Una de las ventajas más interesantes que sin duda ofrece Internet y con ella la edición de blogs, páginas web, redes sociales, etc. etc., etc., es como poco, la de conceder a todos aquellos que la utilizan, la posibilidad de editar de forma inmediata, continua y casi infinita, cualquier tipo de producción que haya salido de sus cerebros. El resultado de todo ello es un producto que a diferencia de lo que venía ocurriendo en el pasado, nunca, jamás y bajo ningun pretexto, dejará de crecer, cambiar y adaptarse a las circunstancias en las cuales por fuerza deba desarrollarse, hecho que nos hace pensar a su vez en la mismísima vida y existencia de las cosas que -para que nos entendamos- esta vez sí son cien por cien "reales".

Este blog de lo que trata por tanto es de aprovechar esos "vericuetos" virtuales, y a partir de ahí equiparar la literatura (en otro lugar pasará lo mismo con la música) a un estado muy próximo a la existencia. A un estado en el cual "como en la vida misma", las cosas puede que un día sean fantásticas y al siguiente no valgan absolutamente nada, pero lo que no pasará nunca es que continuen siendo perezosamente iguales a como lo habían sido siempre. Porque, ¿alguien ha tenido alguna vez el placer de conocer a alguna persona que estuviese totalmente finalizada? O más aún: ¿alguien puede precisar el día y la hora en que tal o cual sentimiento se extinguió para siempre?



sábado, 2 de abril de 2011

"Carolux Rex" de Ramón J. Sender


Parece ser que todo país en un momento u otro de su trayectoria histórica acaba por adentrarse en el terreno casi siempre deslizante de las situaciones absurdo-surrealistas, y es precisamente a uno de esos momentos de la historia de España al cual Ramón J. Sender, con una mezcla de sorna y preocupación, dirige sus “rayos catódicos” en su obra Carolux Rex. Pero la naturaleza de los hechos que Ramón J. Sender nos muestra en la mencionada novela -tampoco nos traumeticemos- no es ni mucho menos exclusiva de nuestro país, y si no, ahí están los libros de historia para demostrarlo tantas veces como sea necesario. Es decir: ¿en qué concurso de televisión no se ha mencionado alguna vez aquel célebre episodio de la historia de Grecia en el cual Jerjes, el más soberbio de todos los reyes persas, ordenó azotar al mar con unas cadenas por haber impedido su victoria sobre los atenienses en la mítica batalla naval de Salamina? ¿o qué estudiante de historia antigua no conoce aquella famosa anécdota de la historia de Roma según la cual Nerón, casi con toda probabilidad el más caprichoso de todos los emperadores romanos, quiso que su caballo fuese proclamado cónsul como si aquello fuese una práctica política de lo más habitual?. Los ejemplos, en fin, son muchos y variados, y sin embargo, la verdad es que no por ello dejan de causarnos cierta sensación de irrealidad y confusión. Pues bien, en el caso particular del Carlos II que Ramón J. Sender nos presenta en su obra Carolux Rex, sucede, salvando las diferencias, algo parecido, de tal modo que el lector acaba convirtiéndose en algo así como una especie de testigo incómodo que no acaba de comprender, no ya que un personaje de las características de Carlos II llegase a ser el rey de la corona hispánica con todo lo que ello suponía (pues al fin y al cabo la historia es la que es y por lo tanto nada podemos hacer ya por cambiarla), sino que la verdadera dificultad radica más bien en el hecho de tratar de comprender cómo pudo llegarse a una situación semejante. Es decir, qué tipo de circunstancias tuvieron que darse previamente, para que una serie de acontecimientos tan excesivos, se colaran a través de los ojos de sus coetáneos como algo simplemente normal e incluso en cierto modo inevitable. Las principales causas son según el propio Ramón J. Sender varias, si bien todas ellas podrían agruparse en dos: en primer lugar una parálisis económica de proporciones bíblicas que obstruía como un coágulo todo el sistema financiero de corona hispánica (recordemos si no las dificultades de la propia reina para disponer de algo de dinero en efectivo), y en segundo lugar la extraña relación “instrumental” que mantenían Iglesia y Estado, y que como muy bien se puede apreciar a lo largo de toda la novela, no se sabe muy bien dónde comienza y dónde acaba. Es decir, quién, en definitiva, controla a quién. El resultado de combinar ambos factores resulta en cualquier caso inevitable: un estado de depresión y asfixia nacional crónico del cual el propio rey era únicamente la cabeza más visible y esperpéntica.

Pero además de este diagnóstico que como ya hemos indicado anticipa de forma muy visible el inminente colapso tanto de las instituciones políticas como de la sociedad “española” en su conjunto, Ramón J. Sender también nos introduce paralelamente en otras problemáticas de la época que sin llegar a ser tan decisivas, sin duda resultan igualmente fundamentales para avanzar secuencialmente en la comprensión global del problema. Es más, es precisamente mediante la suma de todas estas problemáticas llamémoslas “subsidiarias”, como se accede a la esencia misma del problema y no al revés. De esta naturaleza serían por ejemplo las constantes intrigas en la corte como consecuencia de las dificultades de los propios reyes para proporcionar un heredero que diese estabilidad al reino. Como también de esta naturaleza serían los múltiples abusos que comete la Iglesia especialmente en nombre de la Inquisición, y que tan gráficamente podemos observar a través de algunos de los pasajes -en mi opinión- más impactantes y surrealistas de toda la obra: la escena de la momia de un supuesto santo en la cama del moribundo Felipe IV, el harén que se construye el segundo inquisidor de Barcelona y que está formado -atención al dato- por más de cincuenta jovencitas de las cuales dispone como si fuesen electrodomésticos. O incluso el exorcismo al que es sometido el propio monarca ya hacia el final de la novela como si de hecho estuviese siendo tratado de un vulgar resfriado, no son más que algunos de los ejemplos más representativos que podemos encontrar en este sentido. Pero eso no es todo porque la lista es, en fin, mucho más amplia: la ejecución de un caballo en una horca “lógicamente” hecha a medida por haberse atrevido a lanzar a la reina al suelo, la cremación pública de los huesos de dos momias (sí, en efecto, de dos momias) por sus pecados cometidos en vida, los intentos del propio rey por intervenir en asuntos económicos con el consiguiente aumento de la inflación, la expulsión de todos los diplomáticos extranjeros de la corte por una simple cuestión de celos, etc, etc, etc.

Ahora bien, presentándonos un panorama tan saturado de escenas grotescas y esperpénticas ¿qué pretende exactamente el autor de la novela? ¿de qué, en definitiva, intenta prevenirnos y si es que efectivamente intenta prevenirnos de algo? ¿o es que por el contrario podría llegarse a la conclusión de que únicamente se trata de un simple ejercicio literario? ¿de una forma como otra cualquiera de entretenerse a falta de un pasatiempo mejor? ¿tan aburrido iba a ser el exilio? posiblemente sí, y sin embargo y aunque desde luego debamos reconocer que con ello estaríamos entrando en el terreno de la especulación, resulta bastante difícil creer que un hombre de las convicciones y compromiso político de Ramón J. Sender, escribiese un libro de tales características simplemente porque sí, por el simple hecho de entretenerse y nada más. Por el contrario y especialmente teniendo en cuenta el momento y lugar desde donde se escribe el libro (principios de los años sesenta desde el por aquel entonces exuberante y políticamente convulso exilio norteamericano) podemos atrevernos incluso a lanzar la hipótesis de que podría haber existido por lo menos en la mente del autor, algún tipo de conexión entre la España esperpéntica de la corte de Carlos II, y la España no menos esperpéntica que estaba dejando a su paso una dictadura que ya llevaba instaurada más de veinte años cuando Ramón J. Sender se decidió por fin a escribir el libro en cuestión. Pero cuidado porqué más allá de los puntos en común (más o menos justificados) que puedan establecerse entre uno y otro “régimen”: naturaleza poderosamente confesional del Estado, aislamiento social, político y económico con respecto a sus vecinos europeos, lo grotesco e incomprensible de sus respectivos líderes, etc, etc, etc, parece estar la intención del autor de subrayar con un rotulador bien potente, en primer lugar la dificultad que supone para cualquier homo sapiens detectar su contexto político y social a tiempo real, es decir, justo en el mismo momento en que ya ha comenzado a aplastarlo, y en segundo lugar y quizás se trataría aquí de una simple consecuencia del fenómeno anterior, la incapacidad de evitar que ciertos procesos ya no históricos sino simplemente humanos, se repitan una y otra vez como un viejo disco rayado.