Una de las ventajas más interesantes que sin duda ofrece Internet y con ella la edición de blogs, páginas web, redes sociales, etc. etc., etc., es como poco, la de conceder a todos aquellos que la utilizan, la posibilidad de editar de forma inmediata, continua y casi infinita, cualquier tipo de producción que haya salido de sus cerebros. El resultado de todo ello es un producto que a diferencia de lo que venía ocurriendo en el pasado, nunca, jamás y bajo ningun pretexto, dejará de crecer, cambiar y adaptarse a las circunstancias en las cuales por fuerza deba desarrollarse, hecho que nos hace pensar a su vez en la mismísima vida y existencia de las cosas que -para que nos entendamos- esta vez sí son cien por cien "reales".

Este blog de lo que trata por tanto es de aprovechar esos "vericuetos" virtuales, y a partir de ahí equiparar la literatura (en otro lugar pasará lo mismo con la música) a un estado muy próximo a la existencia. A un estado en el cual "como en la vida misma", las cosas puede que un día sean fantásticas y al siguiente no valgan absolutamente nada, pero lo que no pasará nunca es que continuen siendo perezosamente iguales a como lo habían sido siempre. Porque, ¿alguien ha tenido alguna vez el placer de conocer a alguna persona que estuviese totalmente finalizada? O más aún: ¿alguien puede precisar el día y la hora en que tal o cual sentimiento se extinguió para siempre?



domingo, 6 de marzo de 2011

La fiesta de cumpleaños

Es indudable que los acontecimientos parecen querer dirigirme hacia la locura más absoluta. Hacia la formación de una mancha de aceite de apariencia humana, que después se irá extendiendo sin dejar vacío ni uno solo de los orificios, entrantes o recovecos, de una vida que una vez puesta frente al espejo, no reflejará más que un inmenso agujero negro. Además, las cifras, como siempre, no dejan lugar a la duda. A mis ya casi cincuenta años de edad apenas poseo lo que ahora mismo llevo puesto, y que mejor prueba que esa para demostrar que he fracasado por completo. Que a pesar de mis prometedores proyectos de futuro, mi vida en realidad se reduce a una simple sucesión de derrotas para las cuales no puedo culpar a nadie salvo a mi mismo. Y es que el cuaderno sobre el cual escribo estas pocas líneas y al que tantos sacrificios he dedicado, jamás podrá teñirse con letras de oro.

El mundo para mí es como un enemigo perfecto. Jamás se equivoca. Ni una sola vez da un paso en balde.

Pero lo cierto es que tampoco en mi vida extra-literaria he conseguido logro alguno. Destacando de entre toda mi lista de desilusiones, mis más de diez intentos frustrados de suicidio, y que no vienen sino a confirmar mi ineptitud y cobardía, pues incluso a la hora de desaparecer no veo más que inconvenientes. Así que ¿no sería únicamente la idea de una vida posterior, de una rendija por la que poder espiar, lo que hace de la idea de la muerte algo mínimamente soportable? Y aún más, ¿no podría ser eso aunque visto al revés una solución? Quiero decir: ¿Qué se supone que debería hacer para desaparecer, morir, extinguirme tal y como al parecer es mi intención, pero al mismo tiempo pudiendo observar desde un pedestal, desde una tribuna segura y confortable, los efectos que esa misma muerte producirá en todos aquellos sobre los que (es algo evidente) pretendo dejar una impresión, una marca, la huella indeleble de un recuerdo incómodo? Es decir ¿cómo hacerlo para mantenerme vivo y muerto al mismo tiempo y de una forma incluso tonificante y divertida?

A este respecto la única solución que se me ocurre sería la de simular mi propia muerte, mi propio suicidio, a fin de observar después las huellas de mi vida, aunque eso sí, todo ello perfectamente vivo y desde luego capacitado para poder disfrutarlo sin pasar necesariamente por el mal trago de una muerte dolorosa y ciega. Tan negra y estrecha, tan honda, sorda y alargada, que ni aún caminando durante miles de años uno conseguiría tocar una de sus miles de entradas pero ninguna salida.

No en vano está demostrado que no existe un solo autor en este mundo al que no se le derritan la punta de los dedos al contemplar la posibilidad de su futuro éxito. En cómo su obra pasará de mano en mano y será leída y soñada hasta el infinito. Es más, el simple hecho de imaginárselo, de anticiparlo aunque sólo sea en una pequeña parte que difícilmente se corresponderá después con la realidad, es ya de por sí un motivo de excitación continua para la mente siempre agitada de todo artista-escritor-creador. Y es que sólo así tienen explicación todos esos libros-suicidio. Todas esas vidas-incendio, pues de lo contrario ¿cómo podría ser posible algo así?.

Partiendo de tales premisas por tanto, no es extraño que mi propósito y una vez examinado con detalle el problema, sea el de hacer todo lo contrario a lo que a mi modo de ver las cosas, no ha sido más que un inmenso error por parte de mis colegas y compañeros. Así pues, se trataría más bien de actuar del mismo modo que uno de esos soldados que en el momento álgido de la batalla, corren como topos a esconderse debajo de sus compañeros ya muertos, a fin de protegerse de una muerte que ellos consideran inservible y segura, y es que únicamente la muerte, aunque sea fingida, nos hace libres.

Ahora bien, parece igualmente obvio que tal propósito exige de una planificación previa, y es que no me imagino yo como podría emprenderse un proyecto de semejante envergadura sin haber realizado previamente, un estudio pormenorizado de cada una de las circunstancias que lo componen así como de los múltiples efectos que estas mismas circunstancias podrían causar una vez estuviesen puestas en marcha. La cosa debe ser, por tanto, sencilla. Tal y como aconsejan los preceptos de la literatura contemporánea cada cosa debe caer por su propio peso (nada de empujones!!!!) y de tal modo además que cada paso, cada movimiento dirigido en una u otra dirección, una vez superado se muestre como inevitable, como perfectamente sintonizado con respecto a la trayectoria que ya traían todos los movimientos anteriores y sin los cuales jamás se habría llegado hasta el punto en el que ahora -es un decir- nos encontramos. Resumiendo, a los ojos del más sagaz rastreador-investigador, el “producto” una vez finalizado, tiene que mostrarse tan coherente y lógico, tan estúpido y sencillo, tan evidente a pesar de que a nadie se le había ocurrido antes, que imaginárselo de otro modo sería poco menos que convertirlo en un poema de ciencia-ficción. Las preguntas derivadas por tanto deberán ser varias: ¿De dónde saco yo una obra no publicada pero que sin embargo sí sea lo suficientemente buena como para asegurarme el acceso directo al futuro inamovible de los escritores-mágico-eternos? ¿Escribiéndola? No, desde luego que no. Yo no soy lo suficientemente bueno para conseguir algo así, pero en cambio sí creo ser lo suficientemente bueno como para conseguir que otro lo consiga por mí. Ahora bien, de escoger efectivamente dicha línea de acción debería encontrar previamente a un escritor novel (o varios) que hubiesen acabado su obra, que no la hubiesen publicado por el motivo que fuese, y lo esencial, lo más importante de todo sin duda, que fuese lo suficientemente generosa como para que ya con ella bajo el brazo, me viese en disposición de intenetar el asedio final. Aquello por lo que tantas barbaridades habría cometido sin duda. Sin embargo tal plan conlleva una nueva cadena de interrogantes porque, ¿desde dónde podría tener yo acceso a todos esos escritores noveles, con talento, pero especialmente, que no encuentren salida para su obra? ¿O qué hacer con ese mismo escritor en el supuesto de que efectivamente lo encontrara y también supuestamente, cumpliese todos y cada uno de los requisitos por los cuales ha sido seleccionado? ¿Deshacerme de él evitando con ello sus más que seguras reclamaciones? ¿O financiarlo de algún modo satisfactorio para ambos para que de ese modo pudiese seguir con su labor, aunque eso sí, renunciando a todo tipo de reconocimientos posteriores?

Mi abuelo siempre me decía que la verdad más amplia es siempre la mejor.

Así a voz de pronto, el mejor lugar que se me ocurre para poder tener acceso al mayor número de obras posibles sería el de trabajar en una editorial. Por tanto el primer paso y de seguir con el mencionado plan adelante, sería el de encontrar un trabajo de cierta responsabilidad en alguna editorial (aquí debería utilizar las pocas influencias que aún me quedan) y no sólo eso, sino que además dicha editorial tendría que estar especialmente involucrada en el hallazgo de jóvenes talentos independientemente del valor “de mercado” de sus obras. A este respecto quizás lo más conveniente sería mantener un contacto directo y periódico con alguien especialmente escogido por mí y acreedor de mi más absoluta confianza (un viejo amigo quizás), y que una vez puesto al tanto de mis intenciones, cumpliría después en riguroso silencio con las órdenes que yo previamente le habría dado: encontrar a alguien potencialmente bueno, no concederle premio alguno pues sino estaríamos completamente perdidos, e inmediatamente después hacérmelo saber para que yo y una vez informado de todos los detalles, pudiese tomar las medidas oportunas.

Desde luego creo que no es necesario mencionar que dicho plan no iría únicamente encaminado a un único autor con todos los riesgos que una decisión así supone, sino que más bien la idea sería la de crear, la de establecer digamos, como una especie de entramado cuyo objetivo final sería el de separar el grano de la paja. En cuanto al tema de simular un nuevo suicidio se refiere, la verdad es que no creo que vaya a suponerme un gran esfuerzo superar un nuevo intento, y de ahí que siguiendo por esta misma vía, no crea necesario añadir nada más.

Ahora bien, si de verdad pretendo sacar adelante un proyecto de semejantes características, tampoco debería olvidar que nadie en su sano juicio se pone a escribir, y menos aún, algo que valga realmente la pena leer. De hecho si prestamos un mínimo de atención a algunos de los autores que mayor huella han dejado a lo largo de la historia de la literatura universal, podremos comprobar sin demasiada dificultad, como muy pocos de ellos llevaron lo que se suele decir una existencia confortable. Es más, la mayoría de ellos por no decir casi todos, poseen una biografía aún más alucinante que las propias obras que los vieron nacer a ojos de sus conciudadanos. A Dostoievski estuvieron a punto de crucificarlo por borracho, ludópata y traidor, así como que a la madre de Cervantes probablemente le hubiese dado un patatús bien grande si el día que su hijo sacó la cabeza de entre sus piernas, le hubiesen anticipado los caminos no siempre transitables por los cuales aquel pobre niñito de nariz ya seguramente respingona, tendría que transitar a lo largo de tantos años del mismo modo que el más estúpido de los hombres. Los ejemplos son, en definitiva, infinitos, y no sólo infinitos, sino que también son lo suficientemente variados como para poder extraer una conclusión sin temblar en lo más mínimo: si de verdad pretendo encontrar a alguien con verdadera potencia, alguien que de verdad tenga algo original que contar, no deberé buscar exclusivamente en las editoriales más conocidas de la ciudad, sino que lo más adecuado sería buscarlo en algún agujero infecto. En alguna lista del paro o algo peor. Fuera de todas las estadísticas que publica puntualmente el estado para tales asuntos.

Desde luego que con esto no pretendo decir que una persona moderada y cultivada, un profesor de universidad que haya estudiado en Oxford por decir algo, no pueda escribir algo realmente digno del más selecto de los lectores. Todo lo contrario. Quien mejor que un profesor de universidad educado en el extranjero para escribir grandes obras; dispone de tiempo, de dinero, de perspectiva, de una tranquilidad por lo menos aparente, de los conocimientos necesarios así como de los medios para emprender cualquier tarea que se proponga, y así sucesivamente. Pero si por el contrario partimos de la base de que a mi tales escritores no me interesan lo más mínimo debido precisamente a esa "facilidad" con la que abordan cualquier empresa, pues entonces caeremos también en la cuenta de que los autores que realmente me interesan son aquellos que debido a lo insostenible de sus vidas, a lo incierto e inestable de sus futuros, se tuvieron que aferrar a las páginas de un libro como el que se aferra a un flotador en medio de un naufragio. Por tanto y paralelamente al plan expuesto con anterioridad (al tema de la editorial me refiero) sería de hecho muy aconsejable no descartar la posibilidad de que los autores más adecuados para el objetivo que hoy, aquí, en este preciso instante, me he impuesto, no tengan ni el coraje ni la confianza suficiente como para presentarse a concurso alguno, o no hablemos ya de pedir cita en una editorial para que un filólogo que en sus ratos libres no sabe ni qué hacer, le infle la cabeza con que si sus estructuras gramaticales no son correctas, o con otras cuestiones igualmente siniestras que nuestro “náufrago” jamás podría comprender por mucho empeño que pusiese en ello. De hecho el escritor que yo ando buscando, es aquel escritor que ante todo no se considera escritor, y en consecuencia ni se ciñe a unas formas estilísticas determinadas, ni menos aún a unos contenidos establecidos a los que rendirles cuentas, precisamente porque visto al revés, visto en definitiva como se debería ver, todo cuanto le rodea y que no es otra cosa que el material del cual se nutre como un mosquito, es ya de por sí susceptible de tener una forma y un contenido determinado. El autor que me interesa debe ser por tanto un hombre alejado, aislado, cuanto más mejor, de las ideas imperantes de su entorno. Manera de entender la vida esta que no hace otra cosa que arrinconarlo como a una escoba, pues como es lógico suponer, no hay hombre en este planeta por muy fuerte que sea, que pueda salir invicto de una batalla global contra el mundo del cual aunque no le guste, forma una parte muy activa. De hecho al hombre del que hablamos lo más probable es que le falten algunos dientes o tenga algún antecedente clínico o policial. En las conversaciones con sus amigos y si es que de verdad todavía conserva alguno, casi siempre permanecerá callado y únicamente intervendrá cuando él lo considere estrictamente necesario, pues intuirá que de no hacerlo, de continuar ausente, ese mismo grupo de amigos que todavía lo aceptan lo tacharían de extraño si de verdad expresase lo que realmente siente. Igualmente ese hombre del que hablamos pocas veces será visto en actos públicos (desde luego uno de sus peores enemigos) ya que como no puede ser de otro modo, estos le causarán unas depresiones dignas de ser estudiadas por el mejor psicólogo del mundo. Nuestro hombre es y debe ser por consiguiente un marginado, un aristócrata, un vagabundo, un ser vapuleado a pesar de su resistencia por una vida que no se anda con tonterías pues bastante trabajo tiene ya con todos aquellos que en un claro contraste, sí parecen realmente interesados en sus lecciones y consejos. Ahora bien, ¿cómo encontrar a un tipo así? ¿O dónde hallar a un hombre tan sumamente escurridizo y que si algo intenta con todas sus fuerzas es llamar la atención pero en absoluto silencio, es nadar siempre a contracorriente pero no porque él lo considere una norma lo cual sería una estupidez, sino porque los gigantes contra los que él se ha levantado en armas tienen la forma de unos dogmas que él quisiera ver destruidos? Aquí de lo que estamos hablando es, señoras y señores, de un soldado inmerso en una lucha infinita. En una guerra que nunca puede acabar porque aceptar su fin, la paz definitiva, sería el sinónimo perfecto de estar muerto. De lo que aquí estamos hablando es de un ser tan increíblemente ingenuo que no comprende que ni aun removiendo las aguas mil veces conseguirá ver jamás el fondo.

Desde luego no deberíamos pasar por alto que en realidad dicho comportamiento obedezca únicamente a una situación determinada y por tanto transitoria, y que una vez superado ese mismo problema que ha sido el causante de conducir a nuestro pasajero a una situación tan extrema, el sujeto en cuestión pase a reintegrarse en el grupo que tantas veces criticó pues a fin de cuentas era lo que realmente deseaba. Pero lo que el lector todavía no sabe es que a mí tampoco me interesan este tipo de personajes, y no porque tenga nada en contra de tales individuos (todo lo contrario, me parece una decisión muy sabia la de actuar con moderación evitando con ello futuros problemas) sino porque lo que yo busco nada tiene que ver con este tipo de personas. Es decir que, no me interesan en absoluto las personas que saben verle las orejas al lobo, sino que más bien sucede todo lo contrario, los personajes que realmente me interesan, son aquellos que aún viéndole las orejas al lobo, se lanzan contra él con más empeño y obstinación si cabe.

Por desgracia tal clase de hombres no abundan precisamente, y es que desde luego no parece una política de vida muy recomendable, la de ir al revés del mundo para que una vez agotadas sus fuerzas, todo vuelva a quedarse exactamente como estaba en un principio. Sin embargo la utilidad de tales individuos parece incuestionable, y es que si bien su aportación a la historia del hombre en cualquiera de los campos en que éste actúa parece más bien transparente, su ausencia por el contrario sí sería bastante destacable. Desde luego que también es muy cierto que a dichos personajes y si tuviésemos la posibilidad de mantener una conversación en confianza con ellos, nos dirían que a ellos personalmente tales cambios los traen sin cuidado, que ellos, en definitiva, no hacen lo que hacen empujados por una labor “humanitaria” ni mucho menos, sino que simplemente lo hacen porque no saben hacer otra cosa, porque no les “sale” nada diferente. Sin embargo que ellos no lo hagan con una intención determinada y encaminada a la mejora de la especie humana, no quiere decir que nosotros, todos aquellos que nos encontramos al otro lado de la frontera que separa la moderación del exceso, la mediocridad de la genialidad, la luz de la oscuridad, no podamos sacar alguna pequeña recompensa por ello. Tales individuos fueron no obstante los causantes de que hoy en día se escriba de una forma muy diferente a como por ejemplo lo hacía Aristóteles, o que hoy en día unos muchachos llamados Beastie Boys, hagan una música que muy probablemente habría bailado como un loco el mismísimo Mozart de haber tenido la posibilidad de escucharlos. De hecho sino fuera por tales personas el mundo seguiría exactamente igual que hace dos mil años, y algo así señores, un mundo como el que tales condicionantes nos prefigura, sería de todo menos una fiesta de cumpleaños.