguridad es que nosotros como de costumbre hicimos todos los trámites necesarios para tener acceso a esos papeles y después entregárselos a usted como suele ser costumbre. Srta. Saray, lo que trato de decirle es que tendrá que apañarse con lo que tiene ¿Comprende?
- ¡Pues lo siento pero yo no puedo resignarme, es más, quizás usted sí lo haga e incluso entiendo que así sea, pero yo por el contrario necesito esos papeles y hablaré con quien sea necesario para conseguirlos. Es una estupidez, no, es una desfachatez que sigan cuarenta años después clasificados y encerrados en algún cajón donde lo más probable es que se los acaben comiendo los gusanos. En fin, que muchas gracias por su paciencia y que le vaya todo muy bien. Muy agradecida por su atención, de veras!
- ¡Adiós Srta. Saray y que tenga mucha suerte. Es más, me agrada ver que tiene las ideas claras y que no se arruga por un simple NO! ¡Adiós y cuídese!

Aarón no había mentido en absoluto al decir que se encontraba terriblemente fastidiado aquel día, y la mejor prueba de que efectivamente así era es que tenía incluso algunas décimas de fiebre que unidas a una incipiente barba y a un pelo totalmente enmarañado, le otorgaban el aspecto casi completo de uno de esos náufragos que tras un largo periodo a la deriva, por fin son rescatados. Es más, los brazos, las piernas, la espalda, el cuello, los hombros, los dientes, e incluso los dedos de los pies le dolían de un modo inconcebible cada vez que trataba de apoyarlos en el suelo, hecho que finalmente había acabado por postrar al joven en la cama a pesar de sus continuos intentos por evitarlo. Pues bien, cuando su chica a eso de las ocho de la mañana le dijo con una mezcla de envidia y amor: «¿Qué placer quedarse en casa en un día de lluvia como este eh?» éste le respondió igualmente con total, aunque eso sí, febril sinceridad: «¡Pues la verdad es que sí mi amor, para que te voy a mentir!».

Aarón vivía junto con su novia (Manuela se llamaba la chica en honor a su abuela materna) en una casa de pequeñas dimensiones situada en el extrarradio de la misma ciudad en la que ambos habían nacido, ambos se habían criado sin excesivas dificultades, y finalmente también ambos se habían conocido mientras correteaban siempre optimistas por los pasillos de la facultad. De hecho aquella suave pareja llevaba ya casi dos largos años viviendo en aquel lugar a más de diez paradas de metro del centro histórico de la ciudad, y de momento, o al menos que ellos supiesen, no tenían el más mínimo motivo para pensar en la posibilidad de mudarse. Además, el precio del alquiler era bastante razonable, mientras que la casa en términos generales, lo cierto es que a pesar de sus más de sesenta años de antigüedad y del mal aspecto exterior, no estaba del todo mal. Todo lo contrario. Disponían de agua caliente sin límite alguno, de calefacción para las frías noches de invierno, y de aire acondicionado para los calurosos días de verano.

Después de tomar sus medicamentos y ver durante media hora muy escasa la televisión, Aarón finalmente se durmió quedándose más de dos horas al abrigo de unos sueños especialmente confusos. Soñó que la ciudad ardía de punta a punta como víctima de un acontecimiento bíblico sin precedentes, fuego éste del cual él, Aarón, el bueno y con algunas décimas de fiebre de Aarón, conseguía escapar por algún motivo que desconocía montado sobre un poderoso caballo blanco que lo rescataba justo en el último momento. Una milésima de segundo antes de que toda la ciudad cayera rendida presa de las llamas. Después y sobrevolando ya a salvo la ciudad lo que soñaba entonces Aarón es que lo observaba todo desde más arriba de las nubes muy satisfecho de no estar allí abajo. Donde todo e irremediablemente se convertiría en cenizas en unos pocos segundos. Luego Aarón soñó que estaba en una autopista desconocida junto a alguien igualmente desconocido, pero en la que en cualquier caso sí parecía evidente que los coches que por ella circulaban hacían todo lo posible por atropellarlo mientras que él por su parte hacía todo lo posible por evitar que así fuese. Pero era superada esta última fase del sueño cuando la escenografía del sueño cambiaba por completo, dando paso con ello a la aparición de un féretro con un hombre muy mayor en su interior y al cual había que trasladar a algún lugar no desvelado todavía. La cuestión es que cuando Aarón ya frente al ataúd observaba a aquel hombre, no le resultaba del todo desconocido, es decir, que le resultaba incluso familiar. Así que era ya unos segundos más tarde y cuando ya cargaba con el féretro a sus espaldas, cuando Aarón caía por fin en la cuenta de todo el misterio. Era él mismo pero con cincuenta o sesenta años más. En la similitud de la nariz estaba la clave pensó. Y entonces e incapaz de soportarlo más Aarón se despertó.

A la mañana siguiente y a pesar de la promesa que Aarón había hecho tampoco pudo ir a trabajar. De modo que ya a primera hora de la mañana llamó de nuevo a la oficina a fin de evitar los siempre incómodos rumores, y de tal modo además que en cuanto la voz de Elisa sonó al otro lado del auricular éste le dijo que aunque sí era cierto que se encontraba mejor que el día anterior, que la fiebre había remitido al menos en parte, el médico sin embargo le había recomendado que se quedase en casa por lo menos un día más como simple medida de precaución. Elisa a su vez le respondió que no había ningún problema, que no se preocupara por nada y que descansara lo máximo posible pues Saray además de estar tremendamente ocupada, ya estaba al tanto de todo. Cuando Aarón colgó por fin el teléfono pensó que tampoco había sido tan difícil. Así que como simple medida compensatoria por lo aburrido del día anterior, dedicó la mañana a hacer algunas compras y poco más. La tarde en cambio la dedicó exclusivamente a tomar algunas notas referentes al caso Amorie:

«Amorie nunca habla de acontecimientos concretos o especialmente relevantes de la historia de los pueblos de los que sin embargo tantas cosas asegura conocer. Es más, en la mayoría de los casos sólo los menciona de pasada, algo así como si él únicamente fuera un espectador cualquiera que viaja en un tren de forma gratuita observando el paisaje a través de una de las ventanas por mera casualidad. Por ejemplo, Amorie en ningún caso hace mención alguna a los acontecimientos más destacados de la historia de la humanidad, como tampoco hace referencia a ninguno de sus posibles protagonistas. Siguiendo fielmente por este mismo procedimiento, Amorie tampoco más adelante cuenta nada de forma global, de la misma forma que jamás y bajo ningún concepto, hace nada por atar los cabos cuando de hecho cabe suponer observando su trayectoria, que precisamente un tipo de su experiencia y conocimientos, es quien está en mejor disposición para emprender semejante tarea pues su situación es, no lo olvidemos, privilegiada. Evidentemente esta ausencia de profundidad en sus análisis resalta con mayor intensidad en fragmentos del diario separados entre sí por cientos de años, y es que es justamente al confrontar diferentes textos, es cuando mejor se aprecian tales diferencias. Aún más, mientras que en algunas de las páginas más antiguas de las que disponemos el estilo es muy fluido y conciso, magistral incluso desde un punto de vista literario, por el contrario en las páginas más recientes sobre todo (aunque ya hacía la mitad del diario encontramos algunos buenos ejemplos de ello) no es necesario ser ningún especialista para darse cuenta de que el estilo pasa a ser incomprensiblemente denso y confuso, llegando incluso a estar en algunos casos, o bien muy poco elaborado, o ya desde la orilla contraria, quizá excesivamente revisado y por tanto carente de la fluidez narrativa que se le supone al diario de un viajero cualquiera que toma simples anotaciones de todo cuanto ve y siente. Sea como fuere lo que sí parece estar muy claro es que el texto carece de la unidad esperada, y tal hecho resulta incomprensible si nos empeñamos en adjudicar todo el diario a un mismo y único autor. También y de la misma manera los errores sintácticos y gramaticales son igualmente evidentes, y no sólo evidentes, sino que además se van incrementando a medida que el texto avanza. Nota anticipativa: Algo falla y no se que es.

Otro hecho que llama inevitablemente la atención de cualquier lector que dedique tan sólo unas horas a una lectura atenta del diario de Amorie, es el hecho de darse cuenta de que todo el texto, sin excepción, está escrito con la misma y vieja máquina de escribir probablemente arreglada y revisada en cientos de ocasiones, y no sólo eso, sino que el papel utilizado también es el mismo en todos los casos. Un papel de gran calidad, pero sobre todo y es esto lo que más llama la atención del caso, un papel capaz de soportar elevadísimas temperaturas. Miles de grados incluso. A este respecto fue toda una sorpresa comprobar que el papel es ignífugo. Además, los análisis realizados en el laboratorio lo corroboran una y otra vez. No hay duda, ¿pero por qué escribir un diario en papel ignífugo? ¿para protegerlo? Y si es así, ¿protegerlo de qué?

Por último añadir que si uno ordena de forma cronológica todo el diario mediante o bien las fechas, o bien los acontecimientos históricos que en él se van desarrollando aunque sea de forma implícita, por fuerza tiene que caer en la cuenta de que son muchas las páginas que faltan (aunque no estén numeradas) y si como ya hemos visto también anteriormente, descartamos la posibilidad de que dichas páginas resultaran destruidas o dañadas en el accidente debido a la gran resistencia del papel, entonces nos encontramos con un vacío que abarca varios miles de páginas, probablemente más, así que me pregunto yo ¿Dónde están todas esas malditas páginas que faltan? y algo peor aún ¿Quién las tiene y por qué razón?».

Cuando Aarón acabó de tomar aquellas notas pensó «Saray se va reír de mí, un autor múltiple, por favor» y automáticamente guardó todos aquellos papeles y se dirigió a la cocina donde se tomó un té. Por la ventana la luz entraba como tirada con escuadra y cartabón, y ante semejante delicadeza de la naturaleza hacia su persona, Aarón se sintió ya algo mejor. Como más pequeño y sin tantas pretensiones que lo alejaran de una verdad de la cual él mismo -ahora lo veía con absoluta claridad- se había alejado como el que huye despavorido de un edificio en llamas. Después y ya en el sofá de nuevo, Aarón encendió el televisor y comenzó a ver un programa en el que se debatían los pormenores de las últimas elecciones y que tanto revuelo estaban causando desde hacía unos días. Los resultados estaban muy igualados. Todo era muy confuso al parecer. Además, según explicaba la presentadora del informativo nada se sabía con seguridad, y es que el escrutinio total de los votos probablemente tardaría varias horas en finalizar. Posiblemente hasta el anochecer. En la mesa de debate aparecían varias personas como hechas de cristal, como maniquíes que no dejaban de hablar ni de discutir (no se ponían de acuerdo en nada) haciendo todo tipo de interpretaciones y conjeturas, y de tal modo además, que incluso parecía que aquel fuese el primer día del hombre en el mundo y por tanto todo cuanto conocemos aun estuviese por descubrir.

En la recién restaurada estación donde Saray esperaba el tren aquella mañana en particular hacía un frío que lo hacía a uno temblar como un pingüino. Las temperatura debía haber bajado como mínimo de diez grados en el transcurso de la noche anterior, así que quizá por ello, la mayoría de la gente no sabía ya dónde meterse ni menos aún en qué pensar a parte de la idea cada vez más extendida, de ir en busca de alguno de los operarios de las líneas ferroviarias (daba igual cual) sacarlo a latigazos de su calurosa oficina, y una vez ya fuera dejarlo completamente desnudo y atado a alguna de las vías para ver qué tal le sentaba aquello. El problema al parecer residía en el hecho de que alguien había hecho correr la voz (no se sabía exactamente quien) de que los trenes iban llegando con cuentagotas debido algún tipo de problema técnico muy serio (los problemas de trenes siempre son técnicos y muy serios) y de ahí que la gente se fuese poniendo cada vez más nerviosa sin que toda aquella situación pareciese tener un final cuanto menos feliz.

Saray cogió un taxi y despareció.

Aarón se presentó aquella mañana en el despacho de Saray como de costumbre poco después de la hora de almorzar. Debían ser más o menos las diez y media de la mañana cuando esto sucedió, y esa precisamente, era la hora pactada por jefa y empleado para su breve reunión diaria de la cual el tema central solía ser Amorie y los pocos avances que en aquella dirección se hubiesen hecho. Saray por su parte y después de tanto ajetreo como el vivido durante todos aquellos días, sentía además aquel día una especial curiosidad por volver a ver a aquel joven que tan eficiente parecía, tan inteligente y aplicado, pero a la vez, saber también cómo iba vestido aquel día en concreto, si se habría puesto su camisa preferida o no, cómo iba peinado, si se habría afeitado o no, o ya y en un plano mucho más personal desde luego, intentar averiguar con solo interpretar la dureza de sus facciones, si había hecho o no el amor la noche anterior. Aarón en cambio se excusó ante su jefa por su enfermedad y consiguiente ausencia, omitiendo desde luego la parte en la que le había hecho el amor aquella misma noche a su novia pensando en ella, pero explicándole sin omitir en este caso ni el más minúsculo de los detalles lo mal que lo había pasado con todo el asunto de la fiebre y los vómitos. Treinta y nueve grados de fiebre le dijo en un tono un tanto condescendiente, no son cualquier cosa.

- ¿Y bien? – dijo ella - ¿Cómo va todo Aarón?
- ¡Bien, bien, gracias! ¡Estoy mucho mejor!
- ¡No perdona, me refería a lo de Amorie! – y sonrió - ¿Has aprovechado el tiempo para hacer algo más que subrayar el texto y gastarte una fortuna en rotuladores fluorescentes?
- ¡Sí, sí – y también sonrió – de hecho ayer por la tarde me estuve mirando algunos fragmentos que por casualidad llevaba conmigo y tomé algunas notas al respecto!
- ¿Y bien? ¿Cuál es la conclusión de esas notas?
- ¡Pues que el autor del diario de Amorie no puede ser un solo hombre sino que a la fuerza deben de ser varios! ¿Le parece eso una estupidez?

Ella dijo que no con la cabeza, y luego le pidió que por favor se explicara lo mejor que pudiese.

- En primer lugar me gustaría decir que son muchas las cosas que no encajan de ese diario. O al menos, así me lo parece a mí por lo que hasta ahora he podido comprobar. Por ejemplo, me refiero a los diferentes tipos de estilo que en él se utilizan ¿Se ha dado usted cuenta? Varían muchísimo. No sé, yo aunque desde luego es cierto que no he leído tanto como usted, por el contrario sí creo haber leído lo suficiente como para saber que aunque un mismo autor puede adoptar muchas veces distintas personalidades a lo largo de una misma obra, sin embargo siempre queda algo de él, algo así como una fragancia que lo persigue a todas partes y en todas sus obras, y que es desde luego, relativamente fácil de distinguir cuando uno lo lee atentamente, sea quien sea el personaje en el que se ha introducido o convertido. Es decir, sea niño o sea viejo. Sea hombre o sea mujer. Sea perro o sea gato. Pues bien, en el diario de Amorie esto no sucede en modo alguno. Todo lo contrario. Parece como si el texto se partiera a veces en opiniones y formas de ver las cosas que aparentemente no tienen nada que ver. Por ejemplo ¿Se ha fijado usted en el tratamiento que hace Amorie del tema de las mujeres? Al principio las odia, cada comentario que hace sobre ellas es para decir lo terribles que son, y como él, personalmente, las detesta. Pues bien, más tarde en cambio esa misma concepción del sexo femenino disminuye, se posa suavemente, llegando incluso a justificar sus actos sea cual sea su naturaleza y objetivo. Mostrando por ellas se entiende, un amor que más de una vez y más de dos, roza lo absurdo. Incluso y fíjese usted, llega a defenderlas en momentos en que para nada debería hacerlo. Después está el tema del papel. Es ignífugo ¿Lo sabía? Las pruebas del laboratorio dicen que no hay duda alguna al respecto. Así que dígame ¿Por qué lo hizo? Es decir ¿Por qué Amorie quiso asegurarse ya desde el mismo inicio que el diario no caería presa de las llamas? ¿Por perpetuar su herencia? ¿Es que acaso él ya sabía cuando empezó que aquello acabaría por durar siglos? ¿Qué más tarde sería leído y motivo de estudio por nuestra parte? Eso es imposible. También está lo del número de páginas pues según mis cálculos faltan muchas, varios miles ¿Dónde están todas esas páginas? ¿Quién las tiene y por qué razón?
- Aarón por favor ¿Te das cuenta de lo que estas diciendo?
- ¡Perfectamente. Lo que estoy diciendo es que el diario de Amorie es un timo. Vamos, que estoy totalmente convencido de ello!.
- ¡Bien Aarón, nos vemos mañana a la misma hora sino tienes inconveniente. Ahora tengo muchas cosas importantes que hacer. Ahora bien, recuerda sólo una cosa y trata de pensar detenidamente en ella; la prueba del carbón confirma que el texto es auténtico, es decir, que tiene realmente los años que Amorie afirma que tiene!

Y Aarón se fue sin pensar en que en realidad, tal afirmación para nada excluía sus propias conclusiones.

El Sr. Nemrod parecía algo más preocupado de lo normal aquella mañana en particular. Según se comentaba por la mayoría de los despachos el origen de su inquietud procedía de las continuas llamadas que había recibido de Saray a lo largo de todo el día anterior, así que en cierto modo su malestar estaba incluso justificado pues quien más quien menos sabía lo agobiante que podía llegar a ser la directora del Archivo Nacional cuando realmente estaba interesada por algo. Además, según se comentaba también por los despachos la posición de Nemrod últimamente estaba siendo fuertemente discutida por algunos de sus superiores como consecuencia de ciertos errores incomprensibles en una persona de su reputación y experiencia, así que quizás y como resultado de todo ello, Nemrod comenzaba a mostrarse cada vez más irritable con respecto a todo y a todos.

Fue al volver de comer cuando solicitó a su secretaria que lo pusiese en contacto –inmediatamente- con la Srta. Saray. Extensión ministerial 100056.

- ¿Diga?
- ¡Soy Nemrod, creo que ha estado intentando localizarme!
- ¡Sí, sí – respondió ella con una voz que denotaba tanto precipitación como alegría – quería volver a hablar con usted a cerca de Amorie! ¿Tiene un minuto?
- ¡Sí, sí, desde luego! – respondió él - ¿Cuándo le iría bien que nos viésemos?
- ¿Puede venir usted a mi despacho? ¡Estaré aquí hasta las ocho, ocho y media! ¡Qué me dice! ¿Se podrá pasar?
- ¡Mire, vamos a hacer lo siguiente, quedamos a las ocho en punto en esa cafetería que hace esquina con el Cine Vignon, además si no me equivoco, creo que en ese lugar hacen un café fantástico!
- ¡Sí, sí, y tanto, me parece perfecto, a las ocho pues!
- ¡Adiós!
- ¡Adiós!

Cuando Nemrod apareció por Castillo Negro eran ya más de las ocho y media de la noche lo cual quiere decir que Saray llevaba más de cuarenta minutos esperando cuando él se dignó a aparecer por allí. Dicha demora se debía principalmente al hecho de que hasta el último momento el propio Nemrod había dudado seriamente en si debía acudir a aquella cita o no, y de ahí que todo se fuese demorando poco a poco.
- ¡Perdón de nuevo Srta. Saray, últimamente no sé que pasa pero es que llego tarde a todos los sitios!
- ¡No se preocupe – le respondió ella visiblemente molesta – no es usted el único que va como un loco por esta ciudad!

La charla entre ambos funcionarios del estado fue sin embargo bastante larga e incluso de haberse desconocido el verdadero motivo de su encuentro, alguien podría haber llegado a la errónea conclusión de que aquello, en realidad, era algo así como una cena familiar entre un padre y su querida hija a la que hacia mucho tiempo que no veía. La cuestión es que hombre viejo y feo y mujer guapa y joven hablaron durante más de cuarenta minutos sin apenas interrupción alguna, y la verdad es que en términos generales la conversación discurrió en la más absoluta cordialidad y respeto mutuo. Ahora bien, a lo largo de esos cuarenta minutos Saray le expuso a Nemrod, que sentía profundamente las molestias que su empeño en conseguir aquellos papeles le pudiera causar, pero que tal hecho de ningún modo podía convertirse en un obstáculo para seguir adelante con su proyecto. Que tratara de comprender fue textualmente lo que le dijo. Además, según la opinión de la misma Saray todo aquel asunto de documentos clasificados era ciertamente sospechoso, y de ahí según ella su interés por hacerlo público. Nemrod por su parte se limitó a intentar disuadirla por diferentes vías, adoptando a veces un tono paternal y no del todo fingido, y otras, un tono mucho más punzante, más incisivo, pero sobre todo como adelantándole todo lo malo que una decisión de aquellas características le podía acarrear a su hasta ahora impecable carrera profesional. También a grandes trazos Nemrod le pidió a Saray que por favor no lo tratara como a un estúpido, no por nada, sino porque él ya llevaba muchos años jugando a aquel juego de subir y bajar, de avanzar y retroceder, y si algo había aprendido, era justamente que la justicia poco o nada que tenía ver con todo aquello.

Ya en el exterior de la cafetería se dieron la mano y se dijeron Adiós.

El Sr. Quemuel se había masturbado mucho más de lo estrictamente necesario aquella noche en particular. De hecho tenía el pene incluso algo irritado y un tanto rojizo especialmente por los bordes y si es que realmente está permitido llamarle “bordes” a tan delicada zona de la gloriosa anatomía masculina, hecho al que habría que añadir que aquella fijación obsesiva por su nueva vecina, una morena de armas tomar que hacía poco tiempo se había instalado en el piso superior, comenzaba a causar en su estado de ánimo una sensación de desproporción e inconsciencia difícilmente justificable incluso para él mismo que ya estaba perfectamente habituado a tales excesos. De modo que Quemuel y según siempre su particular modo de ver las cosas se decía para sus adentros: «¡Tengo que hacer todo lo posible para concentrarme pensando en otras, e incluso quién sabe, puede que la solución pase precisamente por no concentrarse absolutamente en nada, por dejarme llevar y dejar mi mente completamente en blanco!». Pero al margen de los desajustes emocionales que sin duda provocaba en el carácter de Quemuel el hecho de no llevar lo que se dice una vida sexual plenamente satisfactoria, no todo en su vida cotidiana era igual de triste y patético. O por lo menos, no aparentemente. No obstante y según la opinión de la mayoría de sus vecinos, gente que por lo general que lo conocía desde hacía bastantes años, Quemuel era un hombre perfectamente normal, extraordinariamente culto y equilibrado, y no sólo eso, sino que además casi todo el vecindario era de la opinión de que si Quemuel no tenía vida social alguna, era sencillamente porque él la rechazaba, porque de algún modo, ésta debía suponer un obstáculo para un trabajo que como el suyo, exigía de una tranquilidad y sosiego que de ningún otro modo podría haber conseguido. Por tanto y para la mayor parte de personas que de un modo u otro lo conocían, Quemuel era algo así como una especie de asceta que se retiraba esporádicamente del “mundo” con la única intención de profundizar en su trabajo. Ahora bien, una cosa es la idea que la gente se pueda formar de una persona en concreto a partir de una serie de datos por lo general subjetivos, falsificados e insuficientes, y otra muy distinta, la forma con que esa misma persona se percibe a sí misma desde un interior igualmente subjetivo, falsificado y no menos insuficiente que en el caso anterior. Partiendo de tales premisas no es extraño pues, que el propio Quemuel y por supuesto muy lejos de la opinión que sus vecinos se hubiesen podido formar de él, se viese a sí mismo como una especie de monstruo, de línea recta desviada sobre un plano en el cual, si la memoria no le fallaba, alguna vez todo había estado perfectamente claro y delimitado ¿Pero cuándo había comenzado esa desviación preguntará alguien? ¿o en qué momento de su vida exactamente se había comenzado a producir aquel mismo cambio de trayectoria que en última instancia había acabado por convertir a un muchacho perfectamente normal en aquel ser introvertido para el cual cualquier contacto humano suponía poco menos que un descenso a los infiernos? Eso es lógicamente imposible de saber, y sin embargo, parece incuestionable que alguna decisión tomada en el pasado, puede incluso que alguna decisión en principio del todo intrascendente, había acabado por convertir a Quemuel en un hombre para el cual las personas que lo rodeaban, ya se tratase de amigos, compañeros de trabajo o simplemente de vecinos, eran poco menos que simples instrumentos. Herramientas que como un martillo o un destornillador cualquiera, permitían si se sabían utilizar adecuadamente, conseguir una serie de objetivos que de ningún otro modo se podrían haber conseguido. Sin embargo el problema en el caso de Quemuel sólo había comenzado a tomar unas dimensiones ciertamente preocupantes a partir del momento en que aquel recurso, por otro lado bastante extendido y perfectamente lícito entre la mayoría de las personas, se había convertido en un vicio.

A la mañana siguiente Quemuel se puso manos a la obra como hacía mucho tiempo que no lo hacía. La razón para semejante motivación debía tener su origen en la excitación que le provocaba un panorama tan inusual como el que ahora se le presentaba, y todo ello de tal modo además que aquella especie de contradicción moral en la que lo había instalado su posición de enlace entre dos intereses en principio radicalmente enfrentados, lo obligaba a moverse de un lado a otro del piso sin que de ningún modo pudiese remediarlo. No obstante la bomba que le había enviado la directora del archivo nacional no era para menos, así que no le quedaba otra pensaba él, que trasladársela a alguien lo antes posible, aunque eso sí, sacándole previamente el máximo beneficio.

El joven Aarón se había ido a dormir algo más tarde que Manuela aquella noche. De hecho debían ser ya más de la dos de la madrugada cuando por fin se metió en la cama, y para entonces una única pregunta se dignaba ya a revolotear por su mente: «¿Qué clase de mierda es ésta?» Por ejemplo, Aarón allí a oscuras y en su habitación, con todos aquellos papeles sobre su escritorio, no comprendía por qué nadie se daba cuenta de que Amorie era un auténtico timo, cuando precisamente dicha hipótesis era la más evidente de todas. De igual modo Aarón tampoco comprendía en absoluto que gente tan inteligente y preparada como Saray, o incluso aquellos mismos tipos que en el pasado habían investigado el diario durante años con un montón de medios a su disposición, no hubiesen dicho antes: «¡Eh, qué pasa, que todo esto es muy extraño!» y después hubiesen actuado en consecuencia sacando a la luz toda la verdad. De modo que «¿Tan difícil era? ». Finalmente Aarón pensó si entraba dentro de lo posible que todo el mundo estuviese equivocado excepto él, y por lo tanto él, de algún modo, fuese más inteligente que el resto. La respuesta sin embargo fue tan obvia que incluso se alegró de que nadie lo hubiese escuchado: «No, chico, no, eres tú quien debe cambiar su forma de entender el mundo. Eres tú quien se equivoca con su planteamiento, y ya no sólo con respecto a esos papeles, sino con toda tu vida en general. Eres tú quien debe madurar y abandonar esa absurda idea, además de extremadamente peligrosa, de que este mundo es un lugar donde la razón, la justicia, y todas las cosas buenas que hay en el ser humano, acabarán por imponerse sobre las que no lo son»

Finalmente y tras entrar y salir de la cama varias veces, Aarón extrajo algunos nuevos fragmentos del diario de Amorie y comenzó a leer:

«Una responsabilidad conduce a una segunda responsabilidad y así sucesivamente hasta el infinito. Del mismo modo, una irresponsabilidad conduce a una nueva irresponsabilidad, y así, exactamente igual que sucede en el caso anterior, una y otra vez hasta llegar al absurdo más completo. Tales situaciones por tanto hacen que nuestros actos pasen a formar parte de una especie de efecto domino de incalculables consecuencias, y desde luego, imposible de detener una vez se ha puesto en marcha. Resumiendo, tanto si tomamos el camino de la responsabilidad como si tomamos por el contrario el camino de la irresponsabilidad, estamos atrapados, y de ahí que dicho camino en ningún caso tenga retorno. Pues bien, entre estas dos líneas de actuación que muchas veces incluso pueden llegar a coincidir, se mueve en bloque toda la especie humana. En definitiva, hemos dejado de ser la nave para convertirnos en unos simples pasajeros con un destino más que incierto, demasiado evidente para nuestro gusto.

Tal cuestión a su vez nos lleva a plantearnos una pregunta sumamente interesante: ¿Por tanto ha actuado el ser humano de forma responsable hasta el día de hoy? ¿O se podría decir por el contrario que ha actuado de forma irresponsable e incluso temeraria, y por tanto, ahora, en este preciso momento de la historia en el que nos encontramos, tan sólo estamos recogiendo el fruto de nuestras irresponsabilidades anteriores? Sea cual sea la respuesta lo que sí debemos aceptar en cualquier caso es que mientras que por un lado seríamos prisioneros de nuestro pasado, de nuestra historia, por el otro en cambio lo seriamos de nuestro futuro, de nuestra historia futura. Por ejemplo, suponiendo que hubiésemos actuado responsablemente, ahora nos encontraríamos con que tenemos que continuar siendo responsables y coherentes hasta el infinito. Hasta el final del tiempo que sea que nos quede por vivir. Mientras que si por el contrario damos por válido el hecho de que la humanidad ha actuado en su conjunto de forma irresponsable y sin sentido, entonces nos encontramos con que nos dirigimos hacia el absurdo con todas las consecuencias que ello supone ¿Pero qué es ser responsable dirán algunos? ¿O qué es ser irresponsable dirán otros? ¿Dónde está la línea que separa ambas cosas, y lo que es más importante aún, qué es lo que realmente separa esa hipotética línea de la que hablamos? Respuesta: Ser responsable es actuar de forma coherente en primer lugar con nosotros mismos, con nuestra naturaleza y sin omitir detalle alguno, incluso todo aquello que despreciamos de nuestra propia naturaleza, y en segundo lugar, o mejor dicho paralelamente, ser responsable con todo aquello que nos envuelve de nuestro cuerpo hacia fuera. En cambio ser irresponsable es actuar de la forma opuesta, no actuar como en el caso anterior de ningún modo. Siguiente pregunta: ¿Se podría llegar por tanto a afirmar que el ser humano es responsable por naturaleza, o por el contrario se podría afirmar que es un ser irresponsable e incapaz de medir con relativo acierto sus actos? Respuesta: Ni una cosa ni la otra, o dicho de otra manera, ambas cosas a la vez. El ser humano por naturaleza es irresponsable si extraemos la definición de “irresponsable” de un diccionario cualquiera, y si no, ahí están los libros para demostrarlo. Y sin embargo dentro de esa supuesta irresponsabilidad llamémosla teórica, el ser humano es sumamente responsable cuando hace lo que hace. Increíblemente coherente pues jamás se aparta del camino que tiene trazado ¿Pero cuál es ese camino? preguntará entonces alguien, y yo responderé: ¡Para conocer ese camino únicamente hay que seguir la línea! ¿Y cómo lo hago para seguir esa línea? ¿O cómo puedo saber si se dirige hacia la izquierda o si por el contrario se dirige hacia la derecha? Volverá a preguntar ese alguien seguramente con mayor razón si cabe. A lo que yo volveré a responder: ¡Lanzando una pelota por una pendiente!»

(12.13 minutos de la mañana del día Viernes 12 de Diciembre de 1996. Conversación telefónica mantenida por Saray y Quemuel, y grabada por el equipo de vigilancia número uno y dos simultáneamente. Nº de Expendiente 63.590.862/3)

- ¿Si? ¿Diga?
- ¡Quemuel soy yo, Saray!
- ¡Ah, hola Saray, perdona, no había reconocido el número!
- ¡No, no, no te preocupes, es normal, además este es mi teléfono personal, así que es muy comprensible que no lo tengas!
- ¡Ah vale, y bueno, dime! ¿Cuál es el motivo de tú llamada?
- ¡En realidad te llamo porque me gustaría saber por qué no se ha filtrado la noticia, no sé, yo aquel día la verdad es que te vi bastante entusiasmado con la idea. Además, también te he llamado en varias ocasiones y te he dejado un montón de mensajes! ¡No sé, simplemente es que estoy algo preocupada!
- ¿Preocupada por quién Saray, por ti o por mí?
- ¡Pues por ti, por quién iba a ser sino!
- ¡No sé, ya sé que quizás pueda parecer absurdo, pero también podría ser que lo que te preocupa en realidad es no conseguir lo que quieres, ya sabes, que esos malditos papeles salgan a la luz, que alguien después se vea obligado a desclasificarlos, y así después tú tengas el camino libre para llevar a cabo tu famosa “exposición” sobre el viejo!
- ¿Cómo puedes insinuar algo así? ¿Cómo puedes pensar así de mí?
- ¡Vamos saray, dejémonos de tonterías que nos conocemos desde hace mucho tiempo! ¿Recuerdas aquel chico con el que salías hace tan solo unos meses? ¡El otro día me lo encontré a la salida de un restaurante y allí estuvimos charlando de todo un poco, también de ti! ¿Y sabes qué me dijo? ¡Pues me dijo algo así como que tu justificación para ponerlo de patitas en la calle había sido que vuestra relación era incompatible con tu trabajo! ¡Dios mío Saray! ¿Cómo pudiste decirle algo tan patético al pobre chico, tan carente de imaginación! ¡No sé, podías haberte esforzado un poco más y haberle dicho por lo menos que te habías enamorado de otro, de un actor o un músico hubiese estado bien, o de un pintor, o quién sabe, que lo habías dejado de querer simplemente debido al desgaste que producen los años en cualquier tipo de relación, dicen que esas cosas pasan! ¡Pero mira que decirle que era por el trabajo, porque vuestra relación era “incompatible” con tus obligaciones laborales! ¡Por favor, si el chico hubiese hecho cualquier cosa por ti!
- ¡De acuerdo Quemuel. El único motivo por el que te he llamado es porque me interesa saber qué demonios vas a hacer con la información que te pasé, y en el supuesto de que finalmente no te atrevas a hacer nada, también quiero saber el motivo. Los nombres de las personas que te están presionando para que no lo hagas. A quién le has comentado todo esto, y cuantas personas más con sus nombres y apellidos pueden estar ya al tanto de dicha información. En cuanto a tu magistral clase de ética, muchas gracias, te lo agradezco, sinceramente, pero sólo quiero añadir que yo a ti también te conozco desde hace mucho tiempo y que desde luego estoy al tanto de algunas “otras clases” que has dado tú por ahí, como por ejemplo, la que le diste a un compañero tuyo de trabajo al sacar todos sus trapos sucios a relucir sólo porque te querías quedar con una noticia que te iba bien a ti y en la cual estaba trabajando él, el gran Quemuel, el periodista mejor “pagado” de la ciudad! ¿Pues sabías que pasado un tiempo el pobre chico se suicidó? ¿Que fue incapaz de soportar la presión a la cual tú solito lo sometiste y acabó por tirarse bajo las ruedas de un tren! ¡Así que a mi no me engañas! ¡Yo lo único que quiero es que me digas el nombre de la persona que clasificó en primer lugar esos papeles, y te dejaré en paz, te lo prometo!
- ¡Vamos Saray, no dramatices, ambos sabemos lo que queremos y lo difícil que puede resultar conseguirlo, así que tampoco vayamos a ir de mártires ahora. Esto es sólo trabajo, nada personal. Tú por ejemplo tuviste que dejar a tu novio, o renunciar a aquel pueblito en el que te criaste y emigrar a la gran ciudad dejando atrás tantas cosas buenas y humildes. Tú familia, las vaquitas, una vida sana y tranquila en el campo, aquel pan tan rico que te comías todas las mañanas antes de ir a estudiar a la ciudad. En cambio en este maldito lugar todo son dificultades y problemas. Todo está hecho de metal y de plástico. Es más, no sé qué pasa pero lo cierto es que en este lugar nada sale nunca bien ¿te has dado cuenta? Siempre queda algún cablecillo por ahí colgando. En cuanto a mí pues sí, tienes razón, más de lo mismo, un “sin vivir” constante con el cual tengo que cargar a diario! ¡Je, je! ¿Pero qué le vamos a hacer no? ¡Somos así!
- ¡Por favor Quemuel, créeme, si haces lo que te pido te deberé un favor, ya está dicho y no lo volveré a repetir. Sólo el nombre del tipo que clasificó esos papeles, con eso me conformo. Además, algo así no creo que te pueda perjudicar de ningún modo! ¿Qué me dices?
- ¡De acuerdo. General Milou. Jefe de todos los ejércitos en la época del accidente de Amorie, y actualmente encarcelado por el motivo que tú muy bien conoces! ¡Ah, por cierto, ten mucho cuidado con toda esa gente, son peligrosos, y te lo digo más que nada porque recuerda que en un futuro no muy lejano me tendrás que devolver el favor!

El primer intento de Saray de ir a visitar al General Milou fue además de un auténtico suplicio, uno de esos fracasos que difícilmente se olvidan. El motivo al parecer había tenido su origen en el hecho de que alguien le había dicho a Saray que no era necesario pedir cita previa para mantener una entrevista con él, así que una de dos; o bien el tipo que le dijo aquello no tenía ni la más remota idea de lo que hablaba, o bien, simplemente estaba borracho cuando lo hizo y de ahí los posteriores malos entendidos a los que Saray se tuvo que enfrentar. El caso es que la pobre muchacha se presentó allí un lunes por la mañana tan ricamente y sin haber llamado antes a nadie (ni un triste “voy para allá”) y de tal modo además, que tan pronto como intentó acceder al interior de la cárcel alegando que era la directora del archivo nacional y que su intención era la de mantener una entrevista con uno de los reclusos más importantes de aquel lugar, tuvo que dar marcha atrás y volver justo por donde había venido pero esta vez en la dirección contraria y con un enfado que fue un milagro no la matara. La segunda vez fue en cambio un tanto diferente, y si bien es cierto que en esta segunda ocasión tampoco consiguió alcanzar su objetivo, por el contrario también lo es que sólo gracias a esta segunda tentativa pudo descubrir que el único modo de acceder a Milou era poniéndose en contacto directo con él.

Conseguir el teléfono de la prisión y hablar directamente con el General Milou fue relativamente sencillo y casi decepcionante para la siempre combativa Saray. Es más, la sola idea de pensar en la cantidad de vueltas que había tenido que dar así como en la cantidad de tiempo malgastado en discutirse en oficinas estatales durante aquellos últimos días continuaba revoloteando por su cabeza como una bala disparada por un incompetente, así que cuando por fin consiguió hablar por teléfono con Milou y pactar un “bis a bis” para el lunes siguiente, la muchacha ya casi no recordaba cuál era el motivo inicial de su visita. Los días previos a la entrevista Saray los aprovechó para documentarse, averiguando gracias a ello, algunas cosas como que el buen hombre y a pesar de su aspecto férreo y aquella mirada tan común de los tiranos del siglo veinte, era un trozo de pan además de un hombre relativamente culto y sensible. Pero si bien y en un plano público resultaba que Milou siempre había sido un hombre de intachable reputación a excepción de algunos pequeños claroscuros en cierto modo justificables, lo cierto es que no se quedaba a la zaga en un plano estrictamente privado y familiar. En efecto, al parecer Milou siempre había tenido muy presente que su principal prioridad era su familia, y que después en todo caso, estaban todas las obligaciones derivadas de un puesto tan importante como el suyo.

A base de hacer cada día exactamente las mismas cosas el General Milou había acabado por convertirse en una especie de animalillo de rígidas costumbres. El buen hombre solía levantarse a las seis, seis y media de la mañana por lo general, y de tal modo además, que a partir de ese momento era como si sólo tuviese que encargarse de interpretar un guión escrito y dirigido por él mismo, y en el cual incluso lo más pequeños imprevistos estaban controlados hasta tal punto que su vida entera podría haberse definido como aquel estado neutro mediante el cual no se produce alteración física ni psíquica alguna. Pero quizá por eso mismo, Milou era también plenamente consciente de su situación, y de ahí que cada vez con mayor perseverancia, intentase oponerse a ella con los pocos medios que tenía a su alcance. No obstante cada vez con mayor frecuencia, Milou intentaba variar su forma de actuar e incluso de comportarse ante determinada situación por cotidiana que esta pudiese parecer en un principio. Por ejemplo, si un día le había puesto dos cucharadas de azúcar al café que invariablemente se tomaba todas las mañanas, al día siguiente lo que hacía (como si tal hecho tuviese la capacidad de cambiar su propio destino e incluso el de todos aquellos que de una forma u otra estaban en contacto con él) era ponerle sólo una cucharada y media, y así, por una extraña especie de superstición muy íntima, por una especie de creencia absoluta en una interdependencia cósmica en continuo movimiento, sentía que continuaba disponiendo de cierto margen de movimiento, de una infinitesimal parte de control sobre su propia existencia. Pero tal hecho de ningún modo evitaba que él mismo, fuese también plenamente consciente de que tomando tan irrisorias medidas de actuación, jamás podría lograr su propósito de una forma definitiva; esto es, ser en un plano interior que no exterior pues su condena era perpetua y al parecer irrevocable, un poco más libre de lo permitido. Por tanto y mientras que por un lado a Milou le resultaba del todo imposible no hacer todo aquello que hacía aun sabiendo que se trataba de una somera estupidez, por el otro y de una forma mucho más intensa si cabe (y quizás la explicación de tal hecho se deba a que una verdad y debido a su mayor tamaño poseía la capacidad de envolver a la otra cosa que nunca podía suceder a la inversa) tampoco podía evitar caer en la cuenta de lo absurdo de su comportamiento, y de ahí la sensación cada vez más claustrofóbica, de hallarse en un callejón sin salida que no era más que una replica exacta del callejón también sin salida inmediatamente anterior. Por tanto no es extraño que Milou hubiese llegado a la firme convicción de que la vida, en resumen, debe ser algo así como una secuencia numérica en la que el orden de los factores no tiene la más mínima importancia, pues se haga lo que se haga, el resultado final jamás varia y en consecuencia, tampoco puede importar demasiado el hecho de que se coja el camino de la izquierda en lugar de tomar el camino de la derecha para dirigirse al patio de la prisión, o ya y volviendo al ejemplo de antes, en que se ponga una cucharada de azúcar en lugar de poner dos a una simple e intrascendente taza de café.

Pero tales pensamientos de ningún modo y por contradictorio que pueda parecer, implicaban que Milou fuese una de esas personas incomprensiblemente ingenuas, que consideran la vida y todos los acontecimientos que en ella tienen lugar, como un elemento monolítico preestablecido desde un inicio por una fuerza superior que todo lo controla, sino que más bien era de la opinión de que una vez se ha tomado una trayectoria equis, difícilmente se puede modificar una vez se ha puesto en marcha pues la vida no permite dar macha atrás, no permite restaurar las piezas dañadas o defectuosas que nosotros mismos hemos ido creando a medida que avanzábamos, sino que más bien sucede lo contrario, es decir, es acumulativa, de tal modo que una vez tras otra (y así sucede hasta el final de nuestros días) nos vemos obligados a aprender únicamente de los errores ya cometidos decenas de veces antes en el mejor de los casos, o lo que es más habitual, más común, a no cometer otros errores nuevos al mismo tiempo que todavía perseveramos en el intento tantas veces estéril de enmendar los antiguos y ya de sobras conocidos. Otra de las características que el General Milou no dudaba en achacarle a la existencia de cualquier ser humano era la de aplicarle incluso en la mayoría de los casos con una severidad que rozaba las matemáticas, cierta estructura o composición piramidal, la base de la cual y por tanto la parte más ancha sería la infancia, los primeros años de nuestra vida, mientras que el extremo opuesto, la punta de esa misma hipotética pirámide de la que hablamos, sería en cambio el punto más estrecho, la vejez aunque sólo en el caso de que uno realmente llegue a viejo, o de no ser así, del momento inmediatamente anterior a la muerte siempre y cuando esta no llegue de una forma excesivamente prematura. Asimismo y según también esta ultima teoría llamémosla milousiana, cuando somos unos simples renacuajos y nos hallamos inmersos en la colosal y aparentemente plácida base de la pirámide, nuestras posibilidades son increíblemente amplias, y en consecuencia, también aparentemente menos decisivas. Mientras que es después y a medida que nos vamos hundiendo en la vida y sus inevitables preocupaciones, cuando nos encontramos con que nuestras posibilidades han decrecido, se han estrechado ostensiblemente, hecho que vendría a explicar de una forma bastante aproximada, como a partir del primer tercio de nuestra vida por poner una cifra orientativa, cualquier decisión a tomar se nos presente como una cuestión de vida o muerte para la cual sólo existe (o al menos es así como nosotros lo sentimos en lo más profundo de nuestra alma) una única solución capaz de resolver nuestros problemas. Algo así como la ya famosa escena de verse en la obligación de escoger entre el cable azul y el cable rojo para desactivar una bomba.
Pues bien, sólo gracias a la conjugación de ambas teorías Milou se veía en disposición de justificar sus actos, o mejor dicho sus derrotas, sin tener que sentirse un perdedor y un cobarde por ello.

Ahora se abre la puerta de la celda en la que se encuentra Milou y aparece un tipo vestido de uniforme. Milou lo observa atentamente, y lo que es aun peor, con su sola mirada parece desaprobar cada uno de sus actos. Finalmente el funcionario (pues es eso lo que es, un simple funcionario de prisiones que cubre el turno de ocho a cuatro por un sueldo irrisorio) acaba por decirle a Milou con un tono serio aunque no por ello menos inseguro: «¡La señorita que estaba usted esperando ya ha llegado mi General. Así que en cuanto lo desee puede dirigirse al patio!» Así que es entonces cuando el General Milou y tal y como suelen hacerlo los hombres acostumbrados a dar ordenes, responde: «¡Muchas gracias funcionario Leucaspis, ya puede usted retirarse y continuar con lo que estaba haciendo!»

El primero en hablar asumiendo así su papel de anfitrión fue el General Milou:

«… pues mire usted por donde yo en este momento y a pesar de mi edad, me hallo totalmente inmerso en un proyecto al cual he dedicado muchos años y un gran esfuerzo, y el cual si las fuerzas no me fallan en el último momento, espero ver finalizado en un tiempo relativamente corto si se compara con todas las horas que como un pequeño ladronzuelo, he ido robándole al sueño, a mi familia, a mis amigos, e incluso y aunque comprendo que suena terriblemente mal, a mis responsabilidades como General en Jefe de todos los ejércitos. Así que Srta. Saray yo de lo que le hablo es del trabajo de toda una vida, de uno de esos trabajos que a mi forma de ver las cosas, por su complejidad y naturaleza, abandonaron ya hace mucho tiempo su condición de distracción, de simple pasatiempo, para pasar a convertirse en un final diaria de la cual hace mucho tiempo perdí la posibilidad de quedar segundo. También se que ahora mismo usted estará pensando que para un viejo militar como yo, criado y educado en las viejas tradiciones, todo en esta vida y sin excepción está concebido como una victoria o una derrota, pero déjeme decirle que se equivoca por completo, pues yo, y al contrario de lo que usted pueda pensar, no soy ni he sido nunca uno de esos militares que no ven más allá de sus propias estrellas. Cierto es que he cometido errores, no lo niego, como también es muy cierto que por sólo uno de esos errores que he cometido, merecería la muerte de la forma más cruel. Pero del mismo modo que reconozco mis defectos, y así se lo digo a usted porque la considero ante todo una persona lo suficientemente flexible para comprenderme sino de una forma total sí al menos en parte, también le digo que si he cometido todo esos errores de los que tanto se habla y tantas mentiras se han dicho, ha sido precisamente por ver mas allá de mis propias estrellas, por tener, tal y como se suele decir en ciertos ámbitos militares muy de moda últimamente, excesiva visión de conjunto. Así que como usted podrá comprender y quizás debido principalmente a lo lejos que me hallo ya de todas mis antiguas responsabilidades, ahora vivo casi que supeditado a tal proyecto de una forma tan rigurosa, que todo cuanto hago y digo, está relacionado de un modo u otro con mi trabajo, y de ahí, que viva más es un estado inconsciente e interior que no consciente y exterior, o lo que vendría a ser casi lo mismo, que me interese mucho más todo aquello que no digo ni hago pero sí pienso, que por todo aquello que sí digo y hago pero que sin embargo apenas pienso.

Y es que hay días por ejemplo Srta. Saray en los que no hablo con nadie, ni una sola palabra siquiera, y no porque y al contrario de lo que piensa aquí la mayoría de la gente esté molesto por tal o cual cuestión que todo sea dicho, a mi personalmente me trae sin cuidado, sino que si me mantengo en silencio pongamos durante horas y horas e incluso durante días enteros, es más bien por una simple cuestión de disciplina que yo mismo me he impuesto y que tiene como objetivo prioritario el hecho de no distraerme, de no caer en una ociosidad estéril que me aparte del destino que yo mismo y voluntariamente me he marcado.

Por supuesto no hace falta decir que tal proyecto es de carácter literario y obsesivo, y que su objetivo principal, que no original pues su carácter innovador la verdad es que no es una cuestión que me preocupe especialmente, es el de tratar de fijar como si de una carretera de adoquines se tratara, todos y cada uno de esos pensamientos que se escapan de mi subconsciente a regañadientes. Y aunque por otro lado también entiendo que los extremos nunca fueron buenos, esa terrible costumbre de apostarlo todo al rojo o todo al negro, también y seguramente debido a mi edad, entiendo que me queda muy poco tiempo por vivir, y por tanto, ni un solo segundo más que perder si de verdad quiero poner punto y final a aquello que empecé hace ya tanto tiempo. Además ¿Cuándo de la moderación ha salido algo medianamente bueno?

Sea como fuere ahora mismo usted y como chica observadora que es, estará tratando de dilucidar a qué responde tal voracidad, tal cantidad de emergencia en un hombre tan mayor como yo. Pero antes de que continúe, antes de que llegue usted a una conclusión errónea y que en el mejor de los casos no sería más que una consecuencia de la consecuencia de la consecuencia original, yo se lo anticiparé para ahorrarle así el esfuerzo: por la consecución de una posteridad justa y digna Srta. Saray. Por ser recordado en mi justa medida»

Pero lo cierto es que ya incluso antes de que Milou dejase de hablar, a Saray le habían venido a la cabeza una de esas secuencias de pensamientos que se enlazan unos con otros como en una cadena de innumerables eslabones, y de la cual sólo se puede escapar “saltando” a otra cadena distinta, cadena ésta a la cual y del mismo modo que sucedía con la cadena anterior, sólo se le puede poner fin o bien cuando alguien o algo nos interrumpe, o algo también muy común, cuando somos nosotros mismos quienes nos interrumpimos.

Pues bien, en este caso y para Saray, el primer eslabón en ser visualizado había sido “verticalidad”, término este que la había llevado a su vez a visualizar el término “drástico”, y en último lugar a los términos “error, fracaso y decepción”. De esta primera secuencia o cadena de pensamientos Saray había saltado entonces a una segunda secuencia mucho más potente más nítida que la anterior, y en la cual se podían distinguir los términos “desconfianza y contradicción”, conceptos todos ellos que una vez sumados y después resumidos no podían significar mas que una única cosa: «Este hombre además de haber perdido la cabeza también se equivoca por completo, pues al contrario de lo que él cree, ya va a ser recordado en su justa medida» resumen al cual luego y como si tal pensamiento se hubiese quedado rezagado y por tanto llegase un poco más tarde que los demás, añadir: «Pues nadie tiene la posibilidad y por muy general que haya sido, de escoger los motivos por los cuales será recordado una vez haya muerto».

- Se vuelve usted a equivocar – dijo entonces Milou y como si a Saray se le hubiesen escapado algunos de sus pensamientos por las orejas – y para demostrárselo intentaré explicárselo lo mejor que sepa: usted puede acudir por ejemplo al que le han dicho que es el mejor restaurante de la ciudad, y comerse allí el que también le han dicho que es el de entre todos los grandes platos que en ese lugar se pueden comer, quizás el mejor de todos ellos. Es decir, la especialidad de la casa para que nos entendamos. Bien, una vez usted empieza a comer se da cuenta de que en realidad, así es, y que por tanto, no sólo se comería otra vez ese mismo plato que le habían recomendado muy acertadamente y que usted tiene ahora delante, sino que además se comería y si su estómago se lo permitiese claro, cientos de platos más con sus respectivos vinos y sus respectivos postres, con sus respectivos cafés y sus inevitables esperas. Pero lo cierto es Srta. saray que cuando usted se dispone a dar el último bocado a tan suculento manjar que por una desviación de su imaginación se le antoja cocinado por el mismísimo Dios, pues mire por donde va usted y se tropieza con un pelo, o algo todavía peor, con un insecto que quizás ha llegado a ese plato de la forma más trágica e insospechada que uno pueda imaginar. Así que dígame y por favor, trate de ser honesta ¿Después de tan lamentable incidente recomendaría dicho restaurante con la misma pasión con la que se lo recomendaron a usted? ¿O por el contrario se quedaría usted únicamente con el recuerdo de aquel pelo o aquel insecto haciendo desaparecer de un plumazo todo el resto de esa magnífica comida de su memoria y por tanto de la de los demás? ¿Y diez años después, que sucedería? ¿Y mil años después? Otro ejemplo: cuando contaba yo con la difícil edad de cinco años, mis padres decidieron matricularme, en una guardería que en aquella época gozaba de gran prestigio en el pueblo en el que vivíamos. Ya sabe, excelentes profesores, unas instalaciones estupendas, unas medidas de seguridad comparables a las de un campo de concentración, y así sucesivamente. El único inconveniente; su ubicación, puesto que debido tanto a los horarios de mis padres así como a mi limitada movilidad, necesitaba yo obligatoriamente de alguien que me fuese a buscar cada día sin excepción, pues aunque dicha guardería no estaba muy lejos de la casa en la que vivíamos, tampoco estaba lo suficientemente próxima como para que yo y por mi mismo, emprendiese cada día el camino de regreso a casa. Total, que fue mi hermano el mayor la persona escogida para llevar a cabo dicha tarea.

El resultado de todo aquello no fue otro que casi durante un largo año mi hermano y tal y como le habían encomendado acudió puntualmente a recogerme, y no sólo eso, sino que además y por lo que me contaría él mismo después, no solamente se limitó a recogerme y llevarme a casa tal y como le habían ordenado, sino que incluso cumplió su función con un amor y dedicación que nadie le había impuesto. Una distancia superior a los tres kilómetros aproximadamente, era por tanto, cubierta por mi hermano a diario y conmigo montado a caballito, en un tiempo record que dudo mucho no le hiciera perder como mínimo algunos kilos.

Pero sin embargo un día, únicamente un día de entre todos aquellos días posiblemente de lluvia y frío, de viento e incluso barro, y motivado también según me contaría mi hermano con el tiempo porque aquel día en particular tenía él mucha prisa debido a ciertos compromisos que había adquirido, la cuestión es que ni me montó a “caballito” como siempre hacía, ni menos aun pude disfrutar de aquel trayecto que a mi y desde mi perspectiva de niño de cinco años, me hacía sentir de forma parecida a como creo yo debe sentirse el que hace un primer viaje en aeroplano, es decir, observando desde lo alto de su espalda fuerte y resistente, ahora una subida ahora una bajada, ahora un picado a toda velocidad, ahora un suave descenso por entre los almendros en flor y los cerezos abarrotados.

Pues bien ¿Se puede usted creer Srta. Saray que de entre todos aquellos días en los que mi hermano me fue a buscar, únicamente recuerdo y como si todos los demás días jamás hubiesen existido, aquél en el que debí llorar por los menos un millón de veces? ¿Que de entre todas las cosas buenas que sin duda debí ver y sentir en todos aquellos trayectos de regreso a casa, porque eso es seguro conociéndome como me conozco, que debí ver y sentir cosas maravillosas y estupendas en el transcurso de aquellos viajes, no recuerdo ni una sola de ellas al margen de mis sollozos y mis penas, de mi respiración entrecortada y una soledad que sería un milagro no me hubiese dejado algún daño cerebral?

La memoria es selectiva Srta. Saray, y no sólo selectiva, sino que además de selectiva puede llegar a ser también terriblemente injusta, despiadada y por si fuera poco, alucinantemente desproporcionada si la comparamos con la misma realidad que la engendró. De hecho sólo así se explica, que hombres tan destacados a lo largo de la historia como lo fueron Napoleón Bonaparte o incluso Cristóbal Colón si nos ceñimos exclusivamente a la historia de La Tierra, puedan seguir siendo considerados a día de hoy y después de cientos de años, uno como un genio militar, y el otro como un “descubridor” y “evangelizador” del continente americano. Porque dígame ¿A cuántos hombres, padres de familia, hijos y hermanos, envió Napoleón a la muerte por su simple sed de grandeza? ¿Y Colón, a cuántos indígenas sometió en pos de una fe que según él y los que le pagaban, era la única que permitía mostrar el camino recto y desinteresado?

Desde luego también es muy cierto me dirá usted que tales consideraciones y afirmaciones con respecto a dichos personajes son sumamente superficiales e ingenuas, y que en definitiva carecen de validez histórica alguna. Y que si profundizásemos sólo un poco más en cualquier libro de historia, pues entonces nos daremos perfecta cuenta de que uno era en realidad un loco salido de una clínica mental en un permiso de fin de semana excesivamente largo, mientras que el otro, el tal Cristóbal, no era más que un camionero al que alguien le había dado una pistola demasiado potente para un cerebro tan pequeño e italiano. Pero si por el contrario partimos de la base de que las cuatro quintas partes de todas esas personas que ve usted a diario y que son, no lo olvidemos, los encargados de poner las cosas en su sitio, si esas mismas personas que ve usted en el tren, en los bares, en el metro, en el trabajo, en las salas de apuesta, en las universidades incluso, etc, etc, no leen libros de historia, no leen libros de ningún tipo, ni siquiera los billetes de tren leen los malditos, pues entonces nos encontraremos también con que la opinión generalizada y si seguimos adelante con tales ejemplos, es que Napoleón era un genio militar indiscutible y Colón un sagaz navegante y explorador. Ahora bien ¿Quiere decir todo esto que si yo escribo una gran obra tal y como es mi intención, pueda llegar a darse el caso que dicha obra llegue a eclipsar todos mis actos anteriores, todos los errores ya cometidos hasta el día de hoy? ¿O ya y poniéndonos en el peor de los casos, a justificarlos de tal modo que incluso esos mismos errores parezcan necesarios pues de lo contrario jamás hubiese llegado yo a escribir esa obra con la que ahora todos se chupan los dedos? La respuesta es que en todo caso y en primer lugar todo ello dependerá de la obra, y en segundo lugar de la importancia de los errores anteriores a dicha obra. Conclusión; yo primero debo escribir y después cruzar los dedos para ver qué pasa.
- ¿Y qué me dice usted General Milou de un tipo como el Capitán Amorie? – interrumpió entonces Saray que creyó, acertadamente, que la conversación podía tener algo que ver con el tema que allí se estaba tratando - ¿También cree que el objetivo inconsciente de su diario y tal y como le sucede a usted fuese el de la posteridad, el de la inmortalidad? ¿El de sentir la necesidad de ser tratado por la historia en su justa medida?
- ¡Sin duda alguna mi joven investigadora! – respondió Milou tajantemente – pues de lo contrario ¿Qué otro motivo podría haber?

Una vez la conversación tomó por fin la dirección del Capitán Amorie y su legendario diario, las palabras y con ellas su significado, pudieron empezar entonces sí a afilarse y a cobrar su auténtica dimensión, el motivo para el cual parecían haber sido diseñadas desde el principio de los tiempos. A partir de ese momento por tanto el engranaje pudo comenzar a funcionar de tal modo, que a cada pregunta formulada por la cada vez más excitada Saray, le seguía como un perro lazarillo una respuesta cada vez más precisa que la anterior. Y es que en realidad a Saray le sucedía lo que nos sucede a muchos cuando estamos leyendo un buen libro, y allá por el final, caemos en la cuenta de que tenemos nosotros los lectores tanta prisa por acabar de leerlo como sin duda debió tener su autor a la hora de escribirlo.

- ¡Lo siento muchísimo Srta. Saray pero yo no dispongo de esos papeles que usted tanto necesita, ni mucho menos puedo revelarle su contenido. Ahora bien, quizás mi antigua secretaria, la Srta. Celeno, pueda ayudarle en algunos aspectos!

La primera impresión de la joven Saray al ver a Celeno fue la de hallarse ante una de esas personas sobre cuya vida podrían haberse escrito cientos de novelas. Y si bien es cierto que tal contraste entre una realidad tan intolerable y una ficción imposible se debía especialmente al impacto emocional que siempre le habían causado a Saray las personas mayores, también lo es que en este caso en particular creía no equivocarse en absoluto cuando le adjudicaba a aquella ancianita de apariencia mística y vulnerable, una de esas existencias más propias de una persona irreal que no de una persona de carne y hueso. Es decir, con una cara determinada que haría por tanto innecesarias las descripciones físicas, con un timbre de voz concreto que a oídos de sus interlocutores sonaría de tal o cual manera, o incluso con unas palabras que serían pronunciadas sin signos de admiración y que seguramente dirían cosas como: «¡Adelante jovencita! ¿Desea usted pasar y tomarse un té bien caliente?».

El interior de la casa le pareció a Saray aun más novelesco que la propia Celeno, o para ser más precisos, que la idea que Saray se había construido a partir de la pobre Celeno. Es más, por todos los rincones e incluso en aquellas zonas de la casa que se mostraban así, sin más, sin el más mínimo esfuerzo por parte del visitante, la joven investigadora creía distinguir la estela que como si de una estrella voladora se tratara, los había conducido después hasta tal o cual lugar depositándolos allí para siempre. Y es que cuando Saray veía una de aquellas fotografías que decoraban la casa, no sólo creía ver la fotografía y con ella el momento que habían tratado de capturar, sino también el momento en el que fotógrafo había enfocado el objeto a retratar, y finalmente había hecho sonar aquel tremendo “clic” tan característico de las cámaras antiguas. Pero otras veces en cambio Saray dejaba volar más aún su imaginación, y cuando esto sucedía, visualizaba como el que enciende un televisor un sinfín de imágenes en las cuales Celeno siempre aparecía en primer plano. Algo así como si durante toda su vida alguien se hubiese dedicado exclusivamente, a filmarla a tiempo real y no sólo cuando ocurría “algo”.

- ¿Y bien? – interrumpió entonces Celeno arrancando así a Saray de sus ensoñaciones. ¿A qué debo tan ilustre visita?
- ¡Al Capitán Amorie! – espetó Saray de buenas a primeras.

Celeno:

«De su amigo el General Milou podría yo contarle algunas cosas que seguramente él no se ha tomado la molestia de contarle. Cosas por ejemplo, como que de las mentiras y sus terribles fantasías hizo primero una forma como cualquier otra de entender la vida, y más tarde (y no quiero decir con ello que lo hiciera adrede o con mala intención ni mucho menos) de hundir en mayor o menor medida la vida de todos aquellos que confiaron en él, empezando por mi misma desde luego, y acabando por su familia y amigos más íntimos. Por lo que a mí en particular se refiere, yo lo creí Srta. Saray, y no sólo lo creí, sino que además lo adulé y veneré como si de un Dios se tratara. Una buena prueba de ello es que durante más de treinta largos años estuve a su servicio, y aunque desde luego es incuestionable que pude haberlo abandonado pues ya por aquel entonces sabía yo perfectamente que acabaría haciéndome un daño terrible como así fue finalmente, lo cierto es que no pude hacerlo de la misma forma que un imán no puede separarse de cualquier objeto que contenga algo de hierro, o de la misma forma que un ave migratoria, una de esas bandadas que atraviesan como una flecha los cielos, no puede hacer otra cosa que seguir volando sin saber a qué demonios obedecen tantas prisas o una formación de vuelo concreta y determinada. Pero en su caso es diferente Srta. Saray, y no ya sólo diferente, sino que es más bien todo lo contrario. Es decir, que él sí cree poder establecer como una serie de fosos que separen para siempre todas y cada una de las partes que constituyen su personalidad. Es más, de alguna manera, su mente ha llegado a concebir la idea, la terrible y a mi juicio errónea idea, de que puede llegar a aislar cada una de esas partes sin que tal hecho tenga porque repercutir en un sentido negativo en ninguna de las otras, y no sólo eso, sino que además cree poder conseguirlo por la simple fuerza de su pensamiento. De hecho solamente así se explica que haya hecho las cosas que ha hecho. Como cuando simuló quedarse sordo para así tener una excusa perfecta para dejar el trabajo, y de paso, conseguir que todo el mundo lo dejara en paz, que nadie lo molestara con quisquillosas responsabilidades ¿Pero se imagina usted que situación jovencita? ¿O sabía usted que durante algo más de dos meses casi nos vuelve locos a todos? Visitamos médicos, los mejores, se le hicieron mil pruebas. ¿Y cuál fue el resultado? Nada, pues si en algo coincidieron todos los médicos fue precisamente en no encontrar ni un solo indicio del origen de su enfermedad. Pero eso no es todo. Porque después está lo de ese maldito proyecto, ese mismo proyecto del que siempre habla pero que nadie ha visto nunca. Eso ha sido lo peor creo. Es más, ya cuando yo lo conocí aseguraba llevar varios años “trabajando” en él, cosa que sin duda debe ser cierta pues ha sido de entre todas sus responsabilidades, la única que quizá no ha abandonado en el transcurso de todos estos años. Ni siquiera cuando las cosas se torcieron del todo dando con su culo en presidio. Recuerdo numerosas noches en las que se quedaba hasta altas horas de la madrugada trabajando mientras yo fingía estar dormida, como también recuerdo ver sus famosos cuadernos (cuadernos que yo misma le compraba en unos grandes almacenes que había justo debajo de la casa en la que vivíamos) sobre la mesa de la cocina o escondidos incluso debajo de las mantas. ¿Sabe jovencita? es muy curioso la forma en que vienen a nosotros los recuerdos ¿No cree? Y más aun, la forma en que esos mismos recuerdos afloran y son percibidos ahora de forma muy distinta a como creíamos recordarlos hasta que los recordamos, pareciéndonos así más auténticos, menos adulterados, y como si el tiempo y actuando a forma de un colador gigantesco los hubiese desprovisto de todas esas pequeñas mentiras que en su momento no vimos porque estábamos demasiado cerca, porque estábamos demasiado dentro.

Tal hecho me lleva a pensar en como aprendí a no hacer ruido cuando andaba por la casa para no molestarle, o en como y a pesar de que en aquel momento yo creía hacerlo por mi propia iniciativa, comencé a leer los mismos libros que le había visto leer a él solo un tiempo antes: Louvirot, Cuervo, Gersaint, etc, con la única idea de que me diesen la llave de sus pensamientos, la cura milagrosa para aquellos mismos pensamientos que a él parecían aterrorizarlo ¿Qué ingenuidad no le parece? ¡Y qué terrible que puede llegar a ser el amor cuando es verdadero!

Así estuvimos durante años y años. Él llevando una especie de vida tridimensional que discurría entre su familia, los despachos y su proyecto, mientras que yo por mi parte cada vez más débil, me iba haciendo más pequeña, tanto, que casi llegué a desaparecer del todo.

Pero cuidado, no se vaya usted a pensar que en Milou todo eran defectos o una inagotable fuente de devastación para todos aquellos cuantos lo rodeaban, sino que quizá por eso mismo, por la necesidad de compensarme tanto a mí en menor grado, como a su familia y amigos especialmente, lo cierto es que poseía un “otro lado” tan increíblemente bueno y desinteresado, como malo y egoísta era sin duda el anterior. Milou tenía de hecho la sonrisa más arrebatadora que yo jamás haya visto, una sonrisa, se lo aseguro, incluso capaz de cautivar al más serio de los caracteres, y tan contagiosa que a uno casi le daba pena verlo serio o preocupado por algo. Su mirada en cambio era fuerte pero honesta, y tan misteriosa y enigmática que incluso cuando hacíamos el amor a mí me hubiese gustado saber en qué demonios estaba pensando. En definitiva, que me hubiese encantado abrir aquella puerta y aquellas ventanas, penetrar luego en su interior como una señora de la limpieza algo despistada, y colocar después aquí un florero de rosas frescas y perfumadas, allá una cesta repleta de frutas recién recogidas del campo. Pero como le decía antes, él no se dejaba en absoluto, y si no se dejaba era porque consideraba que sus pensamientos eran suyos, de su única y exclusiva propiedad, y de ahí que no hiciese nada por compartirlos. Es más, recuerdo cierta ocasión en la que guiada por la curiosidad le pregunté: «¿Pero cómo quieres que te ayude a conseguir tus objetivos si apenas se nada de ti, de lo que piensas, de qué es aquello que de verdad deseas?» ¿Pues sabe lo que me respondió? ¿Se imagina cuál fue su respuesta? Efectivamente. Pues que no intentara “modificarlo” de ningún modo porque él era como era, y que si bien sí estaba dispuesto a mejorar algunos pequeños defectos de su personalidad por el bien de nuestra “amistad”, en lo tocante a su interior, que no me entrometiese ni menos aun la obligase a escoger porque quizá dijo textualmente «te podrías llevar la sorpresa más grande de tú vida».
Así que como se podrá imaginar durante todos estos años he vivido bajo la amenaza constante de una ruptura inminente que nunca llegaba hasta que finalmente llegó, a la sombra algo deformada de un hombre que en la mayoría de las ocasiones necesitaba volverse totalmente loco para poder ver las cosas un poco más claras. Maldita sea, le estoy hablando de un individuo que cuando yo me iba a trabajar, muy temprano, por la mañana, me daba voluntariamente las llaves del apartamento y acto seguido me exigía que cerrara la puerta y las ventanas de tal manera que hiciese él lo que hiciese por evitarlo de ninguna manera pudiese conseguirlo a no ser que fuese partiéndose las piernas contra el suelo. Le hablo de un hombre que aseguraba que a diferencia de él, el gran problema de la humanidad era el de carecer de un objetivo único y común que le permitiese navegar en pos de un futuro menos oscuro y con un mínimo de garantías de éxito. Le hablo de un general que se atrevió a organizar un golpe de estado sólo porque el presidente Remianenko, amigo personal suyo hasta aquel entonces, había estado coqueteando con su hija mayor sin que él se diese cuenta. Le estoy hablando de un hombre que fue y sigue siendo incapaz de comprender que de la misma forma que las plantas o los pájaros intentan adaptarse al viento en lugar de ir contra él, unas para no quebrarse y los otros para poder volar sin excesiva dificultad, él del mismo modo debería haberse adaptado no ya sólo al mundo exterior sino también a su complejo mundo interior, evitando así tanto sufrimiento tanto para él como para el resto de personas que lo rodearon.

Pero en el fondo no son más que cortinas de humo Srta. Saray, yo lo conozco muy bien. No son más que frases ocurrentes que se escapan de un inconsciente que le traiciona a cada momento, y que simplemente, lo que hace, es utilizar su cuerpo a forma de amplificador, de instrumento para abrirse paso hacía un exterior cada vez más difícil y convulso. Pero tampoco es ahí donde reside únicamente el problema, pues todo el mundo en un grado u otro, posee un inconsciente saturado de instintos primarios, que lucha por aflorar a la consciencia al precio que sea. Sino que el problema de Milou reside principalmente en el monopolio que él mismo le ha concedido voluntariamente a ese inconsciente en detrimento de todas las demás partes; de su moral, de su conciencia, de sus relaciones afectivas y personales, con la única esperanza de hacer soportable un sufrimiento que por el motivo que sea, a él en particular se le hace insoportable. Otros dirán en cambio que no, que para la “locura” de Milou la explicación más sensata no se halla en la importancia al fin y al cabo relativa que le ha otorgado a su inconsciente, sino que más bien es lo contrario, de lo que se desprende a su vez que habría que buscar las causas allí donde nosotros buscamos las consecuencias. Partiendo de esta base entonces diríamos: no, no es que Milou le haya concedido una supremacía total a su inconsciente y de ahí que haya hecho todas las barbaridades que ha hecho y sigue haciendo, sino que no podía ser de otra manera, porque él, como otros muchos, no ha tenido nunca la posibilidad de escoger, de lo que se deduciría a su vez que más que ser el verdugo Milou entonces pasaría a ser el ajusticiado, una víctima más de una mente nociva y de funcionamiento defectuoso. También según todos los partidarios de este diagnóstico “exculpador”, no es que su inconsciente utilice su cuerpo y su talento para salir a flote, sino que más bien se produciría el efecto inverso, es decir, que él nunca hubiese tenido ese talento y esa personalidad tan arrolladora de no haber tenido la necesidad previa de “deshacerse” de todo ese interior, de todos esos conflictos, de la misma forma que en la revolución industrial no empezaron a construirse carreteras hasta que fueron estrictamente necesarias para el transporte de los productos que a todas horas se estaban produciendo en las fábricas. Pero ahora bien, mi pregunta es la siguiente: ¿Sería dicho diagnóstico entonces capaz de explicar sin un solo punto débil la conducta enfermiza del General Milou? ¿O por qué si realmente vive supeditado a dicho inconsciente, si Milou no es más que un simple enfermo mental de lo cual se desprendería que siempre está enfermo, en cambio parece poseer cierto control sobre la enfermedad? ¿Puede un enfermo dicho en pocas palabras y sufra la enfermedad que sufra, decir ahora estoy enfermo y ahora no? ¿Es posible y por una simple cuestión extensiva que todas las personas que poseen un inconsciente especialmente “pesado” tengan la capacidad de desarrollar en un sentido u otro un talento concreto, un don específico y determinado? La respuesta es muy sencilla; NO escrito en mayúsculas. Pues por esa misma regla de tres entonces quien más quien menos pintaría cuadros maravillosos y compondría bellas canciones, escribiría los más bellos poemas de amor y filmaría las más grandes películas que jamás se hayan visto. A cada paso que diéramos nos encontraríamos con un escritor o con un filósofo, con un fotógrafo, o incluso y porqué no, con un escultor que haría bordados en hierro con la misma facilidad que una anciana hace paños de colores para sus nietos. Pero puesto que no es así, que en el mundo en el que vivimos tales cosas no suceden de ese modo sino que más bien sucede todo lo contrario, pues entonces también debemos aceptar que tal hipótesis no se ajusta para nada a la realidad, o al menos, no a la realidad del General Milou.

Sin embargo sí es cierto que para querer explicar algo, lo que sea, como lo parece querer explicar Milou, previamente debe haber existido (pues de lo contrario sería imposible) una necesidad casi monstruosa a la cual resulta imposible decirle que no a todas horas. Como también debe ser cierto que dicha necesidad y seguramente debido a su tamaño, grosor y contenido, se habría abierto después paso hacía su consciencia, la única salida posible, y de ahí a sus escritos, a su famoso proyecto como a él tanto le gusta llamarlo. Pero por el contrario lo que de ningún modo es aceptable, es que tal hecho sea la única explicación de su comportamiento, pues como ya hemos visto antes dicho diagnóstico se sostiene sobre numerosos puntos flacos.

Una buena prueba de ello es que a Milou le encanta la gente sea cual sea su condición y clase, hablar con ellos de mil temas distintos, pero sobre todo, jugar a ser el sabio que todo lo conoce y que por tanto no hay tema en este mundo del cual él no pueda participar al menos en parte. Es decir, que a Milou le gusta hacer exactamente las mismas cosas que hace la gente normal. Pero entonces, ¿por qué no lo hace? ¿O por qué se ha resistido siempre a dichos placeres que sin duda y de llevarlos a cabo le proporcionan una gran satisfacción, una gran felicidad tal y como le sucede a todo el mundo? ¿Por qué está enfermo? …

Por otro lado Milou siempre ha creído en el amor, único sentimiento en el mundo al cual le ha reconocido reiteradas veces su alto poder anestésico, y al que también numerosas veces, ha definido como el único medio válido para transportar la felicidad de un lugar a otro y sin que se tengan que pagar excesivos impuestos por ello. De hecho Milou se casó muy joven con una mujer a la que quiso con locura hasta el día en que esta empezó a poner en peligro su “proyecto”, como también formó después una familia espléndida que si bien es cierto que pudo hacer mucho más de lo que hizo por salvarla cuando esta empezó a dar muestras de división, también lo es que sería tremendamente injusto culparlo solamente a él por todo ello. Un poco más tarde aparecí yo, una joven venida de ninguna parte y que la primera vez que se topó con él e intercambió unas pocas palabras, tuvo la sensación de hallarse ante un atracador de bancos vestido de uniforme, ante un hombre que igual me podía haber explicado con mil ejemplos la teoría de la relatividad especial, como podía haberme levantado las faldas y haberme violado allí mismo.

Nos enamoramos de inmediato.

¿Pero qué pretendo decir con esto me preguntará usted? Pues que en primer lugar que Milou es una persona perfectamente normal con un funcionamiento mental también perfectamente normal, y que por tanto, todas las locuras que haya podido realizar a lo largo de su vida que han sido muchas, han sido previamente meditadas y analizadas hasta el más mínimo detalle. Así que por nada del mundo, y sea lo que sea lo que se trae entre manos con él, no lo subestime pues a su manera es un hombre muy inteligente. En segundo lugar quisiera decirle que a pesar de las apariencias la verdad del caso es que Milou ama a la humanidad como el que más y de ahí que no soporte, que no asuma, ver como a estas alturas de la historia, la estupidez, la ignorancia y la maldad, continúan siendo nuestros rasgos principales de distinción.

En tercer y último lugar habría que responder a la pregunta: ¿Pero entonces por qué si tanto le gusta la vida, la gente, las mujeres y los buenos restaurantes, el disfrute y la ociosidad en una palabra, por el contrario se ha empeñado en cerrarles el paso, o en concederle toda su atención única y exclusivamente a su inconsciente, a sus instintos, a todas esas ideas que no hacen otra cosa que complicarle aun más la vida de lo que ya lo es? Pues también en este caso la respuesta es de lo más simple: pues porque actuando así cree ser más humano que los demás, estar menos adulterado que el resto. Ser, en definitiva, más alto y más guapo que los demás.

En cuanto a lo que al Capitán Amorie y su famoso diario se refiere ¿Qué puedo yo decirle que no sepa usted? ¿Que fue quizás la máxima obsesión de Milou después de su propio proyecto? ¿Que una vez el diario de aquel hombre hubo caído en sus manos su vida pareció tomar un sentido muy distinto del que llevaba hasta entonces? ¿Que para Milou el Capitán Amorie fue siempre un ejemplo a seguir, la prueba definitiva de que un hombre puede conseguir cualquier cosa por complicada que sea con tan sólo comenzar a realizarla y aunque sea a la velocidad de una tortuga?

Quizás le pueda ser útil saber que era un tema muy frecuente en cualquiera de sus conversaciones el hablar de la obligatoriedad del trabajo, pero no de ese tipo de trabajo que la mayoría de mortales entiende por trabajo, ya sabe, por cualquiera de los medios que utilice una persona para ganarse la vida, sino que más bien Milou se refería a ese otro tipo de trabajo que implica el querer llegar a conocerse a uno mismo, y por extensión, el llegar a conocer más profundamente al ser humano en general. Por ejemplo muchas veces Milou me decía: «A ver Señorita ¿Cuántos años vive de media una persona cualquiera, setenta y cinco, ochenta, ochenta y cinco años?» para luego enfrascarse en toda una serie de cálculos mentales que por decir algo, acababan por desembocar en la cifra veintiún mil novecientos días. Entonces lo que hacía era continuar con sus cálculos matemáticos (cálculos que por otra parte siempre le exigían un gran esfuerzo de concentración) y de tal modo además, que a partir de ahí comenzaba a extraer conclusiones como si estuviese exprimiendo una naranja: «Sólo escribiendo una frase al día lo cual tampoco es mucho pedir incluso para el más inepto de los hombres, daría un total (pongamos a diez palabras por frase) de doscientas diecinueve mil palabras, que divididas entre trescientas cincuenta palabras por página, daría a su vez un total de seiscientas veinticinco coma setenta y uno cuarenta y dos ochenta y seis páginas, cifra ésta, más que aceptable si tenemos en cuenta el esfuerzo realizado así como lo limitado de la mente en cuestión» Así que dígame Srta. Saray ¿No ve usted bien clara la huella de Amorie en su forma de pensar? ¿En la forma de aplicarle a la vida un sentido concreto y determinado y fácilmente alcanzable con tan sólo un poco de disciplina? Otro punto de conexión muy singular entre ambos: si usted tal y como me temo ha leído parte de la obra de Amorie lógicamente se habrá dado perfecta cuenta de que aunque Amorie en un principio no debió concebir todos sus escritos como un todo, como partes integrantes de una unidad, sí en cambio hacia el final de la obra se percibe esa especie de ansia de la que tanto se ha hablado, de necesidad, de posibilidad, de pintarlo todo bajo un mismo color, o por decirlo de otro modo, por darle una utilidad, lo que en cierto modo resulta bastante comprensible si tenemos en cuenta el esfuerzo realizado, así como también lo dilatado y gigantesco de dicha obra. Por tanto no es extraño que llegase un momento, algo lógico y normal, en que a Amorie comenzase a preocuparle seriamente el hecho de que la cuerda estuviese bien tensada en todo momento, y de tal modo que si alguien, quien fuese, cogiese una página del diario al azar y comenzase a leerlo, no se aburriese nunca. Es decir, que sin duda llegó a convertirse en una fuente de preocupaciones constante para él, el hecho de que al llevar tantos y tantos años escribiendo sobre las mismas cosas, su estilo pero sobre todo sus ideas, se hubiesen podido debilitar entrar en múltiples contradicciones las unas con las otras. De ahí pasaríamos al tema de las correcciones y revisiones, tema que según mi opinión llegó a obsesionar tanto a Amorie como a Milou (y especialmente a este último pues en el caso de Amorie yo personalmente lo desconozco) y al cual ambos, debieron dedicarle ingentes cantidades tanto de tiempo como de energía. En el caso de Milou recuerdo que solía decir: «Tiene que parecer que todo está escrito en un día, o mejor dicho, en una sola hora» a lo que después siempre añadía como si se le acabara de ocurrir: «Es más, el efecto recibido por el lector debe ser el de que al escritor le han metido un cable en la cabeza, y después le han extraído toda la información de un solo golpe, sin una sola coma ni un solo punto que le permita descansar».

Por último añadir la obsesión igualmente compartida por ambos autores de velar cada uno a su manera, por la seguridad de su trabajo. Por proteger y salvaguardar la integridad física de su obra lo cual es casi lo mismo que hablar de la importancia concedida por ambos en salvaguardar la integridad física de una de sus manos o de su propia cabeza. En el caso de Amorie y aunque no es muy conocida la historia debido al secretismo que ha rodeado siempre el tema y que yo sinceramente considero una imbecilidad como cualquier otra, debería usted saber que por ejemplo no somos los únicos que hemos tenido el placer de leerlo, pues en otros lugares, también lo han estudiado llegando curiosamente a conclusiones muy distintas con respecto a las nuestras, hecho que vendría a demostrar por otra parte que Amorie efectivamente sí quiso literaturizar su obra y asegurarse con ello un legado más o menos estable en la literatura universal.

En cuanto al General Milou el caso es aun mucho más grave y sin duda más sorprendente, pues su obsesión en lo referente a la seguridad de su proyecto llegó a alcanzar tales límites, que incluso, llegó a repartir fragmentos de su obra e inservibles por sí mismos, entre personas que de ningún modo tuviesen la posibilidad de ponerse en contacto entre sí, más que nada, porque tampoco creían tener la necesidad de hacerlo. A mi por ejemplo y para que se haga una ligera idea de semejante obsesión únicamente me confió lo que debe ser una extraña especie de prólogo compuesta por varios cientos de páginas que por cierto todavía conservo, llena de fechas de nacimiento y defunción de hombres y mujeres que en algunos casos vivieron y murieron hace más de quinientos años, y a las cuales hay minuciosamente adjuntadas toda una serie de dedicatorias en las que se pueden leer cosas como: «a Nolwenn Vignon, por su paciencia y comprensión» y algunas otras estupideces por el estilo.