Una de las ventajas más interesantes que sin duda ofrece Internet y con ella la edición de blogs, páginas web, redes sociales, etc. etc., etc., es como poco, la de conceder a todos aquellos que la utilizan, la posibilidad de editar de forma inmediata, continua y casi infinita, cualquier tipo de producción que haya salido de sus cerebros. El resultado de todo ello es un producto que a diferencia de lo que venía ocurriendo en el pasado, nunca, jamás y bajo ningun pretexto, dejará de crecer, cambiar y adaptarse a las circunstancias en las cuales por fuerza deba desarrollarse, hecho que nos hace pensar a su vez en la mismísima vida y existencia de las cosas que -para que nos entendamos- esta vez sí son cien por cien "reales".
Este blog de lo que trata por tanto es de aprovechar esos "vericuetos" virtuales, y a partir de ahí equiparar la literatura (en otro lugar pasará lo mismo con la música) a un estado muy próximo a la existencia. A un estado en el cual "como en la vida misma", las cosas puede que un día sean fantásticas y al siguiente no valgan absolutamente nada, pero lo que no pasará nunca es que continuen siendo perezosamente iguales a como lo habían sido siempre. Porque, ¿alguien ha tenido alguna vez el placer de conocer a alguna persona que estuviese totalmente finalizada? O más aún: ¿alguien puede precisar el día y la hora en que tal o cual sentimiento se extinguió para siempre?
domingo, 1 de agosto de 2010
El hombre sin ver
Como algunos de vosotros debéis saber ya, una novela o cualquier otro tipo de experimento literario puede comenzar de muchas maneras. Es más, puede comenzar de tantas maneras como le permita al autor en primer lugar su experiencia personal como habitante-actor-espectador de este planeta al que denominamos Tierra, y en segundo lugar (y aunque tal orden no tiene porque estar sometido a la terrible rigidez de la norma) a un montón de condiciones más, entre las cuales destacan su imaginación, creatividad, inteligencia, determinación, constancia, etc, etc, etc, pero también pues de lo contrario resultaría imposible dar un único paso más en cualquiera de estas direcciones, de la necesidad que tenga de hacerlo. O quizás más apropiado sería decir, de lo imposible que le resulte no hacerlo. Siendo por tanto esta última exigencia, si no la más importante de todas ellas, sí una de las cualidades especialmente imprescindibles a la hora de forjar un buen contador de historias. De lo que se desprende a su vez, que mucho más importante que el talento innato que uno pueda tener para con las letras, e incluso mucho más allá de los planes que uno pueda llegar a albergar en su cabeza, está la obligatoriedad, la norma, el “STOP”, o lo que vendría a ser lo mismo en este caso; la máxima tantas veces cercana pero casi nunca lo suficientemente próxima como para que uno la consiga tocar, y que consiste en afirmar que si uno no necesita escribir jamás lo hará. Ahora bien, al margen de cualquiera de estas consideraciones (y quizás en este punto deberíamos advertir que sólo llegaremos hasta aquí en el caso de necesitarlo de la misma forma que necesitamos comer o beber) cualquier persona que haya intentado alguna vez escribir algo medianamente en serio (y entre ellas me encuentro yo por primera vez) me dará la razón cuando hablo de la dificultad que puede llegar a encerrar como una trampa mortal, ese primer disparo, esa primera idea, esa primera línea de una historia ya sea real o ficticia, pues será a partir de ella y exclusivamente de ella, de donde irán surgiendo como primos lejanos todas las demás.
Tal cuestión a su vez me lleva a plantearme la importancia de una buena planificación que evite dicha dependencia con respecto a esa primera frase de la que hablábamos, pues resulta evidente que a mayor previsión por nuestra parte, menor será sin duda el número de sorpresas con las que (es algo bastante probable) nos iremos encontrando a medida que avancemos. Es decir, que del mismo modo que quien quiera construir una casa resistente y sólida no comenzará por el tejado, nosotros y a la hora de escribir aquello que queramos escribir, tampoco es recomendable que cometamos semejante insensatez. ¿Pero, y qué sucedería si debido a nuestra particular forma de ser estuviésemos sino totalmente, sí al menos parcialmente impedidos para hacerlo gracias a una planificación detalladísima que como muy bien sabemos todos es quizás la forma más fiable de conseguir las cosas en este mundo? ¿Podría ser posible algo así? Lo que trato de decir es: ¿Puede escribirse algo medianamente consistente sin saber cuál es el camino a seguir? ¿Es posible escribir una historia perfectamente “legible” sin planificar nada, habiendo sido escrita a medida que simplemente se nos va dejando ver, a medida que vamos avanzando a toda prisa sobre los raíles todavía vírgenes del desesperado e impaciente papel? La respuesta está bien clara: no. O al menos, no en mi caso. Sin embargo las preguntas que se me plantean a continuación no por ello son menos interesantes ¿A dónde nos lleva pues semejante razonamiento? ¿Es posible por tanto tener una historia perfectamente esculpida en la mente antes de comenzarla a escribir? O mirémoslo de otro modo, esto es, trasladándolo a otras situaciones análogas y que debido a su sencillez, a su proximidad y cotidianeidad, se prestan mucho mejor al análisis. Me explico: ¿Es posible escribir una buena canción antes de comenzar a tocar? ¿O es posible vivir una vida plena y rebosante de satisfacciones sin haber siquiera nacido antes? Por suerte o por desgracia la respuesta sigue siendo no. Así que de nuevo nos hallamos ante un callejón sin salida porque si, como hemos indicado antes, es sumamente peligroso comenzar a escribir una historia sin tener ni la más remota idea de a dónde se pretende llegar, pero por otro lado también es extraordinariamente difícil leer mentalmente toda una historia donde sólo hay un papel en blanco ¿Cómo se escribe entonces una novela, un guión cinematográfico, o cualquier otra forma de expresión literaria de medio o largo recorrido? Y lo que es más importante aún ¿Qué pasos hay que seguir exactamente para escribir esa hipotética historia de la que hablamos, ese relato creíble y dotado de cierta unidad, independientemente de su cantidad, calidad y originalidad? Concluyendo: estar creemos saber donde está (y no me refiero a una academia para jóvenes literatos) así que ¿cómo se hace entonces para llegar hasta ese lugar por el momento desconocido, para alcanzar todo ese mundo no escrito aún? ¿O qué es lo que se supone que tenemos que hacer especialmente nosotros los indisciplinados, nosotros los vagos y melancólicos por naturaleza para capturarlo, para arrojarlo para siempre a las profundidades de un diminuto trozo de papel?
Hace ya algún tiempo y ahora hago un pequeño paréntesis entre tanta filosofía infantil, tomándome unas cañas con unos buenos amigos en un bar en el que solíamos emborracharnos por unas pocas monedas, charlábamos acerca de éste y otros muchos inconvenientes con los que se encuentra el llamémosle escritor novel. Pues bien, la conclusión a la que llegaron casi todos ellos se podría sintetizar en tres palabras de lo más rudimentarias: ORDEN, TRABAJO Y ORGANIZACIÓN. O sea que, según pude extraer yo de todo cuanto se dijo en aquella mesa, el secreto para conseguirlo residía en convertir las letras en números, y en hacer de una historia, ya fuese ésta de amor o de guerra, una ecuación, algo así como una simple y sórdida función matemática. Creo que no es necesario mencionar que yo en aquel momento les di la razón pues hubiese resultado un tanto presuntuoso por mi parte haberles llevado la contraria, y más aún, si tenemos en cuenta la dilatada experiencia de todos ellos en el campo de las letras y otras artes, pero sobre todo, debo reconocer que si no me atreví, si no me atreví a decir simplemente que no, que en mi opinión pueden existir otros caminos paralelos y perfectamente válidos al margen del orden y la organización y en menor grado del trabajo, fue debido principalmente al hecho de que yo nunca había escrito nada que superase las diez líneas. Así que ¿Cómo hubiese podido entonces contradecir algo que por aquel entonces desconocía por completo? ¿Lo hubieseis hecho vosotros? ¿De verdad que os hubieseis atrevido? No, yo personalmente no lo creo así. De modo que sólo pudo ser ya algo más tarde y una vez estuve solo en casa acorralado por mis buenos amigos los pensamientos, cuando un recuerdo casi perdido vino a mi mente y mucho me temo que no fue por casualidad. Memoria selectiva le llaman. Total, que te acuerdas de lo que te quieres acordar.
La cuestión es que una vez, no debía tener yo más de doce años por aquel entonces, en la clase de plástica, es decir, en una de aquellas asignaturas que antes se impartían en EGB y en la cual al parecer el objetivo de los profesores era fomentar la creatividad así como las dotes artísticas de cada uno de nosotros, pues nos mandaron pintar un cuadro. Sí, sí, como lo oís, con toda su gama de colores y a pincel. Pero antes de nada y como información preliminar, quizás sería oportuno mencionar que yo nunca en mi vida había cogido un pincel ¿Y cuál era el motivo de que no lo hubiese cogido? Pues seguramente que no tenía ni idea de pintar. Aunque ahora que lo pienso también podría ser que si no tenía ni idea de pintar era sencillamente porque nunca antes había cogido un pincel. Bien, fuese como fuese la cuestión es que yo era y de hecho sigo siendo un dibujante pésimo, un pintor nefasto, un retratista insoportable. Pero a lo que iba: ¿Cómo os explicáis entonces que sacara la mejor nota de la clase y que incluso aquel cuadro fuese expuesto como un trofeo en el seminario de aquel profesor que creyó ver en mí un artista en potencia? ¿O cómo se explica que un niño que apenas conocía nada acerca del arte y sus grandes maestros pintara algo que estuviese tan increíblemente alejado de las ideas propias de un muchacho de su edad? ¿O cómo se explica incluso que un niño que no había oído hablar en su vida de Pablo Picasso, ni de Francisco de Goya así como de sus tremendas pinturas negras, fuese capaz de pintar algo tan singularmente abstracto y visceral? Pero no, que nadie se imagine cosas que no son pues no pretendo de ningún modo decir que soy un genio. Todo lo contrario. Lo que pretendo explicar es como a pesar de mi mediocridad sin duda confirmada por el paso de los años, conseguí destacar por encima del resto. Pues bien, fue tan fácil como irrumpir en el cuadro con un fallo y a partir de él verme obligado a improvisar con cada pincelada, con cada dentellada clavada sobre la superficie del papel. El error como origen, como desenlace y por supuesto también, pues no podría haber sido de ningún otro modo, como fin. Así que –y con esto enlazo con la idea anterior-¿Pero por qué no podía ser posible entonces hacer exactamente lo mismo a la hora de escribir y evitar así los consejos de mis buenos amigos? ¿O por qué no aplicar exactamente el mismo procedimiento pero en esta ocasión escribiendo una historia si al fin y al cabo escribir es lo mismo que pintar, o cantar, o bailar, o cocinar, o hacer fotografías, o sacar la basura, o puede incluso que todo junto y a la vez, sólo que en esta ocasión utilizando en lugar de un pincel, o una cámara fotográfica, etc, etc., utilizando un bolígrafo, una máquina de escribir o un ordenador?
Por otro lado siento decepcionarle señor profesor pero ésta y únicamente ésta es la auténtica explicación de aquél infantil éxito mío. Pues créame que lamento informarle de que lo que usted consideró por aquel entonces un inesperado descubrimiento, para mí en cambio no fue más que un inmenso error del que todavía hoy estoy pagando sus primeras y probablemente más inocentes consecuencias.
Funerarias bromas aparte más que nada porque según he podido ir escuchando por ahí aquel pobre profesor está ya muerto y bien muerto desde hace algunos años, todavía recuerdo perfectamente como en un principio (y esto es quizás lo más curioso de todo aquel proceso creativo) el motivo de aquel cuadro no debía ser otro que el de un prado en el que se levantaba primero una casa, y justo a su lado, por la parte de dentro de una cerca construida con dorados tablones de madera, un inmenso árbol que bien podría haber sido una encina o un roble. También recuerdo el porqué de aquella elección y no de otra. Es lo más sencillo que se me ocurre pensé. Un prado verde, una casita con una cerca alrededor, y dentro de ésta y presidiendo el jardín, un árbol gigante, frondoso y repleto de frutos maduros desde su base hasta su copa. Entonces me pregunto yo ¿Pero por qué una vez comencé a pintar todo dio un vuelco inesperado y nada acabó siendo como yo lo había previsto en un principio? ¿O por qué si lo que yo deseaba hacer estaba aparentemente claro y puro como el agua acabó por el contrario transformándose en algo oscuro y simiestro como el barro?
Para empezar quizás sería aconsejable reconocer que mi intención una vez comencé a realizar aquel trabajo no fue otra que ocultar los detalles, la de enmascarar mis carencias como pintor sin duda. Lo que trato de decir es que de entre todas las ocurrencias posibles que se me pasaron por la cabeza (y fueron muchas), fue aquella y no ninguna otra la que me pareció la más accesible, la más infalible. Así que no hay margen de error pensé yo. Por muy malo que seas, por muy mal que se te de esto de pintar, es imposible que te puedas equivocar en un proyecto tan sencillo. Después pensé (y lógicamente tan sólo hubiese llevado a cabo tal pensamiento en el supuesto de que el proyecto hubiese ido más o menos según lo previsto) que incluso me hubiese atrevido a pintar a una muchacha leyendo plácidamente un libro a la sombra de aquel árbol probablemente centenario. Claro que de una forma muy aérea, muy superficial. Pero porqué no. Tampoco era ningún despropósito albergar una idea semejante. Después y arriba hubiese pintado el sol, y envolviendo al sol, en un perfecto cielo azul y luminoso como un saco lleno de monedas de oro, unas nubes de color verde, amarillas, azules, de todos los colores habidos y por haber. Pero decidme ¿No os parece un plan perfecto? ¿No hubieseis hecho todos los que no sabéis pintar algo semejante por no decir exactamente lo mismo? No sé vosotros pero al menos tal y como yo lo recuerdo la respuesta estuvo muy clara desde un principio ¡Sí, eso es lo que vas a hacer! ¡Vas a dibujar algo sencillo, algo que no te exija demasiado esfuerzo pues de sobras sabes que eres un holgazán sin remedio además de un manazas parlanchín, y luego, como el que no quiere la cosa vas a aprobar! ¡Sí, eso, vas a ser de lo más práctico y vas a aprobar! ¡Como hacen todos! ¡Es más, ni se te ocurra olvidarte de que estamos casi a final de curso y que las cosas (una vez más) no han ido como tú imaginabas cuando todo esto empezó!
Sin embargo no os imagináis cual fue mi sorpresa cuando lo que en un principio estaba concebido como un proyecto inofensivo, se fue complicando cada día un poquito más hasta casi volverme loco del todo. Sin ir más lejos deciros que llegó un momento, una pincelada terrible y crucial por así llamarla, en la que ya no sabía ni hacia dónde debía dirigirme y menos aún cómo debía hacerlo para recuperar un control que dicho sea de paso, nunca tuve. Porque la verdad del caso es que cometía un error, después otro, y de tal forma además, que en lugar de hacer lo que se suponía que tenía que hacer, pues bien, por el contrario me pasaba las horas tratando de disimular todos los trazos que se habían esparcido a través de la pintura debido a veces a mi mal pulso y otras a mi falta de práctica y por supuesto de talento. Es más, en realidad era como si algo dentro de mí me empujase, o algo peor aún, como si el cuadro en sí fuese una pistola inmensa y yo no fuese más que su pequeño y dicharachero proyectil.
Así que si no abandoné aquel proyecto pues estaba claro que todo aquello iba a resultarme muy complicado (lo más fácil sin duda hubiese sido irme a jugar a la pelota como hacían el resto de los niños de mi edad) fue en primer lugar porque no pude, porque sentía que mi vida entera a mi modo absurdo, inocente e infantil, dependía de aquel cuadro de una forma perfecta ¿Así que cómo hubiese podido abandonarlo entonces? ¿Cómo hubiese podido dejarlo a medias sin que ello me hubiese supuesto una gran decepción, la más terrible derrota que yo hasta ese momento había sufrido sin duda? En segundo lugar dejar igualmente claro que si no di marcha atrás poniendo con ello freno a todo aquel proceso que de una forma evidente me estaba conduciendo al caos, al error y especialmente al suspenso, fue debido al factor “tiempo”, pues si mi memoria no me engaña, aquel trabajo debía entregarse al día siguiente. De modo que como muy bien comprenderéis tampoco disponía del tiempo necesario como para hacer más pruebas, o en el mejor de los casos, volver atrás y comenzar de cero con alguna otra idea más sencilla esta vez.
Pero la verdad del caso es que si no comencé de nuevo fue simplemente porque no me atreví. O peor aún: porque no quise. O sea que incluso se podría decir que sino tiré todos aquellos papeles a la papelera más próxima, fue simplemente porque quería ver hasta dónde me conducía toda aquella corriente de errores a los que yo voluntariamente me había lanzado. Es decir, que si no abandoné debió ser esencialmente por una simple cuestión de curiosidad, de chafarderismo intelectual parvulario y arrogante.
Por lo que al cuadro se refiere la verdad es que parecía haber sido pintado más que por un niño de doce años, por un fantasma de cincuenta mil años de edad que lanzaba mensajes de auxilio a su antigua patria en unos códigos indescifrables ya para nadie. Es más, no quedaba nada en él que sugiriese ya ni una sola de las ideas que en un principio yo había retratado al parecer y una vez visto el resultado, en alguna zona de mi cerebro excesivamente optimista. De modo que sólo ahora mismo y por consiguiente muchos años después de haberlo pintado, de haberlo disfrutado y sufrido a partes iguales, es cuando caigo en la cuenta de que si “los datos” no fueron transferidos nunca desde mi ideario al papel, de mi cerebro al pincel, fue sencillamente porque sin duda se habían interrumpido en algún punto. Ahora bien, ¿pero cuál era ese punto me pregunto yo? ¿O dónde se ocultaba esa famosa curva por la que al parecer se iban despeñando como coches conducidos por borrachos todas y cada una de mis ideas más sencillas? Y aún más ¿De dónde surgía esa tremenda manía mía de tensarlo todo hasta el límite? ¿O en qué lugar había adquirido yo la intolerable costumbre de irlo complicando todo hasta que ya me resultaba imposible recordar cuál había sido la idea base, los cimientos, la esencia de cualquier proyecto al que yo infructuosamente intentaba darle una forma concreta y determinada? Así que ahora y sólo ahora que estoy esforzándome en pensar en ello, es cuando caigo en la cuenta de que aquella idea llamémosle original, primaria, embrionaria, elemental, etc, etc, etc, bien mirado no podía significar otra cosa que un pretexto, algo así como una especie de excusa auto impuesta por mí mismo que se ocultaba como un turista bajo mi consciencia con la única intención de salir al exterior en cuanto el camino quedase despejado de bandidos.
Una buena prueba de ello es que tan pronto comencé a pintar pude comprobar como el árbol posiblemente centenario había desaparecido, así como también había desaparecido la cerca de dorados tablones que debía haberlo rodeado de haber seguido con mis planes adelante. Ni que decir tiene que tampoco quedaba ni rastro de la pequeña casita, o no hablemos ya de la chica ni del supuesto libro que tenía que estar leyendo, tranquila, sosegada, con su espalda apoyada en el tronco y con sus pies desnudos sobre el césped, refrescándola. Todo cuanto yo había imaginado había desaparecido sin dejar ni rastro ¿Así que a dónde habían ido todos aquellos elementos tan bien definidos en mi mente? ¿O qué había sucedido con todas aquellas ideas que yo sin duda había visto e incluso de alguna forma había llegado a tocar, a sentir, a vivir, pero por supuesto y visto el resultado, también a destruir?
Sin embargo y en una clara oposición a mis aparentes deseos ahora en el cuadro únicamente se podía apreciar un hermetismo absoluto. Algo así como si más que todo lo que se veía, más que todo cuanto yo había pintado con mis propias manos, el cuadro por el contrario se empeñase en mostrar únicamente todo lo que no me había atrevido a pintar en modo alguno ¿Se trataba pues de un truco de magia, de alguna broma macabra que sin duda me estaba gastando una mente primeriza e inexperta como pocas? Así pues lo que debía haber sido la escena más bucólica del mundo ahora era en cambio un bosque espeso e inaccesible, algo así como si de un muro o bunker vegetal se tratara. Este muro o bunker vegetal estaba formado a su vez por unos extraños arbustos que en la mayoría de los casos no existían, es decir, que no habían sido ni “calcados” ni copiados del mundo real, sino que más bien daba la sensación de que hubiesen sido arrancados de un sueño vago, doloroso e impreciso. Fuese como fuese estos arbustos o “robots” vegetales de los que hablamos eran en cualquier caso muy altos, y de haberse caracterizado por algo, es decir, de haber tenido que dar yo una descripción más o menos detallada de su aspecto, simplemente hubiese dicho que lo que de verdad lo distinguía de otros árboles cualquiera era simplemente que estaban tan próximos los unos de los otros que hubiese resultado imposible que la luz hubiese podido penetrar a través de ellos debido a la presión que ejercían lateralmente entre sí. Y es que en el supuesto de que alguien, efectivamente, hubiese tenido la posibilidad de acceder al interior del cuadro y después hubiese tratado de mirar hacía fuera, hacia el punto desde el cual yo lo estaba pintando, estoy convencido de que no hubiese podido ver nada en absoluto. Ahora bien ¿Pero por qué trataba yo de ocultarme cosas a mí mismo? ¿Se trataba de mi subconsciente tal vez, de algún recuerdo perdido en el que aunque yo martilleaba con todas mis fuerzas era imposible que pudiese penetrar?
Continuando así con la descripción y análisis del “monstruo” en cada una de sus partes, señalar igualmente que inmediatamente encima de los mencionados “arbustos-bunker” estaba el cielo, arriba, afeado de la misma forma que el prado ya lo había conseguido abajo, en el suelo. No obstante éste había sufrido exactamente el mismo tipo de mutación pictórica, y ahora, como resultado de aquel extraño proceso que lo iba desilusionando todo a su paso, aparecía sucio, manchado muchas veces de negro aunque también y en menor grado de un rojo muy intenso y negruzco. Es más, si uno prestaba verdadera atención a aquello que tenía justo enfrente, por fuerza tenía que apreciar con relativa claridad las huellas dactilares que como si de los tentáculos de un Dios primerizo y patoso se trataran, lo habían ido destruyendo al mismo tiempo que lo habían ido creando. El último componente visible del cuadro eran las nubes, en lo alto, despedazadas seguramente por un viento que no se veía y envolviendo a un sol que de la misma forma que ya antes habían sufrido el resto de mis planes iniciáticos, tampoco existía. De hecho estas estaban esparcidas por todo el cielo como un rebaño de ovejas descarriadas, y aunque en ningún caso daban la sensación de provenir de algún lugar que fuese el origen y punto de partida de todas ellas, sin embargo sí es cierto que parecían haber explotado desde dentro hacía fuera justo al mismo tiempo y con el único propósito, al parecer, de sembrar aun más de dudas toda la escena.
Ahora bien, al margen de cualquier análisis más o menos acertado sobre el contenido de aquel cuadro, lo que sí era evidente en cambio es que el escenario y una vez finalizado era realmente grotesco, desagradable e incómodo para cualquiera que lo observase, y después y como superponiendo un negativo a su correspondiente fotografía, me observase a mí. Es decir, que se distinguía a la perfección como una especie de asimetría muy notable entre el supuesto autor y su supuesta obra ¿Pero cómo podía ser? ¿Qué demonios tenía que ver una cosa con la otra? ¿Cómo era posible que yo, un chico normal y corriente, el menor de los hermanos de una familia humilde y trabajadora sin más, hubiese producido semejante barbaridad con tan sólo doce años, aquel prado, aquel cielo color infierno y aquellas nubes que parecían ser la metralla de un arma química convertida en paisaje? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Desde cuándo?
Llegados a este punto os preguntaréis pero y qué diablos tiene que ver un dibujo semi-fortuito e infantil con el mundo de la literatura, y en especial, con el asunto que yo mismo trataba al principio de este texto acerca de los peligros que encierra la primera frase de cualquier texto, pero especialmente, acerca de qué pasos hay que seguir para poder concluirlo ¿Os acordáis? Pues a lo que iba y ante todo advertiros que la explicación es de lo más sencilla, pues aunque en la mayoría de los casos tales cuestiones nos parecen en principio insalvables y tan altas que ni un gigante las podría saltar, lo cierto del caso es que a pesar de las apariencias se suelen desmoronar en cuanto ponemos nuestros pies sobre ellas.
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