Una de las ventajas más interesantes que sin duda ofrece Internet y con ella la edición de blogs, páginas web, redes sociales, etc. etc., etc., es como poco, la de conceder a todos aquellos que la utilizan, la posibilidad de editar de forma inmediata, continua y casi infinita, cualquier tipo de producción que haya salido de sus cerebros. El resultado de todo ello es un producto que a diferencia de lo que venía ocurriendo en el pasado, nunca, jamás y bajo ningun pretexto, dejará de crecer, cambiar y adaptarse a las circunstancias en las cuales por fuerza deba desarrollarse, hecho que nos hace pensar a su vez en la mismísima vida y existencia de las cosas que -para que nos entendamos- esta vez sí son cien por cien "reales".

Este blog de lo que trata por tanto es de aprovechar esos "vericuetos" virtuales, y a partir de ahí equiparar la literatura (en otro lugar pasará lo mismo con la música) a un estado muy próximo a la existencia. A un estado en el cual "como en la vida misma", las cosas puede que un día sean fantásticas y al siguiente no valgan absolutamente nada, pero lo que no pasará nunca es que continuen siendo perezosamente iguales a como lo habían sido siempre. Porque, ¿alguien ha tenido alguna vez el placer de conocer a alguna persona que estuviese totalmente finalizada? O más aún: ¿alguien puede precisar el día y la hora en que tal o cual sentimiento se extinguió para siempre?



miércoles, 1 de febrero de 2012

La Red Social de David Fincher

Resultaba casi imposible creer que el autor de la sorprendente “Seven”, de la desconcertante “El Club de la lucha”, y de la descorazonadora –en el mejor sentido de la palabra- “Zodiac”, hubiese hecho cualquier cosa. Por fuerza, tenía que tratarse de algo especial. Su nueva cinta, que esta vez recibía el nombre de “La red social” en honor al fenómeno mundial más conocido como Facebook, parecía contener, además, los ingredientes necesarios para que Fincher le diera un nuevo giro a la tuerca que aprieta como un cepo todo su aparato creativo: el atrevimiento de intentar comprender casi a tiempo real un acontecimiento tecnológico de consecuencias todavía hoy impredecibles, la necesidad de poner sobre la mesa las miserias y excelencias de las cuales se nutre como un mosquito la sociedad occidental actual, o incluso la posibilidad de que en realidad, el centro de toda la historia partiese simplemente de una especie de tragedia griega contemporánea en la cual el ser más solo del mundo, el menos comunicativo y antisocial de todos, fuese sin embargo el único capaz de crear un instrumento tecnológico del cual más tarde participarían millones y millones de supuestos “amigos”.

Pero como es bien sabido, las apariencias nunca fueron el método más fiable para llegar al fondo de las cosas. Aún más, es sólo después de que hayan transcurrido los días justos y necesarios entre el momento en que se visualiza por primera vez la película y el momento en que comienza a olvidarse, cuando uno se encuentra en disposición de hacerse las primeras preguntas importantes: ¿pero de verdad nos estaríamos planteando todas estas cuestiones si su director no se llamase David Fincher? ¿o qué será de esta película cuando Facebook pierda su componente de extrema actualidad y se convierta en su simple recuerdo tecnológico de importancia básicamente histórico-sociológica? o todavía más ¿dónde empieza la película y dónde el fenómeno que intenta describir esa película?

Más allá de los juicios personales y/o metafísicos en que cada uno de nosotros –como una trampa intelectual- pueda caer a la hora de determinar el valor cinematográfico del film, lo que por contra llama poderosamente la atención es más bien la dificultad de mantenerse al margen de esa especie de ansiedad (sí, ansiedad) que empuja a los espectadores (pero por supuesto también a los críticos) a intentar descubrir en qué consiste exactamente el mensaje que el gran David Fincher nos ha intentado transmitir esta vez. A la sospecha, sustentada vayan ustedes a saber dónde, según la cual por el simple hecho de estar dirigida por un tipo que se llama David Fincher y que hizo tal y cual película, cualquiera de nosotros, simples espectadores, debiera exprimirse los sesos para descubrir cómo encaja esta película dentro su largo y sinuoso “hilo argumental”.

Pero lo cierto es que si la “Red social” no encaja con películas como ”Seven”, “El Club de la lucha” o “Zodiac”, es simplemente porque no encaja, porque en realidad, poco o nada tiene que ver con cualquiera de ellas a excepción del tipo que las dirigió. Ahora bien, tal hecho es ya de por sí toda una mina de información porque entonces ¿quién dirige las películas de David Fincher y con qué fin? ¿o de qué depende que David Fincher vuelva a hacer películas como las que hizo en el pasado? ¿de los guiones que caigan en su manos, de su capacidad para escoger los proyectos en los que se mete, del número de directores que haya libres en ese momento, de su capacidad creativa en ese momento y en ese lugar, de todo a la vez, de nada en absoluto? Así que: ¿es David Fincher un autor tal y como intentan hacernos creer o se trata más bien de un simple técnico, de un tipo que recompone las piezas en el orden y la forma en que se lo encargan? Es más ¿quedan autores en Hollywood capaces de imprimir un sello verdaderamente personal a su obra a pesar de todo? o todavía más ¿pero qué diablos es Hollywood y cuál es su función principal?

En aquella memorable frase de la película “Sospechosos habituales”, uno de sus protagonistas principales afirmaba que el mejor truco del diablo fue hacer creer a los hombres que no existía para así poder desaparecer. Por la misma regla de tres muy bien podría ocurrir que el mejor truco de las todopoderosas productoras norteamericanas hubiese sido el de hacernos creer que Hollywood todavía sigue lleno de verdaderos autores, gente con un sello y una forma intransferible de hacer las cosas, y así ¡pffff! (que no es poco!!!) seguir haciendo cine.

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