Una de las ventajas más interesantes que sin duda ofrece Internet y con ella la edición de blogs, páginas web, redes sociales, etc. etc., etc., es como poco, la de conceder a todos aquellos que la utilizan, la posibilidad de editar de forma inmediata, continua y casi infinita, cualquier tipo de producción que haya salido de sus cerebros. El resultado de todo ello es un producto que a diferencia de lo que venía ocurriendo en el pasado, nunca, jamás y bajo ningun pretexto, dejará de crecer, cambiar y adaptarse a las circunstancias en las cuales por fuerza deba desarrollarse, hecho que nos hace pensar a su vez en la mismísima vida y existencia de las cosas que -para que nos entendamos- esta vez sí son cien por cien "reales".

Este blog de lo que trata por tanto es de aprovechar esos "vericuetos" virtuales, y a partir de ahí equiparar la literatura (en otro lugar pasará lo mismo con la música) a un estado muy próximo a la existencia. A un estado en el cual "como en la vida misma", las cosas puede que un día sean fantásticas y al siguiente no valgan absolutamente nada, pero lo que no pasará nunca es que continuen siendo perezosamente iguales a como lo habían sido siempre. Porque, ¿alguien ha tenido alguna vez el placer de conocer a alguna persona que estuviese totalmente finalizada? O más aún: ¿alguien puede precisar el día y la hora en que tal o cual sentimiento se extinguió para siempre?



viernes, 19 de marzo de 2010

Cervantes y la dolorosa separación del “yo”

Uno de los aspectos que sin duda más llama la atención de la personalidad de algunos de los personajes cervantinos, es precisamente, esa capacidad “de transformarse en”, de adquirir una forma diferente a la que por naturaleza les correspondería (en ese sentido por tanto sería incluso lícito hablar de “metamorfismo” o incluso de “transformismo”), y a partir de ahí, de tener la capacidad en principio única y exclusivamente humana, de autodefinirse bien sea por la vía de la oposición, bien por la vía del distanciamiento, bien por la conjugación de ambas vías a la vez. Sea como fuere lo que sí resulta evidente es que Cervantes utiliza dicho recurso en más de una ocasión (recordemos sino el caso del “loco” en el “Licenciado Vidriera” o el de los perros “parlanchines” en el “Coloquio de los perros” si nos remitimos exclusivamente a las obras aquí analizadas) con lo cual, nosotros, como buenos aspirantes a investigadores que somos, debemos por fuerza plantearnos en primer lugar cuáles pudieron haber sido las causas que provocaron la utilización más o menos consciente de dicho recurso en más de una ocasión, pero fundamentalmente, cuáles fueron las consecuencias (literarias se entiende) que de ello pudieron haberse derivado. Es decir, en qué grado afectó la aplicación de ese recurso en primer lugar psicológico y después estilístico, al devenir existencial de algunos de sus personajes principales, y por extensión, al desarrollo de algunas de sus obras más representativas y de sobras conocidas por todos.

Ahora bien, intentar determinar aunque sólo sea superficialmente las causas por las cuales Cervantes, en determinadas ocasiones, “decide” modificar la estructura original de sus personajes para convertirlos en algo como mínimo diferente de lo que eran en un principio, equivale (por lo menos desde un punto de vista psicológico) a preguntarse sobre algunos de los rasgos más definitorios y característicos de la propia personalidad de su autor. En efecto, es precisamente desde lo más profundo de algunas de las letras cervantinas (no de todas ellas lógicamente pues éstas son demasiado ricas y/o complejas como para ser reducidas a un único aspecto interpretativo) desde donde ascenderían como pequeños globos aerostáticos, toda una serie de sentimientos de connotaciones más bien negativas (hoy en día quizá se hablaría directamente de algún tipo de neurosis), que muy bien podríamos agrupar en cuatro grandes trastornos emocionales los cuales si bien lógicamente son diferentes entre sí pues de lo contrario jamás habríamos estado en disposición de distinguirlos, por el contrario resulta igualmente evidente que ninguno de ellos sería tan diferente con respecto al resto como para poder ser entendido sin la interrelación más o menos directa de todos los demás.

Una vez aclarado este punto nos encontramos pues con que el primero de esos “trastornos psicológicos” a los que hacíamos referencia hace sólo un instante (decimos el primero como podríamos decir el último ya que todos ellos se confunden y se mezclan de tal modo que resulta imposible delimitar dónde empieza uno y dónde acaba el otro), se manifestaría a través de un fuerte y ya probablemente irreversible sentimiento de frustración, el cual si bien es muy probable que hubiese tenido su origen en una serie de antecedentes vitales que por el bien de este trabajo no vamos a entrar a valorar aquí (la biografía de Cervantes es en ese sentido enormemente ilustrativa) sin embargo sí parece bastante posible que fuese cuál fuese su origen, acabó por provocar en la personalidad de Cervantes, una especie de amargura perfectamente reconocible en numerosos pasajes de su obra, y sin los cuales ésta jamás habría alcanzado el formidable nivel que finalmente alcanzó.

El segundo de esos grandes trastornos emocionales surgiría como respuesta a la incapacidad del propio Cervantes de adaptarse a su entorno inmediato, o lo que vendría a ser casi lo mismo, a ceder ante las exigencias de una vida que para él habría acabado por adquirir la apariencia casi completa de un enemigo. De modo que, partiendo por un lado de la base de que la frustración provoca importantes cantidades de inadaptación, mientras que ésta última a su vez provoca mayor frustración si cabe, el resultado final de todo ello sería algo así como una especie de círculo vicioso de límites un tanto imprecisos, cuyos últimos efectos serían en primer lugar un fuerte sentimiento de exclusión (tercer trastorno), y en última instancia (aunque para ser más precisos todos estas perturbaciones psicológicas podrían ser consideradas perfectamente como causas y efectos a la vez) una fuerte impresión de estar totalmente aislado con respecto a los demás (cuarto y último trastorno). De haber cortado, como escribía Dostoievski en uno de sus maravillosos laberintos emocionales, el último hilo que lo unía con el mundo.

Así que, ¿cuál sería la única salida más o menos factible para una persona que como el mismísimo Cervantes es muy probable que tuviese serias dificultades para vivir en este mundo pero sin embargo se veía obligada a vivir obligatoriamente en él? ¿o cuál sería el resultado de combinar esos cuatro trastornos psicológicos de los que hablábamos antes y que como ya hemos advertido con anterioridad, se retroalimentan de forma constante y continua?

En efecto, una de las salidas quizás más “lógicas” que se nos ocurren a este respecto consistiría precisamente en crear una especie de doble personalidad (además, lógicamente, de la que como personaje ficticio ya de por sí le corresponde), de álter ego incluso podríamos llegar a decir, el cual mientras que por un lado habría permitido la “absorción” de todos esos elementos negativos hasta hacerlos casi desaparecer del todo, por el lado opuesto habría permitido en cambio (y e aquí la gran «suerte» de Cervantes) su conversión en documento escrito de gran valor artístico y literario. La solución, con todo, no está tan mal. Puesto que a la mayoría de los mortales nos resulta del todo imposible transformar el mundo que nos rodea, la opción escogida es transformarnos a nosotros mismos. Aún más, uno y desde el mismo escritorio de su casa, puede modificar la realidad tantas veces como lo considere necesario si es que ello ha de servirle para sentirse mejor.

Pero de ser mínimamente cierto todo esto que decimos: ¿cómo se manifestarían todos esos álter ego de los que hablamos quizá con excesiva frivolidad? o dicho con otras palabras: ¿a partir de qué elementos detectamos nosotros cuatrocientos años después y como simples lectores aficionados que somos, que tal o cuál observación sobre su entorno inmediato sería impensable sin el distanciamiento que desde luego proporciona la creación de esos álter ego ya sea en un faceta de perro, de loco, o por qué no, en su faceta de brillante caballero andante en pleno siglo XVI? pues la respuesta es muy sencilla lo cual no quiere decir en absoluto ni que sea la única ni que sea la mejor: pues bien, en primer lugar a partir de la constante crítica social de la cual especialmente “el Licenciado Vidriera” es un brillantísimo ejemplo (y si no recordemos cuál es su posicionamiento con respecto a ciertas cuestiones sociales tan significativas como la vida militar, la superstición, el estado de la poesía, de la pintura, de la justicia, y así sucesivamente) y en segundo lugar (y sería precisamente éste el otro gran instrumento expresivo a través del cual Cervantes extraería todo su malestar físico y existencial) a partir del radicalismo del que hacen gala algunos de sus personajes más memorables (aunque en este sentido sería quizás más apropiado hablar del rigor “interpretativo” que no de radicalismo propiamente dicho) tales como el “Celoso extremeño”, así como su capacidad de convertir en realidad algo que en principio no sólo existía en el interior de su cabeza. Porque en realidad, ¿qué consigue uno cuando se disfraza? ¿cuando por el motivo que sea, decide cambiar de aspecto radicalmente mostrándose así totalmente diferente a como es en su vida (digamos) convencional?. Las respuestas en este sentido son esencialmente dos: en primer lugar para decir lo que a uno le venga en gana sin que ello suponga riesgo alguno hecho que enlazaría a la perfección con la desmitificación que hace Cervantes de algunos de los aspectos en principio más enquistados de la sociedad que le tocó vivir (cuestión que a su vez estaría íntimamente ligada con lo que se ha dado en llamar “realismo cervantino”), y en segundo lugar si nos remitimos exclusivamente a su caso y de un modo aún más particular a las tres novelas ejemplares aquí analizadas, como medio de hacer posibles un conjunto de ideas que de otro modo serían del todo irrealizables. Es decir, para cumplir mediante la instrumentalización extrema de una serie de personajes cualesquiera, o bien una fantasía personal inconfensable, o bien la expiación de algún malestar interior imposible de comunicar si no es por la vía de la creación artística. De la impunidad si ello ha de servir para que nos entendamos mejor.

Un buen ejemplo que ilustraría la cuestión del rigor interpretativo de los personajes cervantinos como forma de ocultamiento de las verdaderas intenciones de su autor, lo encontramos en el caso yo casi diría que excepcional del Licenciado Vidriera, en el cual el hecho de que una persona crea con total convencimiento que está hecha de cristal, implica desde el punto de vista de su creador, una serie de normas de comportamiento e incluso de pensamiento que de ningún modo se podrían incumplir. Es decir que, del mismo modo que cuando alguien dice una mentira posteriormente y si no quiere ser descubierto debe por fuerza recordar con total exactitud el contenido de esa misma mentira para no caer en futuras contradicciones, pues bien, el creador de un personaje del tipo del “Licenciado Vidriera” debería igualmente mantener al personaje creado increíblemente próximo a la idea de la cual depende (aunque esta pueda parecer en principio absurda) pues de lo contrario éste acabaría por perder su única y auténtica razón de ser: poner en práctica la verdadera misión para la cual fue debidamente «entrenado». Así que, es precisamente de esa especie de obsesión por una idea determinada, de donde surgiría a su vez la imposición de una serie de detalles del todo imprescindibles y de los cuales los personajes serán obviamente el mejor reflejo de todos: sus ropas serán así holgadas para evitar posibles roturas, no podrán comer cualquier cosa pues de lo contrario su integridad física correría un peligro constante, a la hora de montar a caballo la montura será de un tipo determinado y no de otro, etc, etc, etc.

Vistas así las cosas nos encontraríamos por consiguiente con que tanto el realismo cervantino así como la tan recurrente lucidez de muchos de sus personajes (sin duda dos rasgos fundamentales y muy apreciados de la obra cervantina) tendrían parte de su origen en una serie de trastornos emocionales muy íntimos y desde luego desconocidos para nosotros, los cuales una vez canalizados por medio de la escritura, habrían acabado por generar lo que nosotros y desde la distancia denominamos álter ego, doble personalidad, etc, etc, etc, pero que muy posiblemente no fueran más que dos simples válvulas de escape. Una forma como cualquier otra de escapar de la verdadera locura. Ahora bien, si desde luego parece bastante razonable pensar que las causas de esos “álter ego” de los que hablamos se encuentran en una serie de deficiencias emocionales más o menos importantes, más o menos decisivas, más o menos justificadas desde el punto de vista del propio autor, por el contrario no parece menos razonable la posibilidad de que la suma o interrelación de ambas particularidades, diese lugar a su vez a una especie de distanciamiento emocional el cual a la postre resulta fundamental si de verdad se pretende comprender con un mínimo de precisión el “por qué” de esa enorme lucidez casi podríamos calificar que sociológica de la que hacen gala muchos de sus personajes. Es decir que, si la locura del “Licenciado Vidriera” nos parece tan lúcida en comparación con los demás personajes (este efecto interpretativo se aprecia por supuesto con mucha mayor claridad en el Quijote donde la personalidad del protagonista choca irremediablemente contra la aplastante “cordura” de todos los demás) no es porque uno esté muy cuerdo y los otros estén en cambio muy locos (lo cual en cierto modo sería igualmente discutible) sino que más bien podríamos afirmar que tal fenómeno se debe por lo menos en una parte fundamental, al hecho de que el personaje en cuestión ha conseguido distanciarse tanto de todos aquellos que lo rodean, que ahora, cuando nosotros lo observamos desde la más absoluta normalidad, nos parece estar observando una estrella fugaz en medio de la noche más oscura del mundo.