Una de las ventajas más interesantes que sin duda ofrece Internet y con ella la edición de blogs, páginas web, redes sociales, etc. etc., etc., es como poco, la de conceder a todos aquellos que la utilizan, la posibilidad de editar de forma inmediata, continua y casi infinita, cualquier tipo de producción que haya salido de sus cerebros. El resultado de todo ello es un producto que a diferencia de lo que venía ocurriendo en el pasado, nunca, jamás y bajo ningun pretexto, dejará de crecer, cambiar y adaptarse a las circunstancias en las cuales por fuerza deba desarrollarse, hecho que nos hace pensar a su vez en la mismísima vida y existencia de las cosas que -para que nos entendamos- esta vez sí son cien por cien "reales".

Este blog de lo que trata por tanto es de aprovechar esos "vericuetos" virtuales, y a partir de ahí equiparar la literatura (en otro lugar pasará lo mismo con la música) a un estado muy próximo a la existencia. A un estado en el cual "como en la vida misma", las cosas puede que un día sean fantásticas y al siguiente no valgan absolutamente nada, pero lo que no pasará nunca es que continuen siendo perezosamente iguales a como lo habían sido siempre. Porque, ¿alguien ha tenido alguna vez el placer de conocer a alguna persona que estuviese totalmente finalizada? O más aún: ¿alguien puede precisar el día y la hora en que tal o cual sentimiento se extinguió para siempre?



sábado, 2 de julio de 2011

El crimen perfecto (II)

La primera vez que Giselle Sabartés tuvo acceso a su futuro en un despacho contiguo a una de las muchas salas de espera del moderno e inanimado hospital en el que desde hacía varios meses -tres para ser exactos- la habían tratado con desigual fortuna (a veces mejor y otras veces peor, claro) la pobre mujer, muy decepcionada sin duda al ver los resultados de sus muchas e interminables pruebas médicas (catastróficos por otra parte), tuvo la angustiosa sensación de que su mundo, todo cuanto ella poseía y había conseguido siempre a base de mucho esfuerzo, era algo sucio y horrendo. Así que aquella misma noche su marido al verla llegar a casa y dejar todos sus trastos sobre el sofá, pensó instantáneamente: «A ésta hoy la ha atropellado un tren» y en cierto modo, así era. Es decir, aunque ella no le explicase el contenido de su preocupación ni aquella ni ninguna otra noche. O aunque ella no se lo dijese insisto, nunca, y en cambio, sí le explicase toda una sarta de mentiras que nada o casi nada tenían que ver con lo que de verdad le preocupaba.

Pero el enfado y pesimismo de Giselle Sabartés hacia todo y hacia todos tenía un motivo. Una razón de ser bastante lógica e incluso justificada si lo miramos desde su particular punto de vista. Es decir, que no era casual que su actual mundo, no el mundo de ayer ni el de antes de ayer, sino el de hoy, el de aquel preciso instante, la golpeara con una crueldad difícilmente soportable. «Siento decepcionarla» le había dicho el Doctor Steinberg aquella misma mañana tan pronto había recogido los resultados «pero nos ha sido totalmente imposible extraer algún resultado concreto ni hacer predicción alguna sobre su futuro, porque sencillamente, no hay nada que anticipar sobre su futuro». A lo que después había añadido con una fingida emotividad: «Sra. Giselle créame cuando le digo que lamento advertirla de que no tiene usted futuro alguno. De que no le queda más tiempo que el que tiene ahora mismo. Resumiendo, morirá usted en breve. Dos o tres días a lo sumo. Y que conste que asumo hasta la última consecuencia del terrible anuncio que le estoy haciendo, pero en ningún caso, repito, en ningún caso, vivirá usted más de una semana. Como mucho diez días. Esa es nuestra predicción». A lo cual Giselle había respondido sumamente consternada como es de suponer: «¿Me está usted tomando el pelo Doctor Steinberg? ¿Se trata todo esto de una broma de mal gusto que han ideado usted y sus compinches con la única intención de hacerme pasar un mal día, o por el contrario se trata de mi marido y su maquiavélica forma de vengarse de mí por todo lo que le he hecho, por lo del amante y el niño perdido? ¿Pero cómo, habla usted en serio? ¿De verdad que voy a morir? ¿Eso es lo que me está diciendo doctor? ¿Es eso lo que ha dicho la máquina? ¿Pero dónde? ¿Cuándo exactamente? ¿De qué manera? ¿Será de forma accidental o será de forma natural? ¡Tiene que ser por fuerza accidental! ¡O un asesinato! ¡Estoy segura! ¡Sí eso, un homicidio lo explicaría todo, es decir, que tiene su lógica ahora que lo pienso! ¡Pero que diablos estoy diciendo! ¿Pero asesinarme a mí por qué? ¿Quién sería capaz de hacerme a mí algo así? ¡Yo no le molesto a nadie en este mundo doctor! ¡Yo no le he hecho daño a nadie en toda mi vida! ¿Comprende? ¿O sí? ¿Tampoco eso me lo puede decir? ¿Me está diciendo pues que seré la víctima desafortunada de un atraco, o de un accidente de coche, o de una enfermedad repentina que me fulminará instantáneamente? ¿Y qué hay de las pruebas médicas? ¿Para qué sirven entonces? ¿Qué ha sido de ellas? ¡Doctor no me mire con esa cara de memo y ayúdeme por favor! ¡Tengo que conseguir deshacer todo este entuerto de un modo u otro! ¡Soy muy joven! ¡Tengo una familia, marido, padres y hermanos, amigos, muchos amigos, cientos de ellos, también compañeros de trabajo a los que aprecio y quiero, y ellos a mí, no me cabe la menor duda. Además, yo deseo tener hijos algún día, formar mi propia familia! ¿Entiende? ¡De modo que es imposible que vaya a morir en un plazo tan corto de tiempo! ¡Maldita sea, soy relativamente rica! ¡Por tanto tiene que haber un error! ¡Alguien, sin duda, se tiene que estar equivocando! ¡No sé, usted mismo, o alguno de sus ayudantes que seguro que están de prácticas, o el mismísimo ordenador central como usted se empeña en llamarlo! ¡Tampoco es tan descabellado maldita sea! ¡Pero espere un momento, ya lo comprendo! ¡Así que dígame! ¿cuánto quiere doctor? ¿Cuánto dinero más hace falta para saltarse todas las reglas existentes y conseguir lo que realmente quiero; vivir, sobrevivir al menos por un tiempo más aunque no sea mucho y sea sufriendo? ¡Manipule lo que sea necesario! ¡Hunda el destino de todos aquellos que haga falta para salvarme a mí la vida! ¡Otros lo han hecho antes y no ha pasado nada! ¡Es más, nunca pasa nada! ¡Los poderosos hacen y deshacen a diario y no pasa nunca nada! ¡Yo trabajo en un banco, se lo aseguro, lo sé muy bien, es más, los veo a diario entrar y salir de la oficina del director con maletines llenos de pesadillas! ¿Así que, por qué iba a pasar algo ahora? ¿Por qué no iba a poder usted ayudarme tal y como yo deseo? ¡Necesito mantenerme viva por más tiempo doctor! ¿O es que no lo entiende? ¡TENGO TANTAS COSAS QUE HACER!¡Cueste lo que cueste!». A lo que el Doctor Steinberg le había respondido en un tono reposado y tranquilo, tan dulzón como espeluznante debió resultarle sin duda a Giselle: «Es inútil que me haga esa clase de preguntas Sra. Giselle pues la verdad del caso es que no puedo hacer nada en absoluto. Es más, por mucho dinero que usted ponga sobre la mesa, todo sería inútil. Pues el dinero, créame, nada tiene que ver con todo esto. Así que lo siento de veras pero yo no tengo las respuestas a esas preguntas que usted me hace. Ni yo, ni nadie. Además, desde un punto de vista puramente técnico tiene usted que comprender que es imposible que yo haga lo que me pide pues todo está demasiado próximo como para siquiera poder intentarlo. Es decir, como para siquiera darle una pista de dónde o cómo, va a tener lugar el lamentable incidente del cual usted (aquí de hecho todos estamos completamente convencidos de ello), va a ser la víctima. De modo que lo siento de veras pero para RESTAURAR su futuro ya es demasiado tarde. Es más, ese futuro del que tanto hablamos ya nos envuelve tanto a usted, como a mí, como a todos ¿Pero es que de verdad no se da cuenta Sra. Giselle? Su marido, su familia, sus amigos y compañeros de trabajo, toda esa gente a la que usted a mencionado anteriormente, se encuentran ya a estas alturas bajo el influjo de ese futuro del cual hablamos. Atrapados en él. Aplastados por él. El futuro está para que lo entienda, por todas partes ¿Comprende? En esta mesa, en esta silla, en este bolígrafo incluso hay montones de futuro aunque usted lógicamente no lo pueda ver. Así que mi único consejo Sra. Giselle, y si es que realmente quiere aceptarlo, es que intente evitar en la medida de lo posible cualquier situación que la pueda poner directa o indirectamente en una hipotética situación de riesgo. Quién sabe, quizá así consiga salvar la vida».

Aquella noche Giselle no pudo dormir. La razón al parecer es que las palabras del Doctor Steinberg parecían haberse quedado incrustadas en su mente como una mancha de alquitrán, y quizá de ahí que hiciese lo que hiciese por evitarlo el resultado siempre fuese el mismo, es decir, que las palabras del Doctor Steinberg no sólo no habían desaparecido de su mente tal y como ella se había propuesto con absoluta firmeza, sino que incluso parecía que habían echado raíces, después habían florecido, y finalmente estaban ya listas y preparadas para dar sus caprichosos y diabólicos frutos.

A la mañana siguiente Giselle no fue a trabajar. De hecho ni siquiera hizo la típica llamada que se suele hacer en tales casos para dar explicaciones a su jefe sobre los motivos de su ausencia, y es que tan pronto como su marido hubo salido de casa para ir a trabajar (él salía por lo general unos minutos antes que ella), Giselle comenzó a preparar el equipaje convencida de que no regresaría a casa por lo menos en un mes.