Una de las ventajas más interesantes que sin duda ofrece Internet y con ella la edición de blogs, páginas web, redes sociales, etc. etc., etc., es como poco, la de conceder a todos aquellos que la utilizan, la posibilidad de editar de forma inmediata, continua y casi infinita, cualquier tipo de producción que haya salido de sus cerebros. El resultado de todo ello es un producto que a diferencia de lo que venía ocurriendo en el pasado, nunca, jamás y bajo ningun pretexto, dejará de crecer, cambiar y adaptarse a las circunstancias en las cuales por fuerza deba desarrollarse, hecho que nos hace pensar a su vez en la mismísima vida y existencia de las cosas que -para que nos entendamos- esta vez sí son cien por cien "reales".

Este blog de lo que trata por tanto es de aprovechar esos "vericuetos" virtuales, y a partir de ahí equiparar la literatura (en otro lugar pasará lo mismo con la música) a un estado muy próximo a la existencia. A un estado en el cual "como en la vida misma", las cosas puede que un día sean fantásticas y al siguiente no valgan absolutamente nada, pero lo que no pasará nunca es que continuen siendo perezosamente iguales a como lo habían sido siempre. Porque, ¿alguien ha tenido alguna vez el placer de conocer a alguna persona que estuviese totalmente finalizada? O más aún: ¿alguien puede precisar el día y la hora en que tal o cual sentimiento se extinguió para siempre?



lunes, 1 de octubre de 2012

Un laberinto muy particular

Gerión, que así se llamaba el muchacho, era un treintañero llegado desde algún rincón de Europa del cual poco o muy poco sabían sus vecinos. Sin duda, una forma muy blanda de decir que nadie incluyendo a su mismísima casera, sabían nada de él a excepción de que era español, de que poseía un terrible acento francés que le otorgaba la sonoridad casi completa de uno de esos homosexuales estridentes y amanerados a más no poder, y que pagaba puntualmente su alquiler cada final de mes a pesar de no tener ningún empleo reconocido. Pero la auténtica historia de aquel muchacho era muy normal y en absoluta extraordinaria, e incluso de haberse conocido entre todos aquellos a los que una curiosidad extrañamente morbosa los devoraba por completo, la decepción hubiese tan mayúscula como cuando un niño descubre quien son en realidad los reyes magos. Y es que Gerión había ido a parar a aquel pueblo simplemente como resultado de una larga serie de carambolas realmente complicadas (aunque eso sí, siempre con alguna mujer de por medio) mientras que en lo concerniente a la elección de aquel lugar y no de otro, sin duda quedaba fácilmente explicada por la necesidad del mismo Gerión, en primer lugar de pasar un tiempo en algún lugar tranquilo en el que poder descansar, y en segundo lugar con la intención de acabar aquello en lo que llevaba trabajando desde hacía algún tiempo, casi un año, y que no era otra cosa que una pequeña novela de fantaficción bastante absurda y que desde luego no lo catapultaría a la élite de las letras ni aunque para ello amenazase de muerte a todos los lectores y críticos del mundo.

No muy alto, no muy delgado, con unas gafas de pasta negra que le ocultaban la cara (y las intenciones) y vocación básicamente de mentiroso, Gerión sufría unos terribles ataques de ansiedad que él mismo confundía en ocasiones con la inspiración, y en otras (las que menos) con la mismísima cólera. Así que, entretanto y como él no sabía nunca discernir qué era qué ni menos aún conocía los síntomas propios de cada una de aquellas dos “patologías”, pues él por si acaso no paraba de escribir y así quedaba al menos de momento resuelto el problema. Con inspiración o sin ella, con cólera o sin ella, con talento o sin él.

Ahora bien, para llevar a cabo sus escritos y aunque sus procedimientos desde luego eran varios, sin embargo sí se podría afirmar que de entre todos ellos destacaban dos. Procedimiento número uno: encerrarse en su habitación estuviese esta donde estuviese, fumarse dos porros de marihuana casi simultáneos (si había hachis mejor; le gustaba más el sabor y también el colocón que producía ya que era más útil desde un punto de vista literario) uno, otro, y después y gracias a un ordenador portátil que era poco más que una máquina de escribir, plantear ecuaciones literarias que sólo el tiempo y la paciencia eran capaces de resolver. Y procedimiento número dos: coger una grabadora digital que había adquirido recientemente en una tienda de productos de segunda mano y con ella grabar a cualquier persona que le llamase la atención a fin de sacar ideas que una vez en casa de nuevo, trataría de recomponer del modo que le pareciese más oportuno.

En su última Gerión contaba con un estilo muy peculiar y rigurosamente confuso, las peripecias de dos tipos que apenas se conocían aunque al parecer eran del mismo vecindario, mientras que el argumento, así, a grandes trazos, consistiría en decir que a uno de ellos, J le había puesto Gerión de nombre a este primer personaje en honor del panadero de su barrio, le pasaba todo lo que soñaba el otro personaje principal, un tal P (en este caso no se explicaba la procedencia de dicho nombre) noche sí noche también, con todos los efectos que una situación de tales características supondría de poder ser en efecto posible. Por ejemplo, llegado el momento ambos personajes y de forma totalmente fortuita al parecer, llegaban a conocerse en el único bar que había en el barrio. Un viejo bar-cafetería que a veces hacía de bar, mientras que otras, las que más, hacía de simple punto de encuentro para jubilados y parados de todo tipo y condición. En la calle Bonaparte. Esquina con la calle Robespierre. Así que como decía los dos tipos se encontraban allí una mañana de invierno especialmente fría mientras tomaban café a menos de medio metro de distancia, de tal modo que a partir de ese momento, la trama se ponía en marcha a toda velocidad y utilizando para ello un lenguaje normalmente drástico y desproporcionado. Algo así como si para atracar a una ancianita se utilizara o bien un portaviones, o ya y si finalmente nos decidimos a decir lo que realmente pensamos, incluso una bomba atómica de esas que no dejan, como decirlo... margen a la duda. De modo que en primer lugar era uno de ellos, P en concreto, el que finalmente se decidía a romper el hielo, utilizando el viejo truco de hacer un gesto amistoso con la taza de café acompañado a su vez de un gesto de complicidad con la cara (todo muy sincronizado, todo muy a la par...) con la única intención de llamar la atención del incauto interlocutor que en este caso no era otro que J. Una vez abierta la puerta, entonces sí, este primer tipo, P, aprovechaba la ocasión para arrancar a su víctima de sus pensamientos, y de paso, para explicarle también que últimamente padecía unos sueños muy turbios y confusos, y que le perdonase si por el hecho de no conocerse le contaba todo aquello, pero que no podía aguantar más y que por eso precisamente se lo explicaba. Que por favor añadía éste (aunque por supuesto con la intención de que su nuevo interlocutor le dijera que no) si le estaba molestando de algún modo, que se lo dijese. Que él, por la parte que le tocaba, era un hombre muy educado y tolerante, y que por tanto, no dudaría ni un instante en estarse callado y dejarlo en paz si así lo deseaba. Pero era justo después de este primer acercamiento y tan pronto como este primer tipo, P, acababa con la exposición de su particular tormento en forma de pesadillas, cuando el otro, el segundo personaje, J, incluso muy amable y mucho más comprensivo de lo que se pudiese esperar en un principio, le respondía al otro, a P, que no se preocupara por las molestias que le pudiese causar porque en cierto modo le interesaba todo aquello que le estaba contando, ya que a él, es decir, ahora que por fin se había decidido a sacar el tema y aunque desde luego no fuesen precisamente sueños lo que lo traían de cabeza últimamente, en fin, pues eso, que desde luego también era muy extraño todo lo que le pasaba de unas semanas para acá, y de ahí que se sintiese sino totalmente identificado con todo aquello que le había explicado, por lo menos sí más o menos intrigado. El pobre hombre, esto es, al que le tocaba vivir los sueños del otro, según aseguraba vivía casi en un estado constante de delirios inexplicables. En una especie de estado elesidíaco permanente de origen indeterminado.

Pero algunas páginas más adelante y después de habernos ya introducido de una forma todo sea dicho, un tanto superficial en la vida y obra de cada uno de los personajes que después le irían dando forma a la historia, Gerión le daba un giro tanto a su estilo como al argumento, y como el que no quiere la cosa, toda la historia cogía otro aire, otros senderos mucho más perversos, sangrientos, polvorientos y profundos, y entonces sí la cosa empezaba a ponerse interesante de verdad. A partir de ese momento pues cada uno a su manera pasaba entonces a formar parte (uno soñando y el otro despierto se entiende) de situaciones realmente inverosímiles que eran siempre relatadas en una escalofriante primera persona y de las cuales ni los mismísimos personajes acababan de ser conscientes. Es decir, que ellos mismos eran los primeros sorprendidos al ver todo aquello que o bien estaban soñando, o que bien y muy despiertos, estaban llevando a cabo con sus propias manos. Porque la lista de salvajadas era interminable, y la barbarie, salvo raras excepciones, no tenía fin. Así que como es lógico suponer, pasado un tiempo tras aquella primera charla de presentación, los dos hombres volvían a reunirse con la intención de averiguar qué era exactamente lo que estaba pasando allí. Por ejemplo, era ya en este segundo encuentro cuando uno de ellos se ponía muy serio, P en concreto, y tomando la iniciativa al tiempo que apoyaba sus codos sobre la mesa, le decía a J algo así como: «¡Pues mis sueños son cada vez más violentos y sanguinarios, no sé si llegué a explicártelo la otra vez, pero es como si pudiese hacer cualquier cosa en ellos, todo está por decirlo de algún modo permitido!» Entonces era cuando el otro, J, alucinando ante semejante panorama le respondía que: «¿A sí? ¿Y qué clase de sueños son esos? ¡Cuéntame, cuéntame!» Y entonces P obediente como no, comenzaba a contar el contenido de aquellos sueños casi condenables de haberse hecho públicos: «¡No paro de hacer el amor, estoy todas las noches haciéndolo, bueno, eso era al principio, ahora también lo hago pero de otra manera!» «¿Qué quieres decir con que ahora lo haces de otra manera?» Le preguntaba entonces J cada vez más interesado por aquel tipo tan aparentemente convencional pero a la vez tan increíblemente singular: «¡Pues que mis actos sexuales por llamarlos de algún modo no siempre son realizados, aunque en sueños como te digo, de forma consentida, sino que más bien se trataría de violaciones, pero bueno lo peor no es eso, sino que lo lamentable del caso es que lo hago y por favor no se lo digas a nadie, a gente a la que no debería a hacérselo, es decir, a gente por calificarla de algún modo “prohibida,” a la mujer de mi hermano por ejemplo, o a la mujer de cualquier amigo por íntimo que sea, o incluso a la hija de mi prima sin ir más lejos y que todo sea dicho, sólo tiene doce años la criatura. Es más, y por favor no te enfades ¿Hemos dicho que todo esto se trata de ser honestos no? pues bien, el otro día, tal y como te lo cuento, sin ir más lejos le hice el amor a tú mujer, sí, sí, seamos francos, soñé que iba a buscarte a tú casa para explicarte lo de los sueños, para continuar la conversación que dejamos colgada aquel día aquí mismo ¿Te acuerdas? en esta misma cafetería, de tal modo que era ella la que me abría la puerta, tú no estabas, estabas trabajando, creo, entonces yo entraba y bueno … empezábamos a hablar de esto y lo otro, ya sabes, del tiempo, de lo cara que está la vida y cosas por el estilo, ya me entiendes, de temas sin importancia. Luego una cosa llevó a la otra, normal, somos gente adulta y civilizada, a continuación me servía un café con sus galletitas y todo por simple cortesía, y bueno, enseguida me preguntaba algo acerca de mi mujer y de cómo nos iba todo. Pero era justo después y apenas sin darme cuenta de lo que estaba pasando, cuando se sentaba a mi lado dejando sus muslos bien al descubierto, y al final que te voy a contar, pues eso, que los sueños sueños son no?» «¡Claro, claro!» Le respondía J algo confuso y desconcertado. Algo así como si estuviera mirando su propia vida privada a través de una radio con forma de hombre narigudo y ojos de saltamontes «¡Pero continúa por favor, porque aparte de esos sueños de carácter erótico que dices tener, tienes otros no? ¡No sé, cosas peores, ilegales digamos, no prohibidas sólo moralmente?» «¡Sí, sí, claro, mucho peores!» Respondía P entonces visiblemente aturdido «¡Además, cuando me despierto, incluso durante todo el día los recuerdo perfectamente, de hecho, no desaparecen hasta que sueño con otra cosa! ¡Hasta que sueño con algo diferente, con algo, por lo general, mucho peor que lo anterior! ¿Sabes? ¡A mí es muy grave lo que me está pasando J! ¡Y perdona que te tutee! ¡Pero quiero decir que en mis sueños, aunque no en todos, he matado a gente, a ancianos, a mujeres, a hombres de todo tipo e incluso a niños, puede incluso que a decenas de ellos porque la verdad es que tampoco consigo recordar claramente mis sueños cuando ya a pasado cierto tiempo, así que es increíble de verdad, pues como te puedes imaginar estoy asustadísimo. De hecho y fíjate lo que te digo, estoy pensando muy seriamente en la posibilidad de ponerme en manos de un especialista, de un psiquiatra o médico del sueño, esa gente sabrán como ayudarme ¿No crees? no quiero retrasarlo más ¿Sabes? quiero ponerme en tratamiento tan pronto como sea posible. Además, de momento no le he dicho nada a mi mujer y sólo pensar en ello tampoco es que me ayude demasiado a tranquilizarme, porque si te soy sincero creo que me tomaría por un loco, normal, por un perturbado de la peor calaña. En cualquier caso lo que sí me parece indudable es que a mí me está ocurriendo algo muy extraño y quiero saber cuanto antes de qué se trata! ¡Saber en definitiva, cuál es el origen de todos esos sueños que yo hasta ahora jamás había tenido!» Pero era entonces cuando J le respondía a P como un elefante avanzando hacía una pulga que: «¡No vayas a ver a ningún especialista! ¿Me oyes? ¡Hazme caso y al menos de momento, no se lo digas a tú mujer, es más, ni una palabra a nadie de todo esto! ¿Me entiendes? ¡Lo que vas a hacer en lugar de eso es irte a casa y tomarte una tila, descansar todo cuanto puedas, y volver aquí conmigo mañana porque entonces seré yo quien te explique qué es lo que me está pasando a mí! ¡Créeme, si lo tuyo te parece grave, ya verás cuando escuches en qué consiste mi problema!» Así que al día siguiente los dos tipos volvían a reunirse en el mismo sitio tal y como habían acordado, en el bar-cafetería de la calle Bonaparte esquina con la calle Robespierre, pero con la diferencia de que en esta ocasión era J el que le explicaba a P hasta la última de las fechorías de las cuales él había sido el autor y todo ello sin pasar por alto ni omitir el más mínimo detalle. Impresionante pensaba P dando pie con ello a una especie de conversación interior y por tanto secreta: «¿Pero y si fuese verdad lo que dice este enajenado mental? ¿Pero cómo podría ser? ¡No, algo así desde luego no es posible de ningún modo! ¿Pero me estará tomando el pelo entonces? ¿Y en el caso que de que efectivamente así fuera, qué razones lo habrían llevado a ello, y aun más, de dónde ha sacado tanta información referente a mis propios sueños si yo no se los he explicado a nadie? ¡Pero no, eso también es imposible! ¡Pero espera! ¿Y si fuera cierto todo lo que dice, si por el motivo que fuese tal situación fuese posible? ¿Dónde estaría la maldita conexión entre este maldito asesino y yo?»

Justo después de estas primeras confesiones -algo lógico y normal- pasaba lo que tenía que pasar, es decir, que los dos tipos se asustaban muchísimo cuando de verdad empezaban a tomar conciencia de la magnitud de lo que allí estaba sucediendo, y de ahí quizás que después de aquella segunda entrevista decidieran no verse al menos durante algún tiempo como medida de precaución. No obstante cualquier persona en su sano juicio hubiese actuado de la misma forma, así que bien mirado, tampoco resultaba nada extraño que durante casi dos largas semanas decidieran evitar cruzarse ni que fuera por simple casualidad. Ahora bien, lo que había sucedido allí es que tanto P como J se habían asustado muchísimo al contemplar como algo más que una posibilidad que todo aquello pudiese ser real, así que ahora simplemente huían cada uno a su manera y evitando con ello sus respectivas realidades de la forma menos dolorosa posible. Pero sin embargo era un par de semanas después y superada esta primera fase de incredulidad, cuando J volvía a tomar la iniciativa y llamaba a P por teléfono una tarde, para acto seguido pactar una nueva cita aunque esta vez en un lugar diferente del anterior. Su intención lógicamente; no levantar demasiadas sospechas.

Ya una vez allí P le explicaba a J que él por su parte seguía a lo suyo, es decir, que al menos en lo referente a su persona no había cambiado nada en absoluto, y que él por tanto continuaba soñando cosas cada vez peores. Además, en cierto modo tampoco era ajeno a todas las barbaridades de las cuales no dejaba de hablarse ni un momento; violaciones, robos, asesinatos, etc, etc, y que más que nada, lo sabía porque además de que se lo había explicado su propia mujer con pelos y señales pues al parecer en el vecindario no se hablaba de otra cosa, él ya había visto todo aquello antes en sus sueños. J por su parte trataba por el contrario de tranquilizar a éste de mil formas distintas. Adoptando una actitud dura, desafiante y amenazadora a veces, mientras que en otras utilizaba un tono mucho más blando y dulce. Y es que el aspecto de P (y aquí J no se equivocaba en absoluto) parecía haber empeorado de forma alarmante desde la última vez que se habían visto, así que a J, ya comenzaba a preocuparle sobremanera el estado de nervios casi crónico de su extraño amigo. Por ejemplo: sus discursos antes sublimes y verticales, teledirigidos por lo general a una conclusión sino totalmente acertada sí al menos siempre bastante próxima a la verdad, ahora eran en cambio cada vez más inestables, confusos y horizontales. En definitiva, a J empezaba a preocuparle por encima de cualquier otra consideración previa el hecho de que P pudiese venirse abajo, y en consecuencia lo metiera a él en uno de esos líos de los que jamás se sale a la primera. Así que era unos minutos más tarde y allá por la mitad de la conversación, cuando un pensamiento revoloteaba por su cabeza adquiriendo ya la forma completa de un homicidio: «¡Mátalo o te vas a meter un lío! ¿Me entiendes? ¡Tan pronto como tengas la oportunidad, hazlo. Esta noche mismo. Primero te buscas una buena coartada por si acaso la necesitas más tarde, te cargas a toda su familia para disimular, y luego te lo cargas a él antes de que tenga siquiera la oportunidad de abrir la boca!». Pero sin embargo era ya pasados unos minutos cuando tal pensamiento se desvanecía de su cabeza, dando pie con ello a algunas justificaciones del tipo de que no eran necesarias medidas tan drásticas al menos por el momento. De modo que acto seguido J volvía erre que erre al discurso anterior, tratando de convencerlo de que ambos eran las víctimas de algún extraño suceso paranormal, y que maldita sea, tratara de comprender el aprieto en el que se encontraban. Sus argumentos a la hora de tratar de persuadir a P eran algo parecido a esto: «¡Somos, no le des más vueltas a la cabeza mi buen amigo P, ni más ni menos que las víctimas inocentes de una conjura divina, de una especie de broma celestial de un gusto refinadísimo aunque excesivamente macabro a mi modesto entender, o lo que vendría a ser lo mismo, somos lo comprendamos o no, cómplices de asesinato, así que, no nos queda otra, estamos obligados a seguirles el juego a esos malditos macarras a los que llaman dioses hasta que se cansen, hasta que se olviden de nosotros, y se busquen un juguete nuevo y más divertido, pues los dioses, lo he leído en alguna parte, en realidad son como niños!» A lo que luego y para evitar en la medida de lo posible que P acabara por venirse abajo, J le insistía en cosas como que se lo pensase muy bien antes de tomar cualquier decisión no fuera a ser que se precipitase, y sobre todo, que ni se le ocurriera acudir a la policía en un momento de desfallecimiento porque además de que no se creerían ni una sola palabra de todo cuanto les dijese, esa sería su ruina, o mejor dicho, la ruina de ambos.

Pero mira tú por donde resultaba que al final los dos tipos y a base de tanto verse, se hacían algo parecido a lo que se entiende sino por amigos íntimos, sí al menos por conocidos de esos que se cuentan todas sus preocupaciones a pesar de que tal hecho no tenga porque implicar después cenas en familia y todo las demás cosas que se supone que hacen los amigos en el sentido más estricto de la palabra. Una buena prueba de ello era que a menudo se les veía pasear muy felices por la calles tal y como lo haría una parejita de adolescentes homosexuales, pero que a diferencia de éstos, de los jovencitos invertidos se entiende, lo habían descubierto demasiado tarde y por tanto con todos los inconvenientes que un hallazgo de tales proporciones supone, es decir, ya con familia y un montón de responsabilidades a su cargo. Y es que era algo muy común que los dos quedasen para ir juntos a dar una vuelta cuchicheando entre sonrisitas y gestos de complicidad y todo ello en el más absoluto secretismo. Es más, ni tan siquiera a sus mujeres o amigos más íntimos les hacían un solo comentario al respecto de aquellos misteriosos encuentros. La mayoría de las veces estos paseos transcurrían por el parque que quedaba justo detrás del ayuntamiento, parque éste que aun siendo cierto que era y se consideraba como una de las zonas más céntricas del vecindario, en cambio y por alguna extraña razón, no era ni mucho menos un lugar muy transitado, y de ahí quizá que fuese el lugar escogido para mantenerse lejos de los oídos de los extraños, de las suspicacias que dichos encuentros pudieran suscitar entre todos aquellos que en mayor o menor medida los pudiesen conocer. Y es que el propósito de dichos paseos era precisamente contárselo todo. Los últimos avances de su pequeño y misterioso secreto. De hecho era un tema muy recurrente en aquellas charlas vespertinas comparar hasta lo absurdo, si por casualidad existía alguna diferencia entre lo que soñaba uno y ejecutaba el otro. No, no la había. La prueba más evidente de que efectivamente así era es que ambos habían prestado mucha atención e incluso tomado algunas notas de los detalles más insignificantes de sus respectivas realidades, y todo coincidía hasta en el más mínimo detalle. Es decir, al menos aparentemente y a no ser que se les hubiese pasado algo muy importante por alto, eran calcados, fotocopias hechas por vete tú a saber quien. O también, y esto al parecer fue motivo de una preocupación creciente que desde luego nos los dejaba vivir en paz y de ahí que también hubiese derivado en un tema de conversación muy habitual en aquellos paseos por el parque, pues bien, se informaban mutuamente de cómo iban las pesquisas policiales tratando de averiguar con ello si por casualidad ya tenían algún sospechoso. Alguien que les pudiera sacar, y nunca mejor dicho, el muerto de encima. Aquí era uno de ellos, P en concreto, el que disponía de la mayor parte de la información relativa al caso pues según explicaba no sin cierto orgullo, tenía un amigo dentro del cuerpo de policía, más bien un conocido, y éste, que dicho sea de paso era un cliente asiduo de su mujer en la gestoría en la que esta trabajaba desde hacía varios años además de un imprudente y un descerebrado, pues bien, también y ante todo era un bocazas en resumidas cuentas, y de ahí que le hubiese dicho a ésta, a su mujer, a la cotilla de su mujer, que sólo tenían una pista del todo fiable: todas las víctimas conocían al menos de vista al asesino pues sino no se entendería que se hubieran dejado atrapar con tanta facilidad, luego el asesino (era de una lógica aplastante) era del vecindario. Pero sin embargo e independientemente del hecho de que al menos de momento la policía diera como válida la hipótesis de que el asesino u asesinos (porque tampoco eso lo sabían seguro) fuese del vecindario, no sabían nada más pues además de que no habían encontrado ni una sola huella que les permitiese después seguir una pista, tampoco disponían de ningún testigo que les proporcionase una descripción aproximada del sospechoso o sospechosos. Así pues, P y J se decían que aunque de momento no tuviesen nada contra ellos, ni una sola conexión entre las víctimas y ellos lo cual era toda una suerte si tenemos en cuenta toda la gente al a que ya había matado J en el transcurso de aquellas primeras semanas, no quería decir en absoluto que no tuvieran que andarse con mucho cuidado pues si sabían ser discretos, quizá incluso conseguirían ganar el tiempo necesario hasta averiguar en primer lugar qué demonios estaba pasando allí, y en segundo lugar, ponerle freno cuanto antes a toda aquella situación pues de lo contrario resultaba bastante previsible que por muy estúpida que fuese la policía y por muy pocas piezas que tuviesen hasta el momento, al final y a base de tanto insistir acabasen por atraparlos. Y así lo hacían. Ambos personajes marcaban una serie de medidas de seguridad inquebrantables para protegerse de posibles errores, para después cada uno coger su camino de vuelta a casa como si vinieran de jugar una partida de petanca.

La verdad es que formaban un buen equipo aquel par.

Pero era también gracias a estas confesiones cuando los dos caían en la cuenta de algunos detalles que hasta ese momento les habían pasado totalmente inadvertidos y que desde luego, no carecían de importancia. Por ejemplo. Una de las primeras conclusiones a la que llegaron a base de darle vueltas a todo aquel asunto fue que el sueño y la ejecución de éste, por fuerza tenían que ser simultáneos. Es decir que, mientras P estaba en su cama, bien calentito y al lado de su señora soñando con que mataba o violaba o le machacaba la cabeza a algún pobre infeliz, J por su parte y en la calle, pelado de frío y con la policía pisándole siempre los talones, estaba ya convirtiendo en realidad el sueño de su buen amigo al precio que fuese. El detonante para este descubrimiento había sido la pregunta formulada por J una tarde en que parecía encontrarse más agresivo de lo habitual, pregunta ésta que había consistido en pedirle por favor a P que le anticipase algo de lo que le iba a suceder aquella misma noche pues quizás sabiendo lo qué iba a pasar, podría al menos reducir en parte los riesgos sino evitarlos del todo. Pregunta a la que P y para sorpresa de ambos, le había respondido que eso era totalmente imposible, y que la razón no era que no quisiera contárselo, sino que si no lo hacía era porque no tendría la menor idea del contenido de dicho sueño hasta la mañana siguiente, esto es, hasta que se despertase por completo y entonces sí fuese capaz de recordarlo todo. A lo cual añadía después que si no se equivocaba recordaba ya haber mencionado ese tema en concreto con él en alguna que otra ocasión, pero que si por el contrario no era así, pues que entonces habían cometido un error gravísimo de consecuencias imprevisibles. Resumiendo, era sólo después de varias citas cuando ambos caían en la cuenta de que mientras uno estaba soñando su ración diaria de barbaridades inconfensables, el otro ya las estaba ejecutando, con lo cual si de verdad la posibilidad de anticipar nada quedaba anulada, la alarma en el caso de que las cosas se pusieran feas tampoco sonaría en absoluto.

Después de algunas reunioncitas secretas más acababa pasando lo que tenía que pasar. Esto es, que atrapaban a J de la forma más absurda que uno se pueda imaginar. El motivo de su captura al parecer era que el muy estúpido salía una noche como un sonámbulo homicida en busca de alguien a quien poder matar o violar, pero con la única diferencia de que en esta ocasión y en un claro contraste con todas las anteriores veces, pues bien, no se le había ocurrido otra cosa que intentarlo con un policía vestido de paisano de casi dos metros de altura y cien kilos de peso que iba disfrazado de mendigo (como si los mendigos pudiesen pesar cien kilos de peso) y que debía estarlo esperando con las mismas ganas con que un campesino por poner un ejemplo tan válido como otro cualquiera, espera que llueva sobre su trigo acabado de sembrar y que por el bien de la economía familiar más vale que crezca pronto y crezca sano. De modo que era ya después de ser detenido y una vez en comisaría, cuando entre unos y otros lo sometían a unos interrogatorios durísimos, en equipos a veces formados por hasta de cuatro policías a la vez todos ellos aparentemente muy enfadados (pero que todo sea dicho J iba superando uno a uno como si se hubiese entrenado para ello durante toda su vida) para luego y cuando ya creían tenerlo contra las cuerdas, acusarlo entonces sí de un montón de guarradas de todo tipo, diciéndole cosas del tipo que sabían que había sido él, que era inútil que se resistiese porque tenían un montón de pruebas en su contra, y que por tanto lo mejor que podía hacer, era firmar una declaración jurada cuanto antes porque quizás así conseguiría el favor del juez y del jurado, factor éste que ya con el código penal en la mano, era algo así como la estrecha línea que separaba una cadena perpetua de una condena a muerte. Pero otras veces en cambio y viendo que aquello no funcionaba como ellos esperaban, lo que hacían era cambiar de táctica, y entonces el método utilizado era dejarlo simplemente allí solo y en absoluto silencio para ve qué era lo que pasaba cuando se quedaba a solas con sus pensamientos.

Pero mira tú por donde J resultaba que no era ningún cretino. Todo lo contrario. El tipo al parecer había estudiado derecho canónico y civil en su juventud y además en una de las universidades más prestigiosas del país ¡sorpresa! Hecho al que habría que sumar que conocía a la perfección tanto el funcionamiento habitual de la policía así como a sus secuaces sodomitas; sus tácticas, métodos, los medios y remedios no siempre legales que acostumbraban a utilizar para amedrentar a los sospechosos y conseguir así sus fines, también se conocía al dedillo las leyes y los derechos de los detenidos, o lo que vendría a ser lo mismo en este caso en particular, la frontera que llegado el momento podría separar una pena de muerte como un castillo de una libertad sin cargos por incompetencia policial.

Pero aparte de conocer las tácticas de la policía así como los derechos más elementales de cualquier ciudadano, en la Facultad de Derecho J había aprendido otras muchas cosas igualmente importantes. Cosas por ejemplo, como que un detenido por simple intento de agresión como era el suyo, de ninguna manera podía permanecer retenido en comisaría más de setenta y dos horas a no ser que lo acusaran de algo más. Como también sabía que para acusar de algo más, es decir, para cursar toda una serie de órdenes de registro, intervenir teléfonos y cosas de ese tipo, hay que tener previamente pruebas incriminatorias lo suficientemente consistentes como para que un juez y más en un caso de aquellas características, se arriesgase a jugarse su casita en la playa por él. Además, el código penal lo deja muy claro en este tipo de casos; si no existen pruebas incriminatorias suficientes, el sospechoso debe quedar en libertad de inmediato. Así que J pensaba para sus adentros: «¿Tendrá entonces la policía esas dichosas pruebas que tanto necesitan para inculparme? ¿O tendrá la policía alguna evidencia por insignificante que sea que pruebe mi relación con todas esas salvajadas de las que me acusan las haya cometido yo o no?» Preguntas todas estas a las que él mismo no tardaba en responderse: «¡No, desde luego que no. De tenerlas no me presionarían tanto ni tampoco se mostrarían tan nerviosos en los interrogatorios. Además, salta a la vista que no tienen nada. Que se mueren de ganas de que me venga abajo pues esa es su única posibilidad!» Y efectivamente J no se equivocaba en absoluto. De modo que a menos que encontrasen una pista fiable (aquí J cruzaba los dedos) un testigo ocular por ejemplo, o restos de semen o sangre en alguna de las víctimas que muy bien podía ser porque tampoco él había sido lo que se dice un asesino especialmente meticuloso, el reloj corría de su lado.

Al final lo que pasaba es que J se salía con la suya y lo tenían que soltar. La cuestión es que la policía le gustase más o menos la idea se veía forzada a soltarlo porque no encontraba ni una sola prueba lo suficientemente sólida, así que tampoco y como es lógico suponer, la policía se atrevía a inventársela como muy bien habían hecho en otras ocasiones. De modo que pasadas setenta y una horas, cincuenta y nueve minutos, y cincuenta y nueve segundos desde su gloriosa detención, y también curiosamente por la misma puerta que lo habían metido a empujones tres días antes (que graciosa paradoja pensaba J) ahora lo tenían que sacar pidiéndole unas disculpas por lo general muy poco sinceras.

Pero todo esto no evitaba que a pesar de estar ya en la calle, la policía no siguiese investigando hasta el último movimiento de aquel tipejo demasiado opaco como para no ser culpable de cómo mínimo algo. Fuese lo que fuese y estuviese o no relacionado con el caso en cuestión. No obstante mucha casualidad era, que precisamente los tres días en que J había estado allí detenido, fuesen los únicos desde hacía varias semanas en los que no había muerto nadie de forma “no natural” en un perímetro de más de cien kilómetros cuadrados. Y no sólo eso, sino que tampoco se había cometido ni una sola agresión sexual en toda la zona a excepción de un pequeño altercado que estaba claro nada tenía que ver con todo aquello. Sospechoso cuanto menos ¿No?. Así que la policía inmediatamente después de su puesta en libertad y totalmente convencidos ya de que J debía ser por fuerza el asesino que ellos andaban buscando, no quedaba otra, ponía entonces sí a todos sus efectivos a trabajar. Fuese como fuese la policía llegaba un punto en que tomaba las calles de la ciudad, y todo ello como si más que tratarse de una investigación criminal habitual en tales casos, se tratase de una invasión militar en toda regla. De una ocupación con fines (según ellos mismos le decían a la gente para sonsacarles así la información) sumamente beneficiosos para la comunidad. A lo que entonces la gente respondía, claro, claro, lo comprendemos. Simplemente se trata de encerrar a ese asesino cuanto antes y poner fin a todo esto. Además, vosotros hacéis vuestro trabajo lo mejor que podéis y no se hable más.

De modo que sólo con tanta presión se entiende que los resultados no tardaran en llegar. P les dijo alguien. Pregúntenle a él.

Cuando la policía apareció por casa de P sólo unos minutos después de que alguien les dijera que quizás éste podría ayudarles, P llevaba ya casi cuatro días sin dormir debido al estado de nervios en el que se encontraba. La razón de su estado de nervios era que P sabía perfectamente que la policía acabaría picando a la puerta de su casa tarde o temprano, así que cuando un tipo bastante delgaducho, de cuello larguísimo, moreno y cabezón como un renacuajo apareció detrás de la puerta de su casa acompañado por su mujer y le dijo muy en serio: «¡Por favor Sr. P, sea usted tan amable de acompáñenos a comisaría!» éste no pudo menos que alegrarse de que finalmente todo se pusiera en marcha. Fue ya al salir de casa escoltado por tres agentes y ante la mirada no siempre atónita de algunos de sus vecinos, cuando P se giró en dirección a donde estaba su mujer y le dijo: «¡Lo dicho!» A lo que ella llorando le respondió: «¡Tú no te preocupes por nada mi amor, tú simplemente di la verdad y ya verás como enseguida te dejan tranquilo!».

A partir de aquí la historia se desbocaba. Por ejemplo, los vecinos al final resultaba que acaban tomándola con J debido a que sin duda daban por hecho que si la policía dirigía todas sus investigaciones en dirección a éste y no hacia ninguna otra persona, debía ser porque él era el único sospechoso fiable que tenían, y de ahí que todos estos grupos de vecinos incontrolados, se decidieran finalmente por organizarse y convocar sus propias manifestaciones debajo de la casa de J como medida de protesta exigiendo así una justicia inmediata por parte de las autoridades. Es más, si de ellos hubiese dependido, lo hubiesen atado por el cuello con una soga bien resistente a la parte trasera de un coche (de uno bien rápido y bien potente a poder ser) y después a toda velocidad lo hubiesen arrastrado dándole golpes contra todo cuanto se cruzase en su camino hasta que de la cuerda sólo colgase una cabeza que al final parecería poco más que una tuerca pasada de rosca.

Por la parte que a P le tocaba las cosas no parecían irle mucho mejor que a J en aquella terrible sala de interrogatorios donde desde hacía ya varias horas, permanecía totalmente incomunicado. En absoluto. Puede que allí no hubiera tanta gente como en el caso de J, cierto, ni menos aún cámaras de televisión que dejaran constancia gráfica de cualquier desgraciado “accidente” que pudiese sobrevenirle en el momento menos pensado, más cierto aún, pero todo eso no evitaba de ningún modo que el pobre hombre se sintiese allí de todo menos querido. Aquellos policías lo insultaban con una frecuencia insólita, y no sólo eso, sino que además parecían hacerlo sumamente satisfechos: «¡Sabemos que estás involucrado y como no hables ya, como no te decidas de una maldita vez y delates a ese listillo que según tú es tu amigo y es inocente, vas a acabar colgado de una soga bien gorda. Tú y él. Los dos juntitos ahí arriba pataleando como dos peces fuera del agua. Es más, van a recuperar esa vieja tradición sólo para aplicárosla a ti a tu amigo. Para que esos ojos de sapo que tienes (aquí se reían verdaderamente) se te salgan de esas órbitas saltamontes que tienes!» Pero era ya después de estas primeras amenazas, cuando rebajando el tono le decían en cambio que en realidad ellos no querían hacerle ningún daño pues sabían a la perfección que él no había hecho nada malo, como también que sabían perfectamente que su única intención era proteger a un amigo, cosa que bien mirado, era incluso digna de admiración y respeto por su parte.

Pero lo cierto es que a pesar de los muchos y muy variados esfuerzos de la policía por conseguir una confesión que incriminase a J en los asesinatos, resultaba que P tampoco era ningún cretino. Nada más lejos de la imaginación. P sabía perfectamente que si J estaba en libertad era sencillamente porque no había abierto la boca en ningún momento, porque se había mantenido firme a pesar de la dureza de los interrogatorios a los que lo habrían sometido con total seguridad, así que tampoco tenía mucho sentido que él empezara a hablar ahora que quizá podían salir indemnes de todo aquello. Además ¿Cómo lo hubiese podido explicar? aunque estuviese dispuesto a hacerlo y fuese lo suficientemente hombre como para afrontar hasta la última consecuencia de sus despreciables actos. Pensadlo ¿Cómo hacerlo para que aquellos chimpancés totalmente insensibles dieran algo de crédito a una historia tan inverosímil como lo era aquella? ¿Cómo explicarlo, resumiendo, para que se dieran cuenta por ejemplo, de que él, en realidad, no había hecho nada malo en toda su vida excepto soñar con cosas eso sí moralmente “reprochables”, y por tanto, es una deducción bastante lógica si seguimos adelante por esta misma argumentación, demostrarles con ello que era tan inocente o culpable como cualquier persona de a pie, como cualquiera de aquellos mismos policías que con toda seguridad también soñaban cada noche (sus ojos los delataban) con una serie de guarradas inconfesables? ¡Es más, todo el mundo lo hace! ¡Todo el mundo sueña con lo que no puede hacer en su vida de despierto! ¡No hay nada de malo en eso! ¡Es más, precisamente por eso es por lo que lo sueñan, porque si los sacamos del mundo de los sueños, esos amores, esas personas que en sueños tenemos delante, que podemos tocar, amar y matar por igual, fuera en cambio son inalcanzables, cenicientas que a medianoche corren histéricas a sus respectivas casas en busca de un lugar en el que ocultarse! Así que para convencerse de la necesidad de no decirles ni una sola palabra a aquellos policías, pero sobre todo, con la intención de no venirse abajo en un momento de debilidad, P se decía asimismo lo siguiente: «¿Pero de verdad me lo creería yo mismo si alguien me hubiese venido y me hubiese contado esta misma historia un par de meses atrás? ¿Antes de que me pasase todo lo que me ha pasado? Si por ejemplo, alguien, no sé, siendo yo uno de los polis que ahora me maltratan, me hubiese dicho como esperando que lo creyera: no, miren ustedes, a mí lo que pasa es que desde un tiempo para acá sueño unas cosas terribles, quiero decir, sueño noche sí noche también con que cometo violaciones, asesinatos y cosas de ese estilo, a cual peor, y miren por donde, un día, así, por casualidad, casi por la mera necesidad de contárselo a alguien porque la verdad es que ya no podía soportarlo más, pues bien, en esa cafetería que hay entre la calle Bonaparte esquina con la calle Robespierre, la conocerán ustedes pues es la única que hay en todo el vecindario, pues eso, que como les decía, me topé con un tipo la mar de simpático que al final resultaba, que sospechosa coincidencia y fatalidad pensarán ustedes, que mira tú por donde llevaba a la práctica mis propios sueños. Mis propias y en principio intransferibles ensoñaciones ¿Pero no se supone que los sueños son fantasías secretas y que nadie más puede tener acceso a ellas? ¿Entonces, díganme ustedes señores policías, cómo puede ser? ¿Cómo se explican ustedes entonces que este tipo del que les hablo, el de la cafetería, el tipo simpático con el que por casualidad decidí entablar conversación, supiese hasta el más mínimo detalle de lo que yo soñaba en mi casa, en mi cama, al lado de mi mujer, en mi imaginación, a oscuras y a escondidas por supuesto?» Pero era luego y cuando las preguntas parecían haber llegado a su fin, cuando precisamente P volvía a la carga pero en esta ocasión en sentido inverso: «Pero es absurdo que piense así. Que a pesar de todo lo que ha pasado siga siendo tan iluso cuando aquí, no nos engañemos, cada uno a su manera lo único que pretende es sobrevivir, sacarse su comisión, salir adelante al precio que sea y después volver a casa como si nada. Además, nadie es lo suficientemente imbécil o lo suficientemente inteligente como para creerse una historia semejante. Pero bueno, aun siendo muy benévolo y contando con que alguien se lo creyera ¿Pero es que el hecho de ocultar la información no me convierte en cómplice de asesinato de todas formas? ¿Es que el hecho de soñar con algo no lleva implícito un deseo de convertirlo en algo real? Por tanto ¿No es el lícito afirmar que el hecho de no habérselo dicho a nadie (no hablemos ya de la policía) es ya de por sí motivo más que suficiente para encerrarme a mí también, o incluso depende de cómo (las leyes son un tanto imprecisas en estos casos) para condenarme a muerte tal y como aseguran que van a hacer esos fascistas disfrazados de funcionarios? ¡Sin duda hablando podría haber evitado muertes, cierto, violaciones, palizas, eso es algo incuestionable! Así que ¿No me convierte eso en un delincuente? ¿No soy yo mismo tanto o más culpable que el mismo J, al fin y al cabo él no lo podía evitar, es un asesino, los asesinos matan, es normal, pero yo sí, yo disponía de toda la información y no he movido un solo dedo por evitarlo? ¿De modo que, qué pasa conmigo? ¡Yo sí podía haberlo evitado, es más, una simple llamada anónima y nada de esto hubiese tenido lugar! ¿Por tanto no están mis manos también manchadas de sangre? Así que no mi buen amigo P. De ningún modo. Y aún más, ni se te ocurra abrir la boca excepto para decir, no señores, yo no tengo nada que ver con todo eso de lo que ustedes me acusan. Lo siento, de veras que me encantaría poder ayudarles pero se están equivocando de persona. Busquen por otro lado. Quizá incluso en otra ciudad» Pero luego P y no del todo contento con estas explicaciones que él mismo se daba, pasaba a justificarse de la mejor manera que sabía: «Mira P ahora vas a hacer una cosa. Mejor te estas callado y aguantas todo esto como un hombre. Incluso escúchame lo que te digo, te va a venir muy bien que te den unos cuantos azotes. Así la próxima vez te lo pensaras dos veces antes de seguirle el juego a ese subnormal de J. Pase lo que pase y te peguen lo fuerte que te tengan que pegar. Al fin y al cabo es lo único que me queda ¿No? El maldito silencio. De modo que tenlo muy presente a partir de ahora porque a fin de cuentas lo único malo que has hecho amigo mío, convéncete de una vez, ha sido imaginar cosas terribles, nada más, y después, solamente por miedo, porque ese asesino de J te tenía amenazado de muerte y tú sabías perfectamente que era capaz de cumplir sus amenazas no has dicho nada a nadie. Ni siquiera a tú mujer. Qué mejor prueba que esa de que ese asesino no te dejaba margen alguno de movimiento. Qué mejor prueba que esa de que no podías hacer nada más que lo que has hecho. Así que no hay duda alguna y haz eso que te he dicho, cerrar el pico, dejar de pensar y dejar tu mente bien en blanco. Todo lo blanca que te sea posible. Es más, tú deja que pregunten, tú deja que peguen, tú deja que insinúen y confundan pensando que así van a conseguir algo, que pasadas tan sólo setenta y dos horas ya estarás fuera de aquí». Y efectivamente P no se equivocaba en absoluto pues pasadas las setenta y dos horas que establece la ley en tales casos, quedaba en libertad sin cargos.

A partir de ese momento y consciente de que la policía vigilaba ambas casas, P pasaba por la parte que le tocaba a esforzarse por soñar cosas contra más horribles y salvajes mejor. Su plan era evidente. Desde su cama y en sueños debía enviar cuantos más mensajes homicidas mejor a la mente del siempre “obediente” J, y todo ello con la única intención de que éste mordiese el anzuelo cayendo así en manos de la policía. Pero J en cambio y perfectamente consciente también de las intenciones de P, por el contrario trataba, de hacer caso omiso a esos mismos mensajes que le decían mata a éste o mata a aquel, aunque desde luego no le resultaba de ningún modo sencillo pues tales mensajes parecían tener un origen genético, divino incluso, de tal modo que únicamente era posible esquivarlos gracias a su mucho autocontrol, disciplina y fuerza de voluntad, cualidades todas ellas que ya de por sí eran y habían sido siempre innatas en su persona.

Así que J y como contra medida al plan de P contrataba a su vez a un tipo para que a todas horas, de día y de noche (de hecho le pagaba una fortuna para que así fuese) llamase a casa de éste y fingiese ser el padre de una de las víctimas del vecindario, de tal modo que cuando alguien descolgase el teléfono (de hecho esa era precisamente la orden) éste amenazase de muerte de la forma más terrible que se le ocurriera aquél quien fuera que cogiese el teléfono. El objetivo de J con todo aquello no era otro que el de sembrar el terror en la casa de P de tal modo que nadie, y culpable o no de su actual situación, se sintiese a salvo ni en su casa ni fuera de ella. De la misma manera también pretendía J enviarle así un mensaje a P (codificado claro) de que de continuar por aquel camino todo iba a acabar muy mal, al mismo tiempo que le impedía dormir y en consecuencia también soñar. El resultado de todo aquello no fue otro que ambos y a raíz de aquello empezaron a tomar somníferos uno como medida de protección y defensa, y el otro como medida de ataque y destrucción.

Así pus y superada ya la primera semana desde que comenzara a tomar los dichosos somníferos todo el cuerpo de J comenzó a dar muestras inequívocas de su gran inactividad, y en consecuencia, a resultarle excesivamente pesado y difícil de arrastrar. Es más, el mismo era plenamente consciente de dicho problema, y de ahí seguramente, que no cesase ni por un instante en sus ejercicios diarios los cuales consideraba cada vez más, imprescindibles si de verdad no quería acabar tan rígido como una silla o la mismísima mesa sobre la cual comían a diario sus hijos antes de ir al colegio. Pero J sufría además y como ración extra a este suplicio ya de por sí inmenso, unos dolores de espalda terribles, principalmente en la zona lumbar, dolores éstos que a veces incluso le impedían moverse y acababan por postrarlo o bien en la cama de nuevo, o bien y esto solía ser lo más común, en el sofá que había presidiendo el salón y desde el cual lanzaba sus siempre furtivas y enigmáticas miradas. En cuanto su estado mental tampoco era mejor, siendo quizá la principal causa de dicho empeoramiento psíquico, las serias dificultades que le suponía el simple hecho de averiguar si estaba despierto o si por el contrario estaba durmiendo.

P por el contrario parecía llevarlo mucho mejor. Cierto es que él también dormía muchísimas horas debido al efecto de unos somníferos cada vez más potentes y adictivos, pero también lo es que quizá como consecuencia de una complexión física extremadamente frágil y perezosa ya de por sí, P no notaba tanto la diferencia entre la actividad de baja frecuencia de su vida anterior, y la petrificación casi absoluta a la que él mismo sometía a rajatabla a su pequeño y enjuto organismo. Otra diferencia importante es que como P no padecía dichos trastornos físicos tan agudizados y extremos como en el caso de J, tampoco se veía obligado a tener que hacer ejercicio cada día tal y como hacía su enemigo tan sólo a unas cuantas manzanas de distancia. De modo que P lo que sí hacía, era dedicar ese mismo tiempo sobrante a documentarse sobre el sueño y sus posibles trastornos.

Y es que a P le rondaba una idea por la cabeza, y esa idea, poco a poco desarrollada y afianzada en su cerebro como un andamio, era la siguiente: «A veces sueño que me orino, y lo que pasa, está y lo tengo plenamente comprobado, es que me estoy orinando de verdad y de ahí que el sueño tome esa dirección y no otra. Esto es que por ejemplo, no sueñe con que me estoy muriendo de sed y por tanto deba conseguir agua lo antes posible para sofocar así esas hipotéticas ganas de beber. Concluyendo. Me estoy orinando, luego sueño que me estoy orinando, y es precisamente al no poder llevar esa acción a cabo, orinar en sueños porque eso implicaría orinar en la cama, mojarla y mojarme con todos los inconvenientes que ello supone cuando el sueño toma otro cariz muy distinto al primitivo, al originario (debido a que no puede avanzar por sus cauces puramente naturales) y entonces y acto seguido, el hecho de orinar o no, acaba por desviarse, por tomar otros senderos menos evidentes, y como resultado de ello se ve forzado a pasar a un segundo plano, a un tercer, e incluso cuarto plano, oculto y enmascarado ya entre un montón de imágenes y códigos aparentemente indescifrables que nada tienen que ver al menos directamente con lo que realmente me pasa, y que es, no lo olvidemos, que me muero de ganas de orinar porque esa noche en particular he bebido demasiada agua o me he pasado de la cuenta con la cerveza. La explicación de este fenómeno por tanto es que debe existir por fuerza una relación muy íntima entre lo que vivo y lo que sueño, de lo que se deduciría a su vez que ambas cosas, vida y sueño, sueño y vida, no están separadas ni mucho menos sino que más bien y de hecho existe una amplia información y estudios al respecto que avalan dicha hipótesis, sucede todo lo contrario, es decir, que la vigilia y el sueño están como cogidas por una misteriosa mano que yo al menos de momento soy incapaz de reconocer, y menos aun, otorgarle una hipotética pertenencia. En otras palabras, la solución pasa por conseguir ver además de esa mano que es la encargada de unir la vigilia y el sueño, el brazo al que sin duda debe ir unida, el cuerpo al que debe ir unido ese brazo, e incluso la cabeza que ordena a ese cuerpo que se mueva. Así que es entonces, como no, cuando yo me pregunto ¿Pero y qué pasaría si ese proceso o fenómeno del que hablamos se invirtiese sea cual sea la razón para que esto suceda? ¿Si en vez de ir los sueños a remolque de lo que vivo o siento, fuese al revés, y fuese por el contrario la realidad la que fuese a remolque de lo que sueño y siento en mis sueños? ¿Es eso posible? ¿Tiene alguna lógica siquiera plantear dicha cuestión? ¿Es más, hay alguien que lo haya estudiado, que haya profundizado sobre este tema en particular? Y aún más ¿Explicaría tal hecho de alguna forma y por endeble que resultara tal hipótesis lo que a mí y a J nos pasa, aunque no sea exactamente en los términos que aquí he expuesto? Es más, ¿podría pasar que yo soñase que me estoy orinando, y no porque haya bebido mucha agua o cerveza esa noche en mi vida de despierto, sino porque simplemente lo he soñado, porque lo ha querido así mi mente, y entonces, como ocurre cuando sucede a la inversa, sintiese unas irresistibles e irreprimibles ganas de orinar? Es decir, ¿que toda mi realidad se viese forzada a tener que adaptarse a lo que previamente he soñado en la cama y a oscuras?¿Que en vez de responder mis sueños a mis estímulos fisiológicos más elementales, comer, beber, fornicar, etc, fuese al revés, y fuesen mis estímulos fisiológicos más elementales los que obedeciesen a mis sueños?» Pero era luego y cuando introducía a la siempre incómoda pieza de J en este tablero, cuando ya se perdía del todo y empezaba a preguntar por el simple placer de preguntar: «¿Pero aunque todo esto que digo fuese cierto aun desconociendo los motivos, que pinta J en todo esto? ¿Qué relación puede tener alguien que es ajeno a mi persona en toda esta teoría ya de por sí imposible? ¿O cómo y de qué manera de ser cierto todo esto, encaja él? ¿Dónde está la conexión? ¿Quién es el cable y quién el enchufe? Y aún más ¿El cable y el enchufe sí, muy bien, pero de qué?»

Dos meses después:

J finalmente tocaba fondo. De hecho su cuerpo así como su mente adquirían el aspecto de una ciudad semi-abandonada en la que tan sólo aquellos que no habían tenido los medios de escapar habían permanecido en ella, y tanto era así que resultaba casi imposible reconocerlo si previamente no se le aplicaban toda una serie de técnicas reconstructivas destinadas a recomponer su aspecto original. Sólo así se entiende que muchos viejos amigos o familiares que acudían a su casa de visita, dudasen de su identidad al menos tras el primer golpe de vista, o que, algo más alucinante aún desde luego, que su propio perro vacilase a la hora de acercarse a él cuando precisamente unos meses atrás había sido su mejor y más fiel compañero. Pero del mismo modo que a la gente le costaba horrores reconocer a J, al propio J también le costaba horrores reconocerse a sí mismo, y es que los gravísimos cambios a los que había tenido que hacer frente su cuerpo habían dejado tras de sí la indeleble huella del sufrimiento.

En cuanto a P su situación era muy parecida en algunos aspectos a la de J, y curiosamente, casi antagónica en otros muchos. Su estado físico y a diferencia del de J era bastante aceptable a pesar de su auto impuesta inactividad y más que forzado reposo, siendo la mejor prueba de ello que su cuerpo todavía se mantenía firme y recto como un palo. Siguiendo por esta misma trayectoria, decir también que su peso y a diferencia de J, apenas había aumentado ni un solo kilogramo, aunque sí es cierto que una pequeña y prominente barriga inexistente antes, asomaba ahora a pesar de los esfuerzos que él mismo hacía por disimularla debajo de camisas normalmente holgadas. Incluso depende de cómo parecía que a P y para sorpresa de casi todos (especialmente para su esposa que era la única junto con su hija había tenido la posibilidad de observar todas y cada una de las fases que había atravesado su marido como si de un hombre bala se tratara) tanto descanso y sueño parecían haberle sentado de lo más bien. Ahora bien P y a pesar de su aspecto formidable sufría muchísimo, y si sufría muchísimo, era precisamente porque sabía quizás mejor que nadie que jamás y por mucho tiempo que dedicase a todas estas cuestiones, estaría en disposición de atar todos los cabos que, como barcos a la deriva en un mar a su vez también a la deriva, flotaban por su mente sin orden ni concierto. Quizá por todo ello y después de darle muchas vueltas a todo el asunto decidió hacer lo único que en realidad podía hacer:

- ¿J? ¡Soy P! ¡Contéstame por favor! ¡Sé que eres tú, necesito hablar contigo! – decía P tan pronto J descolgaba el teléfono.
- ¿Cómo te atreves a llamarme a mi propia casa miserable? – respondía J tras un breve silencio de apenas unos segundos - ¡Precisamente hoy que es el cumpleaños de mi hijo! ¡Condenado que eres un condenado, te voy a matar, te lo prometo! ¡Clokkk!.

Pero a pesar de la aplastante negativa de J así como de su más que preocupante amenaza, P sin embargo y a partir de aquel momento, se convencía de la necesidad de una negociación en toda regla en la cual el objetivo principal sería el de sentar las bases de una paz efectiva y duradera que garantizase como mínimo la integridad física de ambos así como la de sus respectivas familias. La intención real de P sin embargo, no era de carácter altruista, sino que más bien era la de garantizar su propia y única seguridad física independientemente de lo que le pasara después a J, y es que él mejor que nadie, sabía que de entrar en confrontación directa con un hombre de las características “especiales” de J, tendría pocas por no decir ninguna posibilidad de salir victorioso. Es decir, P creía que gracias a sus movimientos diplomáticos se anticipaba a un ataque que al personalmente le parecía inminente, y para ello utilizaba la vieja táctica de ceder con aparente esfuerzo algo por lo cual no se siente ningún apego, a cambio de conseguir después algo sin lo cual estarías totalmente perdido. Así que al día siguiente P ya no llamaba a J como había hecho el día anterior, sino que por el contrario en esta ocasión decidía escribirle una carta y hacérsela llegar por medio de su hija como muestra de buena voluntad. Carta ésta en la que J pudo leer lo siguiente:

«Estimado J, la razones para que haya decido escribirte precisamente ahora son varias como muy bien podrás suponer, aunque también es cierto que de entre todas ellas me gustaría subrayarte especialmente dos. La primera sería hacerte llegar mis más sinceras disculpas por todo lo ocurrido en estos últimos ya casi siete meses, y en la medida de lo posible (y quizás como moneda de cambio a tanto sin sabor quiero pensar yo) intentar subsanar cualquier daño o perjuicio que con mi actitud haya podido causarte tanto a ti como a tu querida familia. Asimismo es mi deseo hacerte saber que cualquier petición por tu parte a este respecto, es decir, cualquier idea, propuesta o aclaración que desees y que tenga como objetivo final el de enderezar esta situación (o exclusivamente la tuya y la de tu familia cosa que entendería perfectamente bien) automáticamente, pasará a ser una prioridad en la que pondré (y creo necesario aclararlo) todo mis medios y que aunque es cierto que no son muchos como tú muy bien sabes, por el contrario sí pueden llegar a ser suficientes si uno sabe y quiere administrarlos como es debido. Es decir, sea cual sea el instrumento que escojas para hacérmela llegar, y sea cual sea la dificultad que ello entrañe. De igual modo también comprendo perfectamente que después de todo lo sucedido aceptar una disculpa así, sin más, sería algo muy ingenuo por tu parte, poco menos que pedir un imposible si uno se lo para a pensar detenidamente, pero también sé, que esta historia nuestra no es una historia de inocentes o culpables, o de vencedores y perdedores que acaba encerrándose sobre si misma bajo un hermoso y didáctico fin, sino que más bien es la historia de una bola de nieve que alguien lanzó muy a nuestro pesar (o quizás solo se desprendió por sí misma) y que ahora hay que deshacer pues de lo contrario Dios sabe lo que podría llegar a ocurrir. Pero al margen de cualquier otra de estas consideraciones, también quisiera dejarte muy claro que para nada ni esta carta ni su contenido llevan implícita una respuesta, aunque desde luego sí debo reconocer que me sentiría enormemente complacido si finalmente sí me respondieses. Ahora bien, la explicación de que para mi no sea de ningún modo crucial dicha respuesta es muy sencilla: sea lo que sea aquello que decidas una vez la hayas leído y meditado sobre su contenido, mi decisión ya está tomada y en consecuencia nada podrá hacerla cambiar. De modo que por la parte que a mi me atañe, y te repito que la decisión es muy firme a este respecto, doy toda esta trifulca absurda y sin sentido por zanjada. El motivo es igualmente simple: ya no puedo soportarlo más.

En segundo lugar me gustaría hacerte saber que tanto yo, como mi mujer, así como mi hija especialmente, también hemos sufrido mucho con todo esto, y que posiblemente (y sin que ello pretenda servir de pretexto para mis pasadas acciones) creo sinceramente que tardaremos años en recuperar la normalidad y si es que llegamos a recuperarla algún día. En definitiva, que espero que comprendas que de la misma manera que tú y los tuyos, también nosotros hemos dejado muchas cosas muy valiosas por el camino. J he perdido mi trabajo, un trabajo excelente que como muy bien sabes, me reportaba una gran cantidad de beneficios tanto a nivel económico como a nivel personal, y por el cual sentía y he sentido siempre una gran devoción y respeto. Por la misma fatal regla de tres, también he perdido a gran parte de mis amigos y conocidos de antaño y con los que tan buenos momentos compartí. A este respecto en particular sin embargo, mi único consuelo es que quizás no fueron amigos nunca, y que por tanto, y tal y como me asegura mi mujer cada vez que me ve sufrir por ello, sea inútil además de absurdo llorar ahora la perdida de algo que quizás nunca tuve. En cuanto a mi familia que te puedo contar que tú no sepas. Mi mujer ha estado al borde de un colapso nervioso en más de una ocasión a pesar de la fortaleza de la que tantas veces te hablé y presumí. Es más, la pobre mujer, y de esto me siento especialmente culpable, créeme, es como si hubiese envejecido quince años de repente, y la mejor prueba de que efectivamente así es, es que me encuentro con que a la hora de subir las escaleras cada vez que volvemos del mercado, me doy cuenta de que la tengo que esperar cuando antes sucedía justamente lo contrario. En mi opinión la razón de este envejecimiento prematuro obedece a que ella jamás llegó a comprender nada (yo no se lo he explicado nunca) y quizá por eso, por no comprender el origen o motivos de tanto dolor y sufrimiento que según ella partía de leyes estériles e injustificadas, lo ha pasado muchísimo peor que yo. En cuanto a mi hija tres cuartos de lo mismo. La pobre ha tenido muchos problemas especialmente en el colegio, y ya sabes como son de crueles los niños a esa terrible edad a la que llaman adolescencia. Le han gritado y la han insultado J, e incluso en más de una ocasión y aunque ella no lo haya reconocido nunca (ya sabes lo terca que puede llegar a ser) nos consta que ha sido maltratada pues así nos lo han hecho saber algunos de los padres de sus compañeros de clase. Es más, una tarde incluso apareció por casa con la bonita camisa que le había regalado su abuela hecha pedazos y manchada de tinta, tierra y escupitajos. No te imaginas que impotencia y que rabia sentí aquel día cuando la vi hundirse entre mis brazos. Es más, te aseguro de que no habérmelo impedido mi mujer, aquel día hubiese salido a la calle y los hubiese golpeado hasta la muerte. Para que te des cuenta de la situación, fueron los mismos profesores los que nos recomendaron que la sacáramos de allí cuanto antes pues de lo contrario, la situación podía agravarse aún más ¿Te lo puedes creer? Su consejo fue que la lleváramos a cualquier otra escuela en la que nadie la conociera ni a ella ni por descontado a su familia. Un lugar en el que todos, fueron sus salomónicas palabras, pudiésemos volver a empezar.

J hay que poner fin a todo este asunto de inmediato. De hecho, estoy plenamente convencido de que sólo así las cosas podrán mejorar e incluso solucionarse del todo. Desde luego sé que últimamente no te he dado motivo alguno para que confíes en mí, todo lo contrario, es más, lo reconozco y te pido perdón por ello, pero aún así te vuelvo a insistir en que confíes en mí y olvides el pasado de una vez por todas. Que olvides el modo en que hemos llegado hasta aquí. Además, en mi opinión es incuestionable que los acontecimientos parecen querer dirigirnos en esa dirección, en la de la reconciliación, como también creo sinceramente que si no lo hacemos ahora, después ya será demasiado tarde y por tanto no habrá nada que resolver. Todo, te lo garantizo, estará perdido. Por tanto y a mi forma de ver las cosas (discutible por supuesto) la solución pasa por intentar comprendernos y no por hacer precisamente lo opuesto. Como también pasa por tratar de aceptar el problema en lugar de rechazarlo frontalmente tal y como hemos hecho hasta ahora. En realidad, la única imagen que se me repite en la imaginación cada vez que pienso en todo esto, es la de un muro de hormigón inmenso e infranqueable al que contra más fuerte golpeo, más y más daño me hago en la mano.

J, lo que quiero que entiendas es que yo por mi parte regreso a las ocho horas de sueño. Regreso a mi mujer y a mi hija y a los domingos por la tarde con la barriga bien llena de pollo, pastel y patatas fritas. Regreso a las calles atiborradas de gente a la cual no siempre entiendo, pero que a diferencia de antes ya no me duelen cuando los miro. Regreso a los escaparates, a las chicas hermosas y solicitantes con las que me cruzo a todas horas y en todas partes, a sus sonrisas y a mis ensoñaciones, a sus negativas y mi persistencia automática. Regreso a las rebajas, a las tiendas de discos y libros e instrumentos musicales. Es más, me he comprado una trompeta de segunda mano ¿Y sabes qué? pues los domingos por la mañana me paso las horas tocando sobre los viejos discos de Charlie Parker hasta que mi mujer me grita desde la cocina: «Por favor cariño, que sólo son las diez de la mañana. Un respeto a los vecinos por favor». Igualmente regreso a las bibliotecas, al silencio, a los documentales a las tres de la mañana sobre espías soviéticos. Regreso al vino y al sexo, a los bares y a las conversaciones de las que a veces discrepo, por supuesto, pero de las cuales otras veces en cambio simplemente me río. Pero eso sí, disfrutando siempre que mi estado todavía febril y ausente me lo permite.»

P.D.: Para tú información y como muy bien habrás podido comprobar por ti mismo también regreso a los sueños “explicables”.

Tú amigo que te aprecia. P.»

La respuesta de J sin embargo, no se hacía esperar:

«Ante todo P, quisiera agradecerte el gesto que para conmigo y con mi familia has tenido al pedirnos disculpas, y ofrecernos, de una forma tan sincera y emotiva, tu ayuda y comprensión incondicional. Ni a mi mujer ni a mi se nos escapa lo difícil que ha debido resultarte redactar semejante carta en tu actual situación, y más aún, enviar a tu hija, aquí, a mi casa, sola y sin protección alguna, después de todo lo que ha ocurrido entre nosotros, y aún más, después de lo que te dije por teléfono el último día cuando mantuvimos aquella breve pero intensa conversación telefónica. Como tampoco se nos escapa que eres un gran tipo, de los más íntegros que hemos conocido sin duda a lo largo de nuestra vida (siempre lo hemos creído así a pesar de todo) y de ahí que como gran hombre que eres y nosotros te consideramos, igualmente estemos obligados a comprender que de vez en cuando te puedes equivocar, y que cuando así sucede, esos errores cometidos, son siempre inversamente proporcionales al tamaño del objetivo que tratabas de conseguir pero que por el motivo que sea se han quedado a medias. Es más, de hecho cada vez con más frecuencia tanto mi mujer como yo (y no te engaño en absoluto me quieras creer o no) somos de la opinión de que sólo aquellos que como tú toman decisiones arriesgadas y difíciles en la vida, sea cual sea su finalidad, origen u objeto, tienen derecho a equivocarse tantas veces como sea necesario, pues solamente ellos se atrevieron a intentar lo que para la gran mayoría es un pulpo con cuatro cabezas. Pero aparte de eso dime una cosa ¿Cómo esperas que pueda yo perdonarte después de todo lo que he hecho ? ¿O quién soy yo para decirte que has obrado mal en tal o cual situación, cuando sabes perfectamente, que mis manos han cometido los actos más infames y repugnantes que un hombre puede cometer a lo largo de su vida? Así pues P, y aunque entiendo lo necesario que debe resultar para ti contar con mi aprobación en este caso en concreto, es decir, el hecho de que yo te juzgue primero y por tanto te pueda exculpar después, es algo imposible pues la premisa previa, de la cual parte esta última, es ya de por sí irrealizable. A ver si me explico, yo no puedo perdonarte de algo que al menos para mí, todavía no se ha demostrado que esté mal hecho. Por ejemplo ¿Se te ocurriría a ti condenar a un león por matar a una gacela en la selva? ¿O se te ocurriría a ti, no sé, meter en la cárcel a un soldado que en la guerra, en la mitad del fragor de la batalla, ha matado a un compañero por equivocación? Entonces dime ¿Pero por qué entonces con nosotros debería ser diferente? ¿Crees que es por la ley? ¿Y quién redacta esas leyes pregunto yo, y lo más importante de todo, en base a qué se establecen esas leyes de las cuales a pesar de nuestra ignorancia tan frívolamente hablamos? ¿Es en base al bien común, es en base a la democracia, al progreso, a la libertad, a la igualdad, al conocimiento? ¿O es en cambio debido a tú moral que te dice que lo que estás haciendo está mal y esa sola explicación ya de por sí te basta? ¿De acuerdo, y de ser así, de dónde proviene esa moral? Y aún más ¿Es mi moral por tanto exactamente igual a la tuya, es decir, obedecen ambas, y no ambas, sino todas las morales del mundo, todas las morales humanas por decirlo de algún modo, a los mismos criterios de lo que se entiende que es el bien y el mal? ¿O acaso se trata de tú conciencia? ¿O es quizás el conflicto entre esa conciencia y esa moral de las cuales desconoces su origen lo que te hace dudar? La cuestión es P y ahora voy a intentar responderte en la medida de mis posibilidades a las muchas preguntas que se desprenden como rocas de tus palabras, es que lo único que nos va a permitir salir de aquí (y me consta que una mente tan compleja como la tuya ha debido pensar en todas las posibilidades) es asimilar cuanto antes y hasta su última consecuencia, que tanto tú como yo somos hombres, unos seres humanos cualquiera, y que por tanto sea aquello que sea lo que nos atenaza, que repito, lo desconocemos, debemos aceptar todo lo que semejante acontecimiento implica y se acabó. No hay más. Tú mismo, has llegado a esa conclusión porque (no te ofendas) no has sido capaz de llegar a otra mejor. Tú de alguna forma me preguntas ¿J, nos hemos equivocado haciendo lo que hemos hecho verdad? Y yo te respondo lo que tú necesitas escuchar, porque precisamente por eso me lo preguntas a mí. Sí, P, nos hemos equivocado haciendo todo lo que hemos hecho. Cierto. Luego vas y me preguntas ¿Pero hemos, cada uno a nuestra manera cometido crímenes de los cuales nos arrepentiremos el resto de nuestras vidas? Y yo te vuelvo a responder lo que tú necesitas escuchar. Sí, desde luego P, no hay duda de que nos vamos a arrepentir el resto de nuestras vidas de todo esto que hemos hecho, pues nuestros crímenes, es algo incuestionable, son horribles e incluso nauseabundos. Pero acto seguido también me preguntas ¿Pero entonces J, es justo que suframos por ello no? Y entonces yo te vuelvo a repetir lo mismo una vez más pero esta vez con otras palabras. Por supuesto que sí P. Y la prueba es que hemos sufrido por ello en el pasado, seguimos sufriendo ahora en el presente, y como no puede ser de otra forma seguiremos sufriendo en el futuro. Esa es la ley al parecer y a nosotros va dirigida nos decimos. Pero P, ahora voy a ser yo quien te va a hacer una pregunta: ¿Pero ahora dime tú, crees de verdad que pudimos haberlo evitado? En serio, es decir ¿Hasta que punto crees que tú o yo tuvimos la posibilidad de decir que no, que yo no quiero hacer eso, y en vez de hacer todo lo que hicimos, que vuelvo a insistir no sabemos hasta ahora si estuvo bien o mal, pudimos haber dado media vuelta y haber dejado las cosas tal y como estaban? O dicho de una forma más directa aún ¿De verdad P eres de la opinión que tú controlas tu destino en su totalidad, que tú controlas todos y cada uno de los actos de los que se compone tu vida por incomprensibles que sean, y por tanto, llegado el momento tienes siempre la posibilidad de evitar una hipotética situación que te desagrade? No te esfuerces. Pues yo mismo te voy a responder: No. De ningún modo. Nada más lejos de la imaginación. Además, que mejor lugar que el mundo en el que vivimos para ponerte algunos pequeños pero ilustrativos ejemplos.

El otro día por decir algo. Creo que fue el sábado por la tarde si la memoria no me falla. Yo estaba en casa tumbado en el sofá del comedor con un libro entre las manos que me había regalado mi hermano, y mi intención, creo que está bastante claro, era clavarle el diente en cuanto me fuera posible. Para que te hagas una idea de la situación. Pijama, zapatillas de estar por casa, un tiempo horrible en la calle con viento, lluvia, etc, etc, y por el contrario una atmósfera de lo más apacible y acogedora en el interior. Y aunque también es muy cierto que últimamente le he cogido, como tú, cierto gusto a eso de salir por ahí a dar una vuelta sin más motivo que el de la vuelta en sí, la verdad es que aquel día en concreto no me apetecía nada salvo lo que me disponía a hacer en cuanto todos me dejaran en paz y que no era otra cosa que empezar a leerme La Guerra de las Galias pues así es precisamente como se titulaba el libro que pretendía leer. Pues bien P ¿Cómo te explicas entonces que no consiguiese leerme ni un solo capítulo de ese por otra parte magnífico libro, que digo capítulo, ni una sola página? O lo que parece más difícil aún ¿Cómo te explicas que estando el libro entre mis manos, las ganas de leer en mi interior y desde hacía bastante tiempo por cierto, la lluvia en la calle, el viento, el frío, el sofá, el lugar perfecto, el momento, las zapatillas de estar por casa incluso, en definitiva, todo cuanto puede necesitar un hombre para llevar a cabo un acto aparentemente tan intrascendente para la historia de la humanidad sin embargo no lo consiguiera? Pues te lo voy a explicar P porque lo cierto es que aunque parezca una tontería, sin embargo no carece en absoluto del poderoso y muy útil significado que tantas veces podemos encontrar en las cosas más pequeñas, en todas esas cosas que precisamente por su condición de pequeñas, cotidianas e inadvertidas, parecen carecer de toda significación cuando sucede más bien todo lo contrario. Es decir, que en ellas se haya tanto o más que en las grandes cosas, las verdades más colosales del mundo. Pues bien, apareció en aquel momento mi mujer por allí y me dijo lo siguiente: «¡Cariño no sé si te has dado cuenta de que no queda butano. Tu hijo esta mañana se ha duchado con agua fría, y yo no pienso hacer lo mismo como muy bien podrás comprender!» Abreviando. Fui a por el maldito butano y todo el mundo en paz. Media hora más tarde sin embargo mira tú por donde me encuentro con que pican a la puerta unos viejos amigos de la familia, y es entonces cuando yo pienso ¡Esto es alucinante! ¡De verdad que es alucinante! Así que como te podrás imaginar, uno no puede decir: ¡No, yo os dejo aquí, me voy a mi habitación, completamente solo, porque me apetece sobremanera leerme La Guerra de las Galias y vuestra presencia, como decirlo sin que os ofendáis, me resulta un obstáculo! ¡Además, ya me he retrasado muchísimo y de ningún modo pienso postergarlo más! Y no puedes, más que nada, porque precisamente el motivo de su visita es el verte a ti y no a tú mujer o la maldita televisión que a esas horas ya empieza a estar al rojo vivo de tantas horas como lleva encendida. Piensas, J esa gente ha hecho un gran esfuerzo por venir a verte, es más, incluso han desafiado la opinión de muchos vecinos y amigos únicamente para venir aquí, pues en realidad, sólo desean preguntarte que tal te encuentras y que tal te va todo. No es demasiado pedir te recuerdas. Además, son gente de bien te reafirmas, una oportunidad maravillosa para volver a integrarte en esa misma sociedad que hace sólo unos meses te echó a patadas y con razón. Es decir, que resulta que se trata de una oportunidad inmejorable para que vean que eres un tipo normal, y especialmente, para demostrarles con pruebas contundentes que tú menú diario no consiste en comer niños vivos. Al fin y al cabo te justificas ¿No vivo solo en el mundo no? Total, cumplo lo mejor que puedo con mi papel de anfitrión y pasadas tres largas horas de conversación aburridísima por fin se marchan y nos quedamos solos. Pero es justo unos minutos más tarde cuando aparece mi hijo para rematar la faena, y empezamos a preparar la cena. Su argumento para cambiar todos mis planes es que dice que tiene un hambre de lobo, y que bajo ningún concepto, puede esperar ni que sea un minuto más. En fin, cenamos. Después y como es obvio suponer lavamos los platos y tomamos el café. Es lo normal dicen. Pues bien ¿Te lo puedes creer? cuando acabé de hacerlo todo eran ya más de las once y media de la noche. Hora de dormir, luego, imposible leer. Otro ejemplo. El otro día iba conduciendo por una de esas carreteras sinuosas que tanto te gustan a ti. El día era soleado, parecía como si alguien lo hubiese lavado todo con un detergente atómico y luego lo hubiese puesto a secar en un tendedero gigante e invisible. Además, una brisa primaveral realmente gratificante, atravesaba el coche a través de las ventanas y de todo lo que había en su interior. Bien, en ese momento algo llamó mi atención pues a un lado de la carretera, a unos tres mil metros de distancia de donde nos encontrábamos, se levantaba una vieja construcción posiblemente del siglo doce o trece, en cualquier caso, una barbaridad de antigua. Además, ya sabes la fascinación que siento yo por la Edad Media en particular. Resumiendo, yo pensé, me gustaría ir a ese sitio, tocar esas piedras, e imaginarme como si de una película rodada hace mil años se tratara, como debió ser la vida de la gente que vivió en ese lugar cientos de años atrás. Sus costumbres, su día a día, sus inquietudes, alegrías y tristezas. En fin, se lo comenté a mi mujer y ella accedió encantada. Me respondió «¡Sí cariño, vayamos si te apetece! ¿Por qué no?» Así que una vez ya convencidos de ir hasta aquel lugar, intentamos entonces sí buscar algún camino o carretera que nos condujese hasta aquella construcción sin bajarnos del coche, aunque como podrás imaginar, no lo encontramos. Todo lo contrario. La cuestión es que una y otra vez acabábamos por llegar a cruces que nos desviaban cada vez más de nuestro objetivo inicial. Sin embargo esto me lleva a pensar en que tú, ahora, si estuvieras aquí y tuvieras la posibilidad de conversar libremente conmigo, sin duda me dirías «¡Ya, comprendo lo que me quieres decir J, pero tú pudiste haberte bajado del coche y haber ido a pie, seguro que así lo hubieseis conseguido!» Y yo entonces te respondería, sí, cierto, tienes razón P, andando hubiésemos conseguido llegar desde luego a nuestro objetivo, en efecto, podríamos haber aparcado el coche en cualquier lugar y haber ido andando, dando un agradable paseo. Pero de lo que no te das cuenta en cambio P, es de que esa respuesta a su vez, lleva implícita una pregunta aun mayor ¿Pero qué mejor prueba que esa para demostrarte que ni en la situaciones más intrascendentes de la vida podemos actuar con total libertad? Es decir, tú para comprar tabaco siempre sigues el mismo camino. Exactamente el mismo. Un día sin embargo, y siguiendo ese mismo camino que a ti te parece escogido únicamente por ti, te encuentras con que al llegar a determinada esquina, hay unos obreros trabajando y por tanto han cortado la calle porque tienen que hacer no sé qué. Acto seguido piensas ¿O sea, tengo que dar toda la vuelta para llegar hasta el estanco? Y en realidad, aunque te partas los cuernos buscando otra solución diferente a la que tienes justo frente a las mismísimas narices, así es. Y es así porque el camino que resulta que a ti te parecía inventado por tus propios pies está cortado, y por tanto, debes rodear toda la plaza que da acceso al estanco si realmente quieres ir a ese estanco en concreto y no a otro. Desde luego también es cierto que puedes decir ¡Bueno, pues iré a otro estanco! O incluso puedes llegar a decir como para convencerte a ti mismo de que eres libre ¡Pues no, voy a decirles a esos obreros que pienso saltar la valla cueste lo que cueste y digan lo que me digan, es más, como si quiere venir el mismísimo presidente de la república con la constitución en la mano, e ir al estanco que yo quería ir pues soy un hombre libre, y hago lo que quiero ya que yo domino en definitiva, mi destino! A este respecto no creo necesario añadir nada más.

P ahora hagamos un experimento y sirvámonos de la lógica para salir de aquí.

Es un hecho totalmente irrefutable que existe un mundo ahí fuera y que dentro de ese mundo, grosero e incomprensible, estamos nosotros. El señor P y el señor J como también tantos otros individuos con sus respectivos problemas y preocupaciones. De la misma manera y nos guste o no, ese mundo del que te hablo que está ahí fuera, ese mundo que se nos muestra en la mayoría de los casos como un jeroglífico si de verdad nos empeñamos en observarlo, lo cierto es que está regido por una serie de leyes de las cuales es imposible abstraerse, y menos aún, mantenerse al margen. Estamos en él P, asimilémoslo, y por tanto, no queda otra, formamos parte de él de la misma forma que lo hace un ciervo, un trozo de madera o un ordenador portátil. Bien, algunas de estas leyes bajo las cuales se rige este mundo en el que vivimos, son de origen natural, físico, biológico, etc, mientras que las otras, todas las restantes, son de origen humano. Dictadas presuntamente por hombres poderosos con la intención, o al menos eso nos dicen, de que el mundo no se convierta en una casa de locos. Como ejemplo de este primer grupo de leyes, es bien conocido por todos el caso de que si lanzamos un objeto desde una altura cualquiera, pues bien, ese objeto, por la misma fuerza de la gravedad a la cual debe rendirle cuentas acabará en el suelo. Esa es la ley nos dicen, y lo cierto es que así es. Puedes hacer la prueba cuando lo desees y verás que una vez tras otra, sin excepción alguna y aunque parezca una tontería de lo más simple y elemental, que dicho fenómeno se repite con una precisión matemática, hecho por otra parte que no hace sino que confirmarnos que las personas que formularon dicha ley gracias a la observación, a la experiencia, y a un buen método especialmente, no se equivocaban en absoluto. Pues bien, de la misma manera que ese objeto otros objetos en este caso animados y dotados de una severa inteligencia, y estoy hablando ahora por el contrario de los seres humanos, también están sometidos a otras muchas que tienen su origen no ya en la naturaleza, ni en las leyes físicas, sino que como te decía, parten del mismo ser humano que las ha creado. Por tanto (y estoy convencido de que para nada es descabellado hacer semejante afirmación) incluso se podrían calificar de artificiales, o como mínimo, de no naturales. Aunque por otro lado tampoco sería descabellado afirmar lo contrario pues si dichas leyes han sido dictadas por el ser humano, un elemento tan natural como una piedra, como el agua, o como el mismo viento, las leyes derivadas de éste así como cualquier acto o producto que tenga su origen en este, son igualmente naturales que las del primer grupo ya mencionado. En cualquier caso y comoquiera que sea, tan solo se trata de hacer una pequeña diferenciación para tratar de dejar las cosas un poco más claras si cabe. Me explico. Todo ser humano minimamente sensato a día de hoy, en pleno siglo veintiuno, tiene asimilado por completo que no está bien matar a un semejante, y aunque todas las leyes humanas con sus respectivas vertientes políticas e intereses económicos pueden variar de una zona a otra, de un país a otro, de un vecindario a otro, de una persona a otra, incluso de un estado de ánimo a otro en una misma persona, etc, etc, lo cierto es que cualquier persona en su sano juicio e independientemente de que viva en Somalia o en Suecia, de que sea rico o pobre, de que sea un hombre inteligente o un auténtico zoquete acultural, sabe que matar a alguien, así, sin más, sin motivo alguno que lo justifique, no es algo que esté precisamente lo que se dice bien. Es decir, que existen una serie de conceptos aceptados de antemano como ciertos y universales aunque en realidad no sepamos la mayoría de nosotros, de dónde provienen o incluso quién dictó y con que fin esas mismas leyes. Ahora bien, imagínate un laberinto inmenso y que dentro de ese hipotético laberinto inmenso introducimos a un ser humano cualquiera. Inteligencia media. Cultura media. Estupidez media, etc. Pues bien, ese hombre pensará inmediatamente «tengo que salir de aquí como sea» ¿Y sabes qué? pues no te quepa la menor duda P de que lo intentará por todos los medios que tenga a su alcance. Aplicará su inteligencia y sus instintos animales y mediante todo ello, junto y a la vez, intentará buscar la mejor opción para conseguir su objetivo pues eso precisamente será lo que le dicten todos y cada una de las leyes que se dan cita en su pequeño y presuntuoso cuerpo: salir indemne del laberinto y volver a su casa cuanto antes. Pero lo que no pasará en ningún caso P, y créeme que siempre sucede de la misma forma, es que ese hombre consiga, del modo que sea, atravesar las paredes del laberinto, paredes que son, de una forma metafórica se entiende, todas y cada una de las leyes que rigen este mundo. Ese hombre del que hablamos desde luego también pensará, puedo dirigirme a la izquierda o bien puedo dirigirme a la derecha, pero como decía antes, de ninguna manera podrá pasar por encima de las paredes que forman el laberinto pues estas son infranqueables, demasiado altas y demasiado gruesas incluso para él que todo lo cree a su alcance. También y de alguna manera ese mismo hombre creerá ingenuamente (porque por alguna extraña razón necesita que así sea) que todos los actos que se derivan de su conducta son libres, escogidos exclusivamente por él y no por nadie ni por nada más que no sea él, cuando precisamente, sucede casi que todo lo contrario, es decir, que son todas esas leyes las que le dicen cual debe ser su camino y cual no. De modo que el margen de actuación como podrás comprender y aunque aparentemente es bastante amplio, no deja de ser en cualquier caso muy pequeño. O al menos, mucho más reducido de lo que nosotros creemos desde luego. Tú me dices: no hay respuestas, esa es la única respuesta aplicable en todos los casos para explicar lo que nos ha pasado a ti y a mí. Y yo te digo: no P, te equivocas, pues lo que pasa aquí sencillamente y aunque tú desde luego no lo quieras ver, es que de la misma forma que ese hombre del laberinto del que hablábamos ya da por hecho desde un principio que su libertad comienza allí donde acaban esas barreras y paredes del laberinto del que hablábamos, luego no es libre, tú das por hecho que las respuestas se acaban cuando ya no eres capaz de responder ni a una sola pregunta más, de lo que se deduciría a su vez, que de alguna forma consideras que la explicación última, el misterio casi insondable de nuestro problema, empieza y acaba en esa cosa más o menos redonda y con pelo a la que llamas cabeza. Y es que de hecho el hombre como tú ahora, lleva siglos estrujándose los sesos, exactamente del mismo modo a como lo haces tú, intentando encajar unas piezas que de ningún modo pueden encajar, intentando transformar una circunferencia en un cuadrado, y renunciando a su humanidad a cada paso que da cuando sólo aceptándola, aplicándola en definitiva hasta sus últimas consecuencias, podrá llegarse a comprender siquiera en una pequeñísima e infinitesimal parte. Ahora bien ¿De qué están hechas estas paredes nuestras, las paredes de este nuestro laberinto particular? ¿O quién las ha construido y con qué fin? ¿O por qué y de ser posible, que lo es pues a nosotros nos ha pasado y por consiguiente debe ser aceptado como tal, tan sólo en ti y en mi o al menos que nosotros sepamos ha encontrado dicho fenómeno un escenario válido para tan macabra representación? Pues bien mi buen e ignorante amigo P, quizás y como punto de partida para todas tus preguntas deberías saber que al menos por la parte que a mí me toca jamás he tenido un solo sueño, y de ahí quizá, que me haya visto siempre obligado a alimentarme de los sueños de los demás ¿cómo? Eso ya no lo sé.

P.D. Y crecerán amapolas allí donde ahora sólo hay pedazos de plástico y metal. Y la gente, en los bares, borrachos como cubas, se reirá a carcajadas de ti. Ohhh ¿No es hermoso el porvenir? ¿No te parece inmensamente emocionante mi buen amigo P? y al mismo tiempo, en una dirección totalmente opuesta con respecto a la que ahora tan apaciblemente nos dirigimos ¿No es casi un expolio que no podamos contemplar ese mismo futuro desde aquí, en este preciso instante que ahora, como en el momento previo a una fiesta sorpresa, nos encontramos? Ver sus elevadas torres sobrevolando la ciudad. Sus tejados de pizarra como la piel de una serpiente ¿O es que de algún modo pensabas que por detener las cosas en tu cabeza, en tu imaginación, también lo harías aquí, en el exterior, en todo cuanto queda lejos del alcance de tus pensamientos? Pero ohhh ¿Cómo pudiste creer mi ingenuo amigo que la inercia que conduce los acontecimientos se detendría en cuanto tú lo ordenases? ¿Qué todas las leyes físicas que rigen como jueces este mundo se detendrían en cuanto a ti te pareciese bien? No, no, las cosas no funcionan así P, las cosas necesitan un tiempo, una maduración, un laborioso e ininterrumpido descenso a las profundidades de lo que realmente son.

Y de esta manera, acababa la confusa y catastrófica historia que estaba escribiendo el bueno de Gerión.