Una de las ventajas más interesantes que sin duda ofrece Internet y con ella la edición de blogs, páginas web, redes sociales, etc. etc., etc., es como poco, la de conceder a todos aquellos que la utilizan, la posibilidad de editar de forma inmediata, continua y casi infinita, cualquier tipo de producción que haya salido de sus cerebros. El resultado de todo ello es un producto que a diferencia de lo que venía ocurriendo en el pasado, nunca, jamás y bajo ningun pretexto, dejará de crecer, cambiar y adaptarse a las circunstancias en las cuales por fuerza deba desarrollarse, hecho que nos hace pensar a su vez en la mismísima vida y existencia de las cosas que -para que nos entendamos- esta vez sí son cien por cien "reales".

Este blog de lo que trata por tanto es de aprovechar esos "vericuetos" virtuales, y a partir de ahí equiparar la literatura (en otro lugar pasará lo mismo con la música) a un estado muy próximo a la existencia. A un estado en el cual "como en la vida misma", las cosas puede que un día sean fantásticas y al siguiente no valgan absolutamente nada, pero lo que no pasará nunca es que continuen siendo perezosamente iguales a como lo habían sido siempre. Porque, ¿alguien ha tenido alguna vez el placer de conocer a alguna persona que estuviese totalmente finalizada? O más aún: ¿alguien puede precisar el día y la hora en que tal o cual sentimiento se extinguió para siempre?



lunes, 19 de abril de 2010

La formación de Europa de Robert Bartlett

Que Europa no siempre fue el continente perfectamente claro y delimitado que todos conocemos en la actualidad ya lo sabíamos, y sin embargo, no puede dejar de sorprendernos el hecho de comprobar cómo determinados periodos y procesos de nuestra historia, participaron de una forma especialmente decisiva a la hora de conformar esa misma realidad que ahora nosotros y desde nuestra posición de “contemporáneos”, sentimos como algo completamente estático. Como si Europa en definitiva, hubiese sido siempre una especie de “ente” eterno e inanimado que no tuvo nunca un principio concreto, y por tanto tampoco pudiese tener nunca un final determinado. Desde luego que la gran mayoría de nosotros conocemos por lo menos superficialmente, la historia primero de los griegos y después de los romanos, como también creemos conocer esa etapa algo distante y oscura a la que genéricamente denominamos Edad Media, el luminoso Renacimiento, o incluso la historia contemporánea y sus turbulentas revoluciones sociales. Pero todos esos recuerdos quedan ya muy lejos -demasiado lejos- e incluso en cierto modo parece como si todos ellos formasen parte de un mismo y único pensamiento en la mayoría de los casos irrecuperable. Tal es no obstante, el objetivo principal de la historia: ordenar y corregir en la medida de lo posible, ese desajuste que el paso del tiempo produce inevitablemente en la memoria de los hombres, de tal modo que una vez asimilada y ordenada, nos permita identificar el camino que nos ha conducido hasta el lugar en el cual ahora nos encontramos, y por extensión, a aceptar que las cosas no siempre fueron iguales.

Ahora bien, ¿cuál de entre todos esos procesos históricos a los que nos referimos fue el primero en poner las bases de lo que actualmente conocemos como Europa? ¿o cuál fue, dicho de otro modo, el punto de inflexión a partir del cual fue posible empezar a distinguir a los diferentes pueblos que poblaban Europa de otras zonas del planeta? ¿fue a partir del embrión griego quizás? ¿del omnipresente y siempre fotogénico Imperio Romano? Desde luego es muy cierto que tanto unos como especialmente los otros, colaboraron en buena medida a formar una especie de conciencia común y de pertenencia a un mismo grupo más o menos homogéneo. Sin embargo, esa conciencia común en el caso de los griegos se redujo exclusivamente a una zona muy determinada del continente y su correspondiente parcela mediterránea, mientras que en el caso de Roma y si bien su influencia fue mucho mayor tanto en el plano espacial como en el temporal, quizás sería prematuro hablar de una única entidad social, económica y política europea. Roma, es innegable, impuso su criterio allí donde sus legiones se establecieron durante un periodo de tiempo mínimamente necesario, pero en cambio, ese mismo criterio no llegó de ningún modo a extenderse por todos los rincones de Europa, e incluso en aquellos lugares en los que sí lo hizo, su influencia no fue ni absoluta ni irreversible. Efectivamente, el proceso que por el contrario acabará por conceder a una serie de pueblos en la mayoría de los casos totalmente distintos una serie de rasgos comunes y además abarcando un terreno mucho más amplio, se produce unos siglos más tarde, exactamente en siglos centrales de la Edad Media, y es precisamente a ese periodo fundamental de nuestra historia al cual Robert Bartlett en su obra “La Formación de Europa” le presta una intensa y metódica atención. Para ello R. Bartlett despliega no obstante una sucesión de acontecimientos que al chocar los unos contra los otros, acabarán por dar a un conjunto de comunidades inicialmente separadas incluso por miles de kilómetros de distancia, una serie de rasgos comunes que los unirán más de lo que jamás podría separarlos: una misma religión que se practicará hasta en el último rincón del continente en detrimento de un paganismo en claro retroceso, una uniformidad jurídica antes inexistente que permitirá sea cual sea el delito cometido y sea cual sea el lugar donde se cometa ese delito una condena relativamente parecida, una universidad que en todos los centros del continente enseñará unos conocimientos parecidos haciendo posible con ello una cada vez mayor homogeneidad e integración cultural. Y así, toda una serie de factores más o menos importantes entre los cuales también destacan la acuñación de moneda, los diferentes tipos de documentos oficiales, el armamento y las técnicas militares, e incluso la propia lengua con la que se comunicaban y se peleaban esos mismos guerreros. Sin embargo, ¿puede llegar a producirse un fenómeno de tales dimensiones de buenas a primeras? ¿o entra dentro de lo posible que varios millones de personas lleguen a comportarse de forma similar sin que se haya producido algún tipo acontecimiento previo que los haya ido empujando de forma irreversible a una situación como a la que aquí nos estamos refiriendo? En absoluto. No existe cambio alguno en el mundo y por sencillo que nos pueda parecer en un principio, que no venga precedido por una serie causas más o menos identificables. Tal es no obstante, el objetivo principal de Robert Bartlett en la obra que ahora nos ocupa: aislar e identificar con el máximo rigor científico posible, la genealogía de esas causas hasta encontrar su origen u orígenes, al mismo tiempo que trata de comprender cómo sus respectivos efectos, se convierten a su vez en causas de nuevos procesos. Ahora bien, ¿pero cómo se pone toda esa teoría en práctica? ¿o cómo se consigue llegar al fondo de cualquier cuestión por compleja e inaccesible que nos pueda parecer en un principio? ¿cuál en definitiva es el mejor método posible?

La respuesta parece hallarse tal y como sugiere el propio Bartlett, en una investigación basada en el efecto acumulativo de las evidencias procedentes de diversos registros, y de ahí hacia atrás mediante una dialéctica perfectamente lógica, hasta obsequiarnos con una serie de respuestas tan sencillas que incluso nos parece imposible que sus conclusiones puedan ser correctas. Por ejemplo, cuando Bartlett en su trepidante capítulo “La Diáspora Aristocrática” trata de averiguar como si de un detective privado se tratara cuál pudo haber sido la causa inicial que desencadenó todo este proceso de uniformidad progresiva al que nos venimos refiriendo, llega un momento en el cual después de mucho misterio y emoción nos dice: «El surgimiento de una clase de caballeros, en origen de bajo nivel y a menudo sin tierras, combinado con el impacto de la primogenitura y la idea dinástica, pudo haber sobrecargado el sistema hasta tal punto que la salida al exterior fuera la respuesta natural» , con lo cual todo aquel que tienda a la elevación terrenal o sea aficionado a las explicaciones más o menos metafísicas, no puede dejar de sentir una mezcla de decepción y fascinación tremendas al comprobar como incluso los fenómenos más complejos de este mundo, pueden llegar por el contrario a tener su origen y explicación en otros mucho más sencillos y triviales. Pero más allá de esta frase por otro lado fundamental para llegar a comprender en su totalidad cómo y sobre todo de qué modo se inició toda esa inercia expansiva que en última instancia daría como resultado una uniformidad política, social y económica sin precedentes, Bartlett establece simultáneamente pues sabe perfectamente que los acontecimientos difícilmente se pueden explicar a partir de una única causa, las diferentes fases de todo ese proceso así como la relación de retroalimentación que se fue estableciendo entre cada una de ellas. Esa sucesión de fases a la que me estoy refiriendo fue no obstante y en líneas generales la misma en todas partes: conquista, colonización y cristianización, como también tuvieron un misma tendencia la mayoría de esos procesos expansivos: desde el poderoso centro europeo y de una forma muy particular desde el actual noroeste de Francia, hacia todas las periferias del continente mediante un proceso de multiplicación celular increíblemente eficaz que acababa por convertir cualquier periferia en centro y así sucesivamente. Pero si bien parece incuestionable que Bartlett identifica con gran acierto el origen de esa inercia así como el modo en el que ésta acostumbraba a articularse y desplegarse por todos los rincones del continente, no escatima menos esfuerzos cuando trata de poner sobre la mesa los recursos utilizados por esas mismas élites aristocráticas para alcanzar sus objetivos: una fuerza militar por lo general mucho más desarrollada que la de sus adversarios y de la cual destacaban especialmente la utilización de castillos, la caballería pesada y los arqueros con sus temibles ballestas, una serie de políticas matrimoniales destinadas ante todo a facilitar el acceso de las fuerzas ocupantes a las élites autóctonas sin derramar una sola gota de sangre, la imposición sistemática de una religión que transcurrido el tiempo necesario actuaba como una especie de argamasa de la cual todavía hoy tratamos de desprendernos, o incluso el desarrollo urbano y rural de los diversos territorios conquistados gracias a una serie de exenciones económicas y jurídicas dirigidas especialmente a los nuevos colonos para facilitar su asentamiento, fueron en ese sentido, quizás los instrumentos más frecuentemente utilizados. El resultado fue que toda esa periferia y puesto que el agente agresor era en cierto modo siempre el mismo o cuanto menos una replica bastante aproximada del original, se fue pareciendo cada vez más a otras periferias en idéntica situación, del mismo modo que yo aunque a una escala un tanto mayor, cada vez me parezco más a un joven japonés a pesar de la distancia geográfica y cultural que teóricamente nos separa. Las diferencias entre el mundo medieval y el nuestro, no seré yo quien lo niegue, son inmensas, pero no así la estructura “molecular” del fenómeno que nos ha llevado a ese joven japonés y a mí si seguimos con el mismo ejemplo, a vestirnos del mismo modo, a escuchar la misma música, o incluso a venerar a los mismos dioses. Efectivamente, tanto en el deslumbrante mundo del siglo XXI como en la ya semienterrada Plena Edad Media esa erosión de las identidades locales frente a otra identidad mucho mayor y más fuerte tiene unas connotaciones sospechosamente similares, y es ese precisamente el valor que la obra de Bartlett tiene fundamentalmente párale lector contemporáneo: en primer lugar el de obligarle a tomar conciencia de que la gran y todopoderosa Europa es a su vez el producto todavía inconcluso de un proceso de conquista, migraciones, colonizaciones y transformaciones religiosas y culturales aún por acabar, y en segundo lugar, que el mundo en el que vivimos no es a pesar de todo, tan diferente del mundo que Bartlett describe de forma magistral en su obra.

Quien sabe, puede que a fin de cuentas sólo los diferencien las fechas y los nombres.

1 comentario:

  1. excelente articulo, vendría siendo una de las mejores reseñas de un libro que he leído, contextualizaste muy bien las ideas y temas mas importantes del texto, te felicito. :)
    Me ayudara mucho para una discusión bibliográfica que debo realizar ;)

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