Una de las ventajas más interesantes que sin duda ofrece Internet y con ella la edición de blogs, páginas web, redes sociales, etc. etc., etc., es como poco, la de conceder a todos aquellos que la utilizan, la posibilidad de editar de forma inmediata, continua y casi infinita, cualquier tipo de producción que haya salido de sus cerebros. El resultado de todo ello es un producto que a diferencia de lo que venía ocurriendo en el pasado, nunca, jamás y bajo ningun pretexto, dejará de crecer, cambiar y adaptarse a las circunstancias en las cuales por fuerza deba desarrollarse, hecho que nos hace pensar a su vez en la mismísima vida y existencia de las cosas que -para que nos entendamos- esta vez sí son cien por cien "reales".

Este blog de lo que trata por tanto es de aprovechar esos "vericuetos" virtuales, y a partir de ahí equiparar la literatura (en otro lugar pasará lo mismo con la música) a un estado muy próximo a la existencia. A un estado en el cual "como en la vida misma", las cosas puede que un día sean fantásticas y al siguiente no valgan absolutamente nada, pero lo que no pasará nunca es que continuen siendo perezosamente iguales a como lo habían sido siempre. Porque, ¿alguien ha tenido alguna vez el placer de conocer a alguna persona que estuviese totalmente finalizada? O más aún: ¿alguien puede precisar el día y la hora en que tal o cual sentimiento se extinguió para siempre?



martes, 1 de mayo de 2012

Drásticas medidas para mediocres vidas (o las trece preguntas)

I

El lago Titicaca es conocido por ser de entre todos los lagos que hay en el mundo (que son muchos aunque cada vez menos) el que está situado a una mayor altitud. A 3.800 metros sobre el nivel del mar si no me equivoco, y no sé cuantos por debajo del cielo, las estrellas, y todo cuanto hay sobre ellas si es que de verdad hay algo sobre ellas.
Su superficie cubre unos 9.000 kilómetros cuadrados los cuales están divididos a su vez entre dos países, Perú y Bolivia, y su profundidad máxima si es que las lluvias no opinan lo contrario, es superior a los 270 metros llegando incluso a alcanzar los 400 cuando el cielo se enfada de veras. Su color, a pesar de todos estos datos que acabo de facilitar aunque no haya ningún motivo especial para ello, sigue siendo tan azul o tan negro como cualquier otro lago del mundo. Hasta aquí ningún misterio.

Pero el Titicaca además de ser famoso por toda una serie de características básicamente geológicas, también lo es por la gran cantidad de historias más o menos creíbles que se escuchan en cualquiera de sus muchas orillas. Que si bajo sus aguas se esconden ciudades repletas de oro y plata pero que todavía y por un motivo siempre equis no se han encontrado, o que si algunas noches y si se sabe guardar silencio se puede escuchar el dulce canto de un grupo de sirenas las cuales según los expertos reproducen el idioma de los dioses, y demás leyendas estúpidas aplicables incluso a un simple vaso de agua. Quiero decir, que no hace falta irse hasta el Titicaca para hacer fotografías con las que después decorar las paredes de tu casa, ni menos aún para que te cuenten memeces de semejante calibre, pues eso, en el bar de mi barrio y a cualquier hora del día –insisto- a cualquier hora, incluso puede tener mucho más encanto además de ser rigurosamente cierto. Ahora bien, si alguien quiere descubrir semejante belleza natural no seré yo quien se lo impida. Todo lo contrario. Ir al Titicaca es un viaje que recomiendo especialmente.

El 26 de octubre del año 2003 a las 8.35 horas de la mañana de un sombrío martes cualquiera (aquel momento jamás será recogido en las enciclopedias de país alguno) mi superior, el excelentísimo redactor jefe de la sección cultural de Reuters Internacional en Nueva York, el Sr. Richard De Soto, todavía algo dormido y con un humor de perros que me extrañaría no hubiese llamado la atención del mismísimo diablo, me había dicho mientras observaba a través de la ventana como dos gaviotas se sacaban (literalmente) los ojos «¡B, coge el primer avión que puedas. Vete a esa mierda de lago del Titicaca, y no vuelvas hasta que me traigas una historia de las buenas! ¡Con un toque literario! ¡Una de esas bazofias decrépitas que tanto les gustan a los jóvenes que tenemos por lectores, y que no hace falta decirlo, son tu especialidad!». Discurso éste al que yo más dormido aún que él le había añadido las siguiente frase a modo de epílogo: «¡No se preocupe Sr. De Soto, confíe en mí, los niños estarán en el colegio antes de las nueve!¡Se lo prometo!».

II

Después de mi aventura en el Titicaca me despidieron. El motivo al parecer fue que alguien le dijo a alguien que el artículo que había enviado yo desde el Perú era un descrédito para la revista y especialmente para alguno de sus más ilustres patrocinadores, y ese alguien, o quizá otro alguien, un alguien con mayor influencia y poder de persuasión que el anterior, quién sabe, se lo dijo al Sr. De Soto el cual no lo dudó ni un segundo(es más, según pude saber después el pobre desgraciado tal y como recibió la misteriosa llamada se convirtió en un extraño ser mitológico mitad-hombre-mitad-nada) para cinco minutos más tarde llamarme a mi propia casa (a mi propia casa!!!) y decirme delante de mi mujer y mis hijos que: «¡Si lo que usted de verdad desea Sr. B son escribir novelas para listillos (que me parece muy bien) o no sé, se le ha ocurrido a usted pensar que puede llegar a vivir de sus escritos y al final de sus días acabar enterrado en una fosa común, muerto pero no olvidado, como no sé, algún majadero de esos que tanto le gusta leer y de los que tantas maravillas cuenta y por lo visto se cree, porque se las cree, no me cabe la menor duda, pues por favor, en ese caso vuelva al extraño lugar del que estoy seguro procede porque se ha equivocado usted de revista, de ciudad, y lo que es peor, mucho peor desde luego, de mundo. Porque a ver si soy capaz de explicarme más correctamente esta vez. Mire Sr. B, esto no es ninguna academia para jóvenes escritores, y menos aún, el hogar del novelista fracasado por además de malo y presuntuoso, tonto o romántico, lo cual no nos engañemos, es poco más o menos que hablar de lo mismo ¿Le ha quedado claro esta vez? ¿Consigo explicarme, cómo decirlo sin resultar demasiado evidente, al menos una cuarta parte de lo bien que cree hacerlo usted? ¡Aquí se viene a trabajar y punto!» A lo que después había añadido como si se le estuviese acabando el oxígeno: «¡Ah, y no se le olvide pasar por la oficina para recoger sus cosas, dejar la mesa tal cual la encontró (vacía???) y firmar el finiquito! ¡Ejem, ejem, le advierto que nuestros abogados son muy buenos y los procesos judiciales, bueno, lo sabe usted perfectamente, son extremadamente caros! ¡Clokkk!».

Yo no lo entendí. De verdad que no. Y de hecho todavía hoy y casi tres años después de que tan desgraciado incidente tuviera lugar, sigo sin entenderlo. De verdad que no también. El artículo bien es cierto que nada tenía que ver con lo que De Soto me había pedido (el típico y vulgar recorte de guía turística con algo mejor de gusto de lo normal) pero hablemos claro; yo nunca había hecho nada de lo que el Sr. De Soto me había pedido (lo contrario de siempre) y hasta ahora, o al menos que yo recordara, no había tenido ningún tipo de problema por pequeño que fuera. Todo lo contrario. Todo el mundo en la redacción y especialmente el propio Sr. De Soto siempre me habían tenido en muy alta estima, llegando a ser mis artículos los mejores de entre todos los redactores, y no porque yo fuese especialmente bueno, sino más bien porque ellos sí eran especialmente malos.

Mi mujer en cambio y en contra de lo que yo me esperaba se puso de mi lado y me dijo que no me preocupara, que por lo que a ella se refería podían darles mucho por el culo a todos con una caña bien abierta, pues si no sabían valorarme en mi justa medida como periodista y hombre de talento que era y ella me consideraba (nunca antes me había dicho nada parecido ni por asomo) que ellos se lo perdían. Que ya encontraríamos a alguien (palabras textuales) que de verdad sí creyese en nosotros, y algo más importante aún, a alguien que confiase plenamente en nuestro proyecto (¿pero qué proyecto?). Sus palabras y aún sin saber a ciencia cierta a qué se refería exactamente, lo cierto es que me causaron una profunda impresión: «¡Para un hombre que sabe escribir con la pasión con la que tú lo haces mi vida, estoy convencida de que no debe representar ningún tipo de problema encontrar un trabajo digno como redactor-corrector sea en el ámbito que sea, prensa, publicidad o cine! ¡De lo contrario, en qué clase de mundo viviríamos?»

Una vez superada la conmoción inmediatamente posterior al despido, tanto mi mujer como yo decidimos de mutuo acuerdo que el siguiente paso debía ser por fuerza el de acudir a la oficina de desempleo más próxima con la intención de ver hasta qué punto estaba justificado nuestro pánico. Pero como todo el mundo sabe, la realidad siempre ha superado a la ficción, y este caso nuestro no iba a ser diferente. Todo lo contrario. Cuando acudimos a la oficina de desempleo no sólo nos dimos cuenta de que nuestro pánico estaba plenamente justificado, sino que además nos habíamos quedado incluso terriblemente cortos a la hora de medir las dimensiones de la catástrofe.

Como es de suponer exigimos información detallada. Un chico muy agradable nos dijo entonces que el problema residía en el hecho de que yo jamás había estado legalmente contratado a excepción de aquellos tres últimos años en Reuters Internacional, pasando a ser nuestra única salida válida o bien la de denunciar a todas y cada una de aquellas mismas empresas en las que yo aseguraba haber trabajado y después esperar resultados, o bien (y era esta la opción que aquel mismo chico nos aconsejaba pues una opción invalidaba a la otra) la de conformarnos con lo que teníamos por muy injusto que pudiese parecernos. Aceptamos la segunda opción lógicamente. La maquinaria burocrática se puso entonces en marcha, mientras que nosotros volvimos a casa tremendamente disgustados. Es más, lo recuerdo como si estuviese ocurriendo ahora mismo, aquella fue la primera noche que soñé que me convertía en ángel.

Tras habernos asegurado un sueldo (aunque la verdad es que la prestación que finalmente nos ofrecieron era tan pequeña que tan solo nos permitía cubrir las necesidades más básicas; cosas como comida y facturas, poco más) pasé por la parte que a mi me tocaba (pues mi mujer ya había conseguido un empleo ayudando a una amiga en un taller de restauración de muebles) a la siguiente fase, esto es, a la fase de buscar un trabajo que nos permitiera recuperarnos al menos en parte. Pero fue “casualmente” entonces cuando llegaron las entrevistas y los ya tristemente famosos “ya lo llamaremos”, cuando allí (o al menos a mí siempre me dio esa terrible impresión) todo el mundo sabía perfectamente que nadie llamaría a nadie. O para ser más precisos, que nadie me llamaría por lo menos a mí. Asimismo llegaron las preguntas insolentes, personales e innecesarias, y lo que fue aun más triste, los currículums más propios de un extraño que no de mí. Como ejemplo decir que cada vez que le echaba un vistazo a mi propio currículum (normalmente justo antes de entrar en algún edificio de oficinas como con la intención de memorizarlo) pues bien, no me reconocía en lo más mínimo. Es decir, que era como si la persona de la que allí se facilitaban toda una serie de datos flotantes (o falsos directamente pues a pesar de lo que yo decía en mi vida había acabado mis estudios universitarios porque sencillamente jamás los había empezado) fuese en realidad un personaje inexistente creado exclusivamente por y para la ocasión.

Comenzaron los encierros.

Ya desde el mismo inicio podía pasarme incluso semanas enteras sin apenas cruzar el umbral de casa. De hecho tan sólo y de forma excepcional salía acompañado de mi esposa o bien a realizar algún pequeño recado o bien a hacer las siempre fastidiosas compras semanales, siendo el mejor indicador de dicho grado de aislamiento el hecho de que ya durante aquellas primeras semanas conseguí sino acabar, sí por lo menos unir los dos extremos de una graciosa obra de teatro en la que había empezado a trabajar por la simple necesidad de mantenerme ocupado y no pensar en exceso en una situación que estaba claro resultaba insostenible. Ahora bien, que algo sea insostenible no tiene porque implicar que sea irrealizable, del mismo modo que para que algo sea realizable no tiene porque implicar necesariamente que sea sostenible, pues pretender comparar ambas cosas, es decir, ponerlas a un mismo nivel de dependencia, sería tan descabellado como pretender extraer una ley de la cual el enunciado principal fuese: contra más fuerte le pegues más alto será el tejado.

Desde luego también es muy cierto que contra más sostenible sea cualquier acción que deseemos emprender más posibilidades tendremos de realizarla y no sólo de realizarla sino además de alargarla en el tiempo, pero sin embargo no es menos cierto que la sostenibilidad no es una condición imprescindible a la hora de emprender un proyecto, sino que es, y nos guste más o menos la idea, únicamente aconsejable. Y es que en mi caso en particular no se trataba tanto de la durabilidad de aquel mismo proyecto que poco a poco había ido formándose en mi mente, sino que más bien se trataba de su simple consecución independientemente del tiempo que pudiese mantenerse. Un ejemplo que se me acaba de ocurrir: si allá por la Segunda Guerra Mundial un holandés un tanto ingenuo hubiese tenido la oportunidad de acercarse a Adolf Hitler en persona y hubiese tenido igualmente la oportunidad de preguntarle: ¿Pero oiga Sr. Hitler, de verdad cree usted que es sostenible ir por el mundo sometiendo países en contra de su voluntad? Éste seguramente le habría respondido que no, que sostenible, lo que se entiende por sostenible, no es, ahora bien ¿pero y cuál es la forma sostenible de someter a toda Europa? Hubises respondido éste: ¿Regalando caramelos?

Otra cuestión igualmente importante fue a la de averiguar ya no sólo el modo de conseguir aquellos mismos objetivos, sino también y una vez escogido dicho modo, si una vez puesto en marcha “el plan” iba a ser capaz de llevar a la práctica sus ideas, y es que como todos sabemos la teoría es una cosa, y otra totalmente distinta es la práctica.

Así que, a fin de evitar los siempre fastidiosos imprevistos elaboré un cuestionario que para mi desgracia se ha hecho célebre:

Pregunta nº 1: ¿Qué es lo que más me gusta hacer en el mundo? ¿O qué es aquello con lo que más disfruto? O si se prefiere ¿Qué es aquello que me apasiona de veras, y no que me gusta o me distrae, o me abstrae de mis problemas cotidianos, sino que me apasiona sinceramente? Respuesta: Escribir. Simplemente escribir.

Pregunta nº 2: ¿Y por qué no escribo si tanto se supone que me apasiona, si según mi propia versión de los hechos, tanto me fascina y es el eje central sobre el cual al parecer debería girar sino toda mi vida, sí al menos una gran parte de ella (pongamos tres cuartas partes) para que todo fuese mejor, para que yo, en definitiva, me sienta realizado como ser humano y por tanto más feliz, más cariñoso con los míos y especialmente conmigo mismo? Respuesta: Porque escribir exige mucho tiempo, esfuerzo, trabajo, y también mucha dedicación y constancia (los libros no se escriben en un día a pesar de lo que crea la gente) y yo no tengo tanto tiempo como para realizar semejantes esfuerzos.

Pregunta nº 3: ¿Y por qué no tengo tiempo para hacer lo que realmente me gusta (escribir) o por qué no puedo conseguir que todas las piezas encajen, que se solapen, que se fundan como un queso y se pongan unas tras las otras en filas perfectas? Respuesta: Porque tengo que trabajar y tal hecho a no ser que me toque la lotería hoy por hoy parece imposible.

Pregunta nº 4: ¿Y por qué tengo que trabajar, por qué tiene que ser imposible algo así? ¿Por qué tengo que presentarme todos los días en el trabajo exceptuando los fines de semana (y a veces ni siquiera eso) si a final de mes quiero cobrar, tener mi mensualidad? Respuesta: Porque necesito dinero para poder vivir, yo, y bueno, también mi familia.

Pregunta nº 5: ¿Pero entonces hay una cosa que no entiendo, que no consigo comprender a pesar de decirme lo que me digo, pues si trabajo se entiende, por qué no tengo dinero si trabajando al menos en principio y si no ando equivocado con el funcionamiento de todo esto, trabajo equivale a sueldo dicen, sin embargo no puedo disponer del dinero necesario para poder vivir y hacer lo que quiera, en este caso escribir? Respuesta: Pues porque en ningún caso gano el dinero suficiente para emprender dicha labor al mismo tiempo que saco adelante a mi familia.

Pregunta nº 6: ¿Y por qué no gano el dinero suficiente? Respuesta: Porque mis trabajos son siempre una (pip), y además, tengo muchos gastos, demasiados, pues la vida, hoy por hoy, de hecho creo que es una constante bastante sospechosa a lo largo de toda la historia, está muy cara, demasiado.

Pregunta nº 7: ¿Y por qué son siempre mis trabajos una auténtica bazofia y mis sueldos tan bajos como para no permitirme retirarme al menos de vez en cuando y hacer lo que quiero, escribir en este caso como ya hemos dicho antes? Respuesta: Porque maldita sea, no sé o no quiero hacer nada en esta vida salvo contar historias, un oficio y si es que se le puede denominar oficio a semejante agujero, muy mal pagado y por tanto insuficiente para cubrir mis necesidades más elementales.

Pregunta nº 8: ¿Y por qué tengo tantos gastos? ¿Por qué me pasa siempre lo que me pasa, o sea, que no consigo romper nunca el círculo, abrir una fisura que me permita entrar (o salir) aunque sólo sea una diminuta parte de mi cabeza lo cual tal y como están las cosas, ya sería todo un éxito, un incuestionable número uno en mi lista de prioridades? Respuesta: Porque cómo tengo que decirlo, tengo una familia, tres hijos, una mujer, facturas y más facturas que pagar, además de otras muchas cosas de las que ya ni siquiera me acuerdo.

Pregunta nº 9 ¿Y por qué tengo una familia? ¿Por qué soy padre y marido? ¿Por qué cargué con todo ese peso si apenas conmigo mismo? Respuesta: Porque los quiero.

Pregunta nº 10: ¡No! ¡Yo no pregunto si los quiero o no! ¡Yo pregunto simplemente por qué tengo una familia? Y algo más ¿Por qué tengo yo que ser responsable de sus vidas? ¿Quién ha dicho que tenga que ser así? Respuesta: Porque lo cierto es que así lo quise yo ¿Yo? bueno, mi mujer y yo.

Pregunta nº 11: ¿Y por qué tengo mujer, esposa, esa señora que siempre duerme a mi lado y que jamás está contenta con nada? ¿O por qué me casé? Respuesta: Porque estaba enamorado. Porque quería compartir mi vida con ella. Compartir mi vida con alguien. No quedarme solo y emprender, conjuntamente, un proyecto de futuro, del cual ambos saliésemos equitativamente beneficiados.

Pregunta nº 12: ¿Y por qué no quería quedarme solo? ¿Por qué no podía emprender ese proyecto en solitario, sin trabas, sin impedimentos, sin excusas? Respuesta: Por miedo a la soledad supongo. Por pensar que entre dos personas, juntas y navegando en una misma dirección, quizás las cosas serían más fáciles de llevar.

Pregunta nº 13: ¿Pero y si pudiese volver atrás es mi pregunta, seguiría pensando lo mismo, seguiría teniéndole miedo a la soledad de la misma forma que se la tenía entonces, cuando me casé, cuando tan solo era un simple muchacho y lo desconocía todo absolutamente?